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Jueves, 24 de Abril de 2025 Tiempo de lectura:

15 DE NOVIEMBRE: EL DÍA QUE LA OLIGARQUÍA CANARIA ORDENÓ DISPARAR CONTRA LA CONCIENCIA

¿Por qué seis trabajadores fueron asesinados por reclamar el derecho al voto? ¿Qué papel jugaron los caciques en esta masacre silenciada?

El 15 de noviembre de 1911, Las Palmas vivió una de las páginas más oscuras de su historia. Lo que debía ser una jornada electoral terminó con seis obreros asesinados por la Guardia Civil. Detrás del crimen, una oligarquía que temía al pueblo organizado. Más de un siglo después, escribe nuestro colaborador Manuel Medina, la memoria de aquel día sigue viva, como un recordatorio de que la lucha por la democracia está muy lejos de haber concluido.

 

POR MANUEL MEDINA (*) PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-

 

     Corría el mes de noviembre de 1911 y Las Palmas de Gran Canaria hervía por dentro. Desde hacía años, bajo la superficie de una ciudad portuaria que parecía ajena al bullicio de las grandes metrópolis, se cocinaba un conflicto que tenía todos los ingredientes de una tragedia anunciada: caciquismo, desigualdad, fraude electoral, organización obrera y hambre, mucha hambre de justicia.

 

     La oligarquía isleña, formada por familias heredadas del colonialismo y entrelazadas en negocios, tierras, agua y clientelas, se aferraba al poder como un perro a un hueso. 

 

    Amparados por el Partido Liberal Canario, se entretejían alianzas con los intereses del Imperio Británico, que veía en Canarias un punto estratégico para su expansión hacia África y América. La farsa electoral era el pan de cada día. El turno pacífico entre liberales y conservadores que se vendía en Madrid como democracia aquí se vivía como una pantomima: todo estaba pactado de antemano.

 

    Pero algo había empezado a cambiar. En 1903, los sectores republicanos comenzaron a organizarse. Se fundó el periódico El Tribuno, se crearon escuelas obreras, se celebraban mítines y conferencias. El Primero de Mayo empezaba a celebrarse como una fecha de lucha. Y en ese hervidero emergió un nombre: José Franchy y Roca, un abogado, líder republicano, defensor del pueblo y azote de caciques. Con él, el pueblo encontró un portavoz.

 

EL POLVORÍN DEL MOLINO DE VIENTO

       En las elecciones municipales de noviembre de 1911, los caciques decidieron que ni una concejalía más podía caer en manos del enemigo. Ya habían perdido dos, y la amenaza de una tercera en el distrito de Arenales, con sus colegios del Molino de Viento, Feria y Aguadulce, les quitaba el sueño. Así que ordenaron asegurar el resultado “por lo civil o por lo criminal”.

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     Y lo criminal no tardó en llegar. El domingo 12 de noviembre, en pleno proceso de votación, un matón apodado “Padre y Madre” irrumpió en el colegio electoral de la calle Molino de Viento, rompió la urna de un golpe y dejó herido al presidente de mesa. Lo detuvieron por unas horas. Luego lo soltaron, le pagaron el pasaje a América y, encima, le dieron una recompensa. La connivencia del aparato judicial era tan descarada que ni siquiera se levantó un acta del incidente. Todo estaba podrido.

 

     La elección se suspendió y se fijó para el miércoles 15 de noviembre. Durante esos días, el aparato caciquil estuvo moviéndose rápido: se cambió al presidente de la mesa por uno “comprado”, se expulsó a los notarios, se llenó el colegio electoral de policías municipales al servicio del alcalde y se organizó una legión de “embuchados”: es decir, falsos votantes, alcohólicos y sin techo, reclutados para votar a los liberales bajo escolta policial.

 

LA FALSA DETENCIÓN QUE ENCENDIÓ LA LLAMA

    La mañana del 15, un rumor corrió como la pólvora entre los muelles del Puerto de la Luz: ¡habían detenido a Franchy!

 

    La noticia resultó ser falsa, pero bastó para que cientos de trabajadores abandonaran sus puestos y marcharan hacia Las Palmas. Algunos iban con sus mujeres e hijos. Nadie llevaba armas. Solo querían saber qué había ocurrido. Al llegar a la Plaza de la Feria, encontraron a Franchy, que sano y salvo desmintió su detención. Los abrazos y vítores se mezclaron con una encendida indignación.

 

    Muchos regresaron al Puerto. Otros se quedaron cerca del colegio electoral, observando. Se trataba de una vigilia cívica, una forma pacífica de ejercer presión. Sabían que el fraude estaba en marcha y no querían quedarse callados. Era su voto, su derecho, su dignidad.

 

     Pero para los que estaban dentro del colegio esa presencia era una amenaza. No a su integridad, sino a su poder.

