Martes, 11 de Noviembre de 2025

Actualizada

Martes, 11 de Noviembre de 2025 a las 08:23:58 horas

| 1216
Martes, 11 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:

¿SOCIALISMO O CLASE DOMINANTE?: LA CONFIGURACIÓN DE LA GRAN BURGUESÍA EN LA CHINA DEL SIGLO XXI

La nueva "aristocracia del capital" en China: dinero, poder y distancia social

Mientras millones de trabajadores chinos apenas pueden vivir en la precariedad, una nueva élite de multimillonarios acumula fortunas récord, compra castillos en Europa, envía a sus hijos a Harvard y blinda su riqueza lejos de Pekín, bajo la máscara de un sistema que aún continúa persistiendo en autodenominarse "socialista".

 

 POR CÁNDIDO GÁLVEZ PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-

 

 
    Ya no es Silicon Valley. Tampoco Wall Street. Hoy, si uno
[Img #87842]quiere entender dónde se está cociendo el nuevo poder económico global, debe mirar hacia Oriente. Más concretamente, a los rascacielos de Pekín, a las avenidas de Shanghái y a las oficinas de cristal de Shenzhen.

 

   China ya no es solo la fábrica del mundo, es también la cuna de una nueva aristocracia global. Silenciosa, discreta, hiperconectada. Y cada vez más poderosa.

 


PRIMER ACTO: EL IMPERIO DE LOS BILLONES

    Es oficial. China es el segundo país del mundo con más multimillonarios, solo por detrás de Estados Unidos. Pero si hablamos de velocidad de ascenso, de rapidez para multiplicar fortunas en pocos años, el gigante asiático no tiene rival. En la lista de 2025 de Forbes, China aparece con al menos 450 multimillonarios, cuyo patrimonio conjunto supera los 1,7 billones de dólares.

 

    Esta élite del dinero no solo acumula cifras astronómicas. Lo verdaderamente interesante es cómo y dónde vive, qué hace con ese dinero y, sobre todo, cómo lo protege.

 

   Porque en un país con una economía tan centralizada desde el poder político, muchos de estos magnates han aprendido que no basta con amasar riqueza: hay que moverla. Diversificarla y, si es necesario, sacarla del país. 


 

CAPITALES DE LUJO, URBANIZACIONES CERCADAS

     A diferencia del multimillonario estadounidense clásico —que vive en su mansión de California, asiste a cenas benéficas y apuesta por el capital de riesgo—, el magnate chino actual vive en una burbuja menos visible pero igualmente  opulenta. Se refugia en urbanizaciones de ultra lujo en Pekín, Shanghái o Shenzhen, con vigilancia 24 horas, lagos artificiales, acceso restringido por reconocimiento facial y a menudo helipuerto privado.

 

   Beijing, en particular, se ha convertido en la capital mundial de los súper ricos. Superó incluso a Nueva York en número de multimillonarios residentes en 2021. Le siguen Hangzhou —la sede de Alibaba— y Shenzhen, el Silicon Valley chino.

 

   La mayoría de estos multimillonarios se desplaza en vehículos blindados o de lujo (Rolls-Royce, Bentley, Mercedes Clase S, o incluso marcas locales como Hongqi), y no es raro que tengan un chofer personal, chef privado y un equipo entero dedicado a planificar viajes de negocios y vacaciones de alto nivel.

 


LOS HIJOS ESTÁN LEJOS, EN ESCUELAS OCCIDENTALES

     Mientras los padres gestionan imperios industriales o tecnológicos, los hijos —en su gran mayoría— estudian fuera de China. La ruta es conocida: primero un internado en Reino Unido o Suiza, luego universidades como Stanford, Harvard, Cambridge o la Universidad de Melbourne.

 

    Según estudios recientes, más del 80 % de los hijos de multimillonarios chinos pasan por el sistema educativo occidental. Pero esto no es solo una cuestión académica: se trata de establecer redes, contactos y de crear reputación internacional. Es parte de la estrategia.

 


SEGUNDO ACTO: EL DINERO HUYE, PERO CON PASAPORTE DIPLOMÁTICO

     Una cosa está clara: los nuevos ricos chinos no confían demasiado en mantener toda su fortuna dentro de casa. La mayoría de ellos —por prudencia o por estrategia— ha desarrollado lo que algunos expertos llaman un “plan B económico”: diversificar inversiones fuera del país, comprar propiedades en capitales clave del mundo, adquirir pasaportes dorados en países que ofrecen ciudadanía a cambio de inversiones y mover el capital hacia jurisdicciones más “amigables” con el secreto financiero.

     Pero, ¿a dónde va exactamente ese dinero?

