"THE NEW YORK TIMES": LOS PREPARATIVOS DE LA INTERVENCIÓN ESTADOUNIDENSE EN VENEZUELA RELATADOS PASO A PASO
¿Qué prepara Estados Unidos en Venezuela?
Estados Unidos ha desplegado 16.000 soldados frente a las costas de Venezuela, al tiempo que se filtra en el New York Times que estudia tres escenarios de intervención militar en ese país caribeño. En paralelo, Washington ha dejado sin protección migratoria a la friolera de 600.000 venezolanos y ha intensificado las deportaciones. ¿Coincidencias? ¿Estrategia? ¿Advertencia?
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
El pasado 2 de noviembre, el periódico estadounidense New York Times publicó que el gobierno de Estados Unidos estaría contemplando, en estos momentos, tres posibles escenarios de intervención militar en Venezuela.
En esta ocasión, no se trataba de rumores sueltos o de opiniones de analistas “al margen del poder”, sino, según el periódico, de informaciones filtradas desde el mismo Departamento de Defensa.
Estos tres posibles escenarios serían:
a) Un posible bombardeo selectivo a infraestructuras militares venezolanas. b) Un desembarco limitado de tropas en zonas fronterizas. Y c) Un bloqueo naval total para impedir el comercio internacional de ese país sudamericano con el resto del mundo.
Aunque la noticia fue replicada tímidamente en medios anglosajones, en América Latina apenas tuvo eco. No se debatió en cadenas internacionales, ni se generaron protestas formales de gobiernos vecinos. Fue como si el fantasma de la intervención, viejo conocido del continente latinoamericano, hubiera pasado sin que nadie se molestara siquiera en encender la luz.
Pero el silencio no duró demasiado.
EL DESPLIEGUE DE 16.000 SOLDADOS
Cuatro días después, el 6 de noviembre, la versión alemana del portal ruso RT confirmaba que Estados Unidos había desplegado 16.000 soldados frente a las costas venezolanas. Los efectivos formaban parte de las maniobras militares “Southern Shield”, que en teoría tenían un carácter preventivo, orientado al entrenamiento y la contención de amenazas regionales. Pero los detalles resultaban difíciles de disimular.
El grupo de combate incluía portaaviones, destructores, submarinos y tropas de desembarco. Se encontraba posicionado entre el Caribe oriental y el golfo de Paria, en línea directa hacia el litoral venezolano. Oficialmente, la operación no mencionaba a Venezuela. Pero, extraoficialmente, la coincidencia temporal con la filtración del "New York Times" desataba todo tipo de alarmas. ¿Era una advertencia? ¿Un ensayo? ¿Un gesto de presión o una preparación real?
Históricamente, Estados Unidos ha disfrazado muchos de sus movimientos militares como “ejercicios de rutina” antes de invadir países. Ocurrió en Irak, en Panamá, en Libia. El manual no cambia. Solo cambia el territorio.
LOS 600.000 “ILEGALIZADOS” DE UN DÍA PARA OTRO
El mismo día 6, pero esta vez en suelo estadounidense, se confirmaba una medida de consecuencias brutales: a las 11:59 de la noche del 7 de noviembre expiraría el Estatus de Protección Temporal (TPS) otorgado en 2021 a más de 600.000 venezolanos. A partir de ese momento, pasarían automáticamente a engrosar la población migrante indocumentada más grande de la historia reciente del país. Y ya se sabe qué significa eso.
La decisión, tomada por el Departamento de Seguridad Nacional, fue acompañada por nuevas rondas de deportaciones express. Solo el 5 de noviembre, más de 160 venezolanos, fueron enviados de regreso en condiciones inhumanas: encierros prolongados, restricciones alimentarias, golpes, y vejaciones documentadas por medios alternativos. Muchos de ellos habían huido del hambre, del desempleo y de la violencia social en su país. Ahora regresaban, esposados, a un país sitiado por amenazas militares.
