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Jueves, 09 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

¿POR QUÉ EXISTE LA ESPAÑA VACIADA?: EL MODELO ECONÓMICO QUE ANIQUILÓ AL MUNDO RURAL

La "revuelta rural" se manifestó por las calles de Madrid

El campo español se despuebla, pero no por azar ni por desinterés. Lo hace como consecuencia directa de un modelo económico que condenó al medio rural al abandono, en favor de un país orientado al turismo de masada y a los intereses del capital europeo. Este artículo esboza las causas históricas, políticas y estructurales que explican por qué existe la "España vaciada" y qué se necesitaría para revertir este proceso de desposesión planificada.

Por EUGENIO FERNÁNDEZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

    Con un escasísimo eco mediático, el pasado 5 de octubre las calles de Madrid fueron escenario de una imprescindible protesta contra la injusticia estructural que ha convertido el mundo rural en un territorio condenado a desaparecer lentamente.  

 

   Bajo el lema “Salvemos el mundo rural”, más de 1.500 personas, provenientes de diversos pueblos de toda España, denunciaron lo que identifican como una  "sentencia de muerte" dictada desde hace décadas contra lo que, en los últimos años, se ha venido a denominar "la España vaciada". Con pancartas, cánticos y la lectura de un manifiesto, los manifestantes recordaron que lo que está en juego no es solo la pervivencia de sus pueblos, sino la posibilidad de conquistar un modelo de sociedad más justo y equitativo.

 

EL GRITO DEL CAMPO: NO SOMOS EL PATIO TRASERO

 

   La marcha del pasado domingo, convocada por más de 400 plataformas y colectivos como la España Vaciada, Teruel Existe o Soria Ya, expresó un grito de rabia y dignidad contra la progresiva desaparición de una parte fundamental del país. De su historia, su cultura y sus gentes. 

 

  Los participantes denunciaron el vaciado de servicios públicos esenciales, la agresión ecológica de los macroproyectos extractivistas y la ausencia de un modelo territorial que apueste de forma real por el mundo rural.

 

  Las pancartas hablaban por sí solas: “¡Que pongan los molinos en la Puerta del Sol!” o “El campo es mucho más que un resort en vacaciones”, reflejaban no solo el descontento, sino la conciencia de estar siendo sacrificados en nombre de una lógica de acumulación ajena a las comunidades locales.

 

   En el manifiesto leído al final de la marcha, el escritor Javier Sierra recogió este sentir común. Representantes de regiones como Jaén, Zamora o Salamanca denunciaron la proliferación de proyectos como la megaplanta solar de Lopera, la mina de litio en Cáceres o las plantas de biogás en Machacón.  "Proyectos -explicaron- que no solo no traen empleo ni desarrollo, sino que expulsan población, contaminan el entorno y expropian el futuro".

 

     Ernesto Romeo, de Teruel Existe, resumió el sentir colectivo al afirmar:

 

   “La gente en las ciudades necesita el medio rural: come del medio rural, respira el oxígeno que se produce en el medio rural”.

 

   Otro vecino manifestó con crudeza que  “a nuestros pueblos solo llegan los desechos. Traen toda la basura que no quieren en las ciudades”.

 

   Sus testimonios  evidencian que la España rural no solo ha sido abandonada, sino convertida en zona de sacrificio para los intereses del capital.

 

 

EL VACÍO RURAL TIENE NOMBRES Y FECHAS

 

   Pero, para entender el fondo de esta movilización resulta necesario ir más allá de la superficie. Lo que se vive en el mundo rural no es un fenómeno espontáneo, ni resultado de una dinámica “natural” de atracción de las ciudades. Es la consecuencia directa del modelo económico capitalista español, basado en el turismo de masas y el fomento especulativo del "ladrillo". 

 

   El fenómeno de la despoblación rural no es nuevo, pero ha adquirido una dimensión dramática. Más del 63 % de los municipios españoles ha perdido población en los últimos años, y casi la mitad tiene densidades inferiores a 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado. Estos datos no reflejan simplemente una tendencia demográfica, sino un resultado planificado por décadas de políticas orientadas hacia la concentración urbana y la desactivación del mundo rural.