 


LOS DESTINOS PREFERIDOS: DE LONDRES A SINGAPUR PASANDO POR LOS ÁNGELES

     Desde hace más de una década, los multimillonarios chinos han sido actores principales en el mercado inmobiliario de ciudades como Vancouver, Sídney, Londres, Nueva York o Los Ángeles. En 2022, por ejemplo, los ciudadanos chinos representaron la mayor proporción de compradores extranjeros de viviendas de lujo en Estados Unidos, concentrándose especialmente en California y Florida.

 

    El motivo no es sólo el rendimiento: son refugios. Lugares donde, si todo se complica en el país de origen, ya hay una mansión con jardín, ciudadanía por inversión e incluso empresas fantasmas listas para activarse. Según datos del Hurun Report, el 80 % de los multimillonarios chinos invierte en el extranjero como forma de "asegurar el patrimonio familiar".

 

   En Europa, Londres sigue siendo la joya de la corona. Comprar propiedades en barrios como Mayfair o Knightsbridge es casi una obligación entre las élites asiáticas. Suiza también aparece como destino habitual, aunque más por razones bancarias que residenciales. Singapur ha ganado peso como sede para sus holdings empresariales y fondos fiduciarios, debido a su entorno fiscal favorable, la estabilidad política y la cercanía cultural.

 


SECTORES CLAVE: INMOBILIARIAS, TECNOLOGÍA, SANIDAD Y... VINO

      A diferencia de los millonarios clásicos que apuestan todo a Wall Street, los nuevos ricos chinos diversifican su cartera con precisión quirúrgica. Por ejemplo:

 

- Inmobiliarias de lujo: Desde villas en Beverly Hills hasta áticos en Sídney, pasando por castillos franceses. La propiedad tangible sigue siendo símbolo de estatus y refugio patrimonial.

- Startups tecnológicas: Muchos invierten en fondos de capital riesgo en Silicon Valley o Israel. Les interesa la inteligencia artificial, la biotecnología y la ciberseguridad.

- Salud privada y biofarmacéutica: A raíz de la pandemia, los grandes capitales chinos han entrado en hospitales privados, laboratorios y empresas de tecnología médica en Europa y EE.UU.

- Agroindustria y lujo: Comprar viñedos en Burdeos o Toscana también es una tendencia. No es solo por placer: el vino europeo embotellado en China se revende a precios inflados.

 

    En todos los casos, las inversiones se organizan a través de estructuras legales complejas: fideicomisos, fondos pantalla o sociedades offshore. El objetivo es lograr invisibilidad fiscal, protección legal y movilidad instantánea.


 

LOS NUEVOS ARISTÓCRATAS: UN PIE EN CHINA, OTRO EN EL MUNDO

    Todo esto conforma un perfil muy específico: un nuevo tipo de multimillonario. No vive solo en China, ni en Occidente. Su lugar real es el capital. Y su territorio, el mundo. Tiene pasaporte diplomático, cuentas en Suiza, propiedades en Canadá y dos hijos estudiando en Boston o Cambridge. Su empresa puede tener sede en Hangzhou, pero sus activos están repartidos entre las Islas Vírgenes Británicas, Hong Kong y Dubái.

 

   Este modelo nómada de acumulación ya no responde a la vieja lógica de “ricos de país en desarrollo”. Estamos ante una élite económica global en su versión asiática. Una élite que opera con la misma naturalidad en el Consejo de Administración de un banco suizo que en una reunión informal con dirigentes del "Partido Comunista".


 

TERCER ACTO: EL LUJO COMO RUTINA

     Mientras millones de trabajadores chinos viven en condiciones de precariedad laboral —en fábricas, plataformas de delivery o pequeñas ciudades del interior—, un pequeño grupo disfruta de un estilo de vida que ni siquiera los emperadores de las dinastías Ming o Qing pudieron imaginar.

 

    No hay madrugadas apresuradas en el metro, ni almuerzos de fideos en la oficina. La jornada de un multimillonario chino puede comenzar con una sesión de yoga supervisada por un instructor traído de California, seguida de una videollamada con un fondo de inversión en Singapur, un almuerzo preparado por un chef francés, y una tarde entre obras de arte, reuniones estratégicas o visitas a alguna de sus múltiples propiedades.

 

    Este nivel de vida implica una infraestructura propia: chofer, servicio doméstico estable, guardaespaldas, asistentes personales, asesores fiscales internacionales, tutores para los hijos, personal de relaciones públicas y hasta terapeutas espirituales. Todo forma parte del día a día.

