"TRAS EL SÁHARA, MARRUECOS IRÁ A POR CANARIAS", ADVIERTE EL FRENTE POLISARIO
El representante saharaui en España alerta sobre la pasividad del Estado ante el expansionismo marroquí
El Frente Polisario ha advertido que, si Marruecos consolida su ocupación del Sáhara Occidental, el próximo objetivo será Canarias. La denuncia llega en plena alianza entre Madrid y Rabat, con el aval del Gobierno canario. El conflicto ya no es lejano: se negocia en nombre de otros y a espaldas de los pueblos.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Cuando Donald Trump reapareció en escena con declaraciones provocadoras sobre Colombia, muchos pensaron que se trataba de otra salida mediática más del presidente estadounidense.
Pero, detrás de esas palabras, hay una lógica de poder muy clara: recuperar el control perdido del “patio trasero”, una expresión colonial que sigue viva en los pasillos del poder en Washington.
El blanco de estos ataques: el gobierno de Gustavo Petro, que ha comenzado a cuestionar abiertamente el papel subordinado que Colombia ha jugado durante décadas en la política hemisférica.
La tensión no es nueva, pero ha alcanzado un nuevo nivel. Colombia se encuentra hoy en el centro de una disputa entre dos modelos enfrentados: el proyecto de autonomía e integración regional que está planteando Petro, y el intento de restaurar el viejo orden neocolonial impulsado por sectores ultraconservadores, dentro y fuera del país, con Trump como su rostro más visible.
EL REGRESO DE LA DOCTRINA MONROE: TRUMP Y EL “PATIO TRASERO”
La Doctrina Monroe nació en 1823, como una forma en la que Estados Unidos advertía a las potencias europeas que el Hemisferio sur americano era un área geográfica de su exclusiva incumbencia, debiéndose abstener a intervenir en América Latina.
Pero con el tiempo, esa doctrina fue usada como justificación para que Estados Unidos interviniera directamente en la región, muchas veces derrocando gobiernos democráticos y apoyando dictaduras militares, como ocurrió en Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Chile (1973) y muchas otras más.
Durante el siglo XXI, con los llamados gobiernos progresistas que surgieron en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Brasil, esa lógica volvió a activarse. La Casa Blanca veía con preocupación cómo su “zona de influencia” empezaba a salirse del molde. Entonces llegaron las campañas de desestabilización, los bloqueos económicos y los apoyos encubiertos a oposiciones alineadas con los intereses del capital internacional.
Con Trump, esta política se ha hecho aún más descarada. Su anterior mandato (2017-2021) y el actual han estado marcados por el intervencionismo abierto: apoyó sin matices al autoproclamado presidente Juan Guaidó en Venezuela, imponiendo a España y a la UE su reconocimiento; ha presionado a Cuba con nuevas y brutales sanciones y ha buscado y cultivado nuevos y fieles aliados en América Latina. En ese contexto, Colombia ha sido, hasta hace bien poco, su aliado estrella.
COLOMBIA EN LA MIRA: ENTRE LA SUMISIÓN Y LA RESISTENCIA
Desde los años del Plan Colombia –una alianza militar lanzada en el año 2000 con Bill Clinton y fortalecida luego por Bush y Obama–, Colombia se convirtió en una suerte de plataforma militar y política de Estados Unidos en Sudamérica. La excusa era la lucha contra el narcotráfico, pero en la práctica, se establecieron bases militares, se entrenaron tropas y se consolidó una estructura de control sobre la seguridad nacional colombiana.
Durante los gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, esa subordinación se mantuvo. Incluso cuando Santos promovió los acuerdos de paz, Washington siguió viendo a Bogotá como un socio confiable para sus planes regionales. Pero la llegada de Gustavo Petro en 2022 pareció haber trastocado ese equilibrio.
