
LAS COSAS CLARAS Y SIN ROLLOS: ¿QUÉ ES EL ESTADO?
Cuando el árbitro juega para un solo equipo: ese es el verdadero rostro del Estado moderno . ¿Por qué el Estado siempre favorece a los de arriba?
Nos han hecho creer que el Estado es un "árbitro imparcial", pero la historia demuestra lo contrario: siempre trabaja para los dueños del dinero. Desde la Monarquía hasta el capitalismo tecnológico, su misión es siempre la misma. ¿Puede la izquierda romper el molde o está también condenada a ser su prisionera?
POR ADRIÁN GONZÁLEZ PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Si hay algo que nunca falla, es que el Estado siempre encuentra la forma de quedar como el bueno de la película. No importa si es el viejo reino de los Borbones, la Francia republicana o en la China con bandera roja y corazón capitalista: el Estado siempre logra disfrazarse de protector, árbitro y si nos apuran, hasta de mamá cariñosa.
Pero, si nos ponemos las gafas marxistas —esas que nos ayudan a ver quién manda de verdad—, la historia cambia y mucho. Porque el Estado, lejos de ser un ángel neutral que vela por todos nosotros, es más bien el perro guardián de los dueños del dinero. Así de claro.
Desde Marx y Engels, pasando por Lenin y llegando a pensadores modernos como David Harvey, la cosa siempre ha estado clarita: el Estado no es una cabina telefónica en la que cualquiera entra y sale para hacer llamadas. No. Es un instrumento de clase, y la clase social que lo controla es la que tiene la sartén por el mango económico. Si lo pensamos bien, resulta muy lógico: el Estado hace las leyes, controla la policía, organiza el Ejército y decide dónde va cada céntimo de los presupuestos. Y esas decisiones, ¿a quién suelen beneficiar? Exacto: a los que ya tienen de sobra. Si el Estado fuera realmente neutral, no harían falta sindicatos ni huelgas para que un trabajador pudiera pagar el alquiler sin pedirle plata a su abuela.
CÓMO CAMBIA EL ESTADO SEGÚN QUIÉN MANDA: DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO
Esto no significa que el Estado siempre haya sido igual. Lefebvre, ese pensador marxista que te explica las cosas con un cigarro en la mano y cargado de mala leche, ya lo decía: cada época histórica tiene el Estado que se merece.
En la Edad Media era un asunto feudal, con el rey repartiendo tierras a sus colegas. Pero cuando el capitalismo empezó a sacar músculo, allá por el siglo XVIII, la cosa cambió. Apareció un Estado hecho a la medida de la burguesía, esa clase emergente que no quería seguir pagando impuestos para que un noble gilipollas le organizara fiestas en Versalles o en la Zarzuela.
El Estado burgués moderno es como esos mayordomos de las películas: viste de etiqueta, habla bonito y siempre sonríe, pero trabaja siempre para el dueño de la mansión. La clave del truco es que parece democrático, porque votamos y elegimos, pero las decisiones importantes se toman en oficinas donde no entra ni siquiera la luz del sol.
En Francia, por ejemplo, Macron se presenta como "presidente de todos", pero casualmente sus reformas siempre benefician a las grandes empresas. Reforma de pensiones, liberalización del mercado laboral, privatizaciones… Todo en nombre del progreso; y, sin embargo, siempre con la billetera de los de arriba en mente.
EL ESTADO TECNOLÓGICO: MÁS COMPLEJO Y MÁS ESCONDIDO
En el mundo actual, donde la tecnología manda y las finanzas vuelan más rápido que las ideas, el Estado se ha vuelto un bicho aún más raro. Ya no es solo el policía, es también el CEO de la empresa nacional, el banco de último recurso y el árbitro de los conflictos. Pero lo que nunca deja de ser es el escudo protector de los que mandan.
En China, por ejemplo, donde dicen que son socialistas con adornos mágicos de peculiaridades, el Estado controla la economía con la misma lógica de un fondo de inversión: lo importante es crecer, no importa a qué precio. Si hay que vigilar cada paso de la población con un sistema de crédito social, se hace. Todo por el bien común, claro.
¿PUEDE LA IZQUIERDA APROVECHAR EL ESTADO? ¿Y POR QUÉ CUANDO LO HACE SIEMPRE TERMINA SIENDO PRESA DE ÉL?
