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Lunes, 18 de Octubre de 2021 Tiempo de lectura:

ENTREVISTA: MIS RECUERDOS DE THOMAS SANKARA (VÍDEOS)

Joséphine Ouédraogo, ex ministra del gobierno revolucionario de Burkina Faso, rememora la figura de Sankara a 34 años de su asesinato

Posiblemente Thomas Sankara haya sido uno de los revolucionarios africanos más destacado y honesto políticamente de la historia contemporánea y post colonial del continente africano. A 34 años de su alevoso asesinato, Joséphine Ouédraogo, una ministra de su ejecutivo, rememora en esta entrevista no sólo los aspectos más relevantes de su personalidad, sino también las fuerzas con las se enfrentó para poner en marcha una cadena de reformas que sacaran a su país del atraso y la miseria.

 POR MAXIME QUIJOUX Y HADRIEN CLOUET

 

   El 15 de octubre de 1987, asesinaron al líder revolucionario Thomas Sankara. Sankara, era un joven oficial militar a que los 33 años tomó el poder en la ex colonia francesa de Alto Volta, rebautizada inmediatamente como Burkina Faso (la "tierra de los hombres íntegros").

 

   A la cabeza de una «coalición inestable de pequeños grupos políticos y facciones militares» —según la definición de un reconocido historiador—, el joven militar inició inmediatamente un giro político con el fin de garantizar la soberanía democrática y económica del país africano.

 

   Durante los cuatro años siguientes, la revolución comandada por Sankara implementó un programa de transformación social que intentó dejar atrás el legado de la colonia francesa. Su gobierno adoptó una serie de medidas económicas fundamentales, que abarcaron el cese de los privilegios de la burocracia estatal, la reforma agraria y la voluntad de conquistar la autonomía industrial y alimentaria.

 

   La revolución también promovió los derechos de las mujeres formación profesional, lucha contra la mutilación genital y contra la poligamia—, al igual que amplias campañas de vacunación y alfabetización, medidas de protección ambiental y apoyo a los movimientos de liberación nacional extranjeros.

 

   El proceso revolucionario encabezado por Sankara  no sólo encontró la oposición de la antigua metrópoli sino también la de determinados grupos de poder incrustados en la  sociedad burkinesa, que se oponían a todo tipo de reformas.

 

     Joséphine Ouédraogo, una ministra del Ejecutivo de Sankara, recuerda en esta entrevista realizada por Maxime Quijoux y Hadrien Clouet, su participación en el gobierno y sus últimas reuniones antes del sangriento golpe de Estado que puso fin a su vida y a su mandato .

 

 
 

- Maxime Quijoux: En agosto de 1984, cuando Thomas Sankara te convocó al gobierno, tenías 34 años. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué recuerdos te quedan de aquel momento?
 

- Joséphine Ouédraogo: Estaba muy sorprendida. No tanto por el golpe de Estado de Sankara, que era previsible. Pero resulta que sus discursos atacaban directamente al imperialismo y al neocolonialismo, y también castigaba con dureza a los reaccionarios y a quienes consideraba enemigos de la revolución. Era un militar políticamente comprometido, era un patriota que expresaba clara y abiertamente su rebeldía, su oposición a todas las fuerzas reaccionarias y a los cómplices de los poderes imperialistas de Occidente que ejercían su dominio sobre África. Tanta violencia me daba mucho miedo. A pesar de que, en tanto socióloga, adhería completamente a los valores que defendía la revolución, como la justicia social, la independencia política, la libertad, la democracia y la movilización popular, estaba convencida de que el cambio político y social no triunfaría por medios tan violentos ni tan de repente. Sankara y yo nos conocíamos bastante porque su mujer era amiga de mi hermana. Un día me llamó por teléfono, me citó en su oficina y me dijo: «La revolución te necesita». El gobierno revolucionario había cumplido un año y había definido su naturaleza sin ambages. En ese momento debía tomar medidas muy difíciles, que provocaban bastante inquietud en la población.

