FERNÁNDEZ MARTÍN: "CONDENÉ A MUERTE A GRIMAU... HOY VOLVERÍA A HACERLO"
En el 60 aniversario de su asesinato a manos de la Dictadura de Franco
Hace 60 años, el 20 de abril de 1963 era asesinado por la Dictadura franquista el político comunista Julián Grimau. Con motivo de esta fecha recuperamos el reportaje de nuestro colaborador Máximo Relti, que recoge las declaraciones de Manuel Fernández Martín, el ponente militar que utilizando la impostura participó en la condena a muerte de Grimau. Falsificando su condición de letrado, Fernández Martín no sólo tuvo como víctima a este dirigente comunista sino que, utilizando la falsificación durante los "años de plomo" de la posguerra civil española, llevó a miles de republicanos españoles al paredón . En este reportaje, Relti rescata la transcripción de una conversación telefónica con el monstruo que lo condenó, prologando con una breve biografia de Grimau el 60 aniversario de su asesinato
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
El nombre de Julián Grimau García puede no significar mucho para las generaciones nacidas en la década de los 60 o años posteriores. Su historia, sin embargo, es fundamental para entender en qué consistió la lucha contra la dictadura del
General Franco en España.
A pesar de la distancia en el tiempo y del silencio cómplice que cercó la memoria de Julián Grimau durante la llamada "transición política a la democracia" y las décadas que siguieron a aquellos años , vale la pena ahora recordar la memoria de un hombre cuyo fusilamiento no solo sacudió la conciencia de la España de entonces, sino que también recordó a Europa la deuda de solidaridad que tenía con un país que, casi 20 años después de la derrota de las potencias del Eje, continuaba manteniendo al fascismo como doctrina oficial del Estado.
Julián Grimau García, nacido en Madrid en 1911, fue un militante comunista y miembro de la Dirección Central del Partido Comunista de España (PCE). Durante la década de los 60 del siglo pasado, Grimau trabajó en la coordinación de la actividad de esa organización clandestina de los comunistas españoles en distintos puntos del país, afrontando graves riesgos.
Su interés por la política y la cultura fue inicialmente incentivado por su padre, un inspector de policía con aficiones literarias, y también por el trabajo que el joven Julián había desempeñado en una librería durante sus años adolescentes.
Cuando estalló la Guerra Civil, en 1936, Julián Grimau tenía apenas 25 años, y participó en el asalto popular al Cuartel de la Montaña, en Madrid, un establecimiento militar que núcleos de la oficialidad golpista habían escogido como punto de encuentro para desencadenar la sublevación militar en la capital del Estado. Este acontecimiento marcó un giro radical en su conciencia política, empujándolo a unirse al Partido Comunista de España. Durante la guerra, Grimau trabajó en tareas de carácter policial en Cataluña. Tras la derrota de la II República se vio obligado a exiliarse, primero en América Latina y luego en Francia.
En 1954, Grimau fue elegido miembro del Comité Central del PCE en el Congreso de esa organización celebrado en Praga. Desde 1959 en adelante, se convirtió en uno de los activistas más buscados por la Brigada Político Social franquista, debido a su intensa actividad clandestina desplegada dentro de España. Fue detenido el 7 de noviembre de 1962 y sometido a brutales torturas a manos de la policía política, que estuvieron a punto de costarle la vida.
La detención de Julián Grimau y su posterior procesamiento
en un Consejo de Guerra sumarísimo atrajo rápidamente la atención internacional, provocando manifestaciones multitudinarias en las principales capitales europeas y latinoamericanas, en las que se exigía su inmediata liberación. En un intento por aliviar la fortísima presión internacional, el Régimen de Franco optó por procesar a Grimau por sus actividades durante la Guerra Civil, en lugar de por sus actividades comunistas clandestinas dentro de España, como en un principio pretendían. El Consejo de Guerra que juzgó a Grimau estuvo repleto de irregularidades, concluyendo con una sentencia de condena a muerte y su posterior fusilamiento.
