ZOHRAN MAMDANI: EL ESPEJISMO QUE SE ENCARGARÁ DE BORRAR EL IMPERIO
"La figura de Mamdani emerge como válvula de escape, no como ruptura"
La elección del demócrata Zohran Mamdani como alcalde de New York ha sido presentada por los medios corporativos como un esperanzador giro progresista en el corazón del imperio. Sin embargo - apunta en este artículo el abogado José Manuel Rivero- la victoria de Mamdani expresa más la crisis de legitimidad del neoliberalismo que el nacimiento de una alternativa (...).
Por JOSÉ MANUEL RIVERO (*) PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
La noche del 5 de noviembre de 2025 en Queens, el aire de victoria que envolvió el discurso de Zohran Mamdani parecía anunciar un viraje histórico en la capital financiera del mundo. Un joven, con discurso socialdemócrata, musulmán e hijo de inmigrantes, proclamando en el corazón del imperio un programa de vivienda pública, transporte gratuito, justicia racial y un Green New Deal para la ciudad símbolo del capital global. El escenario —banderas arcoíris, consignas multilingües, la presencia de Alexandria Ocasio-Cortez y del senador Sanders— condensaba el imaginario de una Nueva York reconciliada consigo misma, redimida por sus propias periferias. Sin embargo, bajo el brillo del momento y las ovaciones de los medios capitalistas occidentales al servicio de los intereses financieros de Soros, late una pregunta esencial: ¿hasta qué punto la estructura imperial puede permitir que su centro neurálgico se gobierne contra ella?
Mamdani no surgió del vacío. Es la síntesis de un proyecto cuidadosamente cultivado por el ala progresista del Partido Demócrata para contener el malestar social que atraviesa a los Estados Unidos. Tras la descomposición moral y política del ciclo Biden —marcado por la corrupción familiar, el financiamiento bélico y la subordinación a los intereses de Wall Street—, la figura de Mamdani emerge como válvula de escape, no como ruptura. La prensa capitalista occidental, connivente ante las guerras de la OTAN, los bloqueos y los crímenes del imperialismo, celebra ahora su victoria como la prueba de que “otro Estados Unidos es posible”, sin reparar en que ese mismo discurso reproduce la ilusión de cambio dentro de los límites de la hegemonía.
El contenido programático de su discurso, en apariencia radical, confirma esa tensión. Promete congelar alquileres, construir 200.000 viviendas públicas, crear un fondo de emergencia para inquilinos, instaurar transporte gratuito, cerrar Rikers Island —el mayor complejo penitenciario de Nueva York, símbolo del encarcelamiento masivo y la violencia estructural contra las comunidades negras y latinas—, transferir fondos policiales a programas sociales, establecer un salario mínimo de 30 dólares por hora para 2030, y emprender un Green New Deal local con metas climáticas ambiciosas. Es un plan que, en cualquier otra latitud, sería una revolución administrativa; pero en el centro del capitalismo financiero global, roza la utopía regulada.
Cada una de esas medidas, si intentara concretarse, chocaría con los intereses estructurales que gobiernan Nueva York: las inmobiliarias, los bancos, los fondos de inversión y la maquinaria del crédito urbano que convierte el derecho a la vivienda en un negocio de alto rendimiento. El aparato político de la ciudad, sus tribunales, sus medios y sus organismos de “supervisión presupuestaria” están diseñados precisamente para impedir que la voluntad popular atraviese el muro del capital financiero. Allí donde el voto intenta corregir la desigualdad, el poder real del dinero lo encauza, lo disuelve o lo coopta. Mamdani puede decretar moratorias, pero no puede transformar el modo de producción que sostiene la renta urbana; puede prometer justicia climática, pero los bonos verdes que financiarían su plan dependen del mismo mercado que privatiza la energía y precariza el trabajo.
La prensa capitalista occidental ha querido presentar su elección como el amanecer de una nueva política progresista, pero su euforia parece más un acto de prevención que de entusiasmo. Wall Street no teme a los símbolos, sino a los hechos. Y mientras Mamdani mantenga su rebeldía dentro de los límites del reformismo urbano —sin cuestionar la matriz imperial del Estado, sin denunciar el bloqueo a Cuba ni el asedio a Venezuela, sin enfrentar la guerra en Ucrania como una guerra de rapiña del capital—, el sistema no lo percibirá como amenaza, sino como un activo de legitimación.
