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Miércoles, 01 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

TRUMP CONCEDE LA MEDALLA AL ARTE Y A LA CULTURA A "RAMBO" STALLONE

Músculos, maquillaje y medallas: la cultura según Trump

En un giro digno de un guion mal escrito, Donald Trump ha decidido condecorar a Sylvester Stallone, Kiss y Gloria Gaynor como pilares de la cultura estadounidense. Pero detrás de esta escena entre kitsch y propaganda, se esconde una operación ideológica precisa: convertir el espectáculo en política y la cultura en circo patriótico. Nuestro colaborador Aday Quesada analiza el insólito evento.

 

POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG

   

   Imagine por un momento el lector que la historia de la humanidad se pudiera resumir en un apretón de manos entre un presidente y un boxeador ficticio.

 

    Trate de imaginar, igualmente, que el Estado, esa estructura que debería ser la síntesis organizada del conflicto social, decide premiar no a los pensadores que incomodan, sino a los actores que dan puñetazos imaginarios en la gran pantalla.

   No se trata de un guion de sátira política. Es Estados Unidos. Y, además, es real como la vida misma.

 

“Rocky no necesita conciencia de clase, necesita guantes y un sueño americano.”

 

     En un acto cargado de solemnidad hollywoodense y show de luces invisibles, Donald Trump, ese empresario devenido en presidente, tuvo la brillante idea de otorgar la Medalla Nacional de las Artes a Sylvester Stallone, alias "Rambo" o Rocky Balboa,  entre otros insignes "guerreros culturales" como la banda Kiss o la reina del karaoke, Gloria Gaynor.

 

     ¿El motivo? “Su aporte a la cultura de Estados Unidos”. Y uno no puede evitar preguntarse: ¿qué cultura? ¿La cultura del músculo sobre el pensamiento? ¿La del maquillaje escénico sobre el análisis crítico?

 

    Porque vamos a decirlo sin rodeos: la operación ideológica es perfecta. Si algo nos enseñan los textos fundamentales y más avanzados del análisis sociológico de la cultura, es que la ideología dominante no se impone únicamente con leyes o con policía. También se impone con canciones pegadizas, películas heroicas y discursos vacíos con fondo de bandera. Y aquí, Trump se ha anotado un auténtico golazo: en lugar de reconocer a quienes desafían el orden establecido, premia a quienes lo maquillan, lo naturalizan, lo hacen parecer épico y hasta deseable.

 

    Stallone, con su eterno papel de Rocky, no solo representa al "hombre común que se supera". Representa, sin quererlo (o queriéndolo mucho), la narrativa de que en el sistema capitalista todo es posible si te esfuerzas lo suficiente. El mismo sistema que expulsa a millones a la marginalidad, pero que encuentra en la figura del boxeador solitario un mito redentor. El obrero no necesita conciencia de clase, parece decirnos. Rocky solo necesita unos buenos guantes, una campana y un sueño americano con banda sonora de sintetizadores de los ochenta.

 

    ¿Y qué decir de Kiss, cuya estética mezcla cuero, fuego y un capitalismo escénico en su máxima expresión? ¿O de Gloria Gaynor, símbolo de la superación individual en la pista de baile?

 

    Y no se trata de negar sus talentos, claro que no. Se trata de entender por qué se premia su aporte cultural justo en un momento donde la desigualdad, la polarización política y el autoritarismo acechan por todas partes. El mensaje es claro: tranquilos, el show debe continuar. Y si se puede hacer con lentejuelas y golpes de pecho patrióticos, mejor que mejor.

 

    Desde la lectura ideológica que uno hace del entorno, se  podría decir que estas figuras cumplen un papel de “funcionarios culturales” dentro de la superestructura. No dictan leyes, pero dictan sentido. Son piezas clave en el engranaje que transforma la injusticia estructural en melodía de esperanza y merchandising.

 

   Lo decía ya con mucha claridad la desaparecida Marta Harnecker: la ideología dominante se infiltra en lo cotidiano, en la música, en las películas, en las emociones que nos enseñan a sentir.

 

    Entonces, sí: Trump premió a Stallone. Y en el fondo, no es solo una medalla. Es toda una declaración de principios. Es el recordatorio de que en su visión de mundo, la cultura no es un terreno de lucha simbólica, sino un instrumento para reafirmar el orden. Rocky no es solo un personaje. Es la metáfora perfecta del sujeto deseado por el sistema: fuerte, individualista, obediente, sin preguntas.

 

    Y mientras tanto, los auténticos artistas que critican, que incomodan, que empujan los límites del pensamiento colectivo… esos no tendrán nunca una jodida medalla. Pero no importa. Como diría un tal Marx, la historia sigue avanzando  a pesar de las condecoraciones.

 

 

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