
BIOGRAFÍA POLÍTICA INÉDITA: TONY BLAIR O CÓMO TRANSFORMAR LA IZQUIERDA EN UNA SUCURSAL DE WALL STREET
La historia de un converso del socialismo laborista al capitalismo sin despeinarse
Tony Blair, ex premier británico y líder del partido Laborista del Reino Unido, parecía una figura extinguida, ya archivada por la historia. Pero su memoria ha regresado, no por nostalgia, sino porque su modelo de poder sigue operando en las sombras. Esta es la historia de cómo un político logró convertir la mentira en doctrina, la invasión militar en humanitarismo, y a la "izquierda" europea en una franquicia tecnocrática.
POR MANUEL MEDINA (*) PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Hay figuras políticas que, por una mezcla de desgaste, errores y cálculo, acaban desvaneciéndose del imaginario colectivo como si nunca hubieran existido. Tony Blair parecía una de ellas.
Tras abandonar Downing Street en 2007, su nombre se disolvió en los márgenes de la historia reciente, arrastrado por la tormenta que él mismo ayudó a desatar en Irak y por una "izquierda" que prefería fingir que jamás lo había tenido como líder.
Pero hay memorias que no se dejan enterrar tan fácilmente. Como si tuvieran su propio plan de retorno, resurgen justo cuando más incómodas pueden resultar. La de Blair es una de ellas. Y no vuelve por la nostalgia que algún despistado pueda sentir por él, ni por un renovado interés académico-histórico.
![[Img #86436]](https://canarias-semanal.org/upload/images/09_2025/441_blair-2.jpg)
Vuelve porque su nombre ha reaparecido vinculado a documentos secretos, a operaciones internacionales encubiertas, a nuevas formas de intervención bajo ropajes tecnológicos y a la pervivencia de una lógica de poder que hoy sigue activa, disfrazada de innovación.
Mientras muchos creían que su legado era cosa del pasado, Tony Blair ha regresado, no como político, sino como arquitecto de un nuevo orden global, más opaco, más tecnocrático y más funcional a los intereses de las élites. Y por eso urge recordarlo. Porque el olvido, en política, no siempre es inocente.
EL ARQUITECTO DEL CAMBIO: UN ASCENSO DISEÑADO PARA EL PODER
Nacido en 1953 en Edimburgo, Blair no tardó en hacer de la ambición su religión. No venía de las élites tradicionales del Reino Unido, pero aprendió rápido cómo hablar su idioma. Fue educado en Fettes College (una suerte de el “Eton escocés”) y se formó en Derecho en Oxford, donde comenzó a tallar esa máscara que tan bien sabría usar: la del político amable, moderno, dinámico… y perfectamente adaptado a los mecanismos del poder capitalista global.
En 1983 se convirtió en diputado laborista y su ascenso dentro del partido fue meteórico. En 1994, tras la muerte de John Smith, logró hacerse con el liderazgo del Labour Party tras una jugada pactada en un restaurante con Gordon Brown: el infame acuerdo de Granita, un pacto a puerta cerrada que definió el poder del partido durante más de una década.
Era un primer síntoma de lo que vendría después: un hombre de pasillos y de operaciones silenciosas, más que de principios públicos.
EL NACIMIENTO DE “NEW LABOUR”: TRAICIÓN COMO MODERNIZACIÓN
Blair entendió pronto que para llegar al poder había que traicionar al partido, sin que el partido lo notara. Eliminó la cláusula IV, el corazón simbólico del socialismo laborista, y lo hizo no desde el debate colectivo, sino desde una maniobra de marketing. Así nació el “New Labour”. Un término que tenía más de marca que de ideología.
Ganó las elecciones de 1997 con mayoría histórica y comenzó la transformación. Su gobierno privatizó infraestructuras clave, entregó la gestión de servicios públicos al capital financiero y transformó el Partido Laborista en una suerte de oficina de relaciones públicas del neoliberalismo con rostro humano. El salario mínimo y algunas medidas sociales no alcanzaron a ocultar la orientación de fondo: una rendición estructural ante los mercados.
LA GUERRA COMO DESTINO: DE KOSOVO A IRAK
Para Blair, la política internacional fue el escenario donde pudo ejercer sin restricciones su verdadera vocación: la del reformador mesiánico con complejo de emperador ilustrado.