Y esto nos lleva a una de las preguntas clave: ¿qué es lo que pasa cuando la izquierda llega al poder? ¿Puede usar el Estado para hacer el bien?
En teoría sí. En la práctica, casi nunca. Marta Harnecker, una de las voces marxistas de América Latina, lo explicó a lo largo de su vida muchas veces: no se puede construir el socialismo dejando intacta la maquinaria estatal heredada del capitalismo.
Si el Estado está diseñado para servir al capital, ¿cómo va a servir al pueblo sin desmontar todo su andamiaje? Es como tratar de convertir una hamburguesería en un restaurante vegano sin cambiar la cocina.
EL ESTADO LATINOAMERICANO: ENTRE FRANKENSTEIN Y UN GATO PANZA ARRIBA
En América Latina tenemos ejemplos a montones. Cada vez que un gobierno progresista llega al poder, el Estado parece convertirse en una mezcla de Frankenstein y gato panza arriba. Por un lado, intenta redistribuir algo de la riqueza y hacer políticas sociales asistenciales. Pero, por otro, tiene que pagar la deuda externa, tranquilizar a los mercados y negociar con los mismos que siempre han mandado. En Argentina, por ejemplo, cada acuerdo con el FMI es un recordatorio de que el Estado tiene dueño, y que este no vive precisamente en los barrios populares de Buenos Aires.
EL ESTADO COMO CAMPO DE BATALLA: UNA TAREA PENDIENTE
Pero no nos pongamos fatalistas. Si algo dejó claro la historia es que el Estado es un campo de batalla, no una estatua de mármol.
En la Comuna de París, los trabajadores lo tomaron y lo pusieron a trabajar para ellos. En Yugoslavia, intentaron crear con muy poco éxito un sistema de autogestión obrera donde el Estado fuera poco más que un coordinador general. No es fácil, claro.
La burocracia tiene la costumbre de multiplicarse como lo hacen los gremlins, y la tentación de mandar desde arriba resulta difícil de resistir. Pero de eso se trata la verdadera democracia: de que el poder esté abajo, en las fábricas, los barrios y los campos, y no encerrado en un despacho de mármol.
David Harvey lo resume con claridad: el Estado moderno es el gerente colectivo de los intereses del capital. Su función es gestionar las contradicciones para que el sistema no explote. Pero si la gente común empieza a ver al Estado como lo que es —una herramienta que puede y debe ser usada para transformar el mundo—, entonces la historia podría dar un giro interesante. No se trata de destruir el Estado de un plumazo, como soñaban algunos anarquistas. Se trata de abrirlo en canal, mostrar cómo funciona, y ponerlo al servicio de los que lo sostienen con su trabajo y su sudor.
Porque al final, el Estado no es una entidad mágica. Es solo un reflejo de quién manda y quién obedece. Y eso, camaradas, sí que se puede cambiar.
TESTIMONIOS:
He recogido cuatro testimonios de opinión sobre cuál es la esencia del Estado. Dos que apoyan el enfoque marxista-crítico sobre la función del Estado, y otras dos situadas en sus antípodas.
Testimonio de David Harvey (geógrafo marxista)
"El Estado moderno es el gerente colectivo de los intereses del capital. Su función es gestionar las contradicciones internas del capitalismo, asegurando siempre que el capital siga acumulándose, aunque sea a costa de la mayoría."
Fuente: David Harvey en Jacobin
Testimonio de Marta Harnecker (intelectual marxista)
"No puede haber socialismo real sin el control popular directo del Estado. El error de muchos gobiernos de izquierda ha sido dejar intacta la maquinaria estatal heredada del capitalismo."
Fuente: Marta Harnecker - Rebelión
Testimonios que contradicen la visión marxista y defienden al Estado moderno
Testimonio de Francis Fukuyama el politólogo liberal que anunció "el fin de la historia" cuando implosionó la Unión Soviética.
"Los Estados modernos son imprescindibles para garantizar el orden, proteger derechos y facilitar el desarrollo económico. Sin Estados fuertes, ni el mercado, ni la democracia pueden funcionar."
Fuente: Francis Fukuyama - Foreign Affairs
Testimonio de Angela Merkel (ex canciller alemana)
"El Estado debe ser un árbitro imparcial que garantice el equilibrio entre la libertad económica y la protección social. Demonizarlo es un error tan grave como divinizarlo."
