
CÓMO MURIÓ EPSTEIN Y QUIÉN MANDÓ A CALLARLO: UN ESCÁNDALO QUE ESTÁ SALPICANDO A TRUMP (VÍDEO)
¿Qué papel jugó realmente Donald Trump en el entorno de Epstein? ¿Por qué la justicia nunca reveló la lista completa de implicados?
La historia de Jeffrey Epstein va mucho más allá de un caso de abusos sexuales. Es el retrato de un sistema que protege a los poderosos y silencia a las víctimas. Su relación con Donald Trump, lejos de ser una anécdota del pasado, forma parte de una red de complicidades aún activa. Este reportaje de nuestra colaboradora Victoria Martínez nos reconstruye desde México el mapa de silencios, encubrimientos y estrategias urdidas para que la verdad nunca saliera a la luz.
POR VICTORIA MARTÍNEZ, DESDE MÉXICO PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Durante muchos años, Jeffrey Epstein fue un personaje tan extravagante como escurridizo. Tenía aviones privados, mansiones
lujosas y una agenda de contactos con nombres que harían temblar a medio mundo. Uno de esos nombres era Donald Trump, el magnate inmobiliario que se convertiría en presidente de los Estados Unidos.
La relación entre ambos comenzó en la década de los 90. Trump lo admitió él mismo en 2002:
“Es un tipo estupendo. Se lleva muy bien con las mujeres, especialmente con las más jóvenes”.
Esa frase, que en su momento pareció una simple muestra de camaradería entre ricos, hoy resuena con un eco escalofriante. Porque Epstein no solo “se llevaba bien” con mujeres jóvenes. Las explotaba, las manipulaba y las utilizaba dentro de una red de abuso sexual que funcionó impunemente durante años en sus propiedades de Florida, Nueva York y una isla privada en el Caribe.
EL CIRCO JUDICIAL Y LAS PUERTAS GIRATORIAS DEL PODER
En 2008, Epstein fue condenado en un acuerdo judicial extremadamente favorable por delitos sexuales. A pesar de las decenas de testimonios de chicas menores de edad, solo pasó 13 meses en una cárcel en la que podía salir a trabajar todos los días. ¿Cómo fue posible algo así? Aquí entra en juego una red de poder que no solo lo protegía, sino que además se beneficiaba del silencio.
Uno de los fiscales que aprobó ese acuerdo fue Alexander Acosta, quien más tarde sería nombrado Secretario de Trabajo por el propio Trump. Esta coincidencia, más que una casualidad, parece una señal del funcionamiento de los círculos de poder: quienes tienen dinero y amigos influyentes pueden hacer que sus crímenes pasen desapercibidos.
LA CAMPAÑA DE 2016 Y EL BUNKER DE MENTIRAS
Cuando Trump se lanzó a la presidencia, los vínculos con Epstein se convirtieron en un problema incómodo. Aunque trató de desmarcarse, las fotos juntos, los registros de vuelo y los testimonios de testigos comenzaron a crecer tan rápido como crecen los chanpiñones.
Trump aseguró que había “roto relaciones con Epstein hacía muchos años”, pero nunca explicó por qué, ni cuándo, ni bajo qué circunstancias.
En plena campaña electoral, los medios comenzaron a investigar más profundamente. Apareció incluso una denuncia anónima de una mujer que aseguraba haber sido violada por Trump en una de las mansiones de Epstein cuando tenía solo 13 años. La denuncia fue retirada poco antes de las elecciones, lo que algunos interpretaron como resultado de presiones legales o miedo a represalias.
MUERTE EN UNA CELDA: ¿SUICIDIO O SILENCIO ORGANIZADO?
En agosto de 2019, Jeffrey Epstein fue hallado muerto en su celda de una cárcel federal en Nueva York. Oficialmente, se trató de un suicidio. Sin embargo, el informe forense generó más preguntas que respuestas: tenía varios huesos del cuello rotos, una condición más típica del estrangulamiento que del ahorcamiento común. Para colmo, las cámaras de vigilancia no funcionaban esa noche y los guardias encargados de vigilarlo “se quedaron dormidos”.