 

 

LAS BALAS QUE SELLARON EL FRAUDE

 

     A las cuatro de la tarde, el teniente Abella —ya posicionado con sus hombres de la Guardia Civilordenó abrir fuego. La versión oficial diría que todo había comenzado con una piedra lanzada desde una azotea. Otros hablarían de un empujón o una [Img #84164]discusión menor. Pero ninguna versión justificaría lo que ocurrió después: una descarga brutal, dirigida a matar.

 

     Pedro Montenegro González cayó primero. Luego Cosme Ruiz Hernández, Juan Torres Luzardo… y más. Tres más morirían días después en el hospital: Vicente Hernández Vera, Juan Pérez Cubas y Juan Vargas Morales. Todos ellos eran trabajadores del puerto. Todos pobres. Todos republicanos federales. Algunos eran emigrantes provenientes de Fuerteventura, otros isleteros de toda la vida. Ninguno estaba armado. Aquello fue, en realidad, un fusilamiento en toda regla por el crimen terrible de pensar de manera diferente.

 

    Los heridos se contaban por decenas. La escena fue dantesca: cuerpos en el suelo, gritos de mujeres, sangre en las aceras. Las fuerzas del orden habían disparado a matar, sin avisos ni  justificación.

 

LA CIUDAD DE LUTO

 

      El dolor se transformó en dignidad. El domingo siguiente, una multitud que se estima entre ocho mil y diez mil personas, una multitud gigantesca si se tiene en cuenta el número de habitantes que por entonces tenía la ciudad de Las Palmas, marchó en silencio desde la Plaza de la Feria hasta el cementerio. No había policías. No había Guardia Civil. Solo pueblo. Un mar de obreros, vecinos, militantes y dolientes caminando juntos, portando ataúdes y pancartas sin gritos. Solo silencio. Un silencio que pesaba más que mil discursos.

 

    Aquella marcha fue un referéndum popular de repulsa. Una ciudad entera señalando a sus verdugos. Los comités republicanos, los sindicatos y los periódicos organizaron colectas. Con lo recaudado se construyeron casas para las familias de los caídos, en el barrio de La Isleta, cerca de donde poco después se levantaría la Casa del Pueblo. Era la semilla de algo más grande.

 

 

 

EL DOLOR QUE DESPERTÓ CONCIENCIA

     Los disparos no solo apagaron seis vidas. Encendieron una llama que ya no se apagaría. Lo que la oligarquía pretendía que fuera un escarmiento, terminó siendo una escuela política para toda una generación. La matanza del 15 de noviembre no desmovilizó: organizó. No desarticuló: unió. Y no atemorizó: [Img #84165]concientizó.

 

     El entierro fue apenas el comienzo. En los días siguientes, la respuesta popular fue tan masiva como diversa. Desde las redacciones de El Tribuno y Avance se organizaron colectas para sostener a las familias de los mártires. Desde las sociedades obreras se dictaron talleres, se crearon fondos solidarios y se dieron pasos hacia una mayor articulación sindical. Lo que hasta entonces había sido un movimiento obrero en germen, dio un salto cualitativo en organización y cohesión.

 

    José Franchy, lejos de esconderse o amedrentarse, se lanzó a recorrer la isla. Su primera parada fue La Isleta, donde vivían muchos de los fallecidos. Fue casa por casa, abrazando viudas, recogiendo historias, escuchando el llanto y transformándolo en compromiso. La comunidad lo recibió como a uno de los suyos. En sus palabras no había odio, pero sí una firme convicción: “esto no puede repetirse”.

 

DE CANARIAS AL CONGRESO

      La noticia de la matanza no tardó en cruzar el mar. En Madrid, el diputado republicano-socialista Rodrigo Soriano tomó cartas en el asunto. Viajó a Gran Canaria, participó en mítines en Telde, en el Puerto, en la ciudad. Denunció abiertamente a los culpables del crimen: al Partido Liberal Canario, a su aparato municipal, y a la Guardia Civil como instrumento del caciquismo. Su presencia no solo elevó el perfil del caso a nivel nacional, también dio fuerza moral y política a los trabajadores que habían perdido a sus compañeros.

 

      Gracias a su impulso, el caso fue debatido en el Congreso de los Diputados. La prensa nacional, desde El País hasta El Radical, se hizo eco. Aunque no hubo justicia efectiva, sí hubo verdad. Y esa verdad pública tuvo el poder de horadar el muro de silencio con el que los poderosos pretendían sepultar los hechos.

 

 

LAS MENTIRAS DEL PODER

 

     La versión oficial fue tan grotesca como reveladora. Se dijo que tres mil personas intentaron asaltar el colegio electoral. Que estaban armados. Que la Guardia Civil actuó tras los toques reglamentarios. Pero bastaba mirar los cuerpos en el suelo para saber que eso era totalmente falso.

 

   Desde Tenerife y Madrid, los periódicos republicanos desmintieron punto por punto. No hubo armas. No hubo agresión. No hubo aviso. Solo hubo fuego. A sangre fría.