Años después, se reveló que el ponente del Consejo, Manuel Fernández Martín, no tenía ni formación ni títulos jurídicos que le permitieran el ejercicio de una función para la que ni siquiera estaba autorizado según las leyes de la propia dictadura. Fernández Martín fue toda su vida un fraudulento impostor que contribuyó de manera decisiva en el pronunciamiento a lo largo de décadas de miles de sentencias de muerte durante toda la posguerra española.
La Redacción de Canarias Semanal ha rescatado ahora la transcripción integra de una conversación telefónica que un periodista de la revista "Interviú" sostuvo con el ponente impostor Fernández Martín, sobre cuyo alegato incriminatorio contra Julián Grimau recayó todo el peso de aquel Consejo de Guerra. Reproducimos íntegramente, pues, la conversación telefónica que mantuvo el citado semanario con el impostor, sobre cuya conciencia no sólo recae la muerte de Julián Grimau García, sino también la de otros miles de luchadores antifranquistas que durante la posguerra fueron sentenciados a la misma pena, gracias al "alegato jurídico" de este malvado personaje.
HABLA FERNÁNDEZ MARTÍN(*): "HOY REPETIRÍA AQUELLA SENTENCIA"
— ¿Usted es el ponente del caso Grimau?
- Sí, claro., pero... ¿con quién hablo? Sorprendido, vacilante, Manuel Fernández Martín no sabe qué decir, no tiene tiempo material para reaccionar, para eludir la inesperada pregunta.
- ¿Pero usted fue el pónente del Consejo de Guerra contra Grimau?
Y repite, todavía casi entrecortadas las palabras:
«¿Con quién hablo? Oiga, por favor, ¿con quién hablo?».
Sólo cuando me identifico Manuel Fernández Martín despierta a la realidad.
—Lo lamento, no puedo atenderle, me encuentro en cama desde hace dos meses, tengo un acceso de gangrena diabética, y estoy esperando al médico. No sé si me ingresan hoy o mañana. Mi hermana se ha ido a trabajar, yo estoy aquí solo, con unos dolores tremendos. ¿Qué me pasa? Pues que van a tener que amputarme una pierna, no puedo verle.
—Sería sólo un momento.
—No, es que estoy en la cama, y en este estado no puedo recibirle. Qué más quisiera yo, pero me encuentro mal, muy mal, ¿cómo voy a estar, si no, cuando no sé si dentro de una semana, o de diez días, o de doce voy a seguir viviendo?
—Pero es que hay una información, unas declaraciones del abogado Antonio Cases, que le afectan y que usted debe conocer.
—¡Ah, del señor Cases, ¿qué dice el señor Cases?
—Muchas cosas que le presentan como un ser monstruoso, despiadado.
—¿Un ser monstruoso? ¡Por Dios! Mire, en conciencia, tengo la seguridad de que no me he portado como un ser monstruoso. Me designaron como ponente auditor en el Consejo de guerra de Grimau, en él intervine cumpliendo con mi deber, y esa ha sido toda mi monstruosidad.
—Usted le condena a muerte.
—Bueno, mi voto es uno más, uno más entre todos los votos de quienes formábamos parte de aquel tribunal militar. Además, esa ha sido la única sentencia de muerte que yo he firmado en toda mi vida.
— Pues dicen que no.
—Ahora dirán lo que quieran, pero es así.
—¿Usted no perteneció a los tribunales contra la masonería y el comunismo?
—No, yo no he pisado el Tribunal de la masonería nunca, incluso no sé muy bien dónde estaba exactamente; creo que estaba donde está ahora la Secretaría General del Movimiento, mejor dicho, donde estuvo.
— Usted fue falangista, claro.
—No, jamás. Yo pertenecía a las Juventudes de Acción Popular, de la CEDA, de Gil Robles, y por cierto yo en Badajoz tenía muy buen ambiente, tanto que, cuando me vi envuelto en todo este lío, Aguiseda, que fue diputado socialista durante la República, muerto en el exilio, me mandó una carta muy cariñosa hacia mi persona. De modo que yo no me considero ningún desequilibrado, ni he tenido ese carácter despiadado y sanguíneo que se me atribuye. Más aún, y no pretendo no parecerle un ser monstruoso, el mismo día de la vista yo mantuve con Grimau una conversación, no diré amistosa, pero sí cordial, una conversación muy significativa, que quizá cuente algún día.