¿Quién tenía interés en que Epstein no hablara? En sus archivos había cientos de horas de grabaciones y una lista de clientes vinculados a su red. Muchos de esos nombres jamás fueron publicados, y el Departamento de Justicia de EE.UU., bajo control de aliados de Trump, decidió cerrar el caso poco después de su muerte, alegando que los documentos contenían “información sensible” que no debía hacerse pública.
LA DEMANDA A "THE WALL STREET JOURNAL" Y LA GUERRA POR LA NARRATIVA
En 2025, el caso Epstein volvió a los titulares. El diario The Wall Street Journal publicó una carta supuestamente escrita por Trump a Epstein. Trump respondió de inmediato: presentó una demanda y negó que esa carta fuera auténtica. Pam Bondi, una fiscal cercana al entorno de Trump, intervino para desclasificar solo una parte mínima de los documentos. Lo que parecía un intento de aclarar el asunto terminó siendo una estrategia para controlar el relato, seleccionando cuidadosamente lo que se revelaba y lo que no.
Mientras tanto, los medios que intentaban seguir investigando se enfrentaban a demandas, amenazas y bloqueos informativos. Lo que se suponía que debía ser un proceso transparente se convirtió en un pantano burocrático diseñado para proteger a los más poderosos.
EL LABERINTO DE ENCUBRIMIENTOS Y LA GUERRA MEDIÁTICA
Mientras Epstein vivía rodeado de lujo, una maquinaria entera trabajaba para protegerlo. No era solo su dinero: eran también los silencios comprados, las investigaciones detenidas y las amistades en los lugares adecuados. Esta red incluía a figuras de la justicia, de la policía, del sistema político… y también del entretenimiento y los medios de comunicación. Epstein se rodeó de poder porque sabía que el poder podía comprar impunidad.
En este contexto, la figura de Trump cobra un papel central, pero no único. Él no fue el único amigo de Epstein, pero sí uno de los pocos que llegó a la presidencia. Y eso hace que cada vínculo suyo con el magnate resulte más significativo.
En 2025, el caso volvió a arder cuando un medio reveló una supuesta carta de Trump a Epstein, donde se le deseaba suerte y se hablaba de “viejos tiempos en Palm Beach”. Trump respondió con una demanda, asegurando que la carta era falsa. Sin embargo, lo que se desató no fue una aclaración, sino un nuevo ciclo de opacidad: apenas se desclasificó información, los documentos clave fueron reservados y la prensa crítica fue señalada como “enemiga del pueblo”.
Aquí es donde el relato se convierte en otra cosa: ya no es solo la historia de un crimen, sino una disputa por la memoria y el control de la verdad. El trumpismo, con sus estrategias de comunicación, convirtió el caso en un campo de batalla simbólico: o creías en “la caza de brujas” o formabas parte de “la élite global que quiere destruir al outsider”. Así, todo se polarizó y las víctimas quedaron en segundo plano.
VÍCTIMAS EN LA SOMBRA: EL PRECIO DE LA INVISIBILIDAD
A pesar del ruido mediático y las teorías conspirativas, en el fondo del caso hay algo que no se debe olvidar: el dolor de cientos de chicas menores de edad que fueron abusadas, manipuladas y desechadas como si fueran cosas. Muchas de ellas vivían en barrios pobres, provenían de familias rotas y fueron reclutadas con promesas de dinero fácil. Epstein y su entorno sabían exactamente a quién buscar y cómo hacerlo. Las jóvenes eran llevadas a sus mansiones, donde eran sometidas y obligadas a "dar masajes" que siempre terminaban en abuso.
La justicia, incluso cuando las denuncias llegaron a sus manos, no actuó como debía. Y cuando lo hizo, ya era tarde. Las víctimas han tenido que soportar años de revictimización, de ser ignoradas, de ver cómo sus agresores eran protegidos. Y mientras ellas luchaban por ser escuchadas, el mundo se entretenía con los escándalos políticos que orbitaban en torno a Trump.
¿UN HÉROE CONTRA LA ÉLITE? EL RELATO MAGA Y LA INVERSIÓN DE LOS ROLES
El caso Epstein fue capturado por algunos sectores del trumpismo como una oportunidad de propaganda. En una pirueta narrativa, Trump pasó a ser presentado como el enemigo número uno de la “élite pedófila global”. Esto fue alimentado por teorías como las de QAnon, que convirtieron al expresidente en una especie de justiciero secreto enfrentado a una red mundial de abusadores infantiles.
