LA EPOPEYA PALESTINA 3: EL DECLIVE DEL SIONISMO
"El sionismo es un experimento genocida que intenta consumar un proyecto fuera de época"
La fractura entre el sionismo secular y religioso opone - afirma Claudio Katz - a dos generaciones de colonos que desgarra a la sociedad israelí. Ese choque puede derivar en la implosión del Estado. El declive del sionismo es visible en el plano internacional y las acusaciones de antisemitismo pierden credibilidad (...).
Por CLAUDIO KATZ (*) PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Las invasiones al Líbano en la década del 80 marcaron un punto de inflexión en la trayectoria del sionismo. Ese operativo fracasó por el alto número de bajas, la imposibilidad de doblegar a los resistentes y el impacto generado por la masacre de civiles. Los antecesores de Netanyahu (Begin y Sharon) quedaron descolocados, perdieron el gobierno y no pudieron lidiar con el movimiento callejero de oposición (Paz Ahora).
Es cierto que sus ahijados derechistas recuperaron posteriormente el manejo del Estado, para inaugurar el ciclo político que perdura hasta la actualidad. Pero ese retorno -asentado en el desplome del laborismo, la pulverización de los acuerdos de Oslo y el ocaso de la farsa de los Dos Estados- dejó una fractura irremontable entre el sionismo secular y religioso, que desgarra a la sociedad israelí. El choque entre los viejos y los nuevos colonos opone a dos generaciones contrapuestas y enemistadas de ocupantes.
CORROSIÓN INTERNA
La derecha confesional y su contraparte laica laborista comparten el proyecto de confiscar a los palestinos, desde tradiciones y prácticas opuestas. La primera vertiente fundamenta su salvajismo en las sagradas escrituras y en la misión apocalíptica de forjar el Gran Israel sobre una montaña de cadáveres. La segunda enmascara el proyecto colonial con mensajes de modernización, que le permitieron insertar a Israel en el universo de Occidente. Pero el sionismo hipócrita que forjaron durante décadas está corroído por sus brutales adversarios.
La propia población de emigrantes -que fluye de judíos asentados en numerosos países- tiende a amoldarse actualmente a un perfil muy distinto a las generaciones precedentes. Los que llegan para instalarse en los asentamientos fronterizos, desembarcan con la decisión guerrera de aplastar sin ninguna piedad a los palestinos. Con fanatismo fundamentalista alegan justificaciones místicas para actos de barbarie.
Por su estrecha ligazón con la ultraderecha estadounidense, esos contingentes asumen con gran naturalidad el uso de las armas y apuntalan una base de colonos dependiente del financiamiento norteamericano. Por esa conexión operan como un brazo explícito del sistema imperial.
No conforman la tradicional masa de asentados en tensión con las metrópolis, que signó la historia del colonialismo. Al contrario, están más entrelazados con sus proveedores del centro, que con sus conciudadanos israelíes de otro origen. Su dependencia financiera del aportante norteamericano, se verifica en el descomunal salto de los fondos que Tel Aviv recibe de Washington. Lejos de reproducir el conflicto de las 13 colonias americanas con Inglaterra, comandan un choque con sus pares sionistas dentro del territorio israelí.
Esa confrontación repite el tipo de choques que siempre generó la ultraderecha, a la hora de disputar el control del Estado, para defender los privilegios de los colonos. Fue el desgarro que introdujeron en la sociedad francesa, los militares opuestos a la independencia de Argelia en los años 60. Compartían las mismas pretensiones de represión interna, manipulación del poder judicial y gobierno autoritario, que actualmente exhibe Netanyahu. El desemboque de esas tensiones en un conflicto armado interno es la gran pesadilla de algunos medios de comunicación de Israel, como Haaretz.
La virulencia del grupo teocrático que maneja el gobierno y aspira controlar el poder, puede desencadenar el ocaso el proyecto colonizador, si precipita la emigración de los enormes segmentos occidentalizados de esa sociedad.
La élite económica y académica de ese sector ya exhibe síntomas de esa defección. Los pensadores que resaltan el carácter corrosivo de esa crisis presagian que, en su formato actual de Estado judío, Israel no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir en el largo plazo (Pappé, 2024, 2025a).
LAS FALACIAS DEL ANTISEMITISMO
El declive del sionismo es muy visible en el plano internacional. Esa regresión se acentúa con la absurda exaltación de Israel como la “única democracia” en Medio Oriente, cuando desconoce los derechos de los palestinos y ataca sistemáticamente a sus vecinos. El mito de ¨acciones defensivas¨ de un aparato militar en incansable agresión, ya perdió sus últimos vestigios de credibilidad (Rees, 2024).
El dato más contundente de ese giro es la hostilidad que muestra la nueva generación de judíos en Occidente hacia el proyecto colonial. Muchos participan activamente en las marchas de solidaridad con Palestina y conforman incluso agrupaciones explícitamente antisionistas. Ese viraje es muy llamativo en Estados Unidos, entre sectores que asumen un rechazo a los crímenes de Israel, en la tradición de las movilizaciones contra la guerra de Vietnam y el movimiento anti racista por los Derechos Civiles.
Los sionistas de la primera potencia juegan todas sus cartas contra ese despertar juvenil, pero están afrontando mayores escollos que en el pasado. Les resulta muy difícil ocultar o justificar el genocidio en Gaza y la efectividad de sus presiones decrece día a día (Mearsheimer; Wal, 2006)
Continúan disparando acusaciones de antisemitismo en todas las direcciones, pero el pilar de esa imputación flaquea porque se asienta en la errónea identificación del judaísmo, el estado de Israel y el sionismo. Suelen confundir tres conceptos muy distintos. El judaísmo es una religión, cultura o tradición de un pueblo diseminado por muchos países. Israel conforma, en cambio, una nación surgida de la partición del territorio originalmente habitado por los palestinos.
A su vez, el sionismo es una ideología colonialista que justifica esa expropiación, con extravagantes teorías de exclusiva pertenencia de esa zona a los inmigrantes judíos. El antisionismo critica esa retrógrada concepción, sin adoptar actitudes antijudías o antiisraelíes. Se ubica, por lo tanto, en las antípodas del antisemitismo (Katz, 2006, 2021).
Esa acusación se ha convertido actualmente en un burdo estandarte sin contenido, para diabolizar opositores. Su origen se remonta a la judeofobia, que en la Europa medieval era utilizada para hostilizar una comunidad, con el absurdo pretexto de su responsabilidad en la muerte de Jesús. Propiciaba el mismo tipo de arabofobia que actualmente alienta la ultraderecha contra las minorías islámicas.
El antisemitismo fue un atropello posterior que emergió con el ascenso del nacionalismo reaccionario, contraponiendo una raza superior (arios, blancos, germanos, anglosajones) con otras etnias, descalificadas por su incapacidad para forjar un Estado propio (Goodbar, 2024).
La persecución contra los judíos -que combinaba la vieja raíz religiosa con la ideología derechista- perdió gravitación desde la segunda mitad del siglo XX. Es recreada en forma artificial por el sionismo, para justificar la práctica colonial contra los palestinos, que paradójicamente conforman el segmento más semita del Medio Oriente. Ellos son las verdaderas víctimas del antisemitismo, que los colonos agreden difundiendo teorías afines al viejo nacionalismo reaccionario. Recurren a las mismas concepciones que en el pasado se utilizaban contra los judíos.