—¿Qué tipo de conversación?
—No, no voy a relatarla ahora, porque Grimau no vive, y no puede confirmar mis palabras, pero sí puedo decirle que fue él quien se me acercó a mí y que, en la charla, yo le pregunté que quién pensaba que le había delatado.
—¿Le contestó algo?
—Sí, claro. Sólo le contaré una cosa, y saque usted las conclusiones. Grimau no aludió para nada al Partido en los momentos últimos de su muerte y su grito final no fue un ¡viva el comunismo!, sino un ¡viva la República! ¿Que si estaba desilusionado del comunismo? Puede, no lo sé, la verdad; pero lo cierto es que es un caso extraño, envuelto en el misterio más absoluto desde el principio: el hecho de cómo se produce la detención, todo es muy raro, allí tuvo que haber un soplo desde muy arriba. Esa es la verdad, porque sobre Grimau se ha escrito mucha literatura, como que le tiraron por la ventana, incluso han dado el nombre de quién le empujó, cuando en realidad no fue así. Se tiró él, porque quiso huir, porque sabía, estaba convencido, de que eran muy serios los cargos que pesaban sobre él, y que se le condenaría a muerte.
— ¿Que eran muy serios los cargos que pesaban sobre él? Según tengo entendido, los testimonios aportados no son directos sino a través de terceras personas, ¿o no?
—Los testimonios que se producen fuera de la causa, no lo sé; pero lo que ocurre es que Grimau no es condenado por lo que se dice, por eso de la checa en Barcelona, que él mismo reconoce que ha estado en ella, aunque niega que haya torturado a nadie. Pues bien, lo importante en el caso Grimau es que él confiesa que siempre ha estado en puestos directivos del Partido Comunista y que ha tenido responsabilidad en las acciones que los comunistas, desde que terminó la guerra, llevan a cabo en España; vamos, que él reconoce ser ordenador e instigador de todas aquellas acciones, y de ahí que se le condene a muerte, por su actitud de continuidad delictiva permanente.
— Eso no puede ser motivo suficiente para quitar la vida a un hombre.
— Entonces sí. La sentencia se cumplió en estricta justicia con arreglo a aquella legislación.
—Y usted será católico, claro...
—Sí, señor.
— Y estará a favor de la pena de muerte, paradójicamente...
—No, señor; yo estoy en contra de la pena de muerte.
— Eso lo dice usted ahora, después de haber firmado la de Grimau.
—No, no, lo he dicho antes. Claro que siempre hay excepciones, porque hay casos gordísimos que no queda más remedio que aplicarla; pero nunca es, por supuesto, agradable firmar una sentencia de muerte.
—¿Hoy usted no firmaría la sentencia de muerte de Grimau, o sí?
—Si las circunstancias fueran las mismas, las pruebas presentadas, también, tendría en buena lógica que comportarme de manera idéntica. Es decir, en la misma situación hoy también firmaría aquella sentencia.
— Vamos, que no está arrepentido.
—¿Por qué voy a estario?
—Suponga que se equivocó.
—Con las pruebas aportadas, se actuó como debía de actuarse.
— Pues ya sabe que la hija de Grimau tiene en marcha la solicitud de revisión del proceso de su padre.
—Bien, si presenta nuevas pruebas, pruebas que entonces no se presentaron, si hay testimonios contrarios a los anteriores, la sentencia podría rebatirse y ser modificada.
— Un poco tarde ya, ¿no le parece?