El problema no es que Mamdani sea sincero o no; el problema es que su victoria se da dentro de un dispositivo que absorbe toda tentativa de emancipación y la convierte en espectáculo democrático. Su relato —“la ciudad pertenece a su gente”— emociona, pero omite que la ciudad pertenece al capital que la edifica, la alquila y la destruye. Sus promesas de justicia racial y ecológica pueden inspirar, pero están atadas a un presupuesto que depende del tributo al capital financiero.
No hay que dudar de su voluntad, sino de su margen. Nueva York no es un laboratorio de justicia social, sino el centro de cálculo del capitalismo mundial. Pretender transformar su estructura desde la alcaldía equivale a querer democratizar el Pentágono desde su oficina de prensa. La historia enseña que las reformas en el corazón del imperio solo prosperan si refuerzan su legitimidad exterior. Mamdani, aun con la mejor de las intenciones, corre el riesgo de ser presentado como el rostro amable del mismo orden que perpetúa el saqueo global.
Su victoria, en suma, expresa más la crisis de legitimidad del neoliberalismo que el nacimiento de una alternativa. Los pueblos del mundo, víctimas del mismo poder que hoy lo celebra, saben que las transformaciones verdaderas no nacen en el centro del imperio, sino en su periferia. Y mientras el capitalismo financiero continúe marcando el compás de la política neoyorquina, el sueño de una Nueva York para todos seguirá siendo —como tantos otros— una promesa que el poder sabe pronunciar, pero nunca cumplir.
(*) José Manuel Rivero, abogado y analista político.

Por JOSÉ MANUEL RIVERO (*) PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
La noche del 5 de noviembre de 2025 en Queens, el aire de victoria que envolvió el discurso de Zohran Mamdani parecía anunciar un viraje histórico en la capital financiera del mundo. Un joven, con discurso socialdemócrata, musulmán e hijo de inmigrantes, proclamando en el corazón del imperio un programa de vivienda pública, transporte gratuito, justicia racial y un Green New Deal para la ciudad símbolo del capital global. El escenario —banderas arcoíris, consignas multilingües, la presencia de Alexandria Ocasio-Cortez y del senador Sanders— condensaba el imaginario de una Nueva York reconciliada consigo misma, redimida por sus propias periferias. Sin embargo, bajo el brillo del momento y las ovaciones de los medios capitalistas occidentales al servicio de los intereses financieros de Soros, late una pregunta esencial: ¿hasta qué punto la estructura imperial puede permitir que su centro neurálgico se gobierne contra ella?
Mamdani no surgió del vacío. Es la síntesis de un proyecto cuidadosamente cultivado por el ala progresista del Partido Demócrata para contener el malestar social que atraviesa a los Estados Unidos. Tras la descomposición moral y política del ciclo Biden —marcado por la corrupción familiar, el financiamiento bélico y la subordinación a los intereses de Wall Street—, la figura de Mamdani emerge como válvula de escape, no como ruptura. La prensa capitalista occidental, connivente ante las guerras de la OTAN, los bloqueos y los crímenes del imperialismo, celebra ahora su victoria como la prueba de que “otro Estados Unidos es posible”, sin reparar en que ese mismo discurso reproduce la ilusión de cambio dentro de los límites de la hegemonía.
El contenido programático de su discurso, en apariencia radical, confirma esa tensión. Promete congelar alquileres, construir 200.000 viviendas públicas, crear un fondo de emergencia para inquilinos, instaurar transporte gratuito, cerrar Rikers Island —el mayor complejo penitenciario de Nueva York, símbolo del encarcelamiento masivo y la violencia estructural contra las comunidades negras y latinas—, transferir fondos policiales a programas sociales, establecer un salario mínimo de 30 dólares por hora para 2030, y emprender un Green New Deal local con metas climáticas ambiciosas. Es un plan que, en cualquier otra latitud, sería una revolución administrativa; pero en el centro del capitalismo financiero global, roza la utopía regulada.
