
LA MEMORIA, ESENCIA DEL HILO ROJO DE LA HISTORIA
¿Por qué el olvido es una herramienta tan eficaz para el poder?
La memoria colectiva del movimiento obrero ha sido desmantelada mediante el terror, la manipulación histórica y la anomia ideológica –afirma Ángeles Maestro–, como parte esencial de la estrategia de clase para romper la continuidad de la lucha emancipadora.
Por ÁNGELES MAESTRO PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
La memoria nos conforma como seres humanos. Es la herramienta fundamental de la identidad. Somos porque sabemos de donde venimos. Nos formamos en el molde de generaciones anteriores para romperlo – en una estricta lucha de contrarios - y reconstruir con sus pedazos nuestro propio camino.
La destrucción de la memoria de quienes nos han precedido en la lucha, mediante el silencio impuesto por el terror, la anestesia mortal de las drogas – como en la “movida de los 80”- o la construcción de un relato basado en la falsificación histórica, es el arma fundamental de nuestro enemigo de clase en la lucha ideológica.
Antonio Machado lo expresaba así:
Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida
nos la pusieron, pobre, escuálida y beoda,
para que no acertara la mano con la herida.
El libro de Francisco González Tejera, “Barrancos de silencio”, arranca el olvido de las tinieblas poniendo nombres y biografías a las vidas de los miles de canarios y canarias asesinados por los fascistas. Asesinatos planificados y dirigidos por la patronal con la complicidad directa de la iglesia católica. El relato recrea, a partir de testimonios de los familiares, esos crímenes que son semejantes a los perpetrados por el fascismo, pueblo a pueblo, en todo el territorio del Estado español; y lo hace, asumiendo con valor poco común – aún hoy en 2025 – la tarea de poner nombres y apellidos, también a los asesinos y a sus secuaces.
Evidenciando el inequívoco sello de clase de la masacre, destaca que la inmensa mayoría de los arrojados vivos al mar o a las simas volcánicas, de las violadas hasta la extenuación o de los colgados de los ojos con ganchos de carnicero, eran militantes de la Federación Obrera. Este sindicato reunía a trabajadores y trabajadoras de diversas ideologías y militancias bajo el sello de la unidad de clase para arrancar a los empresarios, españoles o ingleses, mejores condiciones de vida en la recogida del plátano, en la construcción, etc.
En todo el Estado se ejecutó a cerca de 200.000 personas después de la guerra, pueblo a pueblo, la mayor parte de las cuales aún yacen en fosas comunes, en las cunetas o junto a las tapias de los cementerios. Otras muchas cayeron luchando contra el mismo fascismo en las filas del Ejército Rojo, en las filas de la Resistencia en Europa que contribuyeron decisivamente a construir o en los campos de concentración nazis.
Cuando hoy comprobamos las dimensiones del desastre operado en la conciencia de clase del pueblo trabajador inevitablemente hay que referirse a la traición a la memoria de quienes lucharon contra el fascismo y fueron asesinados, operada durante la Transición. Fue una traición también a las generaciones posteriores, a quienes se les amputó no sólo la vida de los mejores y hombres y mujeres de sus familias, sino también el derecho a saber y a construir su propia identidad de seres conscientes y responsables.
Esa gigantesca operación de ocultación de la memoria y de falsificación histórica se llevó a cabo sobre una clase trabajadora que supo organizarse y levantarse sobre el terrorismo de Estado más brutal. La reconstrucción del movimiento obrero durante la dictadura mostró que el asesinato de cientos de miles no había matado en el pueblo trabajador la conciencia de clase, es decir, el sentimiento profundo de la continuidad histórica de la tarea emancipatoria de la clase obrera, truncada con la derrota.
La memoria de ellos y ellas - la mejor generación que ha producido la historia de estas tierras malheridas - germinando en otros trabajadores y trabajadoras, muchos de los cuales no habían vivido esos tiempos terribles, iba reconstruyendo el hilo rojo de la historia.
Si la dictadura asesinó los cuerpos, la Transición debía matar su alma.
Esa operación de amputación y anomia ideológica se llevó a cabo y se sigue realizando mediante la colaboración necesaria de traidores, salidos precisamente de las mismas filas políticas y sindicales en las que militaban quienes dieron su vida por los mismos ideales representados el siglas ahora vaciadas de contenido y ultrajadas.
La nueva juventud debía haber sido capaz, sobre la huella de sus predecesores, de entender lo que John Berger llama “la unidad esencial de todo el sufrimiento humano evitable” y que es el primer paso para la acción política. Esa unidad que incluye a las dictaduras latinoamericanas, al lebensarum nazi en la URSS, al fascismo español, portugués, griego, etc, o en la actualidad al sionismo, al neonazismo ucraniano o al que apunta cada vez más con más fuerza en la Unión Europea.
En la actualidad, la tarea de las organizaciones políticas revolucionarias es transmitir a las nuevas generaciones que la columna vertebral, la mano criminal que dirige golpes de estado, invade países, perpetra genocidios como el palestino, o la que mete en la cárcel a las 6 de la Suiza, a los trabajadores del metal de Cádiz o a Pablo Hasel, es la misma mano del capital imperialista, la que arma y dirige al fascismo – con la bendición de la iglesia – cuando la lucha de clases arrecia.
Hoy caminamos hacía tiempos de ferocidad semejantes. El pueblo palestino es una buena muestra de la magnitud del crimen que son capaces de llevar a cabo y, sobre todo, de la voluntad de resistencia. Para reanudar el hilo rojo y llevar a cabo nuestra misión, necesitamos nutrirnos, tanto del conocimiento de la destrucción de la esencia humana que lleva el capitalismo impreso en su código genético, como de la fuerza y el valor que derrocharon quienes hicieron lo que debían para intentar destruirlo. Ahora, los términos de la ecuación son los mismos: socialismo o barbarie.