 

Entonces me explicó:

 

     «Necesito gente con tu formación porque quiero armar mi nuevo gobierno con tecnócratas más que con ideólogos». Yo respondí que no estaba preparada para ser ministra y que estaba dispuesta a trabajar por la revolución en un puesto de dirección técnica o en otra institución. Me respondió: «No busco gente preparada para desempeñarse en los ministerios, sino gente que esté dispuesta al cambio. El terreno y la sabana son territorios en los que trabajaste y estás en contacto con los campesinos. Nosotros queremos que la revolución logre conectar con la realidad social de las personas. Esa es la dimensión que me gustaría que aportaras junto a otra gente que también voy a convocar al gobierno».

 

     Entonces empecé a pensar que lo que me proponía era interesante. Cuando le agradecí que me hubiese considerado, me respondió que tal vez debía reflexionar y consultarlo con mis amigos y parientes. Acto seguido, antes de que hubiese terminado de discutirlo en mi casa, encendí la radio. Escuché la composición del nuevo gobierno y resulta que figuraba como ministra de Desarrollo Familiar y Solidaridad Nacional [risas].

     Nuestra reunión había bastado para que Sankara concluyera que la cosa funcionaría bien. Y así fue como, en noviembre de 1984, me convertí en ministra. El método de Sankara consistía en encontrarse frente a frente con cada miembro del gobierno y decirle: «Esto es lo que creo, esta es mi perspectiva sobre el sector del que quiero que te hagas cargo».

    En mi caso, me explicó cuál era la diferencia entre la política social del ex-Ministerio de Asuntos Sociales y su perspectiva de lo que debía ser una política de desarrollo familiar y solidaridad nacional. La política social de los regímenes anteriores a la revolución se limitaba básicamente a implementar planes sociales para mujeres, niños y personas vulnerables, es decir, que generaba y reproducía un espíritu asistencialista. Era una herencia de la política social francesa de aquella época.

 

   En fin, Sankara decía:

   «Quiero romper con todo eso. Quiero que tal ministro o tal ministra contribuyan a cambiar realmente nuestra sociedad. Para estudiar la situación de las mujeres, voy a crear un sindicato de mujeres burkinesas y voy a impulsar la organización de las mujeres en el marco de un movimiento político de emancipación. Es una tarea de las mujeres defender sus derechos. Pero yo voy a crear las condiciones para que puedan expresarse. En tu caso —me dijo— el asunto es crear las condiciones institucionales y técnicas para cambiar el estatuto de las mujeres al interior de la familia, tanto en términos económicos como jurídicos. Hay que agregar también la solidaridad nacional para luchar contra la exclusión, la pobreza y la extrema pobreza, de la que el gobierno es el principal responsable, pues son nuestro sistema socioeconómico y nuestro modo de gobierno los que engendran las exclusiones y empobrecen a una parte de la población. Llegó el momento de asumir nuestra responsabilidad para con los más postergados… No queremos delegar más esa responsabilidad en la asistencia de las oenegés extranjeras ni en nuestros aliados internacionales, que no resuelven el problema de fondo. Entonces, quiero que me propongas una estrategia de desarrollo de la familia burkinesa y de fomento de la responsabilidad colectiva y la solidaridad nacional a favor de los más necesitados».

 

   Me dijo que me esperaba en unos días y que debía llevarle una propuesta estratégica concreta. Hizo lo mismo con todos los miembros del gobierno.
 

Una responsabilidad enorme…
 

 

- Sí… ¡Tenía 34 años! [risas]. En el consejo de ministros, el promedio de edad estaba entre los 30 y los 40 años. El mismo Sankara era muy joven: tenía 34 años. Como sea, en un primer momento me angustié mucho… Pero cuando comencé a concebir la práctica sectorial, los objetivos específicos y la forma de concretarla comprendí que, por fin, tenía la oportunidad de considerar las críticas y las ideas de cambio social que me abrumaban cuando recorría las comarcas rurales como socióloga. No pasó mucho tiempo hasta que encontré una gran motivación en mi trabajo y me sumé al impulso de transformaciones socioeconómicas que atravesaba el país, aun cuando la amenaza de un nuevo golpe de Estado estaba siempre latente.
 

 

¿Con qué medios contabas en el ministerio y cómo era tu equipo?
 

