EL (AUTÉNTICO) PODER DE LA INFORMACIÓN
"Necesitamos ser capaces de separar el grano de la paja"
Todos pensamos en su momento - escribe Ángel Rivero García - que, tras el auge multitudinario de internet, con la difusión masiva de comunicación, íbamos a «gozar» de información sin límite. Creíamos que se conseguiría un mundo mejor «preparado».
Todos pensamos en su momento que, tras el auge multitudinario de internet, con la difusión masiva de comunicación, íbamos a «gozar» de información sin límite. Creíamos que se conseguiría un mundo mejor «preparado». La información no sólo es Poder. También es conocimiento. Es la posibilidad de sabiduría. Pero no ha resultado ser tan simple.
Para empezar, la información, si no se tiene capacidad de análisis, si no se sabe interpretar correctamente, puede ser un arma muy peligrosa. No basta con tener información. Hace falta inteligencia para analizar los datos. Distinguir si son veraces o creíbles. Si no, en malas manos, puede convertirse en «desinformación».
Y eso es lo que ha terminado por ocurrir: demasiada información, demasiadas «malas manos» para manipularla. Demasiada confusión, que hace difícil distinguir la identificación de la verdad. Todo a una velocidad que complica el análisis (que siempre debe ser sosegado), y la correcta interpretación. Y esto ha ido tan lejos que estamos teniendo la sensación de un «mundo al revés».
Vivimos tiempos donde vemos procesos judiciales donde el investigado/a no tiene que demostrar su NO culpabilidad, sino su inocencia (entiéndase la diferencia de matiz). Tiempos en los que la información mal interpretada ( y manipulada mediante datos fuera de contexto) consiguen cambiar el relato histórico haciendo que se acepten mentiras como solemnes verdades (el relato de que con Franco se vivía mejor, repetido de forma exponencial, consigue «convencer» a quienes no vivieron la dictadura). Se lanzan acusaciones sin fundamento, apoyadas en bulos, con tal éxito que no importa «descubrir» la falsedad del argumento (aunque lo reconozca su propio creador). Se sigue apoyando y defendiendo lo que se sabe es mentira.
La sobreabundancia de información a tanta velocidad provoca que no reaccionemos ante el bulo: simplemente lo compartimos inmediatamente, dándolo por cierto. El apoyo de determinados medios de comunicación a difundir el relato, a sabiendas de no ajustarse a la realidad, con el objetivo de «vender su» información con el fin de conseguir objetivos no tan puros, realza el problema. No extraña (por ejemplo) ver en un titular a formaciones políticas tildarse a sí mismas de «progresistas» cuando en el mismo texto anuncian su intención de unirse a las mismas fuerzas conservadoras a las que se enfrentaban poco tiempo antes. Cuela, sin más, porque estamos perdiendo capacidad de reacción. Capacidad de análisis. Damos por bueno el relato que nos cuentan esos medios de comunicación, esas redes sociales. Que piense y razone otro. Nosotros saltamos a la siguiente noticia. Es la vorágine de la «información».
Volvemos al principio: la información no es conocimiento. La información no nos vuelve inteligentes. No nos vuelve sabios. Necesitamos ser capaces de discriminar. Distinguir el grano de la paja. Analizar la información que nos llega. Con calma, con prudencia. No ceder a las prisas que sólo benefician a quien quiere utilizar el exceso de información para confundirnos. Claro que es maravilloso tener el nivel de acceso a la información que tenemos ahora. Pero no podemos quedarnos en el titular. Debemos profundizar lo suficiente para distinguir aquella información que nos interesa, que nos comunica algo que nos importa, de aquella que nos quiere manipular.
Por tanto, el verdadero poder no está en la información. Está en lo que se hace con ella.
Todos pensamos en su momento que, tras el auge multitudinario de internet, con la difusión masiva de comunicación, íbamos a «gozar» de información sin límite. Creíamos que se conseguiría un mundo mejor «preparado». La información no sólo es Poder. También es conocimiento. Es la posibilidad de sabiduría. Pero no ha resultado ser tan simple.
Para empezar, la información, si no se tiene capacidad de análisis, si no se sabe interpretar correctamente, puede ser un arma muy peligrosa. No basta con tener información. Hace falta inteligencia para analizar los datos. Distinguir si son veraces o creíbles. Si no, en malas manos, puede convertirse en «desinformación».
Y eso es lo que ha terminado por ocurrir: demasiada información, demasiadas «malas manos» para manipularla. Demasiada confusión, que hace difícil distinguir la identificación de la verdad. Todo a una velocidad que complica el análisis (que siempre debe ser sosegado), y la correcta interpretación. Y esto ha ido tan lejos que estamos teniendo la sensación de un «mundo al revés».
Vivimos tiempos donde vemos procesos judiciales donde el investigado/a no tiene que demostrar su NO culpabilidad, sino su inocencia (entiéndase la diferencia de matiz). Tiempos en los que la información mal interpretada ( y manipulada mediante datos fuera de contexto) consiguen cambiar el relato histórico haciendo que se acepten mentiras como solemnes verdades (el relato de que con Franco se vivía mejor, repetido de forma exponencial, consigue «convencer» a quienes no vivieron la dictadura). Se lanzan acusaciones sin fundamento, apoyadas en bulos, con tal éxito que no importa «descubrir» la falsedad del argumento (aunque lo reconozca su propio creador). Se sigue apoyando y defendiendo lo que se sabe es mentira.
La sobreabundancia de información a tanta velocidad provoca que no reaccionemos ante el bulo: simplemente lo compartimos inmediatamente, dándolo por cierto. El apoyo de determinados medios de comunicación a difundir el relato, a sabiendas de no ajustarse a la realidad, con el objetivo de «vender su» información con el fin de conseguir objetivos no tan puros, realza el problema. No extraña (por ejemplo) ver en un titular a formaciones políticas tildarse a sí mismas de «progresistas» cuando en el mismo texto anuncian su intención de unirse a las mismas fuerzas conservadoras a las que se enfrentaban poco tiempo antes. Cuela, sin más, porque estamos perdiendo capacidad de reacción. Capacidad de análisis. Damos por bueno el relato que nos cuentan esos medios de comunicación, esas redes sociales. Que piense y razone otro. Nosotros saltamos a la siguiente noticia. Es la vorágine de la «información».
Volvemos al principio: la información no es conocimiento. La información no nos vuelve inteligentes. No nos vuelve sabios. Necesitamos ser capaces de discriminar. Distinguir el grano de la paja. Analizar la información que nos llega. Con calma, con prudencia. No ceder a las prisas que sólo benefician a quien quiere utilizar el exceso de información para confundirnos. Claro que es maravilloso tener el nivel de acceso a la información que tenemos ahora. Pero no podemos quedarnos en el titular. Debemos profundizar lo suficiente para distinguir aquella información que nos interesa, que nos comunica algo que nos importa, de aquella que nos quiere manipular.
Por tanto, el verdadero poder no está en la información. Está en lo que se hace con ella.

































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