ELECCIONES EN CHILE: ENTRE LA "PROGRESÍA" NEOLIBERAL Y EL PINOCHETISMO SIN CARETA
¿Qué explica que la extrema derecha crezca tras cada gobierno "progresista"? ¿Hasta cuándo se podrá sostener un sistema sin alternativas reales?
La primera vuelta de las elecciones presidenciales en Chile confirmó lo que muchos temían: el debate electoral se limita a quién administrará el modelo neoliberal. Con una socialdemocracia desgastada y una ultraderecha en ascenso, el pueblo chileno queda atrapado entre dos proyectos que, en el fondo, no pretenden cambiar nada.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
La escena política chilena ha entrado nuevamente en ebullición. El pasado domingo, 16 de noviembre, se celebraron las elecciones presidenciales más formalmente polarizadas del último ciclo, arrojando un resultado que, lejos de ofrecer una alternativa real de transformación, no ha hecho más que confirmar el callejón sin salida en el que se encuentra el conjunto de la institucionalidad chilena.
Con más del 70% de los votos distribuidos entre la socialdemocracia neoliberal y la ultraderecha pinochetista, lo que está en juego no es un cambio de rumbo, sino qué rostro gestionará la continuidad del modelo.
A pocos días de conocerse los resultados de la primera vuelta, Chile se asoma a un balotaje que oscilará entre la tibia progresia de Jeannette Jara y el ultraderechista José Antonio Kast. Pero lo que se está disputando aquí no es una “batalla de ideas”, sino quién es el que gestionará la administración de un sistema profundamente desigual.
ANTECEDENTES: EL LEGADO DE BORIC Y LA DESMOVILIZACIÓN SOCIAL
Para entender el momento actual, hay que retroceder unos años atrás. La elección de Gabriel Boric en 2021 fue presentada como un "triunfo generacional y democrático".
Ex líder estudiantil, defensor de los derechos humanos, Boric prometía un “cambio estructural” desde dentro del sistema.
“Lo que está en juego en estas elecciones no es el futuro del país, sino la forma en que se sostendrá el mismo modelo.”
Sin embargo, su mandato ha significado todo lo contrario: contención social, criminalización de la protesta, entrega de territorios mapuche a las fuerzas armadas y una política económica subordinada a los intereses de los grandes grupos oligárquicos y empresariales.
La frustración popular con su gestión no se hizo esperar. La Constitución redactada tras el estallido social de 2019 fue rechazada en plebiscito, y las grandes banderas de aquel proceso —gratuidad, salud pública digna, justicia social— fueron sepultadas bajo la alfombra de un abracadabrante “realismo político”.
Como ya se ha apuntado desde algunos medios, el gobierno de Boric “abrió de par en par, las puertas a la extrema derecha” al desarticular los movimientos sociales que, para mas inri, lo habían catapultado al gobierno, para que terminara pactando con los mismos sectores económicos que sostenían el viejo orden político.
EL CAMINO A LA PRIMERA VUELTA: FALSAS OPCIONES
El pasado domingo, 15,8 millones de chilenos fueron llamados a las urnas. En una campaña marcada por el vacío programático y un intenso marketing electoral, los dos nombres que lograron pasar a segunda vuelta fueron Jeannette Jara (una extraña dirigente de un Partido Comunista que ha dejado de serlo, integrada en la coalición oficialista progresista) y José Antonio Kast, un líder de la ultraderecha germanófila y defensor de la dictadura pinochetista.
Jeannette Jara obtuvo un 26,8% de los votos. Su perfil, aunque ha sido presentado como “izquierdista”, no representa nada que pueda suponer una ruptura con el sistema económico y politico vigente. Forma parte, además, del aparato institucional, que ha respaldado los pactos de gobernabilidad con la derecha y defiende una vía que ni siquiera llega a ser reformista, que deja intacta la matriz neoliberal por la que transcurre el país.
“Ni Jara ni Kast proponen desmontar la arquitectura neoliberal chilena; sólo disputan el volante de la misma maquinaria.”
Como contendiente tendrá a José Antonio Kast, un vástago de una de las familias nazis emigradas de la Alemania derrotada después de la II Guerra Mundial, que obtuvo alrededor del 24% en la primera vuelta, pero al que se le abren todas las posibilidades de lograr un triunfo arrollador en la segunda. Es un viejo defensor del legado de Pinochet, partidario de la mano dura, enemigo manifiesto de los migrantes y, con la misma furibundia, de cualquier tipo de derechos sociales. Su crecimiento se explica, en gran medida, por la sensación de caos que la propia socialdemocracia neoliberal ha cultivado laboriosamente con su irresoluta inoperancia.
No es casualidad que, como ha recordado la propia cadena estadounidense CNN, tras conocerse los resultados, las diversas corrientes de la derecha tradicional y empresarial cerraran filas tras Kast, proyectándose ahora como favorito para la segunda y definitiva vuelta.
