ANTITRUMPISTA ARROYA ELECTORALMENTE EN NUEVA YORK... ¿ES MAMDANI UNA "ALTERNATIVA DE IZQUIERDA"?
De la ilusión a la realidad: el nuevo alcalde de Nueva York. ¿Por qué se celebra a Mamdani como una figura de ruptura si no cuestiona el sistema?
El triunfo del joven político Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de Nueva York ha sido celebrado en muchas partes del mundo como una "señal de esperanza", de renovación y hasta de “socialismo”. Pero… ¿es eso realmente cierto? ¿Representa Mamdani una ruptura con el sistema dominante? O, por el contrario, ¿es una nueva cara para un viejo proyecto?
VICTORIA MARTÍNEZ. DESDE MÉXICO PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
El 5 de noviembre de 2025, en plena noche electoral, las
pantallas de televisión y los titulares de los medios en Estados Unidos anunciaron lo impensado: Zohran Mamdani había ganado la alcaldía de Nueva York, la ciudad más poblada y mediática del país.
La noticia cayó como una bomba en el escenario político estadounidense, y especialmente entre los seguidores del presidente Donald Trump, quien había apoyado activamente a su candidato republicano en esa contienda.
Las imágenes del discurso de Mamdani corrieron como pólvora por redes sociales: un joven con acento del sur asiático, vestido sin corbata y hablando de “justicia económica” y “ciudad de inmigrantes”, mientras miles de simpatizantes lo aclamaban en las calles. El mensaje era directo:
“Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes, y desde esta noche, la gobierna un inmigrante”.
La victoria de Mamdani fue, sin duda, un revés electoral para Trump y sus seguidores. El presidente, incluso, había llegado a amenazar con cortar los fondos federales a la ciudad si Mamdani triunfaba. Pero la pregunta que muchos se hacen ahora es otra: ¿quién es realmente este nuevo alcalde? ¿Qué representa? ¿Y qué se puede esperar de él?
¿QUIÉN ES ZOHRAN MAMDANI? UNA BIOGRAFÍA QUE ILUSIONA
Zohran Kwame Mamdani nació en Uganda en 1991 y emigró a Estados Unidos siendo muy joven. Es hijo de un académico reconocido y de una cineasta. Creció en Queens y estudió en la Universidad de Pensilvania. Su carrera política arrancó en los movimientos sociales, sobre todo en luchas por el derecho a la vivienda y la justicia racial.
En 2020 fue elegido como asambleísta estatal por el distrito 36 de Nueva York, y desde entonces comenzó a ganar visibilidad. Rápidamente fue adoptado por el entorno de Bernie Sanders, de quien se convirtió en uno de los rostros visibles de una supuesta nueva generación de políticos “socialistas democráticos” en Estados Unidos.
Pero hay un matiz que nadie debería perder de vista: ni Mamdani, ni Sanders han cuestionado nunca abiertamente la la esencia económica capitalista del sistema estadounidense. Su agenda ha estado centrada en reformas dentro del marco liberal-democrático: mayor acceso a la vivienda, impuestos a los ricos, educación pública gratuita.Es decir, a distancias kilométricas de las propuestas estructurales que pudieran significar la transformación del modelo económico.
Y esto no es una suposición. En política internacional, sucede algo similar. En 2023, durante una entrevista televisiva sobre Cuba y Venezuela, cuando le preguntaron si consideraba que estos países eran dictaduras, Mamdani respondió afirmativamente, alineándose con el discurso tradicional que se cuece en Washington. Las reacciones no se hicieron esperar. Muchos que lo veían como una figura de izquierda empezaron a cuestionar su verdadero posicionamiento.
ENTRE LA ESPERANZA Y LA CONFUSIÓN: LO QUE ESPERAN SUS VOTANTES
Durante la campaña, Mamdani utilizó un lenguaje cargado de promesas:
“Queremos una ciudad donde la vivienda no sea un privilegio, sino un derecho”, o “Vamos a terminar con el gobierno de los millonarios”.
Ese tipo de frases lo hicieron muy popular entre jóvenes, latinos, afroamericanos e inmigrantes de bajos ingresos, que vieron en él una figura de ruptura con el establishment.
