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Artículos de Manuel Medina
Jueves, 08 de Mayo de 2025 Tiempo de lectura:

Alemania: El renacimiento de la bestia y el "olvido" histórico

El fascismo, en cualquier caso, no regresará como una copia exacta del pasado, sino como una mutación adaptada a las necesidades del presente. En la Alemania de hoy, mantiene en este artículo nuestro colaborador, el profesor de Historia Manuel Medina, ciertos sectores están reactivando memorias peligrosas, borrando huellas incómodas y camuflando el revanchismo bajo ropajes democráticos. Esta imagen cubista representa esa bestia que despierta: una abstracción feroz de odio, exclusión y militarismo, que se está alimentando del olvido y de la crisis del capitalismo global.

 

    En el corazón de Europa una sombra inquietante vuelve a cobrar fuerza. La bestia que alguna vez arrastró a Alemania al abismo del fascismo no ha sido completamente aniquilada; apenas había sido domesticada. Y ahora, bajo nuevas condiciones y con un nuevo lenguaje, parece estar despertando. 

 

      El discurso, ciertamente,  ya no es el mismo, pero la lógica —revanchista, expansionista, excluyente y profundamente anticomunista— permanece intacta.

 

    En el mundo de nuestros días no existen "resurgimientos inexplicables" ni "demonios que retornan por arte de magia". Lo que sí hay son condiciones materiales e ideológicas concretas que hacen posible que ciertas ideas vuelvan a circular con fuerza. 

 

    El contexto actual es clave: una crisis prolongada del capitalismo global, un proceso de descomposición del consenso liberal europeo y una agudización de las tensiones interimperialistas entre Estados Unidos-UE y Rusia-China. 

 

    Alemania, como potencia central de la Unión Europea, se encuentra en medio de este conflicto, reposicionándose como actor militar y estratégico en el Este. Y es este el marco desde el que puede entender la deriva actual de su política exterior y su relectura del pasado.

 

    Todo ello viene acompañado de una estrategia consciente por parte de las élites políticas alemanas para conseguir  desligar a la nación de su responsabilidad histórica frente al nazismo. ¿Por qué? Porque esa responsabilidad limita sus aspiraciones geopolíticas. Recordar la victoria del Ejército Rojo sobre el fascismo supone reconocer no solo el papel central de la URSS en la derrota de Hitler, sino también la legitimidad moral que se deriva de ese acto. Romper ese vínculo, borrar la memoria de la liberación soviética, permitiría a la nueva Alemania avanzar sin trabas hacia el Este... otra vez.

 

     Pero la cuestión no va solo de geopolítica. En el fondo, esta operación es también ideológica: están intentando borrar la memoria para reformatear la conciencia colectiva

 

   El olvido inducido es una herramienta clave de la dominación ideológica en el capitalismo. La ideología dominante siempre tiende a ocultar las contradicciones reales de la historia para reproducir las condiciones de existencia de la clase dominante. Aquí lo vemos con claridad: la reconstrucción de un relato en el cual la memoria soviética— ya no tiene cabida como liberadora, sino como eterna enemiga .

 

    La prohibición de símbolos soviéticos, la negativa a indemnizar a víctimas no judías del asedio de Leningrado, etc... son actos que se insertan en una política de reescritura del pasado. No es casual que se produzcan al mismo tiempo que Alemania envía armas al régimen ucraniano. Este paralelismo histórico, tan grotesco como perturbador, busca restablecer una continuidad, una cierta "venganza" simbólica e incluso física contra aquellos que una vez derrotaron al nazismo.

 

     Este fenómeno puede leerse como un ejemplo del uso de la superestructura (es decir, la ideología, la política, las instituciones) para reajustar la base económica y los intereses estratégicos del capital alemán. La expansión hacia el Este, la reactivación de la rusofobia y la revisión del pasado no son más que herramientas al servicio de la recomposición del poder económico-político de Alemania dentro de la lógica imperialista global.

 

     ¿Y qué lugar queda para el pueblo alemán? Uno profundamente dividido. Por un lado, encontramos una población educada en la "desnazificación", con sectores que aún conservan el sentido crítico y el recuerdo doloroso de lo que fue el fascismo. Por otro, se impone una maquinaria estatal y mediática cada vez más agresiva, que reintroduce discursos de odio, que silencia voces disidentes y que busca culpables externos para justificar la militarización y el aumento del gasto bélico. En esa contradicción se está jugando el destino político de Alemania y, en buena medida, de Europa.

 

      La “bestia que está despertando” no es un monstruo mitológico. Es la expresión del carácter profundamente reaccionario que puede adoptar el capitalismo cuando entra en crisis y se ve amenazado. En esta ocasión, las amenazas no provienen, como en los años treinta del siglo pasado, de la rebelión de su adverso social, la propia clase trabajadora alemana. Ahora, los motivos de su zozobra están, al igual que en los EEUU, en sus pares interimperialistas que a nivel mundial le están disputando no solo el dominio de los mercados, sino también la hegemonía en la geopolítica mundial.

