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Viernes, 01 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura:

MARÍA CORINA MACHADO: DE “BURGUESITA DE FINA ESTAMPA” A NOBEL DE LA PAZ

¿Desde cuándo apoyar sanciones y pedir intervención extranjera es sinónimo de pacifismo?

Al parecer, en estos tiempos miestros, pedir sanciones económicas, celebrar bloqueos navales y sugerir acciones militares letales es suficiente para que te llamen “constructora de paz”. María Corina Machado no necesitó soltar una paloma blanca: bastó con alinearse con los intereses correctos. El Nobel de la Paz se ha convertido en lo que el capital llama “reconocimiento a la coherencia”.

POR CARLOS BONANOVA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-

 

   Desde sus orígenes, el Premio Nobel de la Paz dijeron concebirlo como un emblema moral: debía honrar a quienes propusieran vías de reconciliación, desarme, mediación o superación de conflictos sin recurrir a la violencia.

 

   Pero esa aspiración ideal —que converge con la utopía pacifista— ha chocado con la cruda realidad política. Con frecuencia hemos asistido a la entrega de este galardón a figuras cuya praxis y compromisos estratégicos plantean contradicciones inquietantes. En ese sentido, la concesión del Nobel a María Corina Machado constituye una de las manifestaciones más recientes y sintomáticas de esta tensión entre ideal y cálculo político.

 

TRAYECTORIA, CONTROVERSIAS Y CONTEXTO

 

    María Corina Machado ya era un nombre de peso en la política venezolana antes de este reconocimiento. Ingeniera industrial de formación, vinculada a redes de élite y con una trayectoria en la oposición venezolana, ha construido una figura con clara visibilidad nacional e internacional.

 

    Su origen social en una poderosa familia industrial con conexiones económicas privadas no es un dato menor: define su posición desde el punto de partida, y no es una coincidencia que su discurso incluya propuestas de liberalización económica, privatización de empresas estatales (como PDVSA) y una fuerte reducción del papel del Estado. Esa plataforma, lejos de ser neutral, se vincula directamente con intereses del gran capital privado en conflicto con proyectos de intervención estatal. 
 

      Además, en su hoja de ruta política han aparecido posiciones que despiertan sospechas: respaldo a sanciones internacionales —aun cuando esas sanciones han tenido efectos muy negativos para la población venezolana—, invocaciones a acciones de intervención militar externa, apoyo a “operaciones clandestinas” y llamados a que fuerzas armadas y cuerpos policiales se preparen para “la acción”.

 

    Tales declaraciones, traducidas al terreno real, han sido interpretadas jsutificadamente por distintos analistas como una permanente incitación a la insurrección o al golpe militar.

 

   Más aún: Machado ha alabado públicamente medidas de gobierno de Estados Unidos como “gestos de esperanza” para Venezuela.

     Todo ello no es anecdótico, sino que traza una línea estratégica en la que la oposición política se articula con mecanismos de presión exterior. En los medios se recuerda además que, en muchas ocasiones, su discurso ha sido celebrado por círculos liberales globales. 
 

      A lo anterior se suma un punto de gran importancia: las acusaciones mediáticas que han vinculado a Machado y su familia con estructuras offshore en Panamá y Miami —empresas como ENCO INVESTMENT, METALPAN, entre otras. 

 

    Si bien no he encontrado documentos públicos verificables y concluyentes que confirmen esas estructuras legalmente auditadas, esos indicios circulan con fuerza en el debate político y mediático en Venezuela. Cuando tales sospechas quedan sin clarificación masiva, operan como herramientas narrativas que configuran una percepción de opacidad e intersección entre lo político y lo financiero. En contextos polarizados, las acusaciones patrimoniales no verificadas a menudo adquieren vida propia.

 

     Por otro lado, debemos considerar que Machado fue inhabilitada por la Contraloría General de Venezuela —decisión que ella niega justificación suficiente—, bajo la acusación de errores u omisiones en declaraciones patrimoniales durante su tiempo como diputada. Esa sanción política le impidió postularse a cargos públicos durante quince años. Pero el hecho de que dicha sanción no cuente con auditorías independientes claras y divulgadas alimenta las dudas acerca de la transparencia y la proporcionalidad de tales procesos.

 

    Finalmente, su nominación al Nobel llega en un contexto de bloqueo político interno en Venezuela, donde la oposición se disputa espacios y legitimidades. En algunos sectores, Machado ya era vista como la figura unificadora de la oposición.

 

       En otros, se le cuestionaba su dureza estratégica y su afinidad con ele­mentos externos. Pero con el Nobel, esa figura se proyecta con una legitimidad simbólica renovada en la arena internacional.