El declive del sionismo obedece, en gran medida, a su destiempo histórico. Es un experimento genocida que intenta consumar un proyecto fuera de época. Encarna una variedad de colonialismo tardío, socavado por propiciar una limpieza étnica, en un período de creciente indignación con ese exterminio. Israel resucita los mitos coloniales, cuando ha despuntado una gran simpatía por los derechos de los pueblos originarios.
El sionismo surgió en el cenit del colonialismo, pero se materializó durante la descolonización de África y Asia. Arrastra una gran inviabilidad histórica, para repetir los procesos que diezmaban a la población de las regiones conquistadas. Las formas de esclavización y aniquilación que eran corrientes en el siglo XVII, XVIII o XIX, ya no son tan factibles en la centuria en curso. Israel logró construir un país y una nación propia, pero no pudo anular (ni absorber) a las víctimas de su proyecto. Ese divorcio histórico erosiona estructuralmente al sionismo.
A diferencia de lo ocurrido con sus antecesores de Norteamérica (o Australia), confronta con la resistencia de un pueblo expropiado, al que no logra doblegar (Piterberg, 2010). No consigue la ansiada expulsión definitiva de los palestinos y tampoco se resigna a su presencia. Esa irresolución está exacerbada por la estrechez territorial y la densidad demográfica del ámbito en que se desenvuelve su proyecto. Un territorio muy pequeño es demandado como propio por 7 millones de habitantes de cada lado.
Pero en la sombría coyuntura actual de ascenso de la ultraderecha emerge el temor, que una sangrienta limpieza del pueblo palestino pueda consumarse en el mismo escenario bélico, que generó los monumentales desplazamientos de población en Siria o Irak (Mazza, 2024).
Ese peligro efectivamente existe, pero los genocidios masivos solo se consumaron históricamente en contextos bélicos generales. Fue lo que ocurrió con los armenios en la Primera Guerra Mundial y con los judíos en la Segunda contienda. El exterminio que auspicia la derecha israelí requiere esa escala de conflagraciones. Pero el declive del propio sionismo socava esa atroz eventualidad.
FASCISTIZACIÓN DE ISRAEL
La política de guerra permanente que Israel promueve se asienta en un proceso de fascistización interna. Ese rumbo despuntó con fuerza a partir de asesinato Rabin en 1995 y ha escalado en múltiples planos.
La principal expresión de ese curso es el protagonismo de la ultraderecha, que hace valer sus votos para condicionar con demandas extremas a todos los gobiernos que integra. En las negociaciones para participar de esas coaliciones, exige cuotas de violencia cada vez más brutales contra la población palestina (Khalidi, 2024: cap 5).
Netanyahu ha tomado en sus manos la agenda de las formaciones reaccionarias, imponiendo al país un estado de movilización bélica constante, con inverosímiles pretextos de "peligro existencial a la supervivencia de Israel". Utiliza ese desgastado argumento para perpetuarse en el gobierno y sortear las pesadas causas de corrupción, que amenazan expulsarlo de la función pública. Frente a las masivas protestas callejeras que exigen su dimisión, Netanyahu despliega una política de guerra infinita y retoma una y otra vez el genocidio en Gaza, para salvar su pellejo a cualquier precio.
Esa estrategia lo obliga recostarse en los partidos religiosos y en un movimiento de los colonos, que eleva el precio de su auxilio con demandas de mayor genocidio. Las dos figuras más descaradamente fascistas de esas formaciones (Smotrich y Ben Gvir) convocan sin ningún filtro a la masacre. Con ese lenguaje han impuesto la penalización de la bandera palestina, la portación irrestricta de armas para los israelíes y la generalización de un repugnante clima de supremacía judía (Pappe, 2023).
Basta observar los discursos de esos personajes para mensurar su evidente parentesco con el nazismo. “Nuestro objetivo común es borrar la Franja de Gaza de la faz de la tierra” (Nissim Vaturi). “Hemos ordenado un asedio total. Ni electricidad, ni alimentos, ni agua, ni gasolina. Todo está cortado. Nos enfrentamos a bestias humanas, así que actuamos en consecuencia” (Yoav Gallant). “Gaza será totalmente destruida…asedien y déjenlos morir de hambre” (Bezalel Smotrich). Pocas veces extremismo del lenguaje reflejó con tanta precisión el extremismo de la acción. La congruencia entre la retórica y la práctica es total (Breville, 2025).
Esas brutales convocatorias han potenciado, además, el maltrato de los árabes-israelíes y la expulsión de los pobladores de Cisjordania. Pretenden apuntalar la ingeniería demográfica requerida para forjar el Gran Israel, a partir de la ley Básica del Estado-Nación Judío. Esa norma institucionalizó el derecho exclusivo a la tierra y a la nacionalidad para los pertenecientes a ese sector. El mismo estatuto dio vía libre a los grupos armados de los asentamientos, para multiplicar sus pogroms contra los palestinos.
Un incontable cúmulo de atrocidades ha sido naturalizado por importantes sectores de la sociedad israelí. Justifican esa conducta argumentando que ¨el mundo es antisemita, nos odia y siempre objetará nuestras acciones¨. Con esa disparatada afirmación eximen a todos los artífices, responsables y cómplices de los crímenes en curso.
Solo la deshumanización de una significativa porción de la sociedad (y la consiguiente indiferencia frente al sufrimiento ajeno), explica la parcial aceptación israelí de la actual limpieza étnica. La militarización de los jóvenes en una conscripción prolongada, junto a su masiva condición de reservistas, explica la pasividad y sumisión al verticalismo que impera en un país, cuya organización política y social gira en torno al ejército (Hever, 2025). Por esa razón, en varios momentos de asesinato masivo de palestinos del último bienio, las encuestas indicaron una aprobación mayoritaria de esas matanzas (Pappe, 2025).
Esta conducta sintoniza con el gran cambio que ha registrado Israel, a medida que el sionismo religioso se afianza en desmedro de su par liberal. Ese viraje apuntala la mutación hacia un Estado judío semejante a las teocracias islámicas (Katz, 2023). La tradición laborista pierde influencia en las crisis de las coaliciones gubernamentales, que erosionan al viejo establishment sionista (Ghanem, 2023)
Los dramáticos escritos de los últimos exponentes de esa formación, ilustran la frustración política y moral de la extinguida elite occidentalizada que formó el Estado de Israel (Levy, 2024). Sus viejas expresiones de sionismo liberal progresista (Laborismo y Meretz) han quedado muy reducidas y no despiertan ninguna atracción en el electorado El declive interno de ese sector sintoniza con el retroceso de sus aliados liberales y socialdemócratas en Estados Unidos y Europa.
En Norteamérica, Netanyahu ha establecido una estrecha alianza con los neoconservadores y una relación de mutua complicidad con los globalistas y el trumpismo. En el Viejo Continente, la misma convergencia con la extrema derecha europea se ha consumado condonando el antisemitismo y el negacionismo de esos sectores frente al holocausto.
Una agenda islamófoba compartida ha sido suficiente para echar un manto de olvido sobre los responsables de la gran tragedia del siglo pasado. A las “Conferencias Internacionales de Lucha contra el Antisemitismo” que se realizan en Jerusalén, concurre la crema de las organizaciones manchadas por esa tradición. Le Pen, Zemmour, Farage y todos los herederos de juedofobia son recibidos con gran calidez y cinismo por Netanyahu.