Sin embargo, hay que prestar atención a las señales para evitar las desilusiones. Aunque Mamdani ha enarbolado banderas progresistas, ha evitado cuidadosamente tomar partido por proyectos socialistas reales o defender abiertamente los procesos políticos de América Latina que sí han confrontado al imperialismo. Al contrario: su condena a Cuba y Venezuela como feroces “dictaduras” le ha granjeado el aplauso de sectores moderados, pero también ha generado críticas entre quienes esperaban de él un liderazgo valiente, anticolonial y anticapitalista.
Mamdani ha sabido mantener sus vínculos con sectores liberales del Partido Demócrata, lo cual le ha permitido moverse entre dos aguas: la de los jóvenes que esperan un cambio real y la de los intereses que no quieren tocar los pilares del sistema.
Esto ha generado una situación ambigua: muchos de sus votantes creen que han elegido a un representante de la izquierda, cuando en realidad han votado por alguien que nunca ha dicho que quiere salir del sistema capitalista. Al contrario, Mamdani apuesta a gestionarlo “mejor” desde adentro.
UNA “ALTERNATIVA” QUE NO ROMPE CON LO ESENCIAL
Lo que queda claro al analizar con calma su biografía, sus declaraciones y sus alianzas, es que Mamdani no es un socialista en el sentido histórico del término. No propone ningún tipo de socialización, ni cuestiona el poder de Wall Street, ni plantea una ruptura con el imperialismo estadounidense.
Más bien, se presenta como una figura moderna, joven, multicultural, que habla de justicia y equidad, pero sin poner en duda el marco general del sistema. En otras palabras: no es una alternativa real a la izquierda, sino una especie de progresismo amable, bien adaptado a los códigos de la política estadounidense.
Y eso explica su éxito. No molesta demasiado a los de arriba, pero ofrece algo de esperanza a los de abajo. Sin embargo, el riesgo es que esta esperanza se transforme pronto en frustración, cuando los límites de su proyecto queden en evidencia
CÓMO SE FABRICA UN “SOCIALISTA” EN ESTADOS UNIDOS
En Estados Unidos, el término socialismo tiene un peso simbólico muy distinto al que tiene en otros contextos. Basta con que un político diga que quiere regular a las grandes empresas, o subirle un poco los impuestos a los millonarios, para que lo llamen “socialista”. Eso sucedió con Bernie Sanders, y ahora también se repite con Zohran Mamdani.
Durante su campaña, Mamdani se presentó como parte del ala progresista del Partido Demócrata, acompañado de figuras como Alexandria Ocasio-Cortez o el propio Sanders, quienes han defendido reformas como el Medicare for All (una sanidad pública universal) o el Green New Deal (un plan de inversión ecológica y empleo). Estas ideas, aunque valiosas en muchos aspectos, no cuestionan la existencia de las grandes corporaciones, ni la propiedad privada de los medios de producción, ni el papel imperial de EE.UU. en el mundo.
En ese marco, Mamdani fue hábil para utilizar un lenguaje izquierdoso sin en ningún momento asumir sus compromisos históricos. Jamás habló de expropiaciones, o de nacionalizar bancos, ni de terminar con el sistema capitalista. Tampoco apoyó enérgicamente a sindicatos combativos ni a movimientos sociales radicales. Su “radicalidad” está cuidadosamente limitada al campo del discurso institucional.
Pero entonces, ¿por qué fue presentado como un “socialista”? Porque dentro de la política estadounidense actual, basta con ser joven, no blanco, y hablar de desigualdad para que algunos medios empiecen a etiquetarte como tal. Es un fenómeno que ya ocurrió con Barack Obama: muchos lo llamaban “marxista” por el simple hecho de haber planteado una reformita del sistema de salud que, en realidad, fortalecía a las aseguradoras privadas.
LA CAMPAÑA QUE ILUSIONÓ A MILES
La campaña de Mamdani fue eficaz en conectar con el malestar de muchos sectores populares. Utilizó el lenguaje de los movimientos sociales, apeló a las luchas contra el racismo, a la defensa de los inmigrantes, al derecho a una vivienda digna. En una ciudad marcada por la exclusión y el encarecimiento brutal de la vida, su mensaje fue bien recibido.
Sus actos no eran masivos, pero eran intensos. Pequeños mítines en plazas, caminatas por barrios obreros, entrevistas en medios alternativos. Fue presentado como “el alcalde de la gente común” frente a los candidatos tradicionales, asociados a los lobbies inmobiliarios o a los sectores policiales.