Esta narrativa no se sostenía en pruebas, sino en emociones, miedos e imaginarios de conspiración. Y, sin embargo, caló. Tanto, que incluso después de su salida de la Casa Blanca, Trump siguió usando ese discurso para movilizar a sus bases. Lo irónico es que la única red de explotación sexual infantil que sí fue comprobada judicialmente (la de Epstein) tenía entre sus vínculos al propio Trump.
EL CIERRE EN FALSO: UNA HISTORIA SIN CONCLUSIÓN
En julio de 2025, el Departamento de Justicia declaró “cerrado” el caso Epstein. Alegó que no quedaban caminos viables para nuevas investigaciones, y que los archivos permanecerían sellados para “proteger la privacidad de las víctimas y evitar la exposición pública de inocentes”. Esta decisión fue recibida con indignación por organizaciones de derechos humanos, periodistas y familias de las víctimas.
Mientras tanto, la sensación de impunidad se hizo más grande. Nadie fue juzgado por colaborar con Epstein. Ningún nombre relevante de su lista de “clientes” fue revelado. La maquinaria del poder había ganado otra vez, envolviendo en bruma judicial un caso que debió ser un parteaguas en la lucha contra la explotación y la impunidad.
¿JUSTICIA O TEATRO? EL APARATO LEGAL COMO INSTRUMENTO DE CONTROL
Una de las enseñanzas más amargas del caso Epstein es que, cuando el sistema judicial se cruza con el poder económico y político, deja de ser un espacio de justicia y se convierte en un escenario de teatro. La idea de que “nadie está por encima de la ley” se vuelve una ficción cuando los protagonistas son millonarios con influencia en las élites de Washington, Wall Street y Hollywood.
Durante la investigación del caso, se identificaron patrones de encubrimiento: documentos sellados sin justificación clara, testimonios desestimados sin investigación adecuada, e incluso jueces que decidieron mirar hacia otro lado. El FBI tuvo acceso durante años a testimonios de víctimas, pero muchas veces optó por la inacción. No fue sino hasta que las presiones mediáticas y sociales llegaron a su punto más alto que se retomó la causa. Pero ya era demasiado tarde: Epstein estaba muerto.
Lo más inquietante es que, con su muerte, también desapareció la posibilidad de interrogar a alguien que tenía demasiadas respuestas. La justicia no solo no llegó tarde: fue deliberadamente frenada. El “Guantánamo de Nueva York”, la prisión federal donde Epstein fue hallado muerto, falló en todas sus funciones básicas esa noche. ¿Qué casualidad, no? Las cámaras no funcionaron, los guardias se durmieron y nadie notó nada hasta que su cuerpo estaba ya sin vida.
DE PALM BEACH A LA CASA BLANCA: EL PROBLEMA NO ES TRUMP, ES EL SISTEMA
Es fácil convertir a Trump en el villano de esta historia. Pero el problema es más profundo. Lo que este caso deja claro es que existe un sistema construido para proteger a los privilegiados, una estructura que garantiza que quienes tienen suficiente dinero y conexiones pueden escapar de la responsabilidad por sus actos.
Trump fue parte de ese mundo. Se movía en las mismas fiestas, usaba los mismos medios, compartía con los mismos millonarios y, cuando fue necesario, supo cómo hacer que las instituciones se adaptaran a su conveniencia. Epstein no era solo un monstruo con dinero: era un nodo de conexión entre poder político, dinero sucio, tráfico sexual y silencio institucional. Y Trump, lejos de enfrentarse a esa red, fue una pieza más en su engranaje.
Eso explica por qué, cuando estalló el escándalo, Trump optó por demandar medios, atacar a la prensa y buscar culpables en todas partes menos en su entorno. Porque sabía que su imagen quedaba manchada, y porque entendía que su papel en esa historia no era precisamente el de un espectador inocente.
EL SILENCIO COMO ESTRATEGIA Y LA VERDAD COMO AMENAZA
El caso Epstein no es solo una historia de crimen sexual. Es una radiografía del poder en su forma más impune y refinada. No se trata solo de un multimillonario que abusaba de niñas, sino de una red de silencios, privilegios y encubrimientos que involucraba a empresarios, políticos, celebridades y, lo más grave, a instituciones del Estado.
