
NETANYAHU SE BURLA DEL MUNDO MIENTRAS APRIETA EL CERCO SOBRE GAZA
EL MENOSPRECIO COMO ESTRATEGIA DE GUERRA Y DOMINACIÓN
Netanyahu ha reaccionado con burla a las crecientes protestas internacionales contra su ofensiva en Gaza. Pero esta actitud no es solo un gesto personal: es la expresión de una lógica de impunidad sostenida por el imperialismo global, donde el desprecio se convierte en arma política.
POR CARLOS SERNA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Cuando un líder político, en medio de una furibunda ofensiva
militar masiva, reacciona con sarcasmo y el despelote ante la condena del resto del mundo, no estamos solo ante un mero caso de arrogancia personal.
Lo que estamos viendo es el reflejo de una lógica de poder brutal y profundamente ligada a los intereses de clase y de Estado. Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, ha respondido con abierta burla a las múltiples protestas internacionales por la ofensiva militar que mantiene sobre la Franja de Gaza. No solo las ha ignorado, sino que las ha convertido en combustible para continuar —y hasta acelerar— lo que muchos ya califican de limpieza étnica.
La noticia difundida por los medios europeos no deja lugar a dudas: Netanyahu no solo se desentiende de la crítica internacional, sino que la convierte en una oportunidad para profundizar el castigo colectivo sobre una población civil cercada, hambrienta y sin agua ni electricidad.
La clave de este desprecio no está en la psicología del personaje, sino en las condiciones materiales e ideológicas que lo sostienen.
EL MENOSPRECIO COMO MECANISMO IDEOLÓGICO
Las ideologías no flotan en el aire: se arraigan en intereses de clase concretos. El desprecio de Netanyahu a las protestas globales no es solo un acto simbólico: es una manera de reafirmar la impunidad de un Estado profundamente militarizado que actúa como punta de lanza del imperialismo en Oriente Medio. El desprecio sirve para marcar el terreno: Israel puede hacer lo que quiera, cuando quiera, y no pasará nada.
Esta actitud es comparable a la de las potencias coloniales del siglo XIX cuando aplastaban insurrecciones indígenas mientras en sus metrópolis se discutía sobre los “derechos del hombre”. ¿Cómo respondían esos imperios? Reforzando la represión. Porque sabían que el aparato internacional de “derechos” no estaba diseñado para frenar sus crímenes, sino para legitimarlos simbólicamente ante sus propias clases medias. Hoy, Netanyahu sabe lo mismo.
UN ESTADO CONSTRUIDO PARA LA GUERRA
Lo que ocurre con Israel no puede entenderse al margen de su estructura económica-política. El Estado es “un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo en que se divide en clases”. En este caso, Israel es un Estado edificado sobre la exclusión de una población entera. Su aparato de seguridad, su economía, su sistema político e incluso su identidad nacional están atados a un proyecto colonial sostenido por la fuerza.
Cuando se condena la brutalidad en Gaza, no se está cuestionando solo una política puntual de Netanyahu. Se está rozando, aunque sea superficialmente, la estructura entera del Estado sionista. Y por eso la respuesta es el desprecio: porque defender ese proyecto exige negar cualquier legitimidad al otro. Negar la existencia de los palestinos como pueblo, negar su sufrimiento, negar sus muertos. ¿Cómo se sostiene esa negación? A través del desprecio y la deshumanización sistemática.
EL IMPERIALISMO COMO RED DE COMPLICIDADES
Ahora bien, ¿por qué Netanyahu puede permitirse ese gesto de burla? Porque no está solo. Detrás de Israel hay una red de alianzas estratégicas con los grandes poderes occidentales. Estados Unidos, la Unión Europea, el Reino Unido… todos se rasgan las vestiduras cuando las bombas caen sobre hospitales, pero mantienen el flujo de armas, tecnología y acuerdos económicos.
Este doble discurso tiene raíces materiales muy claras: Israel cumple funciones esenciales para los intereses del capital internacional en la región. Control del acceso a recursos, vigilancia de las rutas comerciales, freno a movimientos revolucionarios… En otras palabras: Netanyahu desprecia las protestas porque sabe que la estructura del sistema capitalista global está de su lado.
UN PUEBLO APLASTADO Y UNA INDIGNACIÓN SIN EFECTO
El desprecio se vuelve aún más hiriente si se contrasta con las condiciones de vida en Gaza. Más del 80% de la población depende de ayuda humanitaria, los hospitales están colapsados, y el acceso al agua potable es casi inexistente.
Cada nueva operación militar es una masacre anunciada. Y sin embargo, mientras medio planeta exige un alto el fuego, Netanyahu responde como un emperador antiguo: con desdén y más violencia.
El mensaje es claro: no importa cuántas resoluciones de la ONU se aprueben, ni cuántos estudiantes marchen en Londres, ni cuántos artistas boicoteen festivales israelíes. Mientras el sistema que lo sostiene no se tambalee, podrá seguir despreciando.