Por ÁNGELES MAESTRO PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
La memoria nos conforma como seres humanos. Es la herramienta fundamental de la identidad. Somos porque sabemos de donde venimos. Nos formamos en el molde de generaciones anteriores para romperlo – en una estricta lucha de contrarios - y reconstruir con sus pedazos nuestro propio camino.
La destrucción de la memoria de quienes nos han precedido en la lucha, mediante el silencio impuesto por el terror, la anestesia mortal de las drogas – como en la “movida de los 80”- o la construcción de un relato basado en la falsificación histórica, es el arma fundamental de nuestro enemigo de clase en la lucha ideológica.
Antonio Machado lo expresaba así:
Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida
nos la pusieron, pobre, escuálida y beoda,
para que no acertara la mano con la herida.
El libro de Francisco González Tejera, “Barrancos de silencio”, arranca el olvido de las tinieblas poniendo nombres y biografías a las vidas de los miles de canarios y canarias asesinados por los fascistas. Asesinatos planificados y dirigidos por la patronal con la complicidad directa de la iglesia católica. El relato recrea, a partir de testimonios de los familiares, esos crímenes que son semejantes a los perpetrados por el fascismo, pueblo a pueblo, en todo el territorio del Estado español; y lo hace, asumiendo con valor poco común – aún hoy en 2025 – la tarea de poner nombres y apellidos, también a los asesinos y a sus secuaces.
Evidenciando el inequívoco sello de clase de la masacre, destaca que la inmensa mayoría de los arrojados vivos al mar o a las simas volcánicas, de las violadas hasta la extenuación o de los colgados de los ojos con ganchos de carnicero, eran militantes de la Federación Obrera. Este sindicato reunía a trabajadores y trabajadoras de diversas ideologías y militancias bajo el sello de la unidad de clase para arrancar a los empresarios, españoles o ingleses, mejores condiciones de vida en la recogida del plátano, en la construcción, etc.
En todo el Estado se ejecutó a cerca de 200.000 personas después de la guerra, pueblo a pueblo, la mayor parte de las cuales aún yacen en fosas comunes, en las cunetas o junto a las tapias de los cementerios. Otras muchas cayeron luchando contra el mismo fascismo en las filas del Ejército Rojo, en las filas de la Resistencia en Europa que contribuyeron decisivamente a construir o en los campos de concentración nazis.
Cuando hoy comprobamos las dimensiones del desastre operado en la conciencia de clase del pueblo trabajador inevitablemente hay que referirse a la traición a la memoria de quienes lucharon contra el fascismo y fueron asesinados, operada durante la Transición. Fue una traición también a las generaciones posteriores, a quienes se les amputó no sólo la vida de los mejores y hombres y mujeres de sus familias, sino también el derecho a saber y a construir su propia identidad de seres conscientes y responsables.
Esa gigantesca operación de ocultación de la memoria y de falsificación histórica se llevó a cabo sobre una clase trabajadora que supo organizarse y levantarse sobre el terrorismo de Estado más brutal. La reconstrucción del movimiento obrero durante la dictadura mostró que el asesinato de cientos de miles no había matado en el pueblo trabajador la conciencia de clase, es decir, el sentimiento profundo de la continuidad histórica de la tarea emancipatoria de la clase obrera, truncada con la derrota.
La memoria de ellos y ellas - la mejor generación que ha producido la historia de estas tierras malheridas - germinando en otros trabajadores y trabajadoras, muchos de los cuales no habían vivido esos tiempos terribles, iba reconstruyendo el hilo rojo de la historia.
Si la dictadura asesinó los cuerpos, la Transición debía matar su alma.
Esa operación de amputación y anomia ideológica se llevó a cabo y se sigue realizando mediante la colaboración necesaria de traidores, salidos precisamente de las mismas filas políticas y sindicales en las que militaban quienes dieron su vida por los mismos ideales representados el siglas ahora vaciadas de contenido y ultrajadas.
La nueva juventud debía haber sido capaz, sobre la huella de sus predecesores, de entender lo que John Berger llama “la unidad esencial de todo el sufrimiento humano evitable” y que es el primer paso para la acción política. Esa unidad que incluye a las dictaduras latinoamericanas, al lebensarum nazi en la URSS, al fascismo español, portugués, griego, etc, o en la actualidad al sionismo, al neonazismo ucraniano o al que apunta cada vez más con más fuerza en la Unión Europea.
En la actualidad, la tarea de las organizaciones políticas revolucionarias es transmitir a las nuevas generaciones que la columna vertebral, la mano criminal que dirige golpes de estado, invade países, perpetra genocidios como el palestino, o la que mete en la cárcel a las 6 de la Suiza, a los trabajadores del metal de Cádiz o a Pablo Hasel, es la misma mano del capital imperialista, la que arma y dirige al fascismo – con la bendición de la iglesia – cuando la lucha de clases arrecia.
Hoy caminamos hacía tiempos de ferocidad semejantes. El pueblo palestino es una buena muestra de la magnitud del crimen que son capaces de llevar a cabo y, sobre todo, de la voluntad de resistencia. Para reanudar el hilo rojo y llevar a cabo nuestra misión, necesitamos nutrirnos, tanto del conocimiento de la destrucción de la esencia humana que lleva el capitalismo impreso en su código genético, como de la fuerza y el valor que derrocharon quienes hicieron lo que debían para intentar destruirlo. Ahora, los términos de la ecuación son los mismos: socialismo o barbarie.
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