Donald Trump es una figura clave dentro de ese entramado. Su relación con Epstein no se limita a fotos y fiestas, sino a conexiones jurídicas, favores institucionales y estrategias políticas para desactivar cualquier amenaza judicial. No hay pruebas que lo sitúen como participante directo en los abusos, pero sí una larga lista de acciones orientadas a evitar que se conozcan los nombres, las fechas y los hechos concretos que podrían explicar el verdadero alcance de esa red.
Lo más trágico de esta historia es que, mientras se debatía si la carta era auténtica, si los guardias se durmieron de verdad, si Trump sabía o no lo que hacía su amigo, las víctimas quedaron una vez más relegadas al olvido. Es como si sus cuerpos solo sirvieran como herramientas de escándalo, no como pruebas de una violencia estructural.
Desde una mirada crítica, lo que queda claro es que el poder no solo se protege a sí mismo. También se reinventa, se limpia la cara, y convierte sus escándalos en espectáculo mediático. La indignación queda neutralizada por el bombardeo informativo, y la posibilidad de justicia se diluye entre demandas cruzadas, ruido en redes sociales y agendas electorales.
Pero el caso Epstein también deja una lección: que es posible romper el pacto de silencio si hay voluntad colectiva. Que la presión pública, el periodismo valiente y la memoria de las víctimas pueden obligar, aunque sea por momentos, a los poderosos a rendir cuentas. Y que, en última instancia, la lucha por la verdad no es solo una cuestión legal o mediática, sino política.
No se trata de esperar que las instituciones cambien solas. Se trata de organizase, de exigir justicia desde abajo, de entender que estos casos no son “excepciones” sino expresiones concretas de un sistema que pone la riqueza por encima de la dignidad humana. Mientras no se rompa esa lógica, habrá más Epsteins. Y más Trump.
FUENTES CONSULTADAS
-
“El dinero y el poder chocan con la justicia en el ‘caso Epstein’” – El País
https://elpais.com/sociedad/2019/07/12/actualidad/1562883213_60144.html
-
“El escándalo en torno al ‘caso Epstein’ no cesa” – Izvestia traducido
https://iz-ru.translate.goog/1923656
-
“El gran y hermoso encubrimiento” – VT Foreign Policy
(julio 2025) – Documento PDF adjunto
-
“La autopsia de Jeffrey Epstein revela que tenía varios huesos rotos en el cuello” – El País
https://elpais.com/sociedad/2019/08/15/actualidad/1565853155_05151.htm
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POR VICTORIA MARTÍNEZ, DESDE MÉXICO PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Durante muchos años, Jeffrey Epstein fue un personaje tan extravagante como escurridizo. Tenía aviones privados, mansiones lujosas y una agenda de contactos con nombres que harían temblar a medio mundo. Uno de esos nombres era Donald Trump, el magnate inmobiliario que se convertiría en presidente de los Estados Unidos.
La relación entre ambos comenzó en la década de los 90. Trump lo admitió él mismo en 2002:
“Es un tipo estupendo. Se lleva muy bien con las mujeres, especialmente con las más jóvenes”.
Esa frase, que en su momento pareció una simple muestra de camaradería entre ricos, hoy resuena con un eco escalofriante. Porque Epstein no solo “se llevaba bien” con mujeres jóvenes. Las explotaba, las manipulaba y las utilizaba dentro de una red de abuso sexual que funcionó impunemente durante años en sus propiedades de Florida, Nueva York y una isla privada en el Caribe.
EL CIRCO JUDICIAL Y LAS PUERTAS GIRATORIAS DEL PODER
En 2008, Epstein fue condenado en un acuerdo judicial extremadamente favorable por delitos sexuales. A pesar de las decenas de testimonios de chicas menores de edad, solo pasó 13 meses en una cárcel en la que podía salir a trabajar todos los días. ¿Cómo fue posible algo así? Aquí entra en juego una red de poder que no solo lo protegía, sino que además se beneficiaba del silencio.
Uno de los fiscales que aprobó ese acuerdo fue Alexander Acosta, quien más tarde sería nombrado Secretario de Trabajo por el propio Trump. Esta coincidencia, más que una casualidad, parece una señal del funcionamiento de los círculos de poder: quienes tienen dinero y amigos influyentes pueden hacer que sus crímenes pasen desapercibidos.