RUPTURA DE LA COHESIÓN SIONISTA
El trasfondo de esas disidencias es la ausencia de una brújula en el comando del Estado. Netanyahu no expone cuál es su proyecto realista de largo plazo. Está embarcado en la continuidad y multiplicación de guerras que le otorgan impunidad para seguir gobernando, pero con una meta de gestión sumamente confusa.
Su mero expansionismo contrasta con las políticas coloniales más acotadas y definidas que auspiciaban sus antecesores. Subir la apuesta con asesinatos de dirigentes y bombardeos de la población civil le permite evitar las elecciones y los tribunales, pero empujan al país a una degradación política sin fin.
Como Israel carece de Constitución escrita, la Corte Suprema opera como una fuerza equilibradora. Netanyahu pretende socavar esa instancia, para concentrar el poder en sus manos, purgando la disidencia e instalando a sus agentes en todos los estamentos del Estado. Al no lograr esa reestructuración con manipulaciones políticas, utiliza la guerra para imponer el mismo objetivo (Inlakesh, 2025).
Pero enfrenta una llamativa oposición dentro de las propias filas del ejército. Nunca la jefatura de las Fuerzas de Defensa (FDI) y de los servicios secretos se pronunció -con tanta contundencia y en forma tan pública- contra una política del gobierno. La marea de cuestionamientos a Netanyahu no ha decrecido con la intensificación de la escalada bélica. Más de 500 figuras del establishment político israelí, le solicitaron recientemente a Trump que contenga el descontrol militarista de su ahijado.
Ese rechazo en las altas esferas está alimentado por la creciente oposición de la intelectualidad a la masacre de Gaza. El reconocido escritor David Grossman ya utilizó el impactante calificativo de genocidio para describir la embestida en Gaza.
Un bloque opositor cuestiona en las calles esa carnicería, con protestas que reunieron multitudes e incluyeron convocatorias a un paro general de la central obrera. La principal bandera de esas marchas ha sido la negociación con Hamas para liberar a rehenes con vida, pero bajo esa demanda subyace un malestar con el agobio bélico.
La oposición todavía no retoma la nítida demanda de “Paz Ahora”, que formuló el movimiento antecesor de las protestas actuales. Pero esa perspectiva está igualmente abierta por la disconformidad que se verifica en la sociedad israelí. Desde el comienzo de la incursión en Gaza más de 100.000 personas emigraron y ese flujo es un dato central, en un entramado colonial estructurado en torno a la recepción de inmigrantes. La inseguridad en la frontera norte y los agujeros de la cúpula de hierro frente a los misiles han creado una novedosa sensación de vulnerabilidad.
Otro síntoma de oposición al belicismo es la desmoralización de las tropas y el incremento de los suicidios entre los soldados. La resistencia de los jóvenes al reclutamiento se verifica en el alto número de reservistas, que suscribieron cartas rechazando concurrir el alistamiento.
Esa oposición es muy importante en una estructura militar, que carece de la cantidad de efectivos requerida para combatir en tantos frentes. El servicio militar prolongado alimenta la informatizada y rentable economía bélica, pero opera también como una agobiante carga, para la única población occidentalizada que mantiene el viejo patrón del reclutamiento masivo.
Las bajas puntuales, pero constantes que sufren las tropas sionistas agravan ese problema e introducen tensiones en un aparato productivo, con pilares insuficientes para sostener el descomunal gasto de la movilización bélica.
IMPUGNACIÓN DEL APARTHEID SIONISTA
Israel afronta por primera vez un descrédito internacional, que tiende a empujarlo al status de Estado Paria. Ese desprestigio ha dado lugar a órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional contra Netanyahu y sus secuaces. Por primera vez, esa imputación de crímenes de guerra afecta a un gobernante de la crema occidental.
La impugnación de Israel es compartida por importantes figuras del establishment norteamericano, que emiten durísimas calificaciones contra Netanyahu. Están alarmados por su delirio militarista.
Un consejero de alto nivel de la elite política estadounidense expresa esos cuestionamientos, con un lenguaje impensado en los pasillos de Washington. Afirma que Israel está cometiendo en Gaza un crimen contra la humanidad, al convertir esa localidad en una fábrica de asesinatos. Señala que ese país se ha transformado en una calamidad moral, que afecta duramente la política exterior norteamericana (Mearsheimer, 2023a, 2023b). Los sondeos de opinión coinciden en registrar que el descrédito de Israel se ha extendido a la propia base republicana que sostiene a Trump.
El mismo tono es utilizado por otros pensadores en Europa para denunciar el crimen de Gaza. Lo más irritante para el sionismo es la frecuente comparación con la Alemania nazi, por la similitud de castigos colectivos y matanzas de civiles.
Las imágenes de niños desnutridos, amputados y desamparados recorren el mundo y han quedado incorporadas a la memoria colectiva. Por esas barbaridades Israel cargará por mucho tiempo con un señalamiento internacional. Ya se ha generalizado el término genocidio y los responsables de ese delito han quedado marcados para siempre (Sivinian, 2024).
La comparación con el Apartheid de Sudáfrica es otra mancha, que por primera vez Israel afronta en forma significativa. La batalla contra esa infame estructura de opresión racial fue una gran bandera de la generación de los 70-80, que ahora es retomada por los hijos y nietos de esa batalla.
Entre ambos hitos de lucha contra el racismo se expandió la denuncia del colonialismo y la reconsideración internacional de los derechos de los pueblos indígenas. Aunque la actual coyuntura de avance ultraderechista le permita a Israel subir la apuesta de sus agresiones, afronta un escenario estructural adverso para sus maltratos.
Es cierto que la batalla contra el colonialismo israelí presenta aristas más complejas y traumáticas que el antecedente sudafricano, por el protagonismo del país en el sistema imperial que comanda Estados Unidos. Está en juego el manejo del petróleo, el control de Medio Oriente y una disputa geopolítica con Rusia y China de mayor alcance, que el prevaleciente a fin del siglo pasado en África austral (Hanieh, 2024). Pero la dinámica de deterioro interno y rechazo internacional que afrontó el Apartheid se repite actualmente con el colonialismo israelí.
Las sanciones y exclusiones que asfixiaron al racismo sudafricano son un modelo para el movimiento actual de boicot al sionismo, porque con esas puniciones se socavó la tiranía de la minoría blanca. Tuvieron un impresionante alcance en distintos planos (transporte aéreo, importaciones, insumos, créditos, consumos) y provocaron el agotamiento del aislado régimen del Apartheid.
En las condiciones actuales, el mismo boicot implicaría golpear a Israel con el tipo de represalias, que Trump ensaya contra los competidores de la economía norteamericana. Pero en lugar de una mera guerra comercial entre rivales económicos comerciales, expresaría la indignación mundial contra un régimen político criminal.
Ese rechazo por abajo es impulsado por el movimiento de Boicot, Desinversiones y Sanciones contra el ocupante sionista (BDS). Ya impacta en muchas áreas del deporte, con exigencias de expulsión de la delegación israelí del ciclismo y del mundial de Futbol. Esas demandas acompañan los cánticos y las banderas a favor de Palestina en los certámenes de numerosos países (Cañas Bonci, 2025).
La misma reacción se verifica en los festivales de cines y en el enorme número de afamados actores y directores, que exigen sanciones contra Israel. Esas expresiones son muy significativas, porque Hollywood fue tradicionalmente un bastión de legitimación internacional del sionismo (Frazer-Carroll, 2025).