Todo esto generó una ola de entusiasmo, especialmente entre jóvenes racializados, estudiantes endeudados, inquilinos acosados por los alquileres abusivos y trabajadores migrantes. Por primera vez, sentían que alguien hablaba como ellos, que entendía sus problemas, que venía “desde abajo”.
Pero esa esperanza, aunque legítima, se apoyaba en una idea falsa: la de que Mamdani iba a cambiar el sistema. Y esto no es nuevo. A lo largo del siglo XX, muchas veces se han generado ilusiones electorales similares con figuras carismáticas que prometen renovación, pero que una vez en el poder terminan gestionando el mismo modelo al que decían oponerse.
UN SISTEMA PREPARADO PARA ASIMILAR LA CRÍTICA
El caso Mamdani muestra con claridad cómo el sistema político estadounidense es capaz de absorber la crítica y convertirla en parte del espectáculo electoral. Lo que en otros países podría ser una amenaza - una figura joven, que habla de justicia social-, en EE.UU. puede ser canalizado como un “progresista institucional” que da la sensación de cambio, pero sin tocar los cimientos del poder económico y político.
Esto se ha visto muchas veces. El propio Partido Demócrata ha tenido una enorme capacidad para ofrecer “alternativas” que luego no hacen más que mantener lo esencial: la supremacía del capital financiero, el poder de las corporaciones, el intervencionismo imperial, la desigualdad estructural.
Zohran Mamdani, hasta ahora, no ha mostrado voluntad de enfrentarse a estos poderes. Su figura es útil para canalizar la frustración popular y evitar que esta se traduzca en una organización autónoma y revolucionaria por parte de los sectores explotados. Por eso, incluso quienes lo consideran “peligroso” desde la derecha, saben que no representa una ruptura sistémica.
EL ARTE DE CONTENER EL DESCONTENTO
Estados Unidos ha sido siempre un terreno difícil para la izquierda. No solo por el peso del poder económico y militar, sino por una maquinaria política experta en contener el malestar y neutralizar cualquier amenaza real al orden establecido.
Cuando el descontento crece demasiado, el sistema no espera a ser derribado: se reinventa. Crea una nueva versión de sí mismo, más amable, más joven, más inclusiva en las formas, pero igual en el fondo. Esto no es una excepción, es una estrategia histórica. Ocurrió en los años 30 con Roosevelt y el New Deal. Ocurrió en los 60 con el Partido Demócrata asimilando parte del movimiento por los derechos civiles. Y ocurrió en 2008 con Barack Obama, cuya figura carismática sirvió para devolver legitimidad al sistema tras la crisis financiera más devastadora en décadas.
En todos esos casos, se trató de cambiar algo para que nada cambiara. Las palabras se volvieron progresistas, pero las políticas reales siguieron favoreciendo al capital. La inclusión simbólica se usó como escudo para ocultar la exclusión estructural.
Zohran Mamdani encaja perfectamente en esta lógica. Representa una izquierda adaptada a los marcos del sistema, una izquierda que critica con moderación, que se limita a gestionar con empatía, que no cuestiona los pilares de la dominación. Por eso ha sido “tolerado”. Porque resulta útil.
Y esto no es nuevo. También ocurrió con figuras como Felipe Gonzalez, Rguez Zapatero y P. Sánchez en España, Jeremy Corbyn en el Reino Unido, Gabriel Boric en Chile, Cristina Fernández en la Argentina, o Lula en Brasil que comenzaron defendiendo ideas supuestamente transformadoras, pero concluyeron en puros retoques de las fachadas de sus respectivas sociedades. El resultado termina siendo fatalmente el mismo: se alejan de los movimientos populares reales y acaban defendiendo los intereses de los poderosos, aunque sea con encantadores rostros de buenas personas.
.
LAS ILUSIONES ELECTORALES Y EL LÍMITE DE LAS URNAS
El caso Mamdani deja al descubierto un problema mucho más profundo: el límite estructural de las transformaciones vía electoral dentro del sistema capitalista.
La esperanza de sus votantes es genuina: quieren un sistema justo, acceso a vivienda, salud, educación, trabajo digno. Quieren dejar de ser invisibles. Y frente a eso, el sistema les ofrece una figura como Mamdani, que parece representar todo lo que desean, pero que en realidad no tiene —ni quiere tener— las herramientas para transformar las causas profundas del sufrimiento social.