LA CAMPAÑA DE 2016 Y EL BUNKER DE MENTIRAS
Cuando Trump se lanzó a la presidencia, los vínculos con Epstein se convirtieron en un problema incómodo. Aunque trató de desmarcarse, las fotos juntos, los registros de vuelo y los testimonios de testigos comenzaron a crecer tan rápido como crecen los chanpiñones.
Trump aseguró que había “roto relaciones con Epstein hacía muchos años”, pero nunca explicó por qué, ni cuándo, ni bajo qué circunstancias.
En plena campaña electoral, los medios comenzaron a investigar más profundamente. Apareció incluso una denuncia anónima de una mujer que aseguraba haber sido violada por Trump en una de las mansiones de Epstein cuando tenía solo 13 años. La denuncia fue retirada poco antes de las elecciones, lo que algunos interpretaron como resultado de presiones legales o miedo a represalias.
MUERTE EN UNA CELDA: ¿SUICIDIO O SILENCIO ORGANIZADO?
En agosto de 2019, Jeffrey Epstein fue hallado muerto en su celda de una cárcel federal en Nueva York. Oficialmente, se trató de un suicidio. Sin embargo, el informe forense generó más preguntas que respuestas: tenía varios huesos del cuello rotos, una condición más típica del estrangulamiento que del ahorcamiento común. Para colmo, las cámaras de vigilancia no funcionaban esa noche y los guardias encargados de vigilarlo “se quedaron dormidos”.
¿Quién tenía interés en que Epstein no hablara? En sus archivos había cientos de horas de grabaciones y una lista de clientes vinculados a su red. Muchos de esos nombres jamás fueron publicados, y el Departamento de Justicia de EE.UU., bajo control de aliados de Trump, decidió cerrar el caso poco después de su muerte, alegando que los documentos contenían “información sensible” que no debía hacerse pública.
LA DEMANDA A "THE WALL STREET JOURNAL" Y LA GUERRA POR LA NARRATIVA
En 2025, el caso Epstein volvió a los titulares. El diario The Wall Street Journal publicó una carta supuestamente escrita por Trump a Epstein. Trump respondió de inmediato: presentó una demanda y negó que esa carta fuera auténtica. Pam Bondi, una fiscal cercana al entorno de Trump, intervino para desclasificar solo una parte mínima de los documentos. Lo que parecía un intento de aclarar el asunto terminó siendo una estrategia para controlar el relato, seleccionando cuidadosamente lo que se revelaba y lo que no.
Mientras tanto, los medios que intentaban seguir investigando se enfrentaban a demandas, amenazas y bloqueos informativos. Lo que se suponía que debía ser un proceso transparente se convirtió en un pantano burocrático diseñado para proteger a los más poderosos.
EL LABERINTO DE ENCUBRIMIENTOS Y LA GUERRA MEDIÁTICA
Mientras Epstein vivía rodeado de lujo, una maquinaria entera trabajaba para protegerlo. No era solo su dinero: eran también los silencios comprados, las investigaciones detenidas y las amistades en los lugares adecuados. Esta red incluía a figuras de la justicia, de la policía, del sistema político… y también del entretenimiento y los medios de comunicación. Epstein se rodeó de poder porque sabía que el poder podía comprar impunidad.
En este contexto, la figura de Trump cobra un papel central, pero no único. Él no fue el único amigo de Epstein, pero sí uno de los pocos que llegó a la presidencia. Y eso hace que cada vínculo suyo con el magnate resulte más significativo.
En 2025, el caso volvió a arder cuando un medio reveló una supuesta carta de Trump a Epstein, donde se le deseaba suerte y se hablaba de “viejos tiempos en Palm Beach”. Trump respondió con una demanda, asegurando que la carta era falsa. Sin embargo, lo que se desató no fue una aclaración, sino un nuevo ciclo de opacidad: apenas se desclasificó información, los documentos clave fueron reservados y la prensa crítica fue señalada como “enemiga del pueblo”.