- Al principio me sentía muy sola dentro de esa antigua institución. El personal estaba motivado por sus actividades prácticas, muy nobles, por cierto, pero completamente moldeadas según el espíritu asistencialista. Con excepción del secretario general y del director del gabinete que elegí, la mayoría de los funcionarios del ministerio no comprendía ni aceptaba el proceso revolucionario. Sin embargo, mostraban mucha simpatía por mi buena voluntad. Con el fin de desarrollar reflexiones estratégicas y elaborar los programas más importantes, creé al interior del gabinete algo que denominé célula de apoyo. Identifiqué en el ministerio a un puñado de cuadros experimentados y con ganas de formar parte de dicha célula. En términos financieros, la creación de una caja de solidaridad nacional bajo tutela de mi departamento ministerial fue un instrumento de sensibilización y de movilización popular que ayudó a fomentar la responsabilidad colectiva. Además, podía utilizar los fondos disponibles para concretar acciones de socorro, inversiones, y garantizar la educación y la rehabilitación de grupos sociales vulnerables: víctimas de catástrofes naturales, niños en situación de calle, sectores de la población precarizados y personas con discapacidades, etc. El mismo Thomas Sankara usaba sus discursos para sensibilizar a las personas:

 

«Es nuestra dignidad lo que está en juego. Miremos a las personas que mueren de hambre en Sáhel y en las zonas cercanas, a las víctimas de las sequías, de la escasez, de la degradación de las tierras, áridas e improductivas, ¿acaso queremos transformarnos en mendigos internacionales, cuando tenemos la capacidad de alimentarlos y ayudarlos con nuestros propios recursos?».

 

   En 6 meses, la caja de solidaridad reunió [el equivalente a] más de un millón de euros, provenientes de la colaboración voluntaria y espontánea de la gente.
 

 

 

   ¿Qué rol jugaban las movilizaciones populares y con qué formas democráticas contaba la ciudadanía?
 

     El modo de gobierno democrático del presidente Thomas Sankara influyó mucho en mis ideas. Él concebía a la democracia como un proceso de participación de los sectores de la sociedad en el desarrollo nacional y en la creación de un espíritu de responsabilidad colectiva. Ese camino suponía que la población tuviese acceso a información sobre la política revolucionaria y que participara de los debates. Informar, sensibilizar y dialogar fueron los principios del gobierno democrático del presidente Sankara, que además preconizaba la rendición de cuentas de aquellos y aquellas designados para conducir las riendas del país.

    El sistema democrático que nos dejó Francia luego de la independencia de Alto Volta consistía básicamente en la organización periódica de elecciones presidenciales, distritales y legislativas de acuerdo con el sufragio universal. Esa era la única fórmula y el único indicador democrático con que contábamos después de la independencia. Como elegíamos periódicamente al presidente, a los legisladores y a los alcaldes de las comunas, a ojos de la comunidad internacional el país calificaba como una república democrática.

 

    Pero, ¿qué nivel de comprensión de los textos constitucionales podía tener una población cuya gran mayoría era analfabeta? Es decir, ¿qué comprensión tenía de esos textos en función de los que elegíamos a nuestros dirigentes? Las campañas electorales, desarrolladas generalmente en francés y sin debate ni diálogo a nivel local, no bastaban para que la población hiciese uso de la libertad de crítica, ni de su derecho a hacer propuestas. ¿En qué sentido ese sistema era democrático?

 

    En 1983, Thomas Sankara quiso cambiar todo eso y sentó las bases del diálogo y del compromiso. Cuando anunciaba una nueva consigna o una nueva medida de alcance nacional (por ejemplo, «Produzcamos y consumamos productos burkineses», «Queda prohibido hacer fuego al aire libre y soltar a los animales», «Un poblado, una arboleda», etc.), cada ministro debía encargarse de organizar reuniones «por abajo» para explicar las políticas y los debates en las lenguas locales, incluyendo a todos los sectores afectados. Antes o después de la publicación de un nuevo decreto, los ministros debíamos reunir a «las bases» (a todos y cada uno de los comerciantes, artesanos, mujeres, campesinos, maestros, etc.) para conversar con ellos y responder a sus preocupaciones. Thomas Sankara nos decía:

«Vayan al territorio, informen esta medida. Quiero que hablen en su lengua, que les expliquen». ¡Imagínense la magnitud de la tarea! [risas].

 

- En esa época, ¿qué significaba ser una ministra mujer en un gobierno como el de Sankara?
 

-   En el ambiente revolucionario de la época, la consideración política que el presidente Sankara mostraba por las mujeres constituía una muralla contra las discriminaciones sexistas y el acoso machista entre los miembros del gobierno. En un sistema así, ¡realmente gozábamos de poder poner a los machistas en su lugar!