LA RESPUESTA VENEZOLANA: ENTRE EL SILENCIO MEDIDO Y EL DISCURSO DE RESISTENCIA
En un país tan acostumbrado a las crisis como Venezuela, la noticia de que Estados Unidos movilizara 16.000 soldados frente a sus costas no pasó desapercibida, pero tampoco generó reacciones espectaculares en sus autoridades.
Lejos de los gritos o del alarmismo que podría esperarse ante un despliegue de semejante magnitud, el gobierno optó por una respuesta de equilibrio: ni minimizar los hechos, ni sobreactuar ante la amenaza. Una estrategia que, como veremos, tiene sentido en el contexto actual.
El presidente Nicolás Maduro, que lleva años enfrentando sanciones económicas, bloqueos diplomáticos y maniobras de desestabilización, prefirió ubicar el tema en el marco más amplio del conflicto histórico entre soberanía nacional y hegemonía imperial.
“No queremos guerra con nadie, pero tampoco vamos a permitir que nadie venga a imponernos condiciones desde el extranjero”, afirmó en una declaración que pasó casi desapercibida en los grandes medios, pero que resume el enfoque oficial: firmeza sin provocación.
La cancillería venezolana, por su parte, emitió un comunicado en el que calificó la maniobra militar estadounidense como “una amenaza directa a la paz y la estabilidad de América Latina”, y solicitó una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU. La solicitud fue ignorada, como suele suceder cuando los países del Sur reclaman a las instituciones multilaterales que fueron diseñadas, precisamente, para que no les escuche demasiado.
Mientras tanto, el Ministerio de Defensa activó un operativo interno de revisión y alerta en las regiones costeras del noreste, incluyendo los estados Sucre, Anzoátegui y Nueva Esparta. No se trata, como aclaran los propios funcionarios, de una militarización general, sino de un refuerzo logístico y de vigilancia aérea ante cualquier movimiento inusual.
Pero quizás la parte más elocuente de la respuesta no estuvo en los discursos ni en los comunicados, sino en el terreno simbólico. Desde hace años, el gobierno bolivariano ha trabajado intensamente en la construcción de una narrativa histórica que conecta la situación actual con el pasado de resistencia contra la gran potencia del Norte.
En esa línea, se multiplicaron los homenajes a figuras como Simón Bolívar, Ezequiel Zamora y Guaicaipuro en actos oficiales, y se recuperaron fragmentos de discursos de Hugo Chávez para reforzar la idea de continuidad histórica. No es casualidad: en momentos de tensión externa, las gestas del pasado se convierten en eficaces y fuertes herramientas de cohesión social.
UNA VALORACIÓN CRÍTICA DEL CONJUNTO
Detengámonos aquí, y permitámosnos un tiempo para respirar un poco. Porque la combinación de estos tres elementos del operativo yanqui, —planificación de escenarios de guerra, despliegue militar, y criminalización masiva de migrantes venezolanos—, no puede leerse como si de una mera casualidad se tratara.
¿Acaso no parece un mismo guion, ejecutado en distintas pantallas?
Por un lado, se presiona militarmente al gobierno venezolano desde el exterior, alimentando el clima de aislamiento y de cerco internacional. Por otro lado, se envía un mensaje de castigo colectivo a su población migrante: si el país no se pliega a los intereses norteamericanos, sus hijos en el extranjero sufrirán las consecuencias. Y todo ello envuelto en discursos de “seguridad”, “interés nacional” y “protección de las fronteras”.
Nada de esto es nuevo. Lo que sí resulta novedoso —y doloroso— es constatar la pasividad de buena parte de los gobiernos latinoamericanos, que prefieren mirar hacia otro lado mientras Washington avanza fichas en su tablero geoestratégico sobre el hemisferio sur.
La OEA guarda silencio. La ONU apenas logra balbucear algo ininteligible. ¿Será que algunos ya asumieron que lo que está pasando en Venezuela no les concierne? Demasiados pelos en la almohada, como para no sospechar que algo se está urdiendo tras bambalinas.
