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Miércoles, 01 de Octubre de 2025 a las 21:52:08 horas

Por  Lidia Falcón (Opinión)
Miércoles, 01 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

LA PERVERSIÓN DEL GENERISMO DIFUNDE LA CORRUPCIÓN DE LA INFANCIA

A propósito de las denuncias al campamento para menores de Bernedo

Las denuncias sobre el campamento de Bernedo han destapado - afirma Lidia Falcón - una realidad que muchos querían ocultar: bajo el disfraz de la pedagogía queer se justifican prácticas inaceptables con menores.

 

  Las denuncias sobre el campamento de Bernedo han destapado una realidad que muchos querían ocultar: bajo el disfraz de la pedagogía queer se justifican prácticas inaceptables con menores. No es un debate teórico, es un abuso de poder. Y ya no caben silencios ni eufemismos.

 

 

    A veces la realidad se empeña en darle la razón a quienes llevamos décadas denunciando que bajo nuevas etiquetas brillantes se cobijan los viejos abusos. La periodista Zuriñe Ojeda, redactora de El Común y vicepresidenta del Partido Feministas al Congreso, publicó dos textos que han abierto en canal un tabú que muchos preferían mantener oculto: La pesadilla de un campamento de verano (5/9/2025) y La pesadilla recurrente de un campamento de verano (12/9/2025).

 

    En ellos se relatan prácticas con menores en el udaleku de Bernedo, en Álava —duchas mixtas, monitores adultos desnudos, juegos humillantes— y se describe con precisión la inacción de instituciones que miran hacia otro lado cuando el atropello se envuelve en celofán pedagógico, como si bastara con pronunciar las palabras mágicas de la diversidad para blanquear lo que en cualquier sociedad decente debería suscitar un escándalo inmediato. No es casual que, tras esas publicaciones, la Ertzaintza abriera diligencias y que diversos medios de comunicación se vieran obligados a informar de lo que durante demasiado tiempo algunos habían preferido silenciar. Lo más llamativo es que los propios organizadores, lejos de negar con firmeza lo que se denunciaba, emitieran un comunicado en el que admitían prácticas como las duchas mixtas y lo justificaban como parte de la “normalización de los cuerpos”, lo que constituye la confesión explícita de que el núcleo del problema no era un malentendido sino el modelo ideológico deliberadamente aplicado, revestido de pedagogía transfeminista, como si un cambio de palabras pudiera transformar en virtud lo que es una vulneración palmaria de la dignidad infantil.

 

    Como jurista y como feminista debo recordar lo elemental, aunque parezca increíble tener que hacerlo: adolescentes de trece a quince años, bajo custodia adulta, no consienten dinámicas de desnudez con monitores, las padecen, y cualquier apelación a la elección en un marco tan vertical es coacción. Que en pleno siglo XXI tengamos que repetir lo obvio revela hasta qué punto el relativismo posmoderno ha corroído el sentido común y la protección básica de la infancia. Por fortuna, ya no estamos únicamente ante un debate cultural, sino ante una investigación policial en curso que debe llegar hasta el final.

 

   En medio del revuelo apareció, como si no tuviera nada que ver, un artículo en Berria firmado por Aner Peritz Manterola, conocido como Aner Euzkitze, bajo el título Haurrak eta genero-esentzialismoa, donde se aboga por una pedagogía explícitamente queer para la escuela y se combate lo que él denomina “esencialismo de género”. Que cada cual sostenga sus tesis; estamos en democracia. El problema aquí no es la opinión, es el interés, porque Aner Peritz Manterola figura como vocal de la junta de la asociación Sarrea Euskal Udalekua Elkartea, la entidad que gestiona el campamento de Bernedo. Y no se trata de rumores ni de habladurías: lo certifica el Registro General de Asociaciones del País Vasco, cuya última junta está inscrita con fecha 19 de marzo de 2024, y el propio Peritz ha aparecido públicamente presentándose como “miembro del equipo de campo” de Euskal Udalekuak en entrevistas radiofónicas difundidas meses antes de que estallara el escándalo. Juez y parte, sin disimulo alguno. De modo que no estamos ante un columnista neutral que reflexiona sobre teoría, sino ante un dirigente de la entidad que, según denuncias y relatos publicados, habría impulsado o tolerado esas prácticas pedagógicas. Su artículo en Berria no es un ensayo, sino una pieza de defensa ideológica de un modelo que hoy está bajo foco policial, y esa condición de parte interesada debería constar en cualquier lectura honesta del texto.