El efecto del fraude es doblemente catastrófico: por un lado, se alarga la vida del sistema al darle un rostro más humano. Por otro, se genera una enorme frustración colectiva cuando las promesas no se cumplen, y muchas personas acaban desmovilizadas, decepcionadas o, incluso, votando en el futuro a opciones ultra reaccionarias.
VICTORIA MARTÍNEZ. DESDE MÉXICO PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
El 5 de noviembre de 2025, en plena noche electoral, las
pantallas de televisión y los titulares de los medios en Estados Unidos anunciaron lo impensado: Zohran Mamdani había ganado la alcaldía de Nueva York, la ciudad más poblada y mediática del país.
La noticia cayó como una bomba en el escenario político estadounidense, y especialmente entre los seguidores del presidente Donald Trump, quien había apoyado activamente a su candidato republicano en esa contienda.
Las imágenes del discurso de Mamdani corrieron como pólvora por redes sociales: un joven con acento del sur asiático, vestido sin corbata y hablando de “justicia económica” y “ciudad de inmigrantes”, mientras miles de simpatizantes lo aclamaban en las calles. El mensaje era directo:
“Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes, y desde esta noche, la gobierna un inmigrante”.
La victoria de Mamdani fue, sin duda, un revés electoral para Trump y sus seguidores. El presidente, incluso, había llegado a amenazar con cortar los fondos federales a la ciudad si Mamdani triunfaba. Pero la pregunta que muchos se hacen ahora es otra: ¿quién es realmente este nuevo alcalde? ¿Qué representa? ¿Y qué se puede esperar de él?
¿QUIÉN ES ZOHRAN MAMDANI? UNA BIOGRAFÍA QUE ILUSIONA
Zohran Kwame Mamdani nació en Uganda en 1991 y emigró a Estados Unidos siendo muy joven. Es hijo de un académico reconocido y de una cineasta. Creció en Queens y estudió en la Universidad de Pensilvania. Su carrera política arrancó en los movimientos sociales, sobre todo en luchas por el derecho a la vivienda y la justicia racial.
En 2020 fue elegido como asambleísta estatal por el distrito 36 de Nueva York, y desde entonces comenzó a ganar visibilidad. Rápidamente fue adoptado por el entorno de Bernie Sanders, de quien se convirtió en uno de los rostros visibles de una supuesta nueva generación de políticos “socialistas democráticos” en Estados Unidos.
Pero hay un matiz que nadie debería perder de vista: ni Mamdani, ni Sanders han cuestionado nunca abiertamente la la esencia económica capitalista del sistema estadounidense. Su agenda ha estado centrada en reformas dentro del marco liberal-democrático: mayor acceso a la vivienda, impuestos a los ricos, educación pública gratuita.Es decir, a distancias kilométricas de las propuestas estructurales que pudieran significar la transformación del modelo económico.
Y esto no es una suposición. En política internacional, sucede algo similar. En 2023, durante una entrevista televisiva sobre Cuba y Venezuela, cuando le preguntaron si consideraba que estos países eran dictaduras, Mamdani respondió afirmativamente, alineándose con el discurso tradicional que se cuece en Washington. Las reacciones no se hicieron esperar. Muchos que lo veían como una figura de izquierda empezaron a cuestionar su verdadero posicionamiento.
ENTRE LA ESPERANZA Y LA CONFUSIÓN: LO QUE ESPERAN SUS VOTANTES
Durante la campaña, Mamdani utilizó un lenguaje cargado de promesas:
“Queremos una ciudad donde la vivienda no sea un privilegio, sino un derecho”, o “Vamos a terminar con el gobierno de los millonarios”.
Ese tipo de frases lo hicieron muy popular entre jóvenes, latinos, afroamericanos e inmigrantes de bajos ingresos, que vieron en él una figura de ruptura con el establishment.
Sin embargo, hay que prestar atención a las señales para evitar las desilusiones. Aunque Mamdani ha enarbolado banderas progresistas, ha evitado cuidadosamente tomar partido por proyectos socialistas reales o defender abiertamente los procesos políticos de América Latina que sí han confrontado al imperialismo. Al contrario: su condena a Cuba y Venezuela como feroces “dictaduras” le ha granjeado el aplauso de sectores moderados, pero también ha generado críticas entre quienes esperaban de él un liderazgo valiente, anticolonial y anticapitalista.
Mamdani ha sabido mantener sus vínculos con sectores liberales del Partido Demócrata, lo cual le ha permitido moverse entre dos aguas: la de los jóvenes que esperan un cambio real y la de los intereses que no quieren tocar los pilares del sistema.