LOS HIJOS DE GAZA EN EL MUNDO
La movilización mundial por Gaza ya presenta un alcance mayúsculo. En varios picos del actual repudio se insinuó un clima de Intifada Global por el número de concurrentes a las marchas. Por esa dimensión, hay muchos síntomas de semejanza con la oleada de protestas, que suscitó la invasión norteamericana a Irak a principio del milenio.
No solo Londres, Berlín, Madrid o Paris han sido testigo de manifestaciones multitudinarias. Las principales ciudades de Sudáfrica, Corea del Sur o Turquía han quedado convulsionadas por esas movilizaciones.
Nueva York continúa impactada por la polarización que suscita lo ocurrido en Gaza. En ese bastión del lobby sionista arrecian las críticas y en las universidades crece la demanda de cortar los vínculos académicos con Israel. La criminalización de las protestas y la detención de sus líderes por parte de Trump acentúa la confrontación.
Europa es un epicentro de marchas contra el genocidio de Gaza por el rechazo a la hipocresía de gobiernos, que condenan esa matanza mientras proveen armas al criminal. Alemania, Italia, Francia, España y Reino Unido secundan a Estados Unidos en ese abastecimiento. En los puertos de esas naciones atracan los barcos que transportan las bombas, mientras los turistas israelíes continúan visitando el Viejo Mundo, como si nada ocurriera en su país. El sostén de las autoridades europeas al genocidio es aún más explícito, cuando prohíben las manifestaciones por Palestina o penalizan el izamiento de su bandera.
Pero el acto de solidaridad con Gaza que más conmovió a toda la región del Mediterráneo fue la flotilla. Cruzó ese mar desafiando a la armada sionista, para entregar provisiones a las víctimas de la masacre. Esa escuadrilla de voluntarios contó con el sostén de los estibadores y muestras de gran simpatía en los puertos. Su recorrido fue un punto de inflexión, al demostrar cómo se puede conmover a la opinión pública con acciones de visible rechazo a la matanza.
La flotilla reunió cincuenta barcos, con tripulaciones de seis continentes y cincuenta países. Puso de relieve que Israel está enemistado con la mitad del mundo e ilustró cómo hasta los gobiernos que lo sostienen, fueron obligados a desplegar su armada para proteger los navíos.
La flotilla transitó por una gran superficie marítima y en algunos casos logró romper el bloqueo. Israel asaltó las goletas violando todas las normas de la “libertad de navegación”, que tanto exaltan los voceros de Occidente. Lo que resulta inadmisible para Yemen en el Mar Rojo es convalidado para los sionistas en el Mediterráneo, con la típica doble vara de la prensa hegemónica (Marcetic, 2025).
Italia acompañó esa expedición con un inédito nivel de solidaridad. La sucesión de marchas por Palestina culminó con una huelga en 80 ciudades italianas y una marcha de un millón de manifestantes en Roma. Los militantes conformaron un movimiento (“Blocchiamo tutto”) que cortó el tránsito en incontables localidades, con una metodología que recuerda a los piqueteros de Argentina.
La marea de simpatizantes con Palestina trascendió todos los diagramas previos y canalizó un sentimiento de rechazo a la economía de guerra, que la OTAN impone a Europa (Info Aut, 2025). La masividad de esa movilización quebrantó incluso la cohesión pro sionista del gobierno de Meloni.
El protagonismo juvenil de esas protestas ilustra la irrupción de una nueva generación de “hijos de Gaza”, que internacionaliza la causa palestina. El trasfondo familiar migrante de muchas familias con vínculos identitarios con el mundo árabe, África o Latinoamérica incide en la atracción que despierta la lucha del Medio Oriente. También influye la herencia de los grandes hitos de la descolonización, en un marco de incipiente empalme político del viejo internacionalismo con el nuevo anticolonialismo (Castrillo, 2025).
LA NUEVA GENERACION EN LAS CALLES
Algunas características de la nueva generación están presentes en la actual solidaridad con Palestina. Confluyen en un movimiento que sintetiza las protestas de los últimos años, protagonizadas por jóvenes con demandas sociales, antirracistas y ambientalistas. Es un segmento golpeado por el desempleo, empujado a la migración, privado de trabajo formal, endeudado para estudiar, sensible al cambio climático y expulsado de la vida institucional corriente (Prashad, 2025)
El actual empalme de esa camada con la causa palestina es un indicio de su politización. Comienzan a proyectar sus luchas a un plano más avanzado de resistencia antiimperialista. El caso de la activista sueca Greta Thunberg retrata ese avance de una batalla en la esfera ambiental, a una confrontación mayor con el poder imperial.
La causa palestina se ha transformado en una bandera de lucha contra la ultraderecha en todo el mundo. Concentra un movimiento de protesta contra el trumpismo, que irrumpe en incontables lugares suscitando gran adhesión. Esa aprobación contrasta con el aislamiento que rodea al fracasado sostén derechista de Ucrania.
La bandera palestina ondea en los sitios más lejanos con personas portando la kufiya. Los símbolos de la Intifada han alcanzado un extraordinario nivel de popularidad y las consignas no se limitan a reclamar que “detengan la guerra”. Exigen que se “detenga el genocidio, el racismo y el apartheid”, expresando un nivel de maduración política superior al anhelo básico de pacificación (Khaled, 2025).
Todo el millonario esfuerzo de Estados Unidos e Israel para silenciar las narrativas de la resistencia y manipular las percepciones globales, inundando de propaganda las redes sociales ha fallado. La guerra algorítmica para escanean sitios, bombardear usuarios, manipular TikTok y alinear Meta con los abultados presupuestos de los influencers, no ha contenido la indignación por Gaza. Con todos los recursos de la guerra digital a su favor, el sionismo no ha podido atenuar la condena al genocidio (Sweidan, 2025).
Las movilizaciones por Palestina han impactado también en las propias comunidades judías. Una nueva generación de ese origen rompe con los códigos de sus mayores y denuncia las atrocidades de Israel. En ninguna de las tragedias anteriores emergió esa actitud de los jóvenes judíos, que ya no aceptan complicidades con la monstruosidad en curso.
Hay una vigorosa impugnación de la narrativa sionista, que todavía repiten las envejecidas élites de las metrópolis, adoctrinadas en la veneración a Israel por culpas de lo ocurrido en el holocausto. Esas obsoletas creencias pierden auditorio, mientras aumenta la sensibilidad ante la tragedia palestina.
Israel puede a lo sumo posponer con victorias militares las consecuencias de este nuevo clima, pero la derrota política y moral que está sufriendo quebrantará tarde o temprano al sionismo. Ese declive obedece también al lugar que ocupa Israel en el entramado mundial del imperialismo. En el próximo texto analizaremos ese entretejido.
11-11-2025
RESUMEN
La fractura entre el sionismo secular y religioso opone a dos generaciones de colonos que desgarra a la sociedad israelí. Ese choque puede derivar en la implosión del Estado. El declive del sionismo es visible en el plano internacional y las acusaciones de antisemitismo pierden credibilidad. Intentan consumar un proyecto colonial fuera de época, en un marco de guerra permanente, que incentiva la deshumanización y fascistización del país. La división de la elite gobernante contrasta con la cohesión del pasado, mientras flaquea el reclutamiento y la inmigración. Una Intifada Global de movilizaciones callejeras empuja al país al mismo status de Paria, que detonó el fin del Apartheid. La nueva generación batalla contra la ultraderecha con la bandera de Palestina.