EL ESPEJO ROTO: UNA CONTIENDA SIN PROYECTO DE PAÍS
No deja de resultar extraordinariamente revelador que, entre ambos candidatos, no exista una propuesta que cuestione de raíz el modelo de acumulación capitalista ni la herencia institucional del pinochetismo. En Chile, sigue vigente la Constitución de 1980 (con leves reformas menores), el modelo de AFPs (fondos privados de pensiones), la mercantilización de la salud y la educación, y un aparato represivo mas que fortalecido.
Los acontecimientos que estamos presenciando no forman parte de una contienda por el poder popular, sino simplemente un reacomodo de élites que responden a intereses de clase muy precisos. Ninguno de los dos contendientes representan una alternativa de transformación; se trata de un simple combate entre socialdemócratas neoliberales y una ultraderecha cada vez más arrogante. Un fenómeno muy paralelo al que hoy puede constatarse también en España, con "postcomunistas" wokes incluidos.
Y esto explica el fenómeno de por qué una parte importante del electorado votó con desgana o, simplemente, no fue a votar. El abstencionismo sigue siendo alto, especialmente entre las capas más pobres de la población, que no encuentran en ninguna candidatura que canalice su rabia o sus aspiraciones. En lugar de opciones revolucionarias, o al menos rupturistas, lo que se ofrece es una disputa de gestión del mismo orden.
¿QUÉ SE PUEDE ESPERAR DEL BALOTAJE?
La segunda vuelta electoral, programada para diciembre, plantea un escenario inquietante. Si bien Jeannette Jara encabeza las encuestas, Kast cuenta con un electorado disciplinado, una maquinaria ideológica potente y el respaldo económico de sectores claves del empresariado chileno.
Todo parece indicar que hay muchas posibilidades de que la ultraderecha podría volver a ocupar el "Palacio de La Moneda" por la vía electoral, legitimada ahora por las urnas y empujada por el fracaso de la progresía en el gobierno.
Desde una lectura crítica, este fenómeno no puede explicarse solamente en términos de “errores de comunicación” o “estrategias de campaña” equivocadas. Es el resultado directo de un modelo que ha vaciado la democracia de contenido popular, reduciéndola a un mero ritual institucional que servirá para consagrar lo existente.
Chile atraviesa una crisis política que es también ideológica. El consenso neoliberal que impuso la dictadura y terminaron consolidando los gobiernos democráticos ha dejado un paisaje devastado: trabajadores precarizados, pueblos indígenas reprimidos, juventud despolitizada y movimientos sociales fuertemente debilitados.
Lo que está en juego en estas elecciones no es el futuro del país, sino la forma en que se va a sostener el mismo modelo. Ya sea con rostro amable o con garrote autoritario, lo que se discute es quiénes serán los que administrarán el capitalismo chileno. Y mientras no surja esa alternativa, al igual que en España, el péndulo seguirá oscilando entre la decepción progresista y la reacción neofascista.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
La escena política chilena ha entrado nuevamente en ebullición. El pasado domingo, 16 de noviembre, se celebraron las elecciones presidenciales más formalmente polarizadas del último ciclo, arrojando un resultado que, lejos de ofrecer una alternativa real de transformación, no ha hecho más que confirmar el callejón sin salida en el que se encuentra el conjunto de la institucionalidad chilena.
Con más del 70% de los votos distribuidos entre la socialdemocracia neoliberal y la ultraderecha pinochetista, lo que está en juego no es un cambio de rumbo, sino qué rostro gestionará la continuidad del modelo.
A pocos días de conocerse los resultados de la primera vuelta, Chile se asoma a un balotaje que oscilará entre la tibia progresia de Jeannette Jara y el ultraderechista José Antonio Kast. Pero lo que se está disputando aquí no es una “batalla de ideas”, sino quién es el que gestionará la administración de un sistema profundamente desigual.
ANTECEDENTES: EL LEGADO DE BORIC Y LA DESMOVILIZACIÓN SOCIAL
Para entender el momento actual, hay que retroceder unos años atrás. La elección de Gabriel Boric en 2021 fue presentada como un "triunfo generacional y democrático".
Ex líder estudiantil, defensor de los derechos humanos, Boric prometía un “cambio estructural” desde dentro del sistema.
“Lo que está en juego en estas elecciones no es el futuro del país, sino la forma en que se sostendrá el mismo modelo.”
Sin embargo, su mandato ha significado todo lo contrario: contención social, criminalización de la protesta, entrega de territorios mapuche a las fuerzas armadas y una política económica subordinada a los intereses de los grandes grupos oligárquicos y empresariales.
La frustración popular con su gestión no se hizo esperar. La Constitución redactada tras el estallido social de 2019 fue rechazada en plebiscito, y las grandes banderas de aquel proceso —gratuidad, salud pública digna, justicia social— fueron sepultadas bajo la alfombra de un abracadabrante “realismo político”.
Como ya se ha apuntado desde algunos medios, el gobierno de Boric “abrió de par en par, las puertas a la extrema derecha” al desarticular los movimientos sociales que, para mas inri, lo habían catapultado al gobierno, para que terminara pactando con los mismos sectores económicos que sostenían el viejo orden político.