Aquí es donde el relato se convierte en otra cosa: ya no es solo la historia de un crimen, sino una disputa por la memoria y el control de la verdad. El trumpismo, con sus estrategias de comunicación, convirtió el caso en un campo de batalla simbólico: o creías en “la caza de brujas” o formabas parte de “la élite global que quiere destruir al outsider”. Así, todo se polarizó y las víctimas quedaron en segundo plano.
VÍCTIMAS EN LA SOMBRA: EL PRECIO DE LA INVISIBILIDAD
A pesar del ruido mediático y las teorías conspirativas, en el fondo del caso hay algo que no se debe olvidar: el dolor de cientos de chicas menores de edad que fueron abusadas, manipuladas y desechadas como si fueran cosas. Muchas de ellas vivían en barrios pobres, provenían de familias rotas y fueron reclutadas con promesas de dinero fácil. Epstein y su entorno sabían exactamente a quién buscar y cómo hacerlo. Las jóvenes eran llevadas a sus mansiones, donde eran sometidas y obligadas a "dar masajes" que siempre terminaban en abuso.
La justicia, incluso cuando las denuncias llegaron a sus manos, no actuó como debía. Y cuando lo hizo, ya era tarde. Las víctimas han tenido que soportar años de revictimización, de ser ignoradas, de ver cómo sus agresores eran protegidos. Y mientras ellas luchaban por ser escuchadas, el mundo se entretenía con los escándalos políticos que orbitaban en torno a Trump.
¿UN HÉROE CONTRA LA ÉLITE? EL RELATO MAGA Y LA INVERSIÓN DE LOS ROLES
El caso Epstein fue capturado por algunos sectores del trumpismo como una oportunidad de propaganda. En una pirueta narrativa, Trump pasó a ser presentado como el enemigo número uno de la “élite pedófila global”. Esto fue alimentado por teorías como las de QAnon, que convirtieron al expresidente en una especie de justiciero secreto enfrentado a una red mundial de abusadores infantiles.
Esta narrativa no se sostenía en pruebas, sino en emociones, miedos e imaginarios de conspiración. Y, sin embargo, caló. Tanto, que incluso después de su salida de la Casa Blanca, Trump siguió usando ese discurso para movilizar a sus bases. Lo irónico es que la única red de explotación sexual infantil que sí fue comprobada judicialmente (la de Epstein) tenía entre sus vínculos al propio Trump.
EL CIERRE EN FALSO: UNA HISTORIA SIN CONCLUSIÓN
En julio de 2025, el Departamento de Justicia declaró “cerrado” el caso Epstein. Alegó que no quedaban caminos viables para nuevas investigaciones, y que los archivos permanecerían sellados para “proteger la privacidad de las víctimas y evitar la exposición pública de inocentes”. Esta decisión fue recibida con indignación por organizaciones de derechos humanos, periodistas y familias de las víctimas.
Mientras tanto, la sensación de impunidad se hizo más grande. Nadie fue juzgado por colaborar con Epstein. Ningún nombre relevante de su lista de “clientes” fue revelado. La maquinaria del poder había ganado otra vez, envolviendo en bruma judicial un caso que debió ser un parteaguas en la lucha contra la explotación y la impunidad.
¿JUSTICIA O TEATRO? EL APARATO LEGAL COMO INSTRUMENTO DE CONTROL
Una de las enseñanzas más amargas del caso Epstein es que, cuando el sistema judicial se cruza con el poder económico y político, deja de ser un espacio de justicia y se convierte en un escenario de teatro. La idea de que “nadie está por encima de la ley” se vuelve una ficción cuando los protagonistas son millonarios con influencia en las élites de Washington, Wall Street y Hollywood.
Durante la investigación del caso, se identificaron patrones de encubrimiento: documentos sellados sin justificación clara, testimonios desestimados sin investigación adecuada, e incluso jueces que decidieron mirar hacia otro lado. El FBI tuvo acceso durante años a testimonios de víctimas, pero muchas veces optó por la inacción. No fue sino hasta que las presiones mediáticas y sociales llegaron a su punto más alto que se retomó la causa. Pero ya era demasiado tarde: Epstein estaba muerto.
Lo más inquietante es que, con su muerte, también desapareció la posibilidad de interrogar a alguien que tenía demasiadas respuestas. La justicia no solo no llegó tarde: fue deliberadamente frenada. El “Guantánamo de Nueva York”, la prisión federal donde Epstein fue hallado muerto, falló en todas sus funciones básicas esa noche. ¿Qué casualidad, no? Las cámaras no funcionaron, los guardias se durmieron y nadie notó nada hasta que su cuerpo estaba ya sin vida.