REFERENCIAS
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-Pappé, Ilan (2024). El ascenso y la próxima caída del lobby israelí, con Ilan Pappé Chris Hedges https://espai-marx.net/?p=16135
-Rees, John (2024). El lobby sionista: mito y realidad https://www.counterfire.org/article/the-zionist-lobby-myth-and-reality/
-Mearsheimer, John; Wal, Stephen (2006) El lobby de Israel https://www.lrb.co.uk/the-paper/v28/n06/john-mearsheimer/the-israel-lobby
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-Goodbar, Pablo (2024). Antisionismo y antisemitismo: una confusión deliberadahttps://www.herramienta.com.ar/antisionismo-y-antisemitismo-una-confusion-deliberada
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[1]Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
Por CLAUDIO KATZ (*) PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Las invasiones al Líbano en la década del 80 marcaron un punto de inflexión en la trayectoria del sionismo. Ese operativo fracasó por el alto número de bajas, la imposibilidad de doblegar a los resistentes y el impacto generado por la masacre de civiles. Los antecesores de Netanyahu (Begin y Sharon) quedaron descolocados, perdieron el gobierno y no pudieron lidiar con el movimiento callejero de oposición (Paz Ahora).
Es cierto que sus ahijados derechistas recuperaron posteriormente el manejo del Estado, para inaugurar el ciclo político que perdura hasta la actualidad. Pero ese retorno -asentado en el desplome del laborismo, la pulverización de los acuerdos de Oslo y el ocaso de la farsa de los Dos Estados- dejó una fractura irremontable entre el sionismo secular y religioso, que desgarra a la sociedad israelí. El choque entre los viejos y los nuevos colonos opone a dos generaciones contrapuestas y enemistadas de ocupantes.
CORROSIÓN INTERNA
La derecha confesional y su contraparte laica laborista comparten el proyecto de confiscar a los palestinos, desde tradiciones y prácticas opuestas. La primera vertiente fundamenta su salvajismo en las sagradas escrituras y en la misión apocalíptica de forjar el Gran Israel sobre una montaña de cadáveres. La segunda enmascara el proyecto colonial con mensajes de modernización, que le permitieron insertar a Israel en el universo de Occidente. Pero el sionismo hipócrita que forjaron durante décadas está corroído por sus brutales adversarios.
La propia población de emigrantes -que fluye de judíos asentados en numerosos países- tiende a amoldarse actualmente a un perfil muy distinto a las generaciones precedentes. Los que llegan para instalarse en los asentamientos fronterizos, desembarcan con la decisión guerrera de aplastar sin ninguna piedad a los palestinos. Con fanatismo fundamentalista alegan justificaciones místicas para actos de barbarie.
Por su estrecha ligazón con la ultraderecha estadounidense, esos contingentes asumen con gran naturalidad el uso de las armas y apuntalan una base de colonos dependiente del financiamiento norteamericano. Por esa conexión operan como un brazo explícito del sistema imperial.
No conforman la tradicional masa de asentados en tensión con las metrópolis, que signó la historia del colonialismo. Al contrario, están más entrelazados con sus proveedores del centro, que con sus conciudadanos israelíes de otro origen. Su dependencia financiera del aportante norteamericano, se verifica en el descomunal salto de los fondos que Tel Aviv recibe de Washington. Lejos de reproducir el conflicto de las 13 colonias americanas con Inglaterra, comandan un choque con sus pares sionistas dentro del territorio israelí.
Esa confrontación repite el tipo de choques que siempre generó la ultraderecha, a la hora de disputar el control del Estado, para defender los privilegios de los colonos. Fue el desgarro que introdujeron en la sociedad francesa, los militares opuestos a la independencia de Argelia en los años 60. Compartían las mismas pretensiones de represión interna, manipulación del poder judicial y gobierno autoritario, que actualmente exhibe Netanyahu. El desemboque de esas tensiones en un conflicto armado interno es la gran pesadilla de algunos medios de comunicación de Israel, como Haaretz.
La virulencia del grupo teocrático que maneja el gobierno y aspira controlar el poder, puede desencadenar el ocaso el proyecto colonizador, si precipita la emigración de los enormes segmentos occidentalizados de esa sociedad.
La élite económica y académica de ese sector ya exhibe síntomas de esa defección. Los pensadores que resaltan el carácter corrosivo de esa crisis presagian que, en su formato actual de Estado judío, Israel no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir en el largo plazo (Pappé, 2024, 2025a).
LAS FALACIAS DEL ANTISEMITISMO
El declive del sionismo es muy visible en el plano internacional. Esa regresión se acentúa con la absurda exaltación de Israel como la “única democracia” en Medio Oriente, cuando desconoce los derechos de los palestinos y ataca sistemáticamente a sus vecinos. El mito de ¨acciones defensivas¨ de un aparato militar en incansable agresión, ya perdió sus últimos vestigios de credibilidad (Rees, 2024).
El dato más contundente de ese giro es la hostilidad que muestra la nueva generación de judíos en Occidente hacia el proyecto colonial. Muchos participan activamente en las marchas de solidaridad con Palestina y conforman incluso agrupaciones explícitamente antisionistas. Ese viraje es muy llamativo en Estados Unidos, entre sectores que asumen un rechazo a los crímenes de Israel, en la tradición de las movilizaciones contra la guerra de Vietnam y el movimiento anti racista por los Derechos Civiles.
Los sionistas de la primera potencia juegan todas sus cartas contra ese despertar juvenil, pero están afrontando mayores escollos que en el pasado. Les resulta muy difícil ocultar o justificar el genocidio en Gaza y la efectividad de sus presiones decrece día a día (Mearsheimer; Wal, 2006)
Continúan disparando acusaciones de antisemitismo en todas las direcciones, pero el pilar de esa imputación flaquea porque se asienta en la errónea identificación del judaísmo, el estado de Israel y el sionismo. Suelen confundir tres conceptos muy distintos. El judaísmo es una religión, cultura o tradición de un pueblo diseminado por muchos países. Israel conforma, en cambio, una nación surgida de la partición del territorio originalmente habitado por los palestinos.
A su vez, el sionismo es una ideología colonialista que justifica esa expropiación, con extravagantes teorías de exclusiva pertenencia de esa zona a los inmigrantes judíos. El antisionismo critica esa retrógrada concepción, sin adoptar actitudes antijudías o antiisraelíes. Se ubica, por lo tanto, en las antípodas del antisemitismo (Katz, 2006, 2021).
Esa acusación se ha convertido actualmente en un burdo estandarte sin contenido, para diabolizar opositores. Su origen se remonta a la judeofobia, que en la Europa medieval era utilizada para hostilizar una comunidad, con el absurdo pretexto de su responsabilidad en la muerte de Jesús. Propiciaba el mismo tipo de arabofobia que actualmente alienta la ultraderecha contra las minorías islámicas.
El antisemitismo fue un atropello posterior que emergió con el ascenso del nacionalismo reaccionario, contraponiendo una raza superior (arios, blancos, germanos, anglosajones) con otras etnias, descalificadas por su incapacidad para forjar un Estado propio (Goodbar, 2024).
La persecución contra los judíos -que combinaba la vieja raíz religiosa con la ideología derechista- perdió gravitación desde la segunda mitad del siglo XX. Es recreada en forma artificial por el sionismo, para justificar la práctica colonial contra los palestinos, que paradójicamente conforman el segmento más semita del Medio Oriente. Ellos son las verdaderas víctimas del antisemitismo, que los colonos agreden difundiendo teorías afines al viejo nacionalismo reaccionario. Recurren a las mismas concepciones que en el pasado se utilizaban contra los judíos.