EL CAMINO A LA PRIMERA VUELTA: FALSAS OPCIONES
El pasado domingo, 15,8 millones de chilenos fueron llamados a las urnas. En una campaña marcada por el vacío programático y un intenso marketing electoral, los dos nombres que lograron pasar a segunda vuelta fueron Jeannette Jara (una extraña dirigente de un Partido Comunista que ha dejado de serlo, integrada en la coalición oficialista progresista) y José Antonio Kast, un líder de la ultraderecha germanófila y defensor de la dictadura pinochetista.
Jeannette Jara obtuvo un 26,8% de los votos. Su perfil, aunque ha sido presentado como “izquierdista”, no representa nada que pueda suponer una ruptura con el sistema económico y politico vigente. Forma parte, además, del aparato institucional, que ha respaldado los pactos de gobernabilidad con la derecha y defiende una vía que ni siquiera llega a ser reformista, que deja intacta la matriz neoliberal por la que transcurre el país.
“Ni Jara ni Kast proponen desmontar la arquitectura neoliberal chilena; sólo disputan el volante de la misma maquinaria.”
Como contendiente tendrá a José Antonio Kast, un vástago de una de las familias nazis emigradas de la Alemania derrotada después de la II Guerra Mundial, que obtuvo alrededor del 24% en la primera vuelta, pero al que se le abren todas las posibilidades de lograr un triunfo arrollador en la segunda. Es un viejo defensor del legado de Pinochet, partidario de la mano dura, enemigo manifiesto de los migrantes y, con la misma furibundia, de cualquier tipo de derechos sociales. Su crecimiento se explica, en gran medida, por la sensación de caos que la propia socialdemocracia neoliberal ha cultivado laboriosamente con su irresoluta inoperancia.
No es casualidad que, como ha recordado la propia cadena estadounidense CNN, tras conocerse los resultados, las diversas corrientes de la derecha tradicional y empresarial cerraran filas tras Kast, proyectándose ahora como favorito para la segunda y definitiva vuelta.
EL ESPEJO ROTO: UNA CONTIENDA SIN PROYECTO DE PAÍS
No deja de resultar extraordinariamente revelador que, entre ambos candidatos, no exista una propuesta que cuestione de raíz el modelo de acumulación capitalista ni la herencia institucional del pinochetismo. En Chile, sigue vigente la Constitución de 1980 (con leves reformas menores), el modelo de AFPs (fondos privados de pensiones), la mercantilización de la salud y la educación, y un aparato represivo mas que fortalecido.
Los acontecimientos que estamos presenciando no forman parte de una contienda por el poder popular, sino simplemente un reacomodo de élites que responden a intereses de clase muy precisos. Ninguno de los dos contendientes representan una alternativa de transformación; se trata de un simple combate entre socialdemócratas neoliberales y una ultraderecha cada vez más arrogante. Un fenómeno muy paralelo al que hoy puede constatarse también en España, con "postcomunistas" wokes incluidos.
Y esto explica el fenómeno de por qué una parte importante del electorado votó con desgana o, simplemente, no fue a votar. El abstencionismo sigue siendo alto, especialmente entre las capas más pobres de la población, que no encuentran en ninguna candidatura que canalice su rabia o sus aspiraciones. En lugar de opciones revolucionarias, o al menos rupturistas, lo que se ofrece es una disputa de gestión del mismo orden.
¿QUÉ SE PUEDE ESPERAR DEL BALOTAJE?
La segunda vuelta electoral, programada para diciembre, plantea un escenario inquietante. Si bien Jeannette Jara encabeza las encuestas, Kast cuenta con un electorado disciplinado, una maquinaria ideológica potente y el respaldo económico de sectores claves del empresariado chileno.
Todo parece indicar que hay muchas posibilidades de que la ultraderecha podría volver a ocupar el "Palacio de La Moneda" por la vía electoral, legitimada ahora por las urnas y empujada por el fracaso de la progresía en el gobierno.
Desde una lectura crítica, este fenómeno no puede explicarse solamente en términos de “errores de comunicación” o “estrategias de campaña” equivocadas. Es el resultado directo de un modelo que ha vaciado la democracia de contenido popular, reduciéndola a un mero ritual institucional que servirá para consagrar lo existente.
Chile atraviesa una crisis política que es también ideológica. El consenso neoliberal que impuso la dictadura y terminaron consolidando los gobiernos democráticos ha dejado un paisaje devastado: trabajadores precarizados, pueblos indígenas reprimidos, juventud despolitizada y movimientos sociales fuertemente debilitados.
Lo que está en juego en estas elecciones no es el futuro del país, sino la forma en que se va a sostener el mismo modelo. Ya sea con rostro amable o con garrote autoritario, lo que se discute es quiénes serán los que administrarán el capitalismo chileno. Y mientras no surja esa alternativa, al igual que en España, el péndulo seguirá oscilando entre la decepción progresista y la reacción neofascista.

































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