Fuente: Entrevista en Der Spiegel
POR ADRIÁN GONZÁLEZ PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Si hay algo que nunca falla, es que el Estado siempre encuentra la forma de quedar como el bueno de la película. No importa si es el viejo reino de los Borbones, la Francia republicana o en la China con bandera roja y corazón capitalista: el Estado siempre logra disfrazarse de protector, árbitro y si nos apuran, hasta de mamá cariñosa.
Pero, si nos ponemos las gafas marxistas —esas que nos ayudan a ver quién manda de verdad—, la historia cambia y mucho. Porque el Estado, lejos de ser un ángel neutral que vela por todos nosotros, es más bien el perro guardián de los dueños del dinero. Así de claro.
Desde Marx y Engels, pasando por Lenin y llegando a pensadores modernos como David Harvey, la cosa siempre ha estado clarita: el Estado no es una cabina telefónica en la que cualquiera entra y sale para hacer llamadas. No. Es un instrumento de clase, y la clase social que lo controla es la que tiene la sartén por el mango económico. Si lo pensamos bien, resulta muy lógico: el Estado hace las leyes, controla la policía, organiza el Ejército y decide dónde va cada céntimo de los presupuestos. Y esas decisiones, ¿a quién suelen beneficiar? Exacto: a los que ya tienen de sobra. Si el Estado fuera realmente neutral, no harían falta sindicatos ni huelgas para que un trabajador pudiera pagar el alquiler sin pedirle plata a su abuela.
CÓMO CAMBIA EL ESTADO SEGÚN QUIÉN MANDA: DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO
Esto no significa que el Estado siempre haya sido igual. Lefebvre, ese pensador marxista que te explica las cosas con un cigarro en la mano y cargado de mala leche, ya lo decía: cada época histórica tiene el Estado que se merece.
En la Edad Media era un asunto feudal, con el rey repartiendo tierras a sus colegas. Pero cuando el capitalismo empezó a sacar músculo, allá por el siglo XVIII, la cosa cambió. Apareció un Estado hecho a la medida de la burguesía, esa clase emergente que no quería seguir pagando impuestos para que un noble gilipollas le organizara fiestas en Versalles o en la Zarzuela.
El Estado burgués moderno es como esos mayordomos de las películas: viste de etiqueta, habla bonito y siempre sonríe, pero trabaja siempre para el dueño de la mansión. La clave del truco es que parece democrático, porque votamos y elegimos, pero las decisiones importantes se toman en oficinas donde no entra ni siquiera la luz del sol.
En Francia, por ejemplo, Macron se presenta como "presidente de todos", pero casualmente sus reformas siempre benefician a las grandes empresas. Reforma de pensiones, liberalización del mercado laboral, privatizaciones… Todo en nombre del progreso; y, sin embargo, siempre con la billetera de los de arriba en mente.
EL ESTADO TECNOLÓGICO: MÁS COMPLEJO Y MÁS ESCONDIDO
En el mundo actual, donde la tecnología manda y las finanzas vuelan más rápido que las ideas, el Estado se ha vuelto un bicho aún más raro. Ya no es solo el policía, es también el CEO de la empresa nacional, el banco de último recurso y el árbitro de los conflictos. Pero lo que nunca deja de ser es el escudo protector de los que mandan.
En China, por ejemplo, donde dicen que son socialistas con adornos mágicos de peculiaridades, el Estado controla la economía con la misma lógica de un fondo de inversión: lo importante es crecer, no importa a qué precio. Si hay que vigilar cada paso de la población con un sistema de crédito social, se hace. Todo por el bien común, claro.
¿PUEDE LA IZQUIERDA APROVECHAR EL ESTADO? ¿Y POR QUÉ CUANDO LO HACE SIEMPRE TERMINA SIENDO PRESA DE ÉL?
Y esto nos lleva a una de las preguntas clave: ¿qué es lo que pasa cuando la izquierda llega al poder? ¿Puede usar el Estado para hacer el bien?
En teoría sí. En la práctica, casi nunca. Marta Harnecker, una de las voces marxistas de América Latina, lo explicó a lo largo de su vida muchas veces: no se puede construir el socialismo dejando intacta la maquinaria estatal heredada del capitalismo.
Si el Estado está diseñado para servir al capital, ¿cómo va a servir al pueblo sin desmontar todo su andamiaje? Es como tratar de convertir una hamburguesería en un restaurante vegano sin cambiar la cocina.