—Claro, la vida no puede restituirse, desgraciadamente. Pero aquel caso estaba muy claro para mi. Por ejemplo, a los autores del primer atentado que hubo en zona vasca los juzgué yo, y no se les condenó a muerte. No sé si se acordará, fue una operación dirigida por un ingeniero vasco, no recuerdo el nombre, que supuso el levantamiento de las vías de un tren a la salida de un túnel, cerca de Tolosa; en contra de lo previsto, vino un mercancías en dirección contraria evitándose así que hubiera una catástrofe porque estaba planeado para un tren de pasajeros, y aquello sí que hubiera sido una gran desgracia. O sea, que yo no he sido ningún monstruo, y no he actuado por resentimiento o venganza contra nadie, y ese ha sido mi comportamiento en todo momento como miembro del cuerpo jurídico del ejército.
— Del cuerpo jurídico le expulsaron a usted.
—No es exacto eso. Yo pertenecía a la escala honorífica, y ahí podías estar en activo o en baja; a mi me pasaron a la baja mucho después, en el año sesenta y seis. El Consejo Supremo de Justicia Militar me impone, efectivamente, la pena de un año y medio de prisión menor, por ejercer actos propios de la profesión militar sin causa legítima, tal como dice la sentencia, suspendiéndome de empleo por igual tiempo, mientras que la querella que presenta el señor Cases por vía civil es rechazada por el Supremo quien, como yo entonces soy procurador en Cortes, considera que no ha lugar a proceder alguno. O sea, que todo está muy enmarañado, y a mí oficialmente nadie me comunica mi expulsión del cuerpo jurídico; a lo mejor me envían algún oficio, no sé, acaso se extravió en el correo, pero lo cierto es que eso es así. Más aún: yo, después de haber cumplido la condena, sigo incluso cobrando el sueldo bastante tiempo después.
Lo que había en la sentencia es que se llamaba la atención por si procedía o no a mi separación del cuerpo jurídico.
— ¿Usted sigue ejerciendo como jurista posteriormente?
—No, no, eso no; yo no he vuelto a sentarme en una mesa de auditoría ninguna vez más. La verdad es que hay un trasfondo de maniobra con toda aquella denuncia de Cases que no está nada claro, y que desde luego es una operación orquestada contra mí por los comunistas.
—Pero Cases no es comunista.
—No lo sé, pero sin embargo él aparece haber firmando algún manifiesto que publica «Mundo Obrero». De cualquier forma, todo eso es lo de menos: iban a por mí y buscaron la primera excusa que encontraron.
— Una excusa con peso especifico suficiente.
—¿Por qué?
— Pues porque usted venía actuando en los tribunales militares cuando en realidad no tenía el titulo de Derecho.
—De eso habría mucho que hablar. ¿Que yo no tengo el título?
— Por eso le juzgan, creo.
—Cuando en la guerra me movilizaron, solicitaron que me incorporara al cuerpo jurídico; yo no pedí ingresar en él, no. Aunque en aquellos momentos no era necesario tener completa la carrera, sólo estar estudiándola. Y si ingresé en la escala honorífica del cuerpo jurídico es porque pidieron a la Facultad de Derecho de Sevilla la correspondiente documentación académica. De eso ya le digo habría mucho que hablar, pero mucho. Quizá, cuando salga del hospital pueda explicarle personalmente más cosas.
- ¿Que si puede al menos recibir a un fotógrafo?
- No, no, ya estuvieron aquí hace tiempo, no sé, tal vez hace menos de un año, un fotógrafo y un redactor de la revista; pero no, fotos no quiero ninguna, ni ahora, ni nunca.
Trémula la voz, Manuel Fernández Martín repite una y otra vez: «Eso sí que no, fotos, no».
(*) Esta conversación telefónica tuvo lugar en 1979. Manuel Fernandez Martín falleció en 1982. Las caracteristicas de la biografía de este sujeto sirven para describir a la perfeccion el perfil del propio Régimen al que sirvió. Durante la Guerra Civil se las ingenió para que, sin haber pisado nunca una Facultad de Medicina, se transmutara en médico, y durante los años de guerra, además de dirigir algunos campos de concentración destinados al aislamiento de "rojos" desempeñó también el papel de Doctor en medicina en hospitales de campaña.
