POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
¿Recordará por ventura el lector aquellas escenas clásicas de un mercado de trueque?
“Yo te doy dos melones y tú me das un pollo”.
Pues, al parecer, en los pasillos de la alta diplomacia europea, hubo quien creyó que los territorios también podían intercambiarse de igual forma.
José María Aznar —expresidente, historiador aficionado que habla catalán en la intimidad y ahora, al parecer, cronista de secretos diplomáticos— acaba de dar a conocer una de esas verdades que llegan tan tarde que resultan difícilmente creíbles.
Según declara ahora, el exmandatario francés Jacques Chirac le pidió, ni más ni menos, que cediera a Marruecos Ceuta, Melilla y el Sáhara Occidental. Vamos, algo así como si se tratatara de unas parcelitas en la Costa del Sol.
Esta "confesión" se cuela, entre otras lindezas, en el documental Perejil, de Movistar Plus+, que repasa aquella tragicomedia geopolítica de 2002 en la que soldados españoles desembarcaron en una roca deshabitada, desarmaron a un grupo de gendarmes marroquíes, y ondearon una bandera entre cabras y gaviotas.
Aquel episodio, que muchos despacharon como “una anécdota nacionalista”, escondía. Sugiere ufano el expresidente toda una compleja partida de ajedrez diplomático en la que Francia —sí, Francia, la de la liberté, égalité, fraternité— actuaba como lobby territorial marroquí.
CHIRAC, EL CORREDOR DE FINCAS AFRICANAS
Si hacemos caso al pintoresco expresidente Aznar, Chirac no se anduvo con rodeos: propuso que España “hiciera un gesto” con Marruecos. Un gesto, claro, entendido a la francesa: cederle unos cuantos enclaves geoestratégicos a cambio de… vaya usted a saber qué. ¿Quizá un buen asiento en alguna cena del Elíseo? ¿Un trato preferente con Total o con Carrefour? O tal vez simplemente por ese viejo reflejo colonial que convierte a África en tablero y a sus habitantes en peones.
El problema, claro está, no es que Aznar se resistiera —dice que lo hizo, con gallardía y firmeza— sino por qué diablos viene ahora a contarnos esta historieta. ¿A quién beneficia esta revelación veinte años después? ¿Quién gana cuando se destapa que una potencia europea pretendía reorganizar el mapa poscolonial a espaldas de las Naciones Unidas, de los saharauis y del mismísimo Parlamento español?
UNA CONFESIÓN QUE LLEGA TARDE (Y MAL)
Pero puestos a creerle, uno podría pensar que Aznar fue un adalid de la soberanía nacional, una suerte de Don Pelayo del siglo XXI enfrentándose a los pérfidos designios del imperialismo francés.
Pero claro, el problema de esa película es que choca frontalmente con su propio historial: el del hombre que apoyó, sin matices, la invasión de Irak; el que promovió el Tratado de Libre Comercio con Marruecos que arrasó la agricultura andaluza; y el que puso su firma bajo políticas que desmantelaban la capacidad industrial del país en nombre de la competencia europea.
Entonces, ¿por qué tanta sorpresa con Chirac? ¿Acaso Aznar no conocía el papel histórico de Francia en el norte de África? ¿No sabía que París ha jugado durante décadas a dos bandas, con un pie en la Françafrique y otro en la Unión Europea, mientras sostenía dictaduras y firmaba contratos con empresas energéticas que todavía hoy explotan recursos en el Sahel?
En realidad, no es que Chirac “presionara” por convicción ideológica, sino porque Marruecos, como tantas otras excolonias, se mantiene bajo su tutela geopolítica. La diferencia es que en este caso el expansionismo marroquí —ese que ocupa el Sáhara violando el derecho internacional— cuenta con padrinos de postín en París y en Washington.
TERRITORIOS COMO MERCANCÍA
La revelación de Aznar confirmaría, en cualquier caso, algo que muchos ya intuían: que la soberanía de los pueblos sigue siendo una mercancía en el tablero imperial. Ceuta y Melilla no importan por sus ciudadanos, sino por su función como enclaves de control migratorio, como bases de la OTAN o como símbolo de una Europa fortaleza. El Sáhara Occidental, por su parte, no interesa por su gente, sino por sus fosfatos, sus caladeros y su valor estratégico.
Y mientras se reparten los despojos, los verdaderos protagonistas —los saharauis— siguen relegados a campos de refugiados, esperando que algún día alguien se tome en serio la legalidad internacional. Porque lo que Aznar no cuenta es que, en todo este juego de presiones, nadie pensó en preguntarles a ellos qué querían hacer con su tierra.
LA HISTORIA COMO COARTADA
El expresidente parece ahora querer construirse un lugar en la historia como el hombre que resistió las presiones del poderoso vecino del norte. Pero no deja de ser curioso que quienes se presentan como defensores del patriotismo más cerrado, del “España una, grande y libre”, sean los mismos que suscriben políticas de subordinación atlántica, privatizaciones dictadas desde Bruselas o estrategias energéticas diseñadas en Washington.
Bien, pese a la fama de embustero del expresidente, hagamos un esfuercito y admitamos que quizá Chirac le presionó, sí.
Sin embargo, el verdadero escándalo no es que lo hiciera, sino que le fuera posible hacerlo, que el juego de las cancillerías europeas consista en decidir el destino de territorios y pueblos como si fueran cromos repetidos. Y que veinte años después, alguien crea que esa confesión lo convierte, de repente, en todo un héroe.
Chorche | Jueves, 17 de Julio de 2025 a las 00:28:03 horas
Si hubiera justicia en el mundo, este patético "botones" de Bush, aquel "libertador" de Irak, país que desde su "liberación" aún se sigue desangrando, debería estar pudriéndose en la cárcel, igual que el tal George Bush y Blair "el socialista" británico, según Margaret Thatcher, su mayor triunfo.
Accede para votar (0) (0) Accede para responder