 

   Este proceso comenzó con el éxodo rural de los años 50 y se acentuó con el modelo de desarrollo franquista y la posterior "modernización democrática", ambas enfocadas en la industria urbana y el turismo de masas. Pero el golpe definitivo llegó con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea en 1986. En el marco de la división internacional capitalista del trabajo, a España se le asignó el rol de ser un "país de servicios".

 

 El precio a pagar fue el desmantelamiento de buena parte de su industria, el abandono de la agricultura tradicional y la desaparición de muchas explotaciones ganaderas. Lo que se impuso no fue una modernización inclusiva del campo, sino una subordinación de sus recursos al mercado internacional y al capital financiero en el marco de un proyecto, el de la actual Unión Europea, construido a la medida de los intereses de las burguesías más poderosas del continente.   

 

  Como consecuencia del rol asignado a España, la economía del interior del país quedó paralizada, mientras el litoral se convertió en el motor del ladrillo y del turismo. De esta forma se firmaba una sentencia de muerte que, aunque lenta, se presenta como inevitable si no se cuestiona, radicalmente, este modelo económico.

 

CAPITALISMO Y RURALIDAD: UN MATRIMONIO IMPOSIBLE

 

   Este proceso responde, en definitiva, a una lógica estructural del capital: concentrar riqueza y población donde la tasa de ganancia es mayor, y abandonar o reconvertir aquellos territorios que no rinden económicamente bajo sus parámetros. La llamada "España vaciada" es, por tanto, la expresión espacial de la desigualdad inherente a este sistema. 

 

    Luis del Romero, geógrafo e investigador del Departamento de Geografía de la Universidad de Barcelona, especializado en estudios sobre despoblación, lo expresa con claridad:  “El capitalismo y el medio rural son incompatibles”.  

 

    En su libro Despoblación y abandono de la España rural. El imposible vencido, Del Romero reconstruye las causas estructurales de la crisis rural en España, analizando cómo la transformación de la agricultura, la competencia internacional, el éxodo urbano y las dinámicas de mercado han ido despojando de viabilidad económica y social a muchos territorios rurales. 

 

   Del Romero analiza cómo esa pérdida de funciones económicas, sociales y comunitarias del mundo rural está integrada con los mecanismos del capitalismo territorial —es decir, con la estructura de acumulación del capital que tiende a concentrarse allí donde genera más rentabilidad—.

 

  Javier Rico, periodista defensor del mundo rural, lo explica también con claridad. 

 

   “Al rural se le ha vendido un modelo intensivo capitalista que no le sirve de nada”, una denuncia fundada en su recorrido por el territorio y su constatación de que muchas soluciones propuestas no se conectan con los actores locales.

 

  Rico  critica, asimismo, como muchas “herramientas de supuesto desarrollo” —especialmente aquellas exportadas desde la urbe, como ciertos modelos de turismo rural— operan como apariencias de progreso más que como reformas reales del modelo. 
 

 

EL CAMPO QUE RESISTE Y EL PAÍS QUE PODRÍA SER

 

   Pero frente a esta ofensiva, el mundo rural no solo protesta: también propone. En muchos territorios están surgiendo iniciativas de soberanía alimentaria, cooperativas agroecológicas, experiencias de repoblación, modelos de autogestión energética. El problema es que estas alternativas conviven con una estructura institucional y económica que las margina o directamente impide que se desarrollen. No bastan ayudas puntuales, ni políticas de parcheo. Salvar la "España vaciada" exigiría imponer un cambio profundo del modelo productivo.

  

   Un cambio que pasaría por reorientar la política agraria, priorizando el apoyo a pequeños productores, la agroecología, la propiedad comunal y el arraigo poblacional. Requería la nacionalización de sectores estratégicos como el agua, la energía o el suelo agrícola y una redistribución territorial real del capital, mediante inversiones decididas en infraestructuras, servicios públicos y empleo de calidad en el medio rural.

 

   Pero todo ello exigiría también, obviamente, el desarrollo de una democracia real, que las comunidades pudieran decidir qué se hace en su tierra y  pudieran vetar lo que las destruye. Un tipo de soberanía que se encontrará siempre de frente con el proyecto neoliberal de la Unión Europea, de los partidos institucionales y de los sectores económicos privilegiados a los que representan, pero por la que resulta imprescindible continuar luchando.  Y es que la "España vaciada" no es un error del sistema, sino una más de las terribles consecuencias que nos depara. 

 

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