En cualquier caso, sus andanzas no concluyeron en estos imposturas y suplantaciones. Ejerció, igualmente, de "sindicalista" en los sindicatos verticales del franquismo, además de otras aventuras que tendremos la oportunidad de relatar en algún próximo reportaje.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
El nombre de Julián Grimau García puede no significar mucho para las generaciones nacidas en la década de los 60 o años posteriores. Su historia, sin embargo, es fundamental para entender en qué consistió la lucha contra la dictadura del
General Franco en España.
A pesar de la distancia en el tiempo y del silencio cómplice que cercó la memoria de Julián Grimau durante la llamada "transición política a la democracia" y las décadas que siguieron a aquellos años , vale la pena ahora recordar la memoria de un hombre cuyo fusilamiento no solo sacudió la conciencia de la España de entonces, sino que también recordó a Europa la deuda de solidaridad que tenía con un país que, casi 20 años después de la derrota de las potencias del Eje, continuaba manteniendo al fascismo como doctrina oficial del Estado.
Julián Grimau García, nacido en Madrid en 1911, fue un militante comunista y miembro de la Dirección Central del Partido Comunista de España (PCE). Durante la década de los 60 del siglo pasado, Grimau trabajó en la coordinación de la actividad de esa organización clandestina de los comunistas españoles en distintos puntos del país, afrontando graves riesgos.
Su interés por la política y la cultura fue inicialmente incentivado por su padre, un inspector de policía con aficiones literarias, y también por el trabajo que el joven Julián había desempeñado en una librería durante sus años adolescentes.
Cuando estalló la Guerra Civil, en 1936, Julián Grimau tenía apenas 25 años, y participó en el asalto popular al Cuartel de la Montaña, en Madrid, un establecimiento militar que núcleos de la oficialidad golpista habían escogido como punto de encuentro para desencadenar la sublevación militar en la capital del Estado. Este acontecimiento marcó un giro radical en su conciencia política, empujándolo a unirse al Partido Comunista de España. Durante la guerra, Grimau trabajó en tareas de carácter policial en Cataluña. Tras la derrota de la II República se vio obligado a exiliarse, primero en América Latina y luego en Francia.
En 1954, Grimau fue elegido miembro del Comité Central del PCE en el Congreso de esa organización celebrado en Praga. Desde 1959 en adelante, se convirtió en uno de los activistas más buscados por la Brigada Político Social franquista, debido a su intensa actividad clandestina desplegada dentro de España. Fue detenido el 7 de noviembre de 1962 y sometido a brutales torturas a manos de la policía política, que estuvieron a punto de costarle la vida.
La detención de Julián Grimau y su posterior procesamiento
en un Consejo de Guerra sumarísimo atrajo rápidamente la atención internacional, provocando manifestaciones multitudinarias en las principales capitales europeas y latinoamericanas, en las que se exigía su inmediata liberación. En un intento por aliviar la fortísima presión internacional, el Régimen de Franco optó por procesar a Grimau por sus actividades durante la Guerra Civil, en lugar de por sus actividades comunistas clandestinas dentro de España, como en un principio pretendían. El Consejo de Guerra que juzgó a Grimau estuvo repleto de irregularidades, concluyendo con una sentencia de condena a muerte y su posterior fusilamiento.
Años después, se reveló que el ponente del Consejo, Manuel Fernández Martín, no tenía ni formación ni títulos jurídicos que le permitieran el ejercicio de una función para la que ni siquiera estaba autorizado según las leyes de la propia dictadura. Fernández Martín fue toda su vida un fraudulento impostor que contribuyó de manera decisiva en el pronunciamiento a lo largo de décadas de miles de sentencias de muerte durante toda la posguerra española.
La Redacción de Canarias Semanal ha rescatado ahora la transcripción integra de una conversación telefónica que un periodista de la revista "Interviú" sostuvo con el ponente impostor Fernández Martín, sobre cuyo alegato incriminatorio contra Julián Grimau recayó todo el peso de aquel Consejo de Guerra. Reproducimos íntegramente, pues, la conversación telefónica que mantuvo el citado semanario con el impostor, sobre cuya conciencia no sólo recae la muerte de Julián Grimau García, sino también la de otros miles de luchadores antifranquistas que durante la posguerra fueron sentenciados a la misma pena, gracias al "alegato jurídico" de este malvado personaje.