Lo cierto es que esta no es solo una "cuestión venezolana". Es un síntoma de una estrategia más amplia de recolonización del hemisferio sur americano. Una estrategia en la que se mezcla guerra híbrida, chantaje migratorio, manipulación mediática y despliegue militar directo, sin pudores ni disfraces.
Y es que estamos hablando ya del "Gran Reajuste", que con pasos galopantes se nos está aproximando.
POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
El pasado 2 de noviembre, el periódico estadounidense New York Times publicó que el gobierno de Estados Unidos estaría contemplando, en estos momentos, tres posibles escenarios de intervención militar en Venezuela.
En esta ocasión, no se trataba de rumores sueltos o de opiniones de analistas “al margen del poder”, sino, según el periódico, de informaciones filtradas desde el mismo Departamento de Defensa.
Estos tres posibles escenarios serían:
a) Un posible bombardeo selectivo a infraestructuras militares venezolanas. b) Un desembarco limitado de tropas en zonas fronterizas. Y c) Un bloqueo naval total para impedir el comercio internacional de ese país sudamericano con el resto del mundo.
Aunque la noticia fue replicada tímidamente en medios anglosajones, en América Latina apenas tuvo eco. No se debatió en cadenas internacionales, ni se generaron protestas formales de gobiernos vecinos. Fue como si el fantasma de la intervención, viejo conocido del continente latinoamericano, hubiera pasado sin que nadie se molestara siquiera en encender la luz.
Pero el silencio no duró demasiado.
EL DESPLIEGUE DE 16.000 SOLDADOS
Cuatro días después, el 6 de noviembre, la versión alemana del portal ruso RT confirmaba que Estados Unidos había desplegado 16.000 soldados frente a las costas venezolanas. Los efectivos formaban parte de las maniobras militares “Southern Shield”, que en teoría tenían un carácter preventivo, orientado al entrenamiento y la contención de amenazas regionales. Pero los detalles resultaban difíciles de disimular.
El grupo de combate incluía portaaviones, destructores, submarinos y tropas de desembarco. Se encontraba posicionado entre el Caribe oriental y el golfo de Paria, en línea directa hacia el litoral venezolano. Oficialmente, la operación no mencionaba a Venezuela. Pero, extraoficialmente, la coincidencia temporal con la filtración del "New York Times" desataba todo tipo de alarmas. ¿Era una advertencia? ¿Un ensayo? ¿Un gesto de presión o una preparación real?
Históricamente, Estados Unidos ha disfrazado muchos de sus movimientos militares como “ejercicios de rutina” antes de invadir países. Ocurrió en Irak, en Panamá, en Libia. El manual no cambia. Solo cambia el territorio.
LOS 600.000 “ILEGALIZADOS” DE UN DÍA PARA OTRO
El mismo día 6, pero esta vez en suelo estadounidense, se confirmaba una medida de consecuencias brutales: a las 11:59 de la noche del 7 de noviembre expiraría el Estatus de Protección Temporal (TPS) otorgado en 2021 a más de 600.000 venezolanos. A partir de ese momento, pasarían automáticamente a engrosar la población migrante indocumentada más grande de la historia reciente del país. Y ya se sabe qué significa eso.
La decisión, tomada por el Departamento de Seguridad Nacional, fue acompañada por nuevas rondas de deportaciones express. Solo el 5 de noviembre, más de 160 venezolanos, fueron enviados de regreso en condiciones inhumanas: encierros prolongados, restricciones alimentarias, golpes, y vejaciones documentadas por medios alternativos. Muchos de ellos habían huido del hambre, del desempleo y de la violencia social en su país. Ahora regresaban, esposados, a un país sitiado por amenazas militares.
LA RESPUESTA VENEZOLANA: ENTRE EL SILENCIO MEDIDO Y EL DISCURSO DE RESISTENCIA
En un país tan acostumbrado a las crisis como Venezuela, la noticia de que Estados Unidos movilizara 16.000 soldados frente a sus costas no pasó desapercibida, pero tampoco generó reacciones espectaculares en sus autoridades.