Por primera vez, Colombia tenía un presidente que no provenía de las élites tradicionales ni del campo militar. Un ex guerrillero, economista, ambientalista, que hablaba de “cambio estructural” y de una “Colombia potencia mundial de la vida”. Y sobre todo, alguien que defendía la soberanía nacional en política exterior. Petro retomó relaciones con Venezuela, criticó duramente el papel de Estados Unidos en el cambio climático y propuso una política antidrogas centrada en la salud pública, no en la militarización.
Eso fue resultó más que suficiente para encender las alarmas en Washington. Y Trump no tardó en expresar su malestar.
PETRO VS. TRUMP: UNA BATALLA POLÍTICA A DISTANCIA
En 2023, Trump acusó al gobierno de Petro de no hacer lo suficiente contra el narcotráfico y lo relacionó indirectamente con “gobiernos comunistas de la región”. Estas declaraciones, repetidas por congresistas republicanos y medios de derecha, fueron el punto de partida de una ofensiva política que combina presión diplomática, campañas mediáticas y alianzas con sectores ultraconservadores dentro de Colombia.
Petro comenzó, no obstante, a responder con firmeza:
“Atacar nuestra soberanía es una forma de declarar la guerra sin armas”.
La frase recorrió los medios de toda América Latina y marcó una línea clara: Colombia no aceptará más ser tratada como una colonia.
Sin embargo, el conflicto no se libra solo con discursos. En redes sociales, medios digitales y canales de televisión, se desplegó una campaña que busca debilitar al gobierno colombiano, utilizando un lenguaje que mezcla miedo, desinformación y referencias al "castrochavismo". Es el mismo libreto que se usó en Bolivia antes del golpe de 2019, en Brasil para imponer a Bolsonaro y en Chile contra la nueva constitución.
En Colombia, figuras como María Fernanda Cabal, el expresidente Uribe y otros sectores de la derecha han abrazado el trumpismo sin disimulo. Han viajado a Estados Unidos, se han reunido con miembros del Partido Republicano y han fortalecido redes con grupos conservadores que operan en toda la región.
El objetivo es claro: preparar el terreno para el regreso de un gobierno afín a Washington y acabar con el ciclo progresista antes de que eche raíces.
UNA NUEVA GUERRA FRÍA EN AMÉRICA LATINA
Este choque entre Petro y el trumpismo no es solo personal o coyuntural. Es parte de una reconfiguración más amplia. América Latina vive hoy una nueva Guerra Fría, donde el conflicto, se asegura, ya no está siendo entre capitalismo y socialismo, sino entre soberanía nacional y neocolonialismo económico. Las herramientas han cambiado: ahora la guerra ha entrado en una fase en la que esta se libra con sanciones, fake news, lobby internacional y operaciones de lawfare (uso de la justicia para perseguir opositores). Una fase que muy probablemente está siendo temporal y que muy probablemente termine dando paso a otra mucho más virulenta y de inciertos resultados.
Colombia, por su ubicación, su peso económico y su papel histórico en la región, es un campo de batalla crucial. Si el proyecto de Petro avanza, puede inspirar a otros pueblos. Si fracasa, se consolidará la idea de que cualquier intento de cambio será bloqueado desde afuera.
Por eso parece tan importante lo que está en juego. No se trata solo de una disputa política entre derecha e izquierda, aunque en cierta medida también sea así. Pero ahora a este factor se ha unido el del derecho de los pueblos a decidir su destino sin interferencias externas.
SOBERANÍA EN TIEMPOS DE INTERVENCIÓN SILENCIOSA
Colombia está viviendo una de las coyunturas más importantes de su historia reciente. La elección de Gustavo Petro no fue solo un cambio de presidente, sino el intento de abrir un nuevo rumbo. Pero ese rumbo choca frontalmente con los intereses de quienes, desde el norte, siguen viendo a América Latina como su patio trasero.
La batalla con Trump —aunque simbólica— es apenas la superficie de una lucha más profunda: la lucha por recuperar la soberanía, por construir un modelo propio, aunque también limitado, por dejar de ser una ficha más en el tablero geopolítico global.
Queda por comprobar si el pueblo colombiano resistirá o no las presiones externas y consolidará el proceso de cambio, o si las fuerzas más conservadoras lograrán restaurar su antiguo dominio sobre el aparato gubernamental.