HABLA FERNÁNDEZ MARTÍN(*): "HOY REPETIRÍA AQUELLA SENTENCIA"
— ¿Usted es el ponente del caso Grimau?
- Sí, claro., pero... ¿con quién hablo? Sorprendido, vacilante, Manuel Fernández Martín no sabe qué decir, no tiene tiempo material para reaccionar, para eludir la inesperada pregunta.
- ¿Pero usted fue el pónente del Consejo de Guerra contra Grimau?
Y repite, todavía casi entrecortadas las palabras:
«¿Con quién hablo? Oiga, por favor, ¿con quién hablo?».
Sólo cuando me identifico Manuel Fernández Martín despierta a la realidad.
—Lo lamento, no puedo atenderle, me encuentro en cama desde hace dos meses, tengo un acceso de gangrena diabética, y estoy esperando al médico. No sé si me ingresan hoy o mañana. Mi hermana se ha ido a trabajar, yo estoy aquí solo, con unos dolores tremendos. ¿Qué me pasa? Pues que van a tener que amputarme una pierna, no puedo verle.
—Sería sólo un momento.
—No, es que estoy en la cama, y en este estado no puedo recibirle. Qué más quisiera yo, pero me encuentro mal, muy mal, ¿cómo voy a estar, si no, cuando no sé si dentro de una semana, o de diez días, o de doce voy a seguir viviendo?
—Pero es que hay una información, unas declaraciones del abogado Antonio Cases, que le afectan y que usted debe conocer.
—¡Ah, del señor Cases, ¿qué dice el señor Cases?
—Muchas cosas que le presentan como un ser monstruoso, despiadado.
—¿Un ser monstruoso? ¡Por Dios! Mire, en conciencia, tengo la seguridad de que no me he portado como un ser monstruoso. Me designaron como ponente auditor en el Consejo de guerra de Grimau, en él intervine cumpliendo con mi deber, y esa ha sido toda mi monstruosidad.
—Usted le condena a muerte.
—Bueno, mi voto es uno más, uno más entre todos los votos de quienes formábamos parte de aquel tribunal militar. Además, esa ha sido la única sentencia de muerte que yo he firmado en toda mi vida.
— Pues dicen que no.
—Ahora dirán lo que quieran, pero es así.
—¿Usted no perteneció a los tribunales contra la masonería y el comunismo?
—No, yo no he pisado el Tribunal de la masonería nunca, incluso no sé muy bien dónde estaba exactamente; creo que estaba donde está ahora la Secretaría General del Movimiento, mejor dicho, donde estuvo.
— Usted fue falangista, claro.
—No, jamás. Yo pertenecía a las Juventudes de Acción Popular, de la CEDA, de Gil Robles, y por cierto yo en Badajoz tenía muy buen ambiente, tanto que, cuando me vi envuelto en todo este lío, Aguiseda, que fue diputado socialista durante la República, muerto en el exilio, me mandó una carta muy cariñosa hacia mi persona. De modo que yo no me considero ningún desequilibrado, ni he tenido ese carácter despiadado y sanguíneo que se me atribuye. Más aún, y no pretendo no parecerle un ser monstruoso, el mismo día de la vista yo mantuve con Grimau una conversación, no diré amistosa, pero sí cordial, una conversación muy significativa, que quizá cuente algún día.
—¿Qué tipo de conversación?
—No, no voy a relatarla ahora, porque Grimau no vive, y no puede confirmar mis palabras, pero sí puedo decirle que fue él quien se me acercó a mí y que, en la charla, yo le pregunté que quién pensaba que le había delatado.
—¿Le contestó algo?