Esto ha generado una situación ambigua: muchos de sus votantes creen que han elegido a un representante de la izquierda, cuando en realidad han votado por alguien que nunca ha dicho que quiere salir del sistema capitalista. Al contrario, Mamdani apuesta a gestionarlo “mejor” desde adentro.
UNA “ALTERNATIVA” QUE NO ROMPE CON LO ESENCIAL
Lo que queda claro al analizar con calma su biografía, sus declaraciones y sus alianzas, es que Mamdani no es un socialista en el sentido histórico del término. No propone ningún tipo de socialización, ni cuestiona el poder de Wall Street, ni plantea una ruptura con el imperialismo estadounidense.
Más bien, se presenta como una figura moderna, joven, multicultural, que habla de justicia y equidad, pero sin poner en duda el marco general del sistema. En otras palabras: no es una alternativa real a la izquierda, sino una especie de progresismo amable, bien adaptado a los códigos de la política estadounidense.
Y eso explica su éxito. No molesta demasiado a los de arriba, pero ofrece algo de esperanza a los de abajo. Sin embargo, el riesgo es que esta esperanza se transforme pronto en frustración, cuando los límites de su proyecto queden en evidencia
CÓMO SE FABRICA UN “SOCIALISTA” EN ESTADOS UNIDOS
En Estados Unidos, el término socialismo tiene un peso simbólico muy distinto al que tiene en otros contextos. Basta con que un político diga que quiere regular a las grandes empresas, o subirle un poco los impuestos a los millonarios, para que lo llamen “socialista”. Eso sucedió con Bernie Sanders, y ahora también se repite con Zohran Mamdani.
Durante su campaña, Mamdani se presentó como parte del ala progresista del Partido Demócrata, acompañado de figuras como Alexandria Ocasio-Cortez o el propio Sanders, quienes han defendido reformas como el Medicare for All (una sanidad pública universal) o el Green New Deal (un plan de inversión ecológica y empleo). Estas ideas, aunque valiosas en muchos aspectos, no cuestionan la existencia de las grandes corporaciones, ni la propiedad privada de los medios de producción, ni el papel imperial de EE.UU. en el mundo.
En ese marco, Mamdani fue hábil para utilizar un lenguaje izquierdoso sin en ningún momento asumir sus compromisos históricos. Jamás habló de expropiaciones, o de nacionalizar bancos, ni de terminar con el sistema capitalista. Tampoco apoyó enérgicamente a sindicatos combativos ni a movimientos sociales radicales. Su “radicalidad” está cuidadosamente limitada al campo del discurso institucional.
Pero entonces, ¿por qué fue presentado como un “socialista”? Porque dentro de la política estadounidense actual, basta con ser joven, no blanco, y hablar de desigualdad para que algunos medios empiecen a etiquetarte como tal. Es un fenómeno que ya ocurrió con Barack Obama: muchos lo llamaban “marxista” por el simple hecho de haber planteado una reformita del sistema de salud que, en realidad, fortalecía a las aseguradoras privadas.
LA CAMPAÑA QUE ILUSIONÓ A MILES
La campaña de Mamdani fue eficaz en conectar con el malestar de muchos sectores populares. Utilizó el lenguaje de los movimientos sociales, apeló a las luchas contra el racismo, a la defensa de los inmigrantes, al derecho a una vivienda digna. En una ciudad marcada por la exclusión y el encarecimiento brutal de la vida, su mensaje fue bien recibido.
Sus actos no eran masivos, pero eran intensos. Pequeños mítines en plazas, caminatas por barrios obreros, entrevistas en medios alternativos. Fue presentado como “el alcalde de la gente común” frente a los candidatos tradicionales, asociados a los lobbies inmobiliarios o a los sectores policiales.
Todo esto generó una ola de entusiasmo, especialmente entre jóvenes racializados, estudiantes endeudados, inquilinos acosados por los alquileres abusivos y trabajadores migrantes. Por primera vez, sentían que alguien hablaba como ellos, que entendía sus problemas, que venía “desde abajo”.
Pero esa esperanza, aunque legítima, se apoyaba en una idea falsa: la de que Mamdani iba a cambiar el sistema. Y esto no es nuevo. A lo largo del siglo XX, muchas veces se han generado ilusiones electorales similares con figuras carismáticas que prometen renovación, pero que una vez en el poder terminan gestionando el mismo modelo al que decían oponerse.