Y ese sistema no es otro que el imperialismo, tal como lo describieron Lenin o Rosa Luxemburgo: una fase del capitalismo donde la guerra, la opresión y el desprecio son negocios.
POR CARLOS SERNA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Cuando un líder político, en medio de una furibunda ofensiva militar masiva, reacciona con sarcasmo y el despelote ante la condena del resto del mundo, no estamos solo ante un mero caso de arrogancia personal.
Lo que estamos viendo es el reflejo de una lógica de poder brutal y profundamente ligada a los intereses de clase y de Estado. Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, ha respondido con abierta burla a las múltiples protestas internacionales por la ofensiva militar que mantiene sobre la Franja de Gaza. No solo las ha ignorado, sino que las ha convertido en combustible para continuar —y hasta acelerar— lo que muchos ya califican de limpieza étnica.
La noticia difundida por los medios europeos no deja lugar a dudas: Netanyahu no solo se desentiende de la crítica internacional, sino que la convierte en una oportunidad para profundizar el castigo colectivo sobre una población civil cercada, hambrienta y sin agua ni electricidad.
La clave de este desprecio no está en la psicología del personaje, sino en las condiciones materiales e ideológicas que lo sostienen.
EL MENOSPRECIO COMO MECANISMO IDEOLÓGICO
Las ideologías no flotan en el aire: se arraigan en intereses de clase concretos. El desprecio de Netanyahu a las protestas globales no es solo un acto simbólico: es una manera de reafirmar la impunidad de un Estado profundamente militarizado que actúa como punta de lanza del imperialismo en Oriente Medio. El desprecio sirve para marcar el terreno: Israel puede hacer lo que quiera, cuando quiera, y no pasará nada.
Esta actitud es comparable a la de las potencias coloniales del siglo XIX cuando aplastaban insurrecciones indígenas mientras en sus metrópolis se discutía sobre los “derechos del hombre”. ¿Cómo respondían esos imperios? Reforzando la represión. Porque sabían que el aparato internacional de “derechos” no estaba diseñado para frenar sus crímenes, sino para legitimarlos simbólicamente ante sus propias clases medias. Hoy, Netanyahu sabe lo mismo.
UN ESTADO CONSTRUIDO PARA LA GUERRA
Lo que ocurre con Israel no puede entenderse al margen de su estructura económica-política. El Estado es “un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo en que se divide en clases”. En este caso, Israel es un Estado edificado sobre la exclusión de una población entera. Su aparato de seguridad, su economía, su sistema político e incluso su identidad nacional están atados a un proyecto colonial sostenido por la fuerza.
Cuando se condena la brutalidad en Gaza, no se está cuestionando solo una política puntual de Netanyahu. Se está rozando, aunque sea superficialmente, la estructura entera del Estado sionista. Y por eso la respuesta es el desprecio: porque defender ese proyecto exige negar cualquier legitimidad al otro. Negar la existencia de los palestinos como pueblo, negar su sufrimiento, negar sus muertos. ¿Cómo se sostiene esa negación? A través del desprecio y la deshumanización sistemática.
EL IMPERIALISMO COMO RED DE COMPLICIDADES
Ahora bien, ¿por qué Netanyahu puede permitirse ese gesto de burla? Porque no está solo. Detrás de Israel hay una red de alianzas estratégicas con los grandes poderes occidentales. Estados Unidos, la Unión Europea, el Reino Unido… todos se rasgan las vestiduras cuando las bombas caen sobre hospitales, pero mantienen el flujo de armas, tecnología y acuerdos económicos.
Este doble discurso tiene raíces materiales muy claras: Israel cumple funciones esenciales para los intereses del capital internacional en la región. Control del acceso a recursos, vigilancia de las rutas comerciales, freno a movimientos revolucionarios… En otras palabras: Netanyahu desprecia las protestas porque sabe que la estructura del sistema capitalista global está de su lado.
UN PUEBLO APLASTADO Y UNA INDIGNACIÓN SIN EFECTO
El desprecio se vuelve aún más hiriente si se contrasta con las condiciones de vida en Gaza. Más del 80% de la población depende de ayuda humanitaria, los hospitales están colapsados, y el acceso al agua potable es casi inexistente.
Cada nueva operación militar es una masacre anunciada. Y sin embargo, mientras medio planeta exige un alto el fuego, Netanyahu responde como un emperador antiguo: con desdén y más violencia.
El mensaje es claro: no importa cuántas resoluciones de la ONU se aprueben, ni cuántos estudiantes marchen en Londres, ni cuántos artistas boicoteen festivales israelíes. Mientras el sistema que lo sostiene no se tambalee, podrá seguir despreciando.
Y ese sistema no es otro que el imperialismo, tal como lo describieron Lenin o Rosa Luxemburgo: una fase del capitalismo donde la guerra, la opresión y el desprecio son negocios.
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