El declive del sionismo obedece, en gran medida, a su destiempo histórico. Es un experimento genocida que intenta consumar un proyecto fuera de época. Encarna una variedad de colonialismo tardío, socavado por propiciar una limpieza étnica, en un período de creciente indignación con ese exterminio. Israel resucita los mitos coloniales, cuando ha despuntado una gran simpatía por los derechos de los pueblos originarios.
El sionismo surgió en el cenit del colonialismo, pero se materializó durante la descolonización de África y Asia. Arrastra una gran inviabilidad histórica, para repetir los procesos que diezmaban a la población de las regiones conquistadas. Las formas de esclavización y aniquilación que eran corrientes en el siglo XVII, XVIII o XIX, ya no son tan factibles en la centuria en curso. Israel logró construir un país y una nación propia, pero no pudo anular (ni absorber) a las víctimas de su proyecto. Ese divorcio histórico erosiona estructuralmente al sionismo.
A diferencia de lo ocurrido con sus antecesores de Norteamérica (o Australia), confronta con la resistencia de un pueblo expropiado, al que no logra doblegar (Piterberg, 2010). No consigue la ansiada expulsión definitiva de los palestinos y tampoco se resigna a su presencia. Esa irresolución está exacerbada por la estrechez territorial y la densidad demográfica del ámbito en que se desenvuelve su proyecto. Un territorio muy pequeño es demandado como propio por 7 millones de habitantes de cada lado.
Pero en la sombría coyuntura actual de ascenso de la ultraderecha emerge el temor, que una sangrienta limpieza del pueblo palestino pueda consumarse en el mismo escenario bélico, que generó los monumentales desplazamientos de población en Siria o Irak (Mazza, 2024).
Ese peligro efectivamente existe, pero los genocidios masivos solo se consumaron históricamente en contextos bélicos generales. Fue lo que ocurrió con los armenios en la Primera Guerra Mundial y con los judíos en la Segunda contienda. El exterminio que auspicia la derecha israelí requiere esa escala de conflagraciones. Pero el declive del propio sionismo socava esa atroz eventualidad.
FASCISTIZACIÓN DE ISRAEL
La política de guerra permanente que Israel promueve se asienta en un proceso de fascistización interna. Ese rumbo despuntó con fuerza a partir de asesinato Rabin en 1995 y ha escalado en múltiples planos.
La principal expresión de ese curso es el protagonismo de la ultraderecha, que hace valer sus votos para condicionar con demandas extremas a todos los gobiernos que integra. En las negociaciones para participar de esas coaliciones, exige cuotas de violencia cada vez más brutales contra la población palestina (Khalidi, 2024: cap 5).
Netanyahu ha tomado en sus manos la agenda de las formaciones reaccionarias, imponiendo al país un estado de movilización bélica constante, con inverosímiles pretextos de "peligro existencial a la supervivencia de Israel". Utiliza ese desgastado argumento para perpetuarse en el gobierno y sortear las pesadas causas de corrupción, que amenazan expulsarlo de la función pública. Frente a las masivas protestas callejeras que exigen su dimisión, Netanyahu despliega una política de guerra infinita y retoma una y otra vez el genocidio en Gaza, para salvar su pellejo a cualquier precio.
Esa estrategia lo obliga recostarse en los partidos religiosos y en un movimiento de los colonos, que eleva el precio de su auxilio con demandas de mayor genocidio. Las dos figuras más descaradamente fascistas de esas formaciones (Smotrich y Ben Gvir) convocan sin ningún filtro a la masacre. Con ese lenguaje han impuesto la penalización de la bandera palestina, la portación irrestricta de armas para los israelíes y la generalización de un repugnante clima de supremacía judía (Pappe, 2023).
Basta observar los discursos de esos personajes para mensurar su evidente parentesco con el nazismo. “Nuestro objetivo común es borrar la Franja de Gaza de la faz de la tierra” (Nissim Vaturi). “Hemos ordenado un asedio total. Ni electricidad, ni alimentos, ni agua, ni gasolina. Todo está cortado. Nos enfrentamos a bestias humanas, así que actuamos en consecuencia” (Yoav Gallant). “Gaza será totalmente destruida…asedien y déjenlos morir de hambre” (Bezalel Smotrich). Pocas veces extremismo del lenguaje reflejó con tanta precisión el extremismo de la acción. La congruencia entre la retórica y la práctica es total (Breville, 2025).
Esas brutales convocatorias han potenciado, además, el maltrato de los árabes-israelíes y la expulsión de los pobladores de Cisjordania. Pretenden apuntalar la ingeniería demográfica requerida para forjar el Gran Israel, a partir de la ley Básica del Estado-Nación Judío. Esa norma institucionalizó el derecho exclusivo a la tierra y a la nacionalidad para los pertenecientes a ese sector. El mismo estatuto dio vía libre a los grupos armados de los asentamientos, para multiplicar sus pogroms contra los palestinos.
Un incontable cúmulo de atrocidades ha sido naturalizado por importantes sectores de la sociedad israelí. Justifican esa conducta argumentando que ¨el mundo es antisemita, nos odia y siempre objetará nuestras acciones¨. Con esa disparatada afirmación eximen a todos los artífices, responsables y cómplices de los crímenes en curso.
Solo la deshumanización de una significativa porción de la sociedad (y la consiguiente indiferencia frente al sufrimiento ajeno), explica la parcial aceptación israelí de la actual limpieza étnica. La militarización de los jóvenes en una conscripción prolongada, junto a su masiva condición de reservistas, explica la pasividad y sumisión al verticalismo que impera en un país, cuya organización política y social gira en torno al ejército (Hever, 2025). Por esa razón, en varios momentos de asesinato masivo de palestinos del último bienio, las encuestas indicaron una aprobación mayoritaria de esas matanzas (Pappe, 2025).
Esta conducta sintoniza con el gran cambio que ha registrado Israel, a medida que el sionismo religioso se afianza en desmedro de su par liberal. Ese viraje apuntala la mutación hacia un Estado judío semejante a las teocracias islámicas (Katz, 2023). La tradición laborista pierde influencia en las crisis de las coaliciones gubernamentales, que erosionan al viejo establishment sionista (Ghanem, 2023)
Los dramáticos escritos de los últimos exponentes de esa formación, ilustran la frustración política y moral de la extinguida elite occidentalizada que formó el Estado de Israel (Levy, 2024). Sus viejas expresiones de sionismo liberal progresista (Laborismo y Meretz) han quedado muy reducidas y no despiertan ninguna atracción en el electorado El declive interno de ese sector sintoniza con el retroceso de sus aliados liberales y socialdemócratas en Estados Unidos y Europa.
En Norteamérica, Netanyahu ha establecido una estrecha alianza con los neoconservadores y una relación de mutua complicidad con los globalistas y el trumpismo. En el Viejo Continente, la misma convergencia con la extrema derecha europea se ha consumado condonando el antisemitismo y el negacionismo de esos sectores frente al holocausto.
Una agenda islamófoba compartida ha sido suficiente para echar un manto de olvido sobre los responsables de la gran tragedia del siglo pasado. A las “Conferencias Internacionales de Lucha contra el Antisemitismo” que se realizan en Jerusalén, concurre la crema de las organizaciones manchadas por esa tradición. Le Pen, Zemmour, Farage y todos los herederos de juedofobia son recibidos con gran calidez y cinismo por Netanyahu.