 

    El presidente Sankara defendía los derechos de las mujeres y promovía la igualdad entre los sexos. Chocaba de frente contra el sentido común de la época. Nombró a cinco ministras mujeres y eso era toda una novedad: además de mi caso, no tan radical por tratarse de un ministerio confiado tradicionalmente a las mujeres, otras compañeras quedaron a cargo del presupuesto, del medioambiente, de la salud y de la cultura.


 

- ¿Cómo viviste el fin del proceso revolucionario y el asesinato del presidente Sankara el 15 de octubre de 1987?
 

   -  Fue muy duro, para mí y para todo el mundo. No estuve en el país en el momento del golpe. Thomas Sankara había aceptado enviarme a Génova, donde una oenegé muy importante me había invitado a abrir la Jornada mundial sobre alimentación, celebrada todos los 16 de octubre. Me dijo:

 

  «Hay que ir, sobre todo a la Jornada sobre alimentación. Nuestro mensaje tiene que ser claro: no queremos más alimentación a cuentagotas, queremos producir todo lo que necesitamos, queremos resolver el problema de la seguridad alimentaria mediante la soberanía nacional».

 

    En fin, tenía un mensaje que transmitir. Me despedí de él antes de partir. El 15 de octubre a las 20 horas, un periodista me avisó del golpe de Estado y pude enterarme de la confirmación oficial en la televisión del hotel. Cuando dejé Uagadugú, el clima político era intenso y éramos conscientes de que el golpe de Estado era una posibilidad, hasta que, finalmente, sucedió ese 15 de octubre. Fue un hecho sangriento y terminó con la vida del presidente Thomas Sankara y de doce de sus compañeros. Yo estaba lejos del país y pude elegir: quedarme en el exterior o volver. No quería quedarme fuera, pues eso daba la impresión de que me sentía culpable. Aunque tenía miedo, estaba suficientemente comprometida con el proceso revolucionario como para asumir las consecuencias.

     Apenas abrieron las fronteras, dejé en claro mi posición: no estaba huyendo y entraría al país en el primer vuelo disponible. Cuando volví, además de constatar la muerte de Thomas Sankara y de sus doce compañeros, me enteré de que el resto de los ministros habían sido detenidos. Al llegar debí enfrentarme durante varias semanas a una condena a prisión domiciliaria. Mi marido estaba en Túnez. Estaba con los niños. Me liberaron en diciembre de 1987 e inmediatamente exigí una audiencia con el presidente Blaise Compaoré. Solicité una autorización para reencontrarme con mi familia. Él aceptó y dejé Burkina en julio de 1992, donde volví recién en 1997 para abrir mi propio departamento de investigaciones.
 

- ¿Te parece que hoy, en Burkina, Thomas Sankara es una figura recordada y celebrada? ¿Cuáles son los legados de la revolución?
 

   -Al menos desde 2014, la memoria de Sankara y de la revolución está más viva que nunca. Durante la insurrección popular, la imagen de Thomas Sankara circuló por todos lados.

   En otro momento, las personas y los grupos que reivindicaban su legado eran reprimidos. En presencia de autoridades internacionales, el presidente Roch Marc Christian Kaboré puso la primera piedra de un monumento consagrado a Sankara. El monumento cobijará los actos revolucionarios y el pensamiento de Thomas Sankara, y nutrirá a la juventud burkinesa.

 

     Hace poco, el jefe de Estado también decidió restaurar el Instituto de los Pueblos Negros, creado por Sankara, pero paralizado luego de su asesinato. La visión de Thomas Sankara y su compromiso no remiten solo al destino del pueblo burkinés. Él siempre promovió una perspectiva de justicia social a nivel mundial, de emancipación de todos los pueblos excluidos y oprimidos por sus orígenes, sus razas, sus posiciones sociales. Los negros de las Américas, la diáspora afrodescendiente, veían en él una oportunidad de reconocer su propia dignidad, ultrajada por tantos años de esclavitud. Sin recomponer el Instituto de los Pueblos Negros, la rehabilitación de Sankara no estaría completa.

 

(*) Maxime Quijoux es investigador del CNRS, sociólogo y politólogo.

(*)Hadrien Clouet es investigador postdoctoral y sociólogo.

 

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