En Kosovo, en 1999, impulsó junto a la OTAN la intervención sin mandato de la ONU. Documentos revelados el pasado año del 2024, muestran cómo presionó a EE.UU. para ocupar Yugoslavia, convencido de que el “intervencionismo humanitario” era el nuevo rostro del poder occidental. No era moral, era simplemente un cálculo geopolítico.
Ese mismo guion lo llevó a su obra maestra del desastre: la guerra de Irak en 2003. Blair no fue arrastrado por Bush. Fue, lisa y llanamente, su socio. Al menos en 2002 ya se había acordado el derrocamiento de Saddam Hussein, según revela el "Informe Chilcot". Y mientras en público hablaba de armas de destrucción masiva, en privado sabía que las pruebas eran endebles. Pero la guerra se hizo igual.
El resultado: más de un millón de muertos, un país destruido, el auge de Al Qaeda y luego el nacimiento del Estado Islámico. Y mientras tanto, contratos multimillonarios para empresas británicas en la reconstrucción de Irak.
EL GOBIERNO DEL SOFÁ Y LOS AMIGOS CON TÍTULOS
En la gestión interna, Blair convirtió el gabinete en un decorado. Su estilo de “sofa government” consistía en decidir con su círculo íntimo —asesores no electos— y luego comunicar la decisión como si fuera colectiva. La democracia reducida a escenografía.
Al mismo tiempo, premiaba a sus leales con títulos nobiliarios, cargos y acceso a contratos públicos. El escándalo "Cash for Honours" reveló cómo donantes del Labour Party obtenían títulos de lords a cambio de préstamos secretos al Partido. Fue el colmo del clientelismo británico. Vino a ser como una suerte de prácticas de feudalismo en pleno siglo XXI.
DESPUÉS DEL PODER: LA VERSIÓN PRIVADA DEL IMPERIO
Tras salir del Ejecutivo británico, Blair no se retiró. Tan solo cambió de traje. Fundó el “Tony Blair Institute for Global Change” y comenzó una carrera de consultor, emisario, estratega y lobista a nivel mundial. Una rentable afición que, como ha quedado probado en casos recientes acaecidos en España, ha tentado a personajes como el mismísimo Alberto Garzón, Coordinador General de la formación política IU, quien estuvo a punto de fichar por el lobby "Acento Public Affairs" —dirigido por el ex dirigente del PSOE José “Pepiño” Blanco—, aunque finalmente se viera obligado a recular ante el escándalo público que desató la noticia.
Por si fuera poco, y sin sentir el más leve prejuicio, Blair se dedicó también al asesoramiento de sátrapas coronados del Golfo, empresas energéticas occidentales dedicadas al expolio de África o a regímenes autoritarios en Asia Central.
Mientras tanto, el hombre juraba y perjuraba estar trabajando por la paz en Medio Oriente como enviado del Cuarteto, a la vez que se dedicaba a facilitar contratos en Gaza para empresas británicas durante la reconstrucción de los territorios palestinos ocupados.
EL ÚLTIMO INVENTO: INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y NEOGOBERNANZA
En los últimos años, Blair se ha convertido en uno de los grandes promotores de la Inteligencia Artificial aplicada a la gobernanza. No porque tenga algún tipo de convicción tecnológica, sino simplemente por intuición de poder. Para él, la IA no es solo un algoritmo: es, en realidad, el mejor instrumento para configurar un nuevo orden mundial donde las decisiones políticas se deleguen en sistemas automatizados, opacos e inapelables. Una especie de "Estado sin pueblo".
Es por ello que, desde su Instituto, promueve reformas para adaptar los estados a la IA. Las presenta, ufano, como si se tratara de una simple modernización. En realidad, es una nueva fase de su mismo proyecto de siempre: despolitizar lo público y tecnocratizar el poder.
EL LEGADO DE BLAIR: CUANDO LA "IZQUIERDA" CAMBIÓ EL ESPEJO POR UN TELEPROMPTER
Decir que Tony Blair destruyó al Partido Laborista podría resultar, quizá, un tanto exagerado. Pero afirmar que lo vació por dentro para llenarlo de marketing, consultores y encuestas, sí podría ser exacto. Blair no fue una anomalía en la historia de la socialdemocracia europea. Fue su resultado lógico bajo la presión del capital global.
Desde que Blair tomó el control del Labour Party, instaló en él una nueva gramática política. La que hablaba de justicia social sin molestar a los banqueros, la que prometía equidad sin tocar la estructura de poder y reemplazó la lucha por los derechos , por la gestión “eficiente” de los recortes. Hoy, ese tipo de prácticas son comunes en los pocos países europeos que han sido gobernados por la socialdemocracia. Pero lo peor parece estar por venir, pues la pandemia reformista ha comenzado también a atravesar océanos, convirtiendo lo que antes se nos habían presentado como "procesos revolucionarios", en remedos de meras sociedades capitalistas atenuadas por ligerísimas reformas.