Lo que es seguro es que, como en tantos momentos de su historia, Colombia no solo se está jugando su destino, sino también el de toda América Latina.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Cuando Donald Trump reapareció en escena con declaraciones provocadoras sobre Colombia, muchos pensaron que se trataba de otra salida mediática más del presidente estadounidense.
Pero, detrás de esas palabras, hay una lógica de poder muy clara: recuperar el control perdido del “patio trasero”, una expresión colonial que sigue viva en los pasillos del poder en Washington.
El blanco de estos ataques: el gobierno de Gustavo Petro, que ha comenzado a cuestionar abiertamente el papel subordinado que Colombia ha jugado durante décadas en la política hemisférica.
La tensión no es nueva, pero ha alcanzado un nuevo nivel. Colombia se encuentra hoy en el centro de una disputa entre dos modelos enfrentados: el proyecto de autonomía e integración regional que está planteando Petro, y el intento de restaurar el viejo orden neocolonial impulsado por sectores ultraconservadores, dentro y fuera del país, con Trump como su rostro más visible.
EL REGRESO DE LA DOCTRINA MONROE: TRUMP Y EL “PATIO TRASERO”
La Doctrina Monroe nació en 1823, como una forma en la que Estados Unidos advertía a las potencias europeas que el Hemisferio sur americano era un área geográfica de su exclusiva incumbencia, debiéndose abstener a intervenir en América Latina.
Pero con el tiempo, esa doctrina fue usada como justificación para que Estados Unidos interviniera directamente en la región, muchas veces derrocando gobiernos democráticos y apoyando dictaduras militares, como ocurrió en Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Chile (1973) y muchas otras más.
Durante el siglo XXI, con los llamados gobiernos progresistas que surgieron en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Brasil, esa lógica volvió a activarse. La Casa Blanca veía con preocupación cómo su “zona de influencia” empezaba a salirse del molde. Entonces llegaron las campañas de desestabilización, los bloqueos económicos y los apoyos encubiertos a oposiciones alineadas con los intereses del capital internacional.
Con Trump, esta política se ha hecho aún más descarada. Su anterior mandato (2017-2021) y el actual han estado marcados por el intervencionismo abierto: apoyó sin matices al autoproclamado presidente Juan Guaidó en Venezuela, imponiendo a España y a la UE su reconocimiento; ha presionado a Cuba con nuevas y brutales sanciones y ha buscado y cultivado nuevos y fieles aliados en América Latina. En ese contexto, Colombia ha sido, hasta hace bien poco, su aliado estrella.
COLOMBIA EN LA MIRA: ENTRE LA SUMISIÓN Y LA RESISTENCIA
Desde los años del Plan Colombia –una alianza militar lanzada en el año 2000 con Bill Clinton y fortalecida luego por Bush y Obama–, Colombia se convirtió en una suerte de plataforma militar y política de Estados Unidos en Sudamérica. La excusa era la lucha contra el narcotráfico, pero en la práctica, se establecieron bases militares, se entrenaron tropas y se consolidó una estructura de control sobre la seguridad nacional colombiana.
Durante los gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, esa subordinación se mantuvo. Incluso cuando Santos promovió los acuerdos de paz, Washington siguió viendo a Bogotá como un socio confiable para sus planes regionales. Pero la llegada de Gustavo Petro en 2022 pareció haber trastocado ese equilibrio.
Por primera vez, Colombia tenía un presidente que no provenía de las élites tradicionales ni del campo militar. Un ex guerrillero, economista, ambientalista, que hablaba de “cambio estructural” y de una “Colombia potencia mundial de la vida”. Y sobre todo, alguien que defendía la soberanía nacional en política exterior. Petro retomó relaciones con Venezuela, criticó duramente el papel de Estados Unidos en el cambio climático y propuso una política antidrogas centrada en la salud pública, no en la militarización.