RUPTURA DE LA COHESIÓN SIONISTA
El trasfondo de esas disidencias es la ausencia de una brújula en el comando del Estado. Netanyahu no expone cuál es su proyecto realista de largo plazo. Está embarcado en la continuidad y multiplicación de guerras que le otorgan impunidad para seguir gobernando, pero con una meta de gestión sumamente confusa.
Su mero expansionismo contrasta con las políticas coloniales más acotadas y definidas que auspiciaban sus antecesores. Subir la apuesta con asesinatos de dirigentes y bombardeos de la población civil le permite evitar las elecciones y los tribunales, pero empujan al país a una degradación política sin fin.
Como Israel carece de Constitución escrita, la Corte Suprema opera como una fuerza equilibradora. Netanyahu pretende socavar esa instancia, para concentrar el poder en sus manos, purgando la disidencia e instalando a sus agentes en todos los estamentos del Estado. Al no lograr esa reestructuración con manipulaciones políticas, utiliza la guerra para imponer el mismo objetivo (Inlakesh, 2025).
Pero enfrenta una llamativa oposición dentro de las propias filas del ejército. Nunca la jefatura de las Fuerzas de Defensa (FDI) y de los servicios secretos se pronunció -con tanta contundencia y en forma tan pública- contra una política del gobierno. La marea de cuestionamientos a Netanyahu no ha decrecido con la intensificación de la escalada bélica. Más de 500 figuras del establishment político israelí, le solicitaron recientemente a Trump que contenga el descontrol militarista de su ahijado.
Ese rechazo en las altas esferas está alimentado por la creciente oposición de la intelectualidad a la masacre de Gaza. El reconocido escritor David Grossman ya utilizó el impactante calificativo de genocidio para describir la embestida en Gaza.
Un bloque opositor cuestiona en las calles esa carnicería, con protestas que reunieron multitudes e incluyeron convocatorias a un paro general de la central obrera. La principal bandera de esas marchas ha sido la negociación con Hamas para liberar a rehenes con vida, pero bajo esa demanda subyace un malestar con el agobio bélico.
La oposición todavía no retoma la nítida demanda de “Paz Ahora”, que formuló el movimiento antecesor de las protestas actuales. Pero esa perspectiva está igualmente abierta por la disconformidad que se verifica en la sociedad israelí. Desde el comienzo de la incursión en Gaza más de 100.000 personas emigraron y ese flujo es un dato central, en un entramado colonial estructurado en torno a la recepción de inmigrantes. La inseguridad en la frontera norte y los agujeros de la cúpula de hierro frente a los misiles han creado una novedosa sensación de vulnerabilidad.
Otro síntoma de oposición al belicismo es la desmoralización de las tropas y el incremento de los suicidios entre los soldados. La resistencia de los jóvenes al reclutamiento se verifica en el alto número de reservistas, que suscribieron cartas rechazando concurrir el alistamiento.
Esa oposición es muy importante en una estructura militar, que carece de la cantidad de efectivos requerida para combatir en tantos frentes. El servicio militar prolongado alimenta la informatizada y rentable economía bélica, pero opera también como una agobiante carga, para la única población occidentalizada que mantiene el viejo patrón del reclutamiento masivo.
Las bajas puntuales, pero constantes que sufren las tropas sionistas agravan ese problema e introducen tensiones en un aparato productivo, con pilares insuficientes para sostener el descomunal gasto de la movilización bélica.
IMPUGNACIÓN DEL APARTHEID SIONISTA
Israel afronta por primera vez un descrédito internacional, que tiende a empujarlo al status de Estado Paria. Ese desprestigio ha dado lugar a órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional contra Netanyahu y sus secuaces. Por primera vez, esa imputación de crímenes de guerra afecta a un gobernante de la crema occidental.
La impugnación de Israel es compartida por importantes figuras del establishment norteamericano, que emiten durísimas calificaciones contra Netanyahu. Están alarmados por su delirio militarista.
Un consejero de alto nivel de la elite política estadounidense expresa esos cuestionamientos, con un lenguaje impensado en los pasillos de Washington. Afirma que Israel está cometiendo en Gaza un crimen contra la humanidad, al convertir esa localidad en una fábrica de asesinatos. Señala que ese país se ha transformado en una calamidad moral, que afecta duramente la política exterior norteamericana (Mearsheimer, 2023a, 2023b). Los sondeos de opinión coinciden en registrar que el descrédito de Israel se ha extendido a la propia base republicana que sostiene a Trump.
El mismo tono es utilizado por otros pensadores en Europa para denunciar el crimen de Gaza. Lo más irritante para el sionismo es la frecuente comparación con la Alemania nazi, por la similitud de castigos colectivos y matanzas de civiles.
Las imágenes de niños desnutridos, amputados y desamparados recorren el mundo y han quedado incorporadas a la memoria colectiva. Por esas barbaridades Israel cargará por mucho tiempo con un señalamiento internacional. Ya se ha generalizado el término genocidio y los responsables de ese delito han quedado marcados para siempre (Sivinian, 2024).
La comparación con el Apartheid de Sudáfrica es otra mancha, que por primera vez Israel afronta en forma significativa. La batalla contra esa infame estructura de opresión racial fue una gran bandera de la generación de los 70-80, que ahora es retomada por los hijos y nietos de esa batalla.
Entre ambos hitos de lucha contra el racismo se expandió la denuncia del colonialismo y la reconsideración internacional de los derechos de los pueblos indígenas. Aunque la actual coyuntura de avance ultraderechista le permita a Israel subir la apuesta de sus agresiones, afronta un escenario estructural adverso para sus maltratos.
Es cierto que la batalla contra el colonialismo israelí presenta aristas más complejas y traumáticas que el antecedente sudafricano, por el protagonismo del país en el sistema imperial que comanda Estados Unidos. Está en juego el manejo del petróleo, el control de Medio Oriente y una disputa geopolítica con Rusia y China de mayor alcance, que el prevaleciente a fin del siglo pasado en África austral (Hanieh, 2024). Pero la dinámica de deterioro interno y rechazo internacional que afrontó el Apartheid se repite actualmente con el colonialismo israelí.
Las sanciones y exclusiones que asfixiaron al racismo sudafricano son un modelo para el movimiento actual de boicot al sionismo, porque con esas puniciones se socavó la tiranía de la minoría blanca. Tuvieron un impresionante alcance en distintos planos (transporte aéreo, importaciones, insumos, créditos, consumos) y provocaron el agotamiento del aislado régimen del Apartheid.
En las condiciones actuales, el mismo boicot implicaría golpear a Israel con el tipo de represalias, que Trump ensaya contra los competidores de la economía norteamericana. Pero en lugar de una mera guerra comercial entre rivales económicos comerciales, expresaría la indignación mundial contra un régimen político criminal.
Ese rechazo por abajo es impulsado por el movimiento de Boicot, Desinversiones y Sanciones contra el ocupante sionista (BDS). Ya impacta en muchas áreas del deporte, con exigencias de expulsión de la delegación israelí del ciclismo y del mundial de Futbol. Esas demandas acompañan los cánticos y las banderas a favor de Palestina en los certámenes de numerosos países (Cañas Bonci, 2025).
La misma reacción se verifica en los festivales de cines y en el enorme número de afamados actores y directores, que exigen sanciones contra Israel. Esas expresiones son muy significativas, porque Hollywood fue tradicionalmente un bastión de legitimación internacional del sionismo (Frazer-Carroll, 2025).