 

      El jefe de la Guardia Civil, el teniente Abella, fue llevado a Consejo de Guerra en 1913. Pero, como era de esperar, fue absuelto. La justicia de los de arriba no castiga a quienes disparan en su nombre. El cabo Ramón Siberio, señalado por testigos como uno de los tiradores, siguió en su puesto como si nada hubiera pasado. Como si matar obreros fuera parte del uniforme.

 

EL 15 DE NOVIEMBRE COMO BANDERA

 

      Pero aunque la justicia institucional falló, la justicia de la memoria comenzó a echar raíces. Cada año, el 15 de noviembre se convirtió en una fecha de conmemoración. No solo en el cementerio, con coronas y discursos, sino también en la prensa, en los sindicatos, en las aulas obreras. Los nombres de Pedro, Cosme, Juan, Vicente, Juan Pérez y Juan Vargas dejaron de ser anónimos. Eran mártires populares, pero también eran símbolos.

 

     Hasta el fatídico año de 1936, cada aniversario fue una oportunidad para que el movimiento obrero canario reafirmara su unidad y su razón de ser. Incluso durante la represión de la dictadura de Primo de Rivera, incluso con la censura y los cierres de periódicos, el 15 de noviembre sobrevivía en la voz baja de los cafés, en los talleres, en los puertos. Era la marca de un antes y un después.

 

ANÉCDOTAS QUE HABLAN DE UN PUEBLO

 

    De aquellos días han quedado también relatos íntimos que ayudan a humanizar la historia. Como aquel testimonio de una mujer que subió del Puerto con su marido e hijos al escuchar que habían detenido a Franchy. 

 

     “No sabíamos si era verdad o mentira, pero teníamos que estar allí”, diría después. 

     

     O como aquel hombre que vio morir a Cosme Ruiz Hernández y durante años colocó una flor en la esquina donde cayó, cada 15 de noviembre, sin faltar uno solo.

 

    También se cuenta que el Comité republicano de La Isleta organizó una rifa de panes caseros y ropa hecha por las esposas de los obreros para seguir recaudando dinero para las familias. Las rifas eran pequeñas, pero constantes. Como constante era el deseo de mantener viva la dignidad.

 

     Y por supuesto, está la historia del “rompe urnas”, el siniestro “Padre y Madre”, que huyó con pasaporte premiado. Durante años, su nombre fue usado como sinónimo de traidor. “No seas un padre y madre”, decían entre murmullos los jóvenes obreros. La memoria popular no necesita papel timbrado para ejercer justicia.

 

 CUANDO EL SILENCIO GRITA

      La matanza de Arenales fue más que una tragedia: fue una grieta en el muro de la impunidad. La sangre que se derramó en las calles no consiguió frenar al movimiento obrero, al contrario: lo fortaleció. Lo conectó con una causa mayor, con una visión de futuro donde el voto no fuera solo un papel, sino un derecho real.

 

    Hoy, ciento y pico años después, recordar el 15 de noviembre de 1911 no es un voluntarismo nostálgico. Es, simplemente, un deber. Porque en unos tiempos en los que aún hay quienes pretenden disfrazar el autoritarismo de orden y el abuso de legalidad, mirar al pasado es también tratar de  entender el incierto presente que nos ha tocado vivir.

 

Fuentes consultadas:

 

Hemerotecas, periódicos de la época, artículos conmemorativos de la fecha, etc.

 
(*) Manuel Medina es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa misma materia.
 
 
 
 
 
 
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  • Gerardo Santana

    Gerardo Santana | Viernes, 25 de Abril de 2025 a las 20:38:43 horas

    Este magnífico artículo rescata con una fuerza que me impresiona uno de los episodios más silenciados de nuestra historia social. Su narrativa llamativa, minuciosa y muy humana devolviendo voz y la dignidad a quienes lucharon y cayeron defendiendo la justicia. En un relato emotivo, logra que el pasado grite su verdad al presente, y nos recuerda tambien que la memoria popular es una forma de resistencia. Muy agradecido al autor por darme a conocer unos sucesos sobre los que no tenia ni idea. Como canario me siento avergonzado por haberlos ignorado hasta hoy.

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  • Octavio

    Octavio | Jueves, 24 de Abril de 2025 a las 12:54:05 horas

    Ni idea tenía de esto. Y aunque confieso mi ignorancia creo que somos muchos los que estamos igual.

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  • Alejandro Guedes

    Alejandro Guedes | Jueves, 24 de Abril de 2025 a las 12:50:23 horas

    Felicidades por el articulo. No soy de Canarias pero esas historias son de todos. De toda la clase trabajadora.

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  • Argelia

    Argelia | Jueves, 24 de Abril de 2025 a las 12:30:08 horas

    Muchas gracias por recuperar la memoria y enseñarnos sobre nuestra historia.

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