UN SISTEMA PREPARADO PARA ASIMILAR LA CRÍTICA
El caso Mamdani muestra con claridad cómo el sistema político estadounidense es capaz de absorber la crítica y convertirla en parte del espectáculo electoral. Lo que en otros países podría ser una amenaza - una figura joven, que habla de justicia social-, en EE.UU. puede ser canalizado como un “progresista institucional” que da la sensación de cambio, pero sin tocar los cimientos del poder económico y político.
Esto se ha visto muchas veces. El propio Partido Demócrata ha tenido una enorme capacidad para ofrecer “alternativas” que luego no hacen más que mantener lo esencial: la supremacía del capital financiero, el poder de las corporaciones, el intervencionismo imperial, la desigualdad estructural.
Zohran Mamdani, hasta ahora, no ha mostrado voluntad de enfrentarse a estos poderes. Su figura es útil para canalizar la frustración popular y evitar que esta se traduzca en una organización autónoma y revolucionaria por parte de los sectores explotados. Por eso, incluso quienes lo consideran “peligroso” desde la derecha, saben que no representa una ruptura sistémica.
EL ARTE DE CONTENER EL DESCONTENTO
Estados Unidos ha sido siempre un terreno difícil para la izquierda. No solo por el peso del poder económico y militar, sino por una maquinaria política experta en contener el malestar y neutralizar cualquier amenaza real al orden establecido.
Cuando el descontento crece demasiado, el sistema no espera a ser derribado: se reinventa. Crea una nueva versión de sí mismo, más amable, más joven, más inclusiva en las formas, pero igual en el fondo. Esto no es una excepción, es una estrategia histórica. Ocurrió en los años 30 con Roosevelt y el New Deal. Ocurrió en los 60 con el Partido Demócrata asimilando parte del movimiento por los derechos civiles. Y ocurrió en 2008 con Barack Obama, cuya figura carismática sirvió para devolver legitimidad al sistema tras la crisis financiera más devastadora en décadas.
En todos esos casos, se trató de cambiar algo para que nada cambiara. Las palabras se volvieron progresistas, pero las políticas reales siguieron favoreciendo al capital. La inclusión simbólica se usó como escudo para ocultar la exclusión estructural.
Zohran Mamdani encaja perfectamente en esta lógica. Representa una izquierda adaptada a los marcos del sistema, una izquierda que critica con moderación, que se limita a gestionar con empatía, que no cuestiona los pilares de la dominación. Por eso ha sido “tolerado”. Porque resulta útil.
Y esto no es nuevo. También ocurrió con figuras como Felipe Gonzalez, Rguez Zapatero y P. Sánchez en España, Jeremy Corbyn en el Reino Unido, Gabriel Boric en Chile, Cristina Fernández en la Argentina, o Lula en Brasil que comenzaron defendiendo ideas supuestamente transformadoras, pero concluyeron en puros retoques de las fachadas de sus respectivas sociedades. El resultado termina siendo fatalmente el mismo: se alejan de los movimientos populares reales y acaban defendiendo los intereses de los poderosos, aunque sea con encantadores rostros de buenas personas.
.
LAS ILUSIONES ELECTORALES Y EL LÍMITE DE LAS URNAS
El caso Mamdani deja al descubierto un problema mucho más profundo: el límite estructural de las transformaciones vía electoral dentro del sistema capitalista.
La esperanza de sus votantes es genuina: quieren un sistema justo, acceso a vivienda, salud, educación, trabajo digno. Quieren dejar de ser invisibles. Y frente a eso, el sistema les ofrece una figura como Mamdani, que parece representar todo lo que desean, pero que en realidad no tiene —ni quiere tener— las herramientas para transformar las causas profundas del sufrimiento social.
El efecto del fraude es doblemente catastrófico: por un lado, se alarga la vida del sistema al darle un rostro más humano. Por otro, se genera una enorme frustración colectiva cuando las promesas no se cumplen, y muchas personas acaban desmovilizadas, decepcionadas o, incluso, votando en el futuro a opciones ultra reaccionarias.































Otilio Volkete | Jueves, 06 de Noviembre de 2025 a las 01:13:10 horas
Es como las lentejas para el votante de "izquierdas": o las tomas o las dejas. No veo ninguna novedad.
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