 


VEHÍCULOS QUE VALEN MÁS QUE UNA MANZANA EN SHENZHÉN

   El automóvil —como en otros países capitalistas— no es solo un medio de transporte: es una extensión del cuerpo, una declaración de poder. En China, los multimillonarios han convertido sus garajes en auténticas salas de exposición.

 

    Las marcas favoritas siguen siendo las clásicas del lujo occidental: Rolls-Royce, Bentley, Ferrari, Porsche, aunque también hay espacio para caprichos más exóticos como Bugatti, Koenigsegg o ediciones limitadas personalizadas por encargo.

 

    Sin embargo, hay una excepción que marca una nueva tendencia: el auge de marcas chinas de gama alta como Hongqi, que ha logrado posicionarse como símbolo del poder nacional. Incluso se han lanzado modelos especiales con nombres como Guoli (“nación poderosa”), dirigidos exclusivamente a altos funcionarios y élites económicas. Es el “auto patriótico”, pero blindado, con madera de sándalo en el interior y conexión directa a redes satelitales.

 

     Los trayectos diarios —cuando no se realizan en jets privados o helicópteros— se hacen siempre en caravana: un coche de seguridad al frente, el automóvil del millonario en el centro y otro detrás. En Pekín o Shanghái, es habitual que circulen con matrículas especiales que les permiten saltarse controles, peajes y restricciones de tráfico.

 


DE COMPRAS EN MILÁN, DE TRATAMIENTO EN ZÚRICH

     El lujo no se limita al país. Esta clase social se ha especializado en consumir fuera. Las compras de temporada suelen hacerse en París, Milán, Dubái o Londres, donde algunos multimillonarios son ya clientes VIP de marcas como Hermès, Chanel, Dior o Loro Piana. Muchos de ellos compran colecciones completas por adelantado, antes de que salgan a las tiendas, y las hacen enviar por avión privado a China.

 

    En cuanto a salud, prefieren los sistemas europeos: chequeos médicos anuales en clínicas suizas, partos en hospitales privados de Vancouver o tratamientos de fertilidad en California. Todo forma parte del “paquete de servicios” de vivir como alguien que no conoce el concepto de lista de espera.

 


LA BRECHA QUE SIGUE CRECIENDO

      Y mientras tanto, del otro lado del muro invisible, hay otra China. Una donde millones de jóvenes luchan por salir de la precariedad, donde la jubilación es cada vez más incierta, donde los trabajadores migrantes viven en dormitorios colectivos y donde los precios de la vivienda han convertido la propiedad en un sueño casi inalcanzable para buena parte de los sectores profesionales.

 

   Esa brecha no es solo económica. Es también simbólica. Muchos jóvenes chinos ya no sueñan con ser ricos, sino simplemente con vivir con dignidad. Algunos, incluso, han dado lugar a movimientos culturales como el tang ping (“tumbarse”), una forma de protesta pasiva contra el modelo de éxito basado en el sacrificio total.

 

   Frente a eso, los multimillonarios siguen en su mundo, rodeados de lujos, inversiones protegidas y pasaportes extranjeros. Y eso genera tensiones: sociales, políticas, culturales.

 


ÚLTIMO ACTO: LOS RICOS DE CHINA FRENTE AL RESTO DEL MUNDO

    Aunque China no ha superado aún a Estados Unidos en número total de multimillonarios, la velocidad con la que crecen las fortunas en el país asiático es asombrosa. La mayoría de los ricos estadounidenses provienen de sectores tradicionales: tecnología, finanzas, herencias. En cambio, muchos de los magnates chinos provienen del boom inmobiliario, el comercio electrónico, la tecnología financiera, y en algunos casos, de áreas estrechamente conectadas al Estado.

 

    En China, como en los Estados Unidos, la gran riqueza suele estar profundamente entrelazada con el poder político. No se trata solo de tener dinero, sino de tener las relaciones adecuadas.

 

    Algunos de los grandes imperios empresariales han sido posibles gracias a licencias, contactos o la ausencia de regulación en sectores clave.  

 

 

 ¿TIENE ALGO QUE VER LA SOCIEDAD CHINA ACTUAL CON EL SOCIALISMO?

 

UNA MIRADA DESDE UNA PERSPECTIVA MARXISTA

     Es una pregunta incómoda, pero inevitable. Más aún después de recorrer el estilo de vida de los multimillonarios chinos y su capacidad para mover capitales, comprar propiedades en medio mundo y mantener redes de influencia política y económica dentro y fuera del país.

 

   ¿Puede llamarse “socialista” una sociedad que  permite el crecimiento y desarrollo de una élite capitalista de proporciones cuasi imperiales? ¿Tiene algo que ver la China actual con los principios básicos del marxismo?