 

    Los hechos denunciados por las familias y recogidos por El Común son claros, y los organizadores los han envuelto en el papel de regalo de la “normalización corporal” y de la “educación transfeminista”. Traducido al lenguaje llano: exposición de adolescentes a la desnudez de adultos responsables, con una narrativa que desarma a los padres acusándolos de rancios si se escandalizan y culpabiliza a los propios menores si se incomodan por no ser lo suficientemente abiertos. Eso no es educación, eso es violencia simbólica y material, y no hay retórica que pueda ocultarlo. Desde el feminismo radical materialista, que compartimos muchas —desde el Partido Feminista de España hasta las compañeras del Partido Feministas al Congreso, partidos distintos pero en la misma trinchera en este asunto—, el análisis es nítido: la relación de poder entre adultos con autoridad y menores bajo tutela impide cualquier simetría y hace ilegítima toda supuesta experimentación con sus cuerpos; el lenguaje actúa como coartada, porque llamar transfeminista a la desnudez forzada no la vuelve emancipadora, solo la blanquea; y las instituciones muestran una complacencia escandalosa porque si las mismas prácticas se hubieran producido en un internado religioso habríamos tenido portadas durante semanas, pero como se realizan bajo el sello “woke” se opta por el silencio o por fingir que no hay nada que ver.

 

   El texto de Aner Euzkitze en Berria parte de un axioma que se repite como dogma —que el género es una construcción y que, por tanto, hay que contrarrestar la socialización hetero con pedagogía queer— y acaba en una conclusión inaceptable: transformar la escuela y el tiempo libre en un dispositivo de adoctrinamiento identitario. No lo digo yo, basta con leerlo: es una defensa abierta de orientar a los niños según una política de cuerpos que niega el sexo como realidad material y que diluye toda frontera entre intimidad y espacio público. Con menores, esto no es teoría abstracta, es praxis sobre cuerpos vulnerables. El truco es viejo: sustituir la palabra abuso por “pedagogía”, “despatologización” o “cuidado”, de modo que quien protesta no defiende a los niños sino al “esencialismo”. Conozco bien esa táctica porque me la han aplicado a mí, me han llamado de todo, me han llevado a los juzgados y han intentado amordazarme por denunciar la mercantilización del cuerpo y la subordinación de las mujeres. Lo que desde el feminismo y la moral progresista hemos defendido siempre es que con menores no se experimenta, ni ayer con sotanas ni hoy con neopronombres.

 

   Qué corresponde hacer es evidente: investigación hasta el final, esclarecimiento de los hechos, identificación de responsabilidades y reparación a las víctimas. Cese inmediato de cualquier práctica de desnudez compartida y de duchas mixtas con adultos en actividades con menores, sean públicas o privadas, porque el principio de protección integral impide fingir que puede haber consentimiento en un entorno de tutela. Transparencia absoluta en protocolos, formación y supervisión externa real en colonias y albergues, con incompatibilidades y conflictos de interés declarados, también para quienes escriben en prensa mientras ocupan asientos en las juntas de las asociaciones implicadas. Y fin del chantaje moral: educar en respeto y en diversidad no exige derribar la intimidad corporal de los niños; hacerlo es patriarcal, aunque lo maquillen de arcoíris.

  

  La izquierda que no ha sucumbido a la moda posmoderna, la que aún cree en la clase, en el sexo y en la materialidad, tiene una tarea urgente: proteger a la infancia de toda ingeniería liberadora que la expone al poder adulto. Ya hemos visto esta película demasiadas veces: cuando el dogma sustituye a la razón, el eslabón más débil paga el precio. Me alegra, sí, con ironía, que los propios comunicados de los organizadores hayan servido de prueba a contrario, porque al justificar lo injustificable han mostrado lo que son. A Zuriñe Ojeda, mi reconocimiento: sin tus artículos, este muro de silencio seguiría intacto. A quienes desde Berria o desde cualquier otra tribuna pretenden catequizarnos mientras ocupan asientos en la entidad gestora, solo una frase: con los niños, no. Ni en nombre de Dios, ni en nombre del género.

 

Madrid, 29 de septiembre 2025.

 
 
 
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