DE PALM BEACH A LA CASA BLANCA: EL PROBLEMA NO ES TRUMP, ES EL SISTEMA
Es fácil convertir a Trump en el villano de esta historia. Pero el problema es más profundo. Lo que este caso deja claro es que existe un sistema construido para proteger a los privilegiados, una estructura que garantiza que quienes tienen suficiente dinero y conexiones pueden escapar de la responsabilidad por sus actos.
Trump fue parte de ese mundo. Se movía en las mismas fiestas, usaba los mismos medios, compartía con los mismos millonarios y, cuando fue necesario, supo cómo hacer que las instituciones se adaptaran a su conveniencia. Epstein no era solo un monstruo con dinero: era un nodo de conexión entre poder político, dinero sucio, tráfico sexual y silencio institucional. Y Trump, lejos de enfrentarse a esa red, fue una pieza más en su engranaje.
Eso explica por qué, cuando estalló el escándalo, Trump optó por demandar medios, atacar a la prensa y buscar culpables en todas partes menos en su entorno. Porque sabía que su imagen quedaba manchada, y porque entendía que su papel en esa historia no era precisamente el de un espectador inocente.
EL SILENCIO COMO ESTRATEGIA Y LA VERDAD COMO AMENAZA
El caso Epstein no es solo una historia de crimen sexual. Es una radiografía del poder en su forma más impune y refinada. No se trata solo de un multimillonario que abusaba de niñas, sino de una red de silencios, privilegios y encubrimientos que involucraba a empresarios, políticos, celebridades y, lo más grave, a instituciones del Estado.
Donald Trump es una figura clave dentro de ese entramado. Su relación con Epstein no se limita a fotos y fiestas, sino a conexiones jurídicas, favores institucionales y estrategias políticas para desactivar cualquier amenaza judicial. No hay pruebas que lo sitúen como participante directo en los abusos, pero sí una larga lista de acciones orientadas a evitar que se conozcan los nombres, las fechas y los hechos concretos que podrían explicar el verdadero alcance de esa red.
Lo más trágico de esta historia es que, mientras se debatía si la carta era auténtica, si los guardias se durmieron de verdad, si Trump sabía o no lo que hacía su amigo, las víctimas quedaron una vez más relegadas al olvido. Es como si sus cuerpos solo sirvieran como herramientas de escándalo, no como pruebas de una violencia estructural.
Desde una mirada crítica, lo que queda claro es que el poder no solo se protege a sí mismo. También se reinventa, se limpia la cara, y convierte sus escándalos en espectáculo mediático. La indignación queda neutralizada por el bombardeo informativo, y la posibilidad de justicia se diluye entre demandas cruzadas, ruido en redes sociales y agendas electorales.
Pero el caso Epstein también deja una lección: que es posible romper el pacto de silencio si hay voluntad colectiva. Que la presión pública, el periodismo valiente y la memoria de las víctimas pueden obligar, aunque sea por momentos, a los poderosos a rendir cuentas. Y que, en última instancia, la lucha por la verdad no es solo una cuestión legal o mediática, sino política.
No se trata de esperar que las instituciones cambien solas. Se trata de organizase, de exigir justicia desde abajo, de entender que estos casos no son “excepciones” sino expresiones concretas de un sistema que pone la riqueza por encima de la dignidad humana. Mientras no se rompa esa lógica, habrá más Epsteins. Y más Trump.
FUENTES CONSULTADAS
-
“El dinero y el poder chocan con la justicia en el ‘caso Epstein’” – El País
https://elpais.com/sociedad/2019/07/12/actualidad/1562883213_60144.html -
“El escándalo en torno al ‘caso Epstein’ no cesa” – Izvestia traducido
https://iz-ru.translate.goog/1923656 -
“El gran y hermoso encubrimiento” – VT Foreign Policy
(julio 2025) – Documento PDF adjunto -
“La autopsia de Jeffrey Epstein revela que tenía varios huesos rotos en el cuello” – El País
https://elpais.com/sociedad/2019/08/15/actualidad/1565853155_05151.htm
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