 

    Desde una perspectiva marxista rigurosa, la respuesta es clara: no. Lo que existe en China hoy no es socialismo, ni comunismo, ni una “vía alternativa al capitalismo”, sino una forma híbrida de capitalismo de Estado, con rasgos particulares, sí, pero estructuralmente asentada sobre la propiedad privada, la acumulación de capital, la explotación del trabajo asalariado y la ley del valor.

 

UNA REVOLUCIÓN QUE DERIVÓ EN SU CONTRARIA

   La China que enarboló la bandera socialista tras la revolución de 1949, que colectivizó la tierra, nacionalizó la industria y proclamó la supresión de las clases, ya no existe. A partir de las reformas impulsadas por Deng Xiaoping a finales de los años 70 del pasado siglo, -bajo la consigna de “enriquecerse es glorioso”-, el país giró bruscamente hacia una lógica de apertura al capital extranjero, liberalización controlada y progresiva mercantilización de todos los aspectos de la vida social.

 

   El resultado ha sido la aparición de un nuevo bloque dominante compuesto por grandes empresarios privados, burócratas con intereses económicos directos, tecnócratas financieros y gestores de conglomerados estatales con lógica de mercado. Es decir, se formó una nueva clase capitalista. No por fuera, sino dentro del propio aparato estatal.

 

 

¿CÓMO SE DEFINE UNA SOCIEDAD SOCIALISTA?

    Desde la tradición marxista, una sociedad socialista no se define por la retórica oficial, ni por la presencia de un “partido comunista”, ni por el número de  banderas rojas o retratos de Mao. Se define por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, la eliminación del trabajo asalariado como forma dominante de producción de riqueza y la supresión de la explotación de clase.

 

   Nada de eso existe hoy en China.


    Allí, la fuerza de trabajo sigue siendo una mercancía, las empresas privadas compiten en el mercado mundial, y el Estado actúa como garante del orden capitalista, reprimiendo huelgas, controlando sindicatos y asegurando la estabilidad macroeconómica para los grandes inversores. El crecimiento del PIB, la productividad y las exportaciones están por encima de cualquier principio socialista.

 

UN CAPITALISMO PECULIAR, PERO CAPITALISMO AL FIN    

     Es cierto: China no es un capitalismo cualquiera. Es una economía controlada por un Estado fuerte, con planificación estratégica a largo plazo, en la que el partido mantiene un poder disciplinario. Pero ese tipo de organización no rompe con el capitalismo. Al contrario, lo potencia. Lo optimiza. La forma política puede variar —más liberal o más autoritaria— pero el fondo sigue siendo el mismo: acumulación, beneficio, competencia y subordinación del trabajo al capital.

 

   Desde este punto de vista, lo que el Partido Comunista Chino administra hoy no es un sistema de transición al comunismo o al socialismo, sino una de las formas más exitosas del capitalismo del siglo XXI. Un capitalismo que convive con la antigua  simbología  socialista heredada de la Revolución, pero que ha convertido incluso a esos símbolos en puras mercancías.

 

 

EL PAPEL DE LOS MULTIMILLONARIOS: CLASE DOMINANTE NUEVA

     La existencia misma de una élite económica que vive del beneficio del capital —y no del trabajo— demuestra que hay una clase dominante consolidada. Que esa clase utilice lenguaje patriótico o mantenga buenas relaciones con el Partido Comunista no la convierte en menos capitalista.

 

    Desde una perspectiva marxista, la pregunta no es si hay muchas o pocas desigualdades (aunque las ya existentes  son brutales), sino de dónde proviene la riqueza de esa minoría. Y la respuesta es clara: proviene de la apropiación privada del trabajo colectivo, del control de medios de producción, de la explotación de fuerza de trabajo en fábricas, campos, oficinas y cadenas de montaje.

 

 CONCLUSIÓN: UNA MÁSCARA “ROJA” PARA UNA SOCIEDAD PROFUNDAMENTE CAPITALISTA

 

    Así que no, la China actual no es una sociedad socialista. Es un país capitalista, en el que el Estado actúa como instrumento al servicio de la reproducción del capital. Que se haga llamar socialista, o que mantenga algunos elementos del antiguo aparato del partido, no cambia la naturaleza real de su economía, ni el tipo de relaciones sociales que la sostienen.

 

     Lo que queda del socialismo chino es apenas un decorado: una máscara roja que sirve para encubrir un régimen profundamente burgués. Y como toda sociedad basada en la desigualdad y la explotación, China también acumula enormes contradicciones.  Contradicciones que, más tarde o más temprano, empujarán hacia nuevas formas de resistencia y de organización popular. Así lo ha enseñado reiteradamente la historia.

 

 
 
 
 
Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.