EL ESTADO LATINOAMERICANO: ENTRE FRANKENSTEIN Y UN GATO PANZA ARRIBA
En América Latina tenemos ejemplos a montones. Cada vez que un gobierno progresista llega al poder, el Estado parece convertirse en una mezcla de Frankenstein y gato panza arriba. Por un lado, intenta redistribuir algo de la riqueza y hacer políticas sociales asistenciales. Pero, por otro, tiene que pagar la deuda externa, tranquilizar a los mercados y negociar con los mismos que siempre han mandado. En Argentina, por ejemplo, cada acuerdo con el FMI es un recordatorio de que el Estado tiene dueño, y que este no vive precisamente en los barrios populares de Buenos Aires.
EL ESTADO COMO CAMPO DE BATALLA: UNA TAREA PENDIENTE
Pero no nos pongamos fatalistas. Si algo dejó claro la historia es que el Estado es un campo de batalla, no una estatua de mármol.
En la Comuna de París, los trabajadores lo tomaron y lo pusieron a trabajar para ellos. En Yugoslavia, intentaron crear con muy poco éxito un sistema de autogestión obrera donde el Estado fuera poco más que un coordinador general. No es fácil, claro.
La burocracia tiene la costumbre de multiplicarse como lo hacen los gremlins, y la tentación de mandar desde arriba resulta difícil de resistir. Pero de eso se trata la verdadera democracia: de que el poder esté abajo, en las fábricas, los barrios y los campos, y no encerrado en un despacho de mármol.
David Harvey lo resume con claridad: el Estado moderno es el gerente colectivo de los intereses del capital. Su función es gestionar las contradicciones para que el sistema no explote. Pero si la gente común empieza a ver al Estado como lo que es —una herramienta que puede y debe ser usada para transformar el mundo—, entonces la historia podría dar un giro interesante. No se trata de destruir el Estado de un plumazo, como soñaban algunos anarquistas. Se trata de abrirlo en canal, mostrar cómo funciona, y ponerlo al servicio de los que lo sostienen con su trabajo y su sudor.
Porque al final, el Estado no es una entidad mágica. Es solo un reflejo de quién manda y quién obedece. Y eso, camaradas, sí que se puede cambiar.
TESTIMONIOS:
He recogido cuatro testimonios de opinión sobre cuál es la esencia del Estado. Dos que apoyan el enfoque marxista-crítico sobre la función del Estado, y otras dos situadas en sus antípodas.
Testimonio de David Harvey (geógrafo marxista)
"El Estado moderno es el gerente colectivo de los intereses del capital. Su función es gestionar las contradicciones internas del capitalismo, asegurando siempre que el capital siga acumulándose, aunque sea a costa de la mayoría."
Fuente: David Harvey en Jacobin
Testimonio de Marta Harnecker (intelectual marxista)
"No puede haber socialismo real sin el control popular directo del Estado. El error de muchos gobiernos de izquierda ha sido dejar intacta la maquinaria estatal heredada del capitalismo."
Fuente: Marta Harnecker - Rebelión
Testimonios que contradicen la visión marxista y defienden al Estado moderno
Testimonio de Francis Fukuyama el politólogo liberal que anunció "el fin de la historia" cuando implosionó la Unión Soviética.
"Los Estados modernos son imprescindibles para garantizar el orden, proteger derechos y facilitar el desarrollo económico. Sin Estados fuertes, ni el mercado, ni la democracia pueden funcionar."
Fuente: Francis Fukuyama - Foreign Affairs
Testimonio de Angela Merkel (ex canciller alemana)
"El Estado debe ser un árbitro imparcial que garantice el equilibrio entre la libertad económica y la protección social. Demonizarlo es un error tan grave como divinizarlo."
Fuente: Entrevista en Der Spiegel
Chorche | Viernes, 14 de Marzo de 2025 a las 18:25:48 horas
Acertadisimo el artículo.
Al fin quién manda en el cortijo es el amo aunque los trabajadores reciban órdenes por medio del mayordomo.
Miguel Urban (Anticapitalistas) también tiene esto muy claro:
"Hemos puesto mil pies en las instituciones y uno en la calle. Eso es no entender que estas instituciones no son nuestras ni representan nuestros intereses de clase y que venimos a acabar con ellas".
Cuando los progres forman parte del gobierno (como ahora) supongo que alguna cosa positiva, que no moleste demasiado al poder, les dejarán hacer, y el poder puede engañar de esta manera presentándose como la democracia.
Lo peligroso está en que el pueblo se lo crea.
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