—Sí, claro. Sólo le contaré una cosa, y saque usted las conclusiones. Grimau no aludió para nada al Partido en los momentos últimos de su muerte y su grito final no fue un ¡viva el comunismo!, sino un ¡viva la República! ¿Que si estaba desilusionado del comunismo? Puede, no lo sé, la verdad; pero lo cierto es que es un caso extraño, envuelto en el misterio más absoluto desde el principio: el hecho de cómo se produce la detención, todo es muy raro, allí tuvo que haber un soplo desde muy arriba. Esa es la verdad, porque sobre Grimau se ha escrito mucha literatura, como que le tiraron por la ventana, incluso han dado el nombre de quién le empujó, cuando en realidad no fue así. Se tiró él, porque quiso huir, porque sabía, estaba convencido, de que eran muy serios los cargos que pesaban sobre él, y que se le condenaría a muerte.
— ¿Que eran muy serios los cargos que pesaban sobre él? Según tengo entendido, los testimonios aportados no son directos sino a través de terceras personas, ¿o no?
—Los testimonios que se producen fuera de la causa, no lo sé; pero lo que ocurre es que Grimau no es condenado por lo que se dice, por eso de la checa en Barcelona, que él mismo reconoce que ha estado en ella, aunque niega que haya torturado a nadie. Pues bien, lo importante en el caso Grimau es que él confiesa que siempre ha estado en puestos directivos del Partido Comunista y que ha tenido responsabilidad en las acciones que los comunistas, desde que terminó la guerra, llevan a cabo en España; vamos, que él reconoce ser ordenador e instigador de todas aquellas acciones, y de ahí que se le condene a muerte, por su actitud de continuidad delictiva permanente.
— Eso no puede ser motivo suficiente para quitar la vida a un hombre.
— Entonces sí. La sentencia se cumplió en estricta justicia con arreglo a aquella legislación.
—Y usted será católico, claro...
—Sí, señor.
— Y estará a favor de la pena de muerte, paradójicamente...
—No, señor; yo estoy en contra de la pena de muerte.
— Eso lo dice usted ahora, después de haber firmado la de Grimau.
—No, no, lo he dicho antes. Claro que siempre hay excepciones, porque hay casos gordísimos que no queda más remedio que aplicarla; pero nunca es, por supuesto, agradable firmar una sentencia de muerte.
—¿Hoy usted no firmaría la sentencia de muerte de Grimau, o sí?
—Si las circunstancias fueran las mismas, las pruebas presentadas, también, tendría en buena lógica que comportarme de manera idéntica. Es decir, en la misma situación hoy también firmaría aquella sentencia.
— Vamos, que no está arrepentido.
—¿Por qué voy a estario?
—Suponga que se equivocó.
—Con las pruebas aportadas, se actuó como debía de actuarse.
— Pues ya sabe que la hija de Grimau tiene en marcha la solicitud de revisión del proceso de su padre.
—Bien, si presenta nuevas pruebas, pruebas que entonces no se presentaron, si hay testimonios contrarios a los anteriores, la sentencia podría rebatirse y ser modificada.
— Un poco tarde ya, ¿no le parece?
—Claro, la vida no puede restituirse, desgraciadamente. Pero aquel caso estaba muy claro para mi. Por ejemplo, a los autores del primer atentado que hubo en zona vasca los juzgué yo, y no se les condenó a muerte. No sé si se acordará, fue una operación dirigida por un ingeniero vasco, no recuerdo el nombre, que supuso el levantamiento de las vías de un tren a la salida de un túnel, cerca de Tolosa; en contra de lo previsto, vino un mercancías en dirección contraria evitándose así que hubiera una catástrofe porque estaba planeado para un tren de pasajeros, y aquello sí que hubiera sido una gran desgracia. O sea, que yo no he sido ningún monstruo, y no he actuado por resentimiento o venganza contra nadie, y ese ha sido mi comportamiento en todo momento como miembro del cuerpo jurídico del ejército.
— Del cuerpo jurídico le expulsaron a usted.