Eso fue resultó más que suficiente para encender las alarmas en Washington. Y Trump no tardó en expresar su malestar.
PETRO VS. TRUMP: UNA BATALLA POLÍTICA A DISTANCIA
En 2023, Trump acusó al gobierno de Petro de no hacer lo suficiente contra el narcotráfico y lo relacionó indirectamente con “gobiernos comunistas de la región”. Estas declaraciones, repetidas por congresistas republicanos y medios de derecha, fueron el punto de partida de una ofensiva política que combina presión diplomática, campañas mediáticas y alianzas con sectores ultraconservadores dentro de Colombia.
Petro comenzó, no obstante, a responder con firmeza:
“Atacar nuestra soberanía es una forma de declarar la guerra sin armas”.
La frase recorrió los medios de toda América Latina y marcó una línea clara: Colombia no aceptará más ser tratada como una colonia.
Sin embargo, el conflicto no se libra solo con discursos. En redes sociales, medios digitales y canales de televisión, se desplegó una campaña que busca debilitar al gobierno colombiano, utilizando un lenguaje que mezcla miedo, desinformación y referencias al "castrochavismo". Es el mismo libreto que se usó en Bolivia antes del golpe de 2019, en Brasil para imponer a Bolsonaro y en Chile contra la nueva constitución.
En Colombia, figuras como María Fernanda Cabal, el expresidente Uribe y otros sectores de la derecha han abrazado el trumpismo sin disimulo. Han viajado a Estados Unidos, se han reunido con miembros del Partido Republicano y han fortalecido redes con grupos conservadores que operan en toda la región.
El objetivo es claro: preparar el terreno para el regreso de un gobierno afín a Washington y acabar con el ciclo progresista antes de que eche raíces.
UNA NUEVA GUERRA FRÍA EN AMÉRICA LATINA
Este choque entre Petro y el trumpismo no es solo personal o coyuntural. Es parte de una reconfiguración más amplia. América Latina vive hoy una nueva Guerra Fría, donde el conflicto, se asegura, ya no está siendo entre capitalismo y socialismo, sino entre soberanía nacional y neocolonialismo económico. Las herramientas han cambiado: ahora la guerra ha entrado en una fase en la que esta se libra con sanciones, fake news, lobby internacional y operaciones de lawfare (uso de la justicia para perseguir opositores). Una fase que muy probablemente está siendo temporal y que muy probablemente termine dando paso a otra mucho más virulenta y de inciertos resultados.
Colombia, por su ubicación, su peso económico y su papel histórico en la región, es un campo de batalla crucial. Si el proyecto de Petro avanza, puede inspirar a otros pueblos. Si fracasa, se consolidará la idea de que cualquier intento de cambio será bloqueado desde afuera.
Por eso parece tan importante lo que está en juego. No se trata solo de una disputa política entre derecha e izquierda, aunque en cierta medida también sea así. Pero ahora a este factor se ha unido el del derecho de los pueblos a decidir su destino sin interferencias externas.
SOBERANÍA EN TIEMPOS DE INTERVENCIÓN SILENCIOSA
Colombia está viviendo una de las coyunturas más importantes de su historia reciente. La elección de Gustavo Petro no fue solo un cambio de presidente, sino el intento de abrir un nuevo rumbo. Pero ese rumbo choca frontalmente con los intereses de quienes, desde el norte, siguen viendo a América Latina como su patio trasero.
La batalla con Trump —aunque simbólica— es apenas la superficie de una lucha más profunda: la lucha por recuperar la soberanía, por construir un modelo propio, aunque también limitado, por dejar de ser una ficha más en el tablero geopolítico global.
Queda por comprobar si el pueblo colombiano resistirá o no las presiones externas y consolidará el proceso de cambio, o si las fuerzas más conservadoras lograrán restaurar su antiguo dominio sobre el aparato gubernamental.
Lo que es seguro es que, como en tantos momentos de su historia, Colombia no solo se está jugando su destino, sino también el de toda América Latina.































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