 

EL NOBEL DE LA PAZ: ENTRE IDEAL Y USO POLÍTICO

 

      Para comprender lo que está en juego, vale una breve revisión crítica del Nobel como institución simbólica. A lo largo de su historia ha habido premiaciones que han activado debates intensos: Kissinger (1973) recibió el galardón pese a su protagonismo en intervenciones militares y golpes de Estado. Obama fue premiado en 2009 por sus promesas iniciales de cambio, pero durante su gobierno amplió operaciones militares letales con drones y aumentó el presupuesto militar. Estos ejemplos demuestran que la distancia entre lo simbólico y lo real puede ser abismal. 
 

      Ese desfase es precisamente lo que deslegitima el sentido original del premio. Cuando el Nobel es otorgado —o disputado— como herramienta diplomática, como carta de validación para ciertos liderazgos, su valor ético se erosiona. Se convierte en un sello que refrenda discursos convenientes para el orden internacional dominante, más que en un reconocimiento riguroso a trayectorias moralmente coherentes.

 

     En este cuadro, la candidatura de Machado no parece una excepción, sino un síntoma. Entregar el Nobel a una figura que ha legitimado sanciones externas, movimientos militares u operaciones de presión geopolítica revierte su esencia pacifista: no se premia la reconciliación, sino la utilidad política.

    Así, el galardón refuerza una narrativa global: los opositores más combativos y afines a la agenda del “mundo libre” merecen reconocimiento, incluso si sus estrategias conviven con el riesgo de confrontaciones o rupturas institucionales.

 

     Además, al otorgar el Nobel bajo esas condiciones, el Comité Noruego envía señales sobre quiénes pueden ser presentados como interlocutores legítimos en conflictos políticos internacionales. Favorece a quienes encajan en moldes geopolíticos aceptables para actores globales, relegando a quienes luchan desde otros marcos (socialistas, comunitarios, autónomos) que no comulgan con la agenda liberal dominante.

 

     El riesgo es que el Premio Nobel de la Paz se torne una pieza del soft power global: un instrumento complementario de diplomacia simbólica para legitimar intervenciones, sanciones y liderazgos alineados con ciertos intereses geopolíticos.

 

LA CANDIDATURA DE MACHADO COMO AGUJERO CRÍTICO

 

     La elección de Machado confirma, en muchos sentidos, ese cambio funcional del Nobel: de una medalla al valor moral a un sello de respaldo político.

Pero conviene, no obstante,  advertir algunas implicaciones concretas:

    Reducción del contenido de “paz”: A partir de ahora, entre los posibles galardonados podrían estar figuras que no han renunciado al conflicto ni promueven vías de diálogo, sino que justifican acciones externas como legítimas. Eso empobrece el significado de “paz” hasta vaciarlo de su núcleo ético.

   Competencia simbólica y diplomática: En el contexto latinoamericano, esta premiación obliga a gobiernos y diplomacias a posicionarse: rechazarla o apoyarla ya no es solo un gesto moral, sino político. Contribuye a reconfigurar alianzas simbólicas en la región.

   Desplazamiento de voces marginadas: Figuras que no se ajustan al molde “legítimo para el orden global” quedan excluidas del reconocimiento simbólico, aunque representen resistencias genuinas desde el terreno social y comunitario.

    Escudo frente a críticas: El Nobel puede conferir a Machado un blindaje simbólico frente a cuestionamientos internos. Cualquier crítica local puede ser desacreditada con el argumento de que “es un Nobel” y por tanto un interlocutor internacional legítimo. Eso desmoviliza debates profundos sobre sus vínculos y estrategias.

    Polarización interna desproporcionada En Venezuela, la oposición ya maniobra en territorios de alta polarización. La medalla del Nobel puede robustecer su liderazgo ante sus bases, pero también radicalizar la fractura con sectores escépticos. Si Machado actúa como política heroica pero sin rendición de cuentas, el desencanto puede crecer.

    Legitimación de intervenciones externas: Al premiar a alguien que apoya sanciones, presiones internacionales y posibles operaciones externas, se propicia un escenario donde las intervenciones internacionales son revalidadas éticamente. Esa lógica coincide con discursos neoliberales y de “liberación” apoyados por potencias hegemónicas.

 

   La candidatura de Machado —y el Nobel que ahora la consagra—, pues,  no es un caso marginal. Es una pieza más en la transformación del premio en instrumento simbólico del poder global, una advertencia de que la “paz” en los discursos internacionales convive fácilmente con la violencia geopolítica.

 

    El caso de María Corina Machado y su premio Nobel de la Paz evidencia una paradoja esencial: se quiere honrar la paz a través de figuras que han justificado —o no objetan— estrategias de confrontación y presión externa. En ese contexto, el galardón ya no parece una exaltación ética universal, sino un refuerzo selectivo de quienes integran la lógica del sistema dominante.

 

     La paz auténtica exige más que ausencia de balas: requiere justicia, reequilibrio de las relaciones sociales y construcción de institucionalidades genuinas. Cuando un premio con tanto prestigio simbólico se entrega a figuras cuya praxis ha estado marcada por alianzas con poderes externos y propuestas liberales que priorizan la acumulación privada, ese premio se desacredita como referencia moral.

 

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