LOS HIJOS DE GAZA EN EL MUNDO
La movilización mundial por Gaza ya presenta un alcance mayúsculo. En varios picos del actual repudio se insinuó un clima de Intifada Global por el número de concurrentes a las marchas. Por esa dimensión, hay muchos síntomas de semejanza con la oleada de protestas, que suscitó la invasión norteamericana a Irak a principio del milenio.
No solo Londres, Berlín, Madrid o Paris han sido testigo de manifestaciones multitudinarias. Las principales ciudades de Sudáfrica, Corea del Sur o Turquía han quedado convulsionadas por esas movilizaciones.
Nueva York continúa impactada por la polarización que suscita lo ocurrido en Gaza. En ese bastión del lobby sionista arrecian las críticas y en las universidades crece la demanda de cortar los vínculos académicos con Israel. La criminalización de las protestas y la detención de sus líderes por parte de Trump acentúa la confrontación.
Europa es un epicentro de marchas contra el genocidio de Gaza por el rechazo a la hipocresía de gobiernos, que condenan esa matanza mientras proveen armas al criminal. Alemania, Italia, Francia, España y Reino Unido secundan a Estados Unidos en ese abastecimiento. En los puertos de esas naciones atracan los barcos que transportan las bombas, mientras los turistas israelíes continúan visitando el Viejo Mundo, como si nada ocurriera en su país. El sostén de las autoridades europeas al genocidio es aún más explícito, cuando prohíben las manifestaciones por Palestina o penalizan el izamiento de su bandera.
Pero el acto de solidaridad con Gaza que más conmovió a toda la región del Mediterráneo fue la flotilla. Cruzó ese mar desafiando a la armada sionista, para entregar provisiones a las víctimas de la masacre. Esa escuadrilla de voluntarios contó con el sostén de los estibadores y muestras de gran simpatía en los puertos. Su recorrido fue un punto de inflexión, al demostrar cómo se puede conmover a la opinión pública con acciones de visible rechazo a la matanza.
La flotilla reunió cincuenta barcos, con tripulaciones de seis continentes y cincuenta países. Puso de relieve que Israel está enemistado con la mitad del mundo e ilustró cómo hasta los gobiernos que lo sostienen, fueron obligados a desplegar su armada para proteger los navíos.
La flotilla transitó por una gran superficie marítima y en algunos casos logró romper el bloqueo. Israel asaltó las goletas violando todas las normas de la “libertad de navegación”, que tanto exaltan los voceros de Occidente. Lo que resulta inadmisible para Yemen en el Mar Rojo es convalidado para los sionistas en el Mediterráneo, con la típica doble vara de la prensa hegemónica (Marcetic, 2025).
Italia acompañó esa expedición con un inédito nivel de solidaridad. La sucesión de marchas por Palestina culminó con una huelga en 80 ciudades italianas y una marcha de un millón de manifestantes en Roma. Los militantes conformaron un movimiento (“Blocchiamo tutto”) que cortó el tránsito en incontables localidades, con una metodología que recuerda a los piqueteros de Argentina.
La marea de simpatizantes con Palestina trascendió todos los diagramas previos y canalizó un sentimiento de rechazo a la economía de guerra, que la OTAN impone a Europa (Info Aut, 2025). La masividad de esa movilización quebrantó incluso la cohesión pro sionista del gobierno de Meloni.
El protagonismo juvenil de esas protestas ilustra la irrupción de una nueva generación de “hijos de Gaza”, que internacionaliza la causa palestina. El trasfondo familiar migrante de muchas familias con vínculos identitarios con el mundo árabe, África o Latinoamérica incide en la atracción que despierta la lucha del Medio Oriente. También influye la herencia de los grandes hitos de la descolonización, en un marco de incipiente empalme político del viejo internacionalismo con el nuevo anticolonialismo (Castrillo, 2025).
LA NUEVA GENERACION EN LAS CALLES
Algunas características de la nueva generación están presentes en la actual solidaridad con Palestina. Confluyen en un movimiento que sintetiza las protestas de los últimos años, protagonizadas por jóvenes con demandas sociales, antirracistas y ambientalistas. Es un segmento golpeado por el desempleo, empujado a la migración, privado de trabajo formal, endeudado para estudiar, sensible al cambio climático y expulsado de la vida institucional corriente (Prashad, 2025)
El actual empalme de esa camada con la causa palestina es un indicio de su politización. Comienzan a proyectar sus luchas a un plano más avanzado de resistencia antiimperialista. El caso de la activista sueca Greta Thunberg retrata ese avance de una batalla en la esfera ambiental, a una confrontación mayor con el poder imperial.
La causa palestina se ha transformado en una bandera de lucha contra la ultraderecha en todo el mundo. Concentra un movimiento de protesta contra el trumpismo, que irrumpe en incontables lugares suscitando gran adhesión. Esa aprobación contrasta con el aislamiento que rodea al fracasado sostén derechista de Ucrania.
La bandera palestina ondea en los sitios más lejanos con personas portando la kufiya. Los símbolos de la Intifada han alcanzado un extraordinario nivel de popularidad y las consignas no se limitan a reclamar que “detengan la guerra”. Exigen que se “detenga el genocidio, el racismo y el apartheid”, expresando un nivel de maduración política superior al anhelo básico de pacificación (Khaled, 2025).
Todo el millonario esfuerzo de Estados Unidos e Israel para silenciar las narrativas de la resistencia y manipular las percepciones globales, inundando de propaganda las redes sociales ha fallado. La guerra algorítmica para escanean sitios, bombardear usuarios, manipular TikTok y alinear Meta con los abultados presupuestos de los influencers, no ha contenido la indignación por Gaza. Con todos los recursos de la guerra digital a su favor, el sionismo no ha podido atenuar la condena al genocidio (Sweidan, 2025).
Las movilizaciones por Palestina han impactado también en las propias comunidades judías. Una nueva generación de ese origen rompe con los códigos de sus mayores y denuncia las atrocidades de Israel. En ninguna de las tragedias anteriores emergió esa actitud de los jóvenes judíos, que ya no aceptan complicidades con la monstruosidad en curso.
Hay una vigorosa impugnación de la narrativa sionista, que todavía repiten las envejecidas élites de las metrópolis, adoctrinadas en la veneración a Israel por culpas de lo ocurrido en el holocausto. Esas obsoletas creencias pierden auditorio, mientras aumenta la sensibilidad ante la tragedia palestina.
Israel puede a lo sumo posponer con victorias militares las consecuencias de este nuevo clima, pero la derrota política y moral que está sufriendo quebrantará tarde o temprano al sionismo. Ese declive obedece también al lugar que ocupa Israel en el entramado mundial del imperialismo. En el próximo texto analizaremos ese entretejido.
11-11-2025
RESUMEN
La fractura entre el sionismo secular y religioso opone a dos generaciones de colonos que desgarra a la sociedad israelí. Ese choque puede derivar en la implosión del Estado. El declive del sionismo es visible en el plano internacional y las acusaciones de antisemitismo pierden credibilidad. Intentan consumar un proyecto colonial fuera de época, en un marco de guerra permanente, que incentiva la deshumanización y fascistización del país. La división de la elite gobernante contrasta con la cohesión del pasado, mientras flaquea el reclutamiento y la inmigración. Una Intifada Global de movilizaciones callejeras empuja al país al mismo status de Paria, que detonó el fin del Apartheid. La nueva generación batalla contra la ultraderecha con la bandera de Palestina.
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[1]Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

































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