—No es exacto eso. Yo pertenecía a la escala honorífica, y ahí podías estar en activo o en baja; a mi me pasaron a la baja mucho después, en el año sesenta y seis. El Consejo Supremo de Justicia Militar me impone, efectivamente, la pena de un año y medio de prisión menor, por ejercer actos propios de la profesión militar sin causa legítima, tal como dice la sentencia, suspendiéndome de empleo por igual tiempo, mientras que la querella que presenta el señor Cases por vía civil es rechazada por el Supremo quien, como yo entonces soy procurador en Cortes, considera que no ha lugar a proceder alguno. O sea, que todo está muy enmarañado, y a mí oficialmente nadie me comunica mi expulsión del cuerpo jurídico; a lo mejor me envían algún oficio, no sé, acaso se extravió en el correo, pero lo cierto es que eso es así. Más aún: yo, después de haber cumplido la condena, sigo incluso cobrando el sueldo bastante tiempo después.
Lo que había en la sentencia es que se llamaba la atención por si procedía o no a mi separación del cuerpo jurídico.
— ¿Usted sigue ejerciendo como jurista posteriormente?
—No, no, eso no; yo no he vuelto a sentarme en una mesa de auditoría ninguna vez más. La verdad es que hay un trasfondo de maniobra con toda aquella denuncia de Cases que no está nada claro, y que desde luego es una operación orquestada contra mí por los comunistas.
—Pero Cases no es comunista.
—No lo sé, pero sin embargo él aparece haber firmando algún manifiesto que publica «Mundo Obrero». De cualquier forma, todo eso es lo de menos: iban a por mí y buscaron la primera excusa que encontraron.
— Una excusa con peso especifico suficiente.
—¿Por qué?
— Pues porque usted venía actuando en los tribunales militares cuando en realidad no tenía el titulo de Derecho.
—De eso habría mucho que hablar. ¿Que yo no tengo el título?
— Por eso le juzgan, creo.
—Cuando en la guerra me movilizaron, solicitaron que me incorporara al cuerpo jurídico; yo no pedí ingresar en él, no. Aunque en aquellos momentos no era necesario tener completa la carrera, sólo estar estudiándola. Y si ingresé en la escala honorífica del cuerpo jurídico es porque pidieron a la Facultad de Derecho de Sevilla la correspondiente documentación académica. De eso ya le digo habría mucho que hablar, pero mucho. Quizá, cuando salga del hospital pueda explicarle personalmente más cosas.
- ¿Que si puede al menos recibir a un fotógrafo?
- No, no, ya estuvieron aquí hace tiempo, no sé, tal vez hace menos de un año, un fotógrafo y un redactor de la revista; pero no, fotos no quiero ninguna, ni ahora, ni nunca.
Trémula la voz, Manuel Fernández Martín repite una y otra vez: «Eso sí que no, fotos, no».
(*) Esta conversación telefónica tuvo lugar en 1979. Manuel Fernandez Martín falleció en 1982. Las caracteristicas de la biografía de este sujeto sirven para describir a la perfeccion el perfil del propio Régimen al que sirvió. Durante la Guerra Civil se las ingenió para que, sin haber pisado nunca una Facultad de Medicina, se transmutara en médico, y durante los años de guerra, además de dirigir algunos campos de concentración destinados al aislamiento de "rojos" desempeñó también el papel de Doctor en medicina en hospitales de campaña.
En cualquier caso, sus andanzas no concluyeron en estos imposturas y suplantaciones. Ejerció, igualmente, de "sindicalista" en los sindicatos verticales del franquismo, además de otras aventuras que tendremos la oportunidad de relatar en algún próximo reportaje.

































Maribel Santana | Sábado, 22 de Abril de 2023 a las 08:13:14 horas
Tremendo lo de Grimau, ejemplo para la humanidad. En Latinoamérica casi lo conocen mas que en españa, Violeta Parra le homenajea y lo sube al pedestal como victima de los crímenes de guerra cometido por el fascismo español.
En su canción "Qué dirá el santo padre"
Entre más injusticia, señor Fiscal
Más fuerza tiene mi alma para cantar
Lindo es cedar el trigo en el sembra'o
Regado con tu sangre, Julian Grimao
¿Qué dirá el Santo Padre que vive en roma
Que le están degollando ya sus palomas?
Accede para votar (0) (0) Accede para responder