Cada una de esas medidas, si intentara concretarse, chocaría con los intereses estructurales que gobiernan Nueva York: las inmobiliarias, los bancos, los fondos de inversión y la maquinaria del crédito urbano que convierte el derecho a la vivienda en un negocio de alto rendimiento. El aparato político de la ciudad, sus tribunales, sus medios y sus organismos de “supervisión presupuestaria” están diseñados precisamente para impedir que la voluntad popular atraviese el muro del capital financiero. Allí donde el voto intenta corregir la desigualdad, el poder real del dinero lo encauza, lo disuelve o lo coopta. Mamdani puede decretar moratorias, pero no puede transformar el modo de producción que sostiene la renta urbana; puede prometer justicia climática, pero los bonos verdes que financiarían su plan dependen del mismo mercado que privatiza la energía y precariza el trabajo.
La prensa capitalista occidental ha querido presentar su elección como el amanecer de una nueva política progresista, pero su euforia parece más un acto de prevención que de entusiasmo. Wall Street no teme a los símbolos, sino a los hechos. Y mientras Mamdani mantenga su rebeldía dentro de los límites del reformismo urbano —sin cuestionar la matriz imperial del Estado, sin denunciar el bloqueo a Cuba ni el asedio a Venezuela, sin enfrentar la guerra en Ucrania como una guerra de rapiña del capital—, el sistema no lo percibirá como amenaza, sino como un activo de legitimación.
El problema no es que Mamdani sea sincero o no; el problema es que su victoria se da dentro de un dispositivo que absorbe toda tentativa de emancipación y la convierte en espectáculo democrático. Su relato —“la ciudad pertenece a su gente”— emociona, pero omite que la ciudad pertenece al capital que la edifica, la alquila y la destruye. Sus promesas de justicia racial y ecológica pueden inspirar, pero están atadas a un presupuesto que depende del tributo al capital financiero.
No hay que dudar de su voluntad, sino de su margen. Nueva York no es un laboratorio de justicia social, sino el centro de cálculo del capitalismo mundial. Pretender transformar su estructura desde la alcaldía equivale a querer democratizar el Pentágono desde su oficina de prensa. La historia enseña que las reformas en el corazón del imperio solo prosperan si refuerzan su legitimidad exterior. Mamdani, aun con la mejor de las intenciones, corre el riesgo de ser presentado como el rostro amable del mismo orden que perpetúa el saqueo global.
Su victoria, en suma, expresa más la crisis de legitimidad del neoliberalismo que el nacimiento de una alternativa. Los pueblos del mundo, víctimas del mismo poder que hoy lo celebra, saben que las transformaciones verdaderas no nacen en el centro del imperio, sino en su periferia. Y mientras el capitalismo financiero continúe marcando el compás de la política neoyorquina, el sueño de una Nueva York para todos seguirá siendo —como tantos otros— una promesa que el poder sabe pronunciar, pero nunca cumplir.
(*) José Manuel Rivero, abogado y analista político.































Maribel Santana | Viernes, 07 de Noviembre de 2025 a las 09:02:58 horas
El izquierdismo es así de infantil. A ver si se pasa de enteradillo y le pasa como a Charlie Kirk, que cuando empezo a cuestionarse como fue que los sionistas no tuvieron mas cuidado y dejaron penetrar a Hamas para tomar a todos aquellos rehenes etc,etc.La CIA, Mosad y hasta Trump así decidieron que se lo cargaran , que no nos toque los cojones. Esto se despachó y se cerro el capitulo, no hay ni un triste análisis sobre esto, la derecha porque no le interesa y la izquierda ausente porque tampoco, ya que el asesinado era sionista, y en fin un esperpento. Pero señores como decía BRECHT " el hombre tiene un defecto, puede pensar" era quien era pero se empezo a cuestionarse las cosas. Bravo por el muchacho. Repito la izquierda en vez de analizar y sacar provecho de esto, lo silencio, porque era sionista de derechas etc. ASI NOS VA.
Pues esperemos que este progre de la vida del alcalde izquierdoso, no corra con la misma suerte, aunque lo que haga es dar tres limosnas como hace cualquier Caritas parroquiales.
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