 

   Como ya advirtiera Marx, el Estado es un instrumento de represión de una clase sobre otra, y en este caso, también sobre la memoria. Lo que estamos viendo es una ofensiva ideológica, simbólica y militar que busca restaurar un orden que se creía superado, pero que nunca desapareció del todo.

 

      En este contexto, las valoraciones críticas no deben limitarse a denunciar. Deben también esclarecer: mostrar los intereses materiales detrás de cada gesto simbólico, desarmar las falsas equivalencias, reivindicar el papel histórico de los pueblos en la lucha contra el fascismo y rechazar la equiparación entre comunismo y nazismo, que tanto gusta al discurso liberal dominante. 

 

    La historia no es un juego de espejos morales, es una lucha entre clases. Y en esa lucha, la memoria también es un campo de batalla.


 


ALEMANIA Y EL REGRESO DE LAS SOMBRAS

 

       Cuando la historia no se asume, regresa. No como un fantasma que asusta, sino como un programa político. Alemania, país que fue epicentro del desastre más devastador del siglo XX, atraviesa hoy una peligrosa fase de redefinición ideológica. En medio de una crisis económica global, una reconfiguración geopolítica tensa y un creciente malestar social, ciertos sectores de su clase dirigente parecen dispuestos a desempolvar a su favor viejos reflejos, con nuevos nombres.

 

      La lucha entre clases se manifiesta de distintas formas y en determinadas coyunturas algunas máscaras vuelven a aparecer. Lo que estamos viendo en Europa —y en Alemania particularmente— es un intento de instalar una nueva narrativa histórica que borra, relativiza o invierte el sentido del pasado. Se trata de un proceso de reescritura ideológica que busca adecuar la memoria colectiva a los intereses del capital en una etapa imperialista avanzada.

 

 

     Desde el punto de vista de la superestructura —es decir, de los aparatos ideológicos del Estado: medios, escuelas, instituciones— estamos ante una ofensiva simbólica que apunta a "liberar" a la sociedad alemana del peso de su pasado. Pero lo que a primera vista pudiera parecer una suerte de emancipación identitaria, es en realidad una restauración camuflada. Cuando un país que fue protagonista del nazismo, empieza a hablar más de sus propias “víctimas” que de sus crímenes, y cuando los responsables de la guerra se diluyen en una vaga categoría de “circunstancias históricas”, lo que se está haciendo no es otra cosa que rehabilitar la lógica del revanchismo.

 

 

      El problema no es solo ético. Es profundamente político. Porque en una sociedad capitalista, el modo en que se interpreta el pasado es una herramienta de control sobre el presente. La burguesía alemana —como otras en Europa— necesita justificar sus políticas de rearme, su liderazgo económico y su papel en la guerra proxy que se libra en el Este. Para eso, requiere deshacerse del complejo de culpa, necesita desdibujar la línea que separaba a verdugos y liberadores, y necesita vender como “progreso democrático” lo que no es más que una vuelta a la lógica de bloques, de enemigos, de expansionismo.

 

     No se trata solo de revisionismo histórico, sino de una ofensiva cultural de la reacción en toda regla. Una forma moderna, más elegante y mediática del viejo nacionalismo. No tan burdo como fue el fascismo clásico, pero igual de funcional a los intereses del capital monopolista, que necesita cohesión interna y enemigos externos para sostener su legitimidad en estos difíciles tiempos de crisis.

 

     En la sociedad alemana, como en todo proceso contradictorio, coexisten varias capas. Existen sectores de la población, sobre todo en las grandes ciudades, con una memoria histórica muy viva, que no aceptan estas nuevas versiones del relato. Pero también crecen las generaciones educadas en la posguerra neoliberal, ajenas al dolor colectivo, alimentadas por un discurso de éxito individual, por el orgullo nacional desideologizado y por una prensa que cada vez se parece más a una oficina de propaganda occidental.

 

      Esa mezcla de desmemoria, comodidad y miedo al “enemigo exterior” es el terreno ideal para que resurjan ideas peligrosas. No hace falta que se llame nazismo. Basta con que operen como el cemento ideológico que justifica el odio, la represión, la exclusión o la guerra.

 

     Por eso, el fenómeno alemán no puede entenderse solo desde la historia de Alemania. Debe leerse, asimismo, como parte de un proceso más amplio: el del desgaste del proyecto liberal-burgués europeo, incapaz de resolver las contradicciones económicas que él mismo ha creado. En la crisis, la democracia representativa se vuelve mera administración del descontento, los Parlamentos giran hacia la derecha, y la política se llena de espectros que devuelven al Estado su rostro más autoritario.

 

     Frente a esto, hace falta algo más que indignación moral. Hace falta conciencia histórica. Y eso solo puede venir de una reconstrucción crítica del pasado, no para encerrarse en él, sino para comprender por qué las ideas de odio, supremacía y dominación tienen tanta facilidad para volver cuando el capital se tambalea. Lo que está en juego no es la memoria por la memoria. Es la posibilidad de construir una alternativa política que no repita los errores del pasado, ni los esconda, sino que los transforme en lecciones para el presente. 

 

     La bestia no está dormida. Y si lo parece, es solo porque ha aprendido a caminar de puntillas.

 

(*) Manuel Medina es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa materia

 
 
 
 
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