Lejos de los gritos o del alarmismo que podría esperarse ante un despliegue de semejante magnitud, el gobierno optó por una respuesta de equilibrio: ni minimizar los hechos, ni sobreactuar ante la amenaza. Una estrategia que, como veremos, tiene sentido en el contexto actual.
El presidente Nicolás Maduro, que lleva años enfrentando sanciones económicas, bloqueos diplomáticos y maniobras de desestabilización, prefirió ubicar el tema en el marco más amplio del conflicto histórico entre soberanía nacional y hegemonía imperial.
“No queremos guerra con nadie, pero tampoco vamos a permitir que nadie venga a imponernos condiciones desde el extranjero”, afirmó en una declaración que pasó casi desapercibida en los grandes medios, pero que resume el enfoque oficial: firmeza sin provocación.
La cancillería venezolana, por su parte, emitió un comunicado en el que calificó la maniobra militar estadounidense como “una amenaza directa a la paz y la estabilidad de América Latina”, y solicitó una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU. La solicitud fue ignorada, como suele suceder cuando los países del Sur reclaman a las instituciones multilaterales que fueron diseñadas, precisamente, para que no les escuche demasiado.
Mientras tanto, el Ministerio de Defensa activó un operativo interno de revisión y alerta en las regiones costeras del noreste, incluyendo los estados Sucre, Anzoátegui y Nueva Esparta. No se trata, como aclaran los propios funcionarios, de una militarización general, sino de un refuerzo logístico y de vigilancia aérea ante cualquier movimiento inusual.
Pero quizás la parte más elocuente de la respuesta no estuvo en los discursos ni en los comunicados, sino en el terreno simbólico. Desde hace años, el gobierno bolivariano ha trabajado intensamente en la construcción de una narrativa histórica que conecta la situación actual con el pasado de resistencia contra la gran potencia del Norte.
En esa línea, se multiplicaron los homenajes a figuras como Simón Bolívar, Ezequiel Zamora y Guaicaipuro en actos oficiales, y se recuperaron fragmentos de discursos de Hugo Chávez para reforzar la idea de continuidad histórica. No es casualidad: en momentos de tensión externa, las gestas del pasado se convierten en eficaces y fuertes herramientas de cohesión social.
UNA VALORACIÓN CRÍTICA DEL CONJUNTO
Detengámonos aquí, y permitámosnos un tiempo para respirar un poco. Porque la combinación de estos tres elementos del operativo yanqui, —planificación de escenarios de guerra, despliegue militar, y criminalización masiva de migrantes venezolanos—, no puede leerse como si de una mera casualidad se tratara.
¿Acaso no parece un mismo guion, ejecutado en distintas pantallas?
Por un lado, se presiona militarmente al gobierno venezolano desde el exterior, alimentando el clima de aislamiento y de cerco internacional. Por otro lado, se envía un mensaje de castigo colectivo a su población migrante: si el país no se pliega a los intereses norteamericanos, sus hijos en el extranjero sufrirán las consecuencias. Y todo ello envuelto en discursos de “seguridad”, “interés nacional” y “protección de las fronteras”.
Nada de esto es nuevo. Lo que sí resulta novedoso —y doloroso— es constatar la pasividad de buena parte de los gobiernos latinoamericanos, que prefieren mirar hacia otro lado mientras Washington avanza fichas en su tablero geoestratégico sobre el hemisferio sur.
La OEA guarda silencio. La ONU apenas logra balbucear algo ininteligible. ¿Será que algunos ya asumieron que lo que está pasando en Venezuela no les concierne? Demasiados pelos en la almohada, como para no sospechar que algo se está urdiendo tras bambalinas.
Lo cierto es que esta no es solo una "cuestión venezolana". Es un síntoma de una estrategia más amplia de recolonización del hemisferio sur americano. Una estrategia en la que se mezcla guerra híbrida, chantaje migratorio, manipulación mediática y despliegue militar directo, sin pudores ni disfraces.
Y es que estamos hablando ya del "Gran Reajuste", que con pasos galopantes se nos está aproximando.































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