El “blairismo” no fue solo una estrategia electoral. Fue también un modelo exportado. Con Blair el conjunto la "izquierda" europea, como si de un dominó ideológico se tratara, abandonó la confrontación con el sistema para convertirse en su versión progresista de oficina. En Francia, Alemania, España o Italia, los partidos socialistas y eurocomunistas siguieron su estela, adaptándose al consenso neoliberal con un entusiasmo suicida.
Así, Blair se convirtió en el gran simulador contemporáneo: mientras hablaba de cambio, pactaba con los amos del mundo. Mientras proponía renovación, ofrecía continuidad. Y mientras decía escuchar al pueblo, cerraba el círculo del poder entre su puño, sus asesores y su beatífica sonrisa.
EL NUEVO LABORISMO: ¿HERENCIA O RUINA?
Cuando Blair dejó el poder, el Partido Laborista era irreconocible. No es que antes hubiera sido algo excepcional. Pero ya entonces había perdido su vínculo con los sindicatos, había diluido su base ideológica, y se sostenía más por el carisma del líder que por cualquier tipo de proyecto político colectivo. Era una maquinaria electoral efectiva, sí. Pero hueca. El precio que tuvo que pagar fue alto.
Con los años, esa herencia pasó de ser un activo a una carga. El nombre de Blair, que antes abría puertas, se volvió un tabú impronunciable dentro del laborismo. Incluso sus herederos políticos preferían no nombrarlo. Porque Blair representaba no solo una etapa, sino una traición a fondo: la conversión del laborismo en una gestoría del capitalismo con sensibilidad social.
Cuando llegó Jeremy Corbyn, este pretendió cuestionar ese modelo. El proyecto de Corbyn, de re-politización, re-sindicalización y ruptura con el legado blairista despertó tanto entusiasmo como odio. Las élites del partido, aún impregnadas del ADN de Tony Blair, hicieron lo posible por desactivarlo desde dentro. Y, naturalmente, lo lograron. Particularmente porque al mismo Corbyn le faltaba claridad y coherencia en no pocos de sus fundamentos ideológicos.
En cualquier caso, Blair se había dedicado a sembrar requetebién entre una generación entera de cuadros del Partido Laborista, formados para evitar el conflicto, para obedecer al FMI, para hablar de democracia sin tocar el poder económico.
UNA BIOGRAFÍA QUE NO TERMINA: BLAIR COMO SISTEMA
Quizá el mayor triunfo de Blair haya sido transformar su nombre en una fórmula. Ya no importa si él está activo o no. El “blairismo” sigue operando cada vez que una supuesta "izquierda" habla como la derecha, pero con un tono suave y amable. Cada vez que se evitan los conflictos por temor al mercado. Cada vez que se entierra la memoria de lucha y se reemplaza por la “gestión eficiente”
Blair ya no necesita aparecer. Su programa lo ejecutan otros: en Davos, en Bruselas, en Silicon Valley. Él puso las bases para un poder sin rostro y sin pueblo.
Si su memoria regresa hoy, no es por nostalgia, ni por justicia histórica. Es porque su sombra sigue operando. Y mientras no se la enfrente, esa sombra seguirá robando el nombre de la izquierda para legitimar lo que en el fondo no es más que una sofisticada restauración de los más destacados valores de la derecha.
MANUEL MEDINA (*) es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa misma materia.
POR MANUEL MEDINA (*) PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Hay figuras políticas que, por una mezcla de desgaste, errores y cálculo, acaban desvaneciéndose del imaginario colectivo como si nunca hubieran existido. Tony Blair parecía una de ellas.
Tras abandonar Downing Street en 2007, su nombre se disolvió en los márgenes de la historia reciente, arrastrado por la tormenta que él mismo ayudó a desatar en Irak y por una "izquierda" que prefería fingir que jamás lo había tenido como líder.
Pero hay memorias que no se dejan enterrar tan fácilmente. Como si tuvieran su propio plan de retorno, resurgen justo cuando más incómodas pueden resultar. La de Blair es una de ellas. Y no vuelve por la nostalgia que algún despistado pueda sentir por él, ni por un renovado interés académico-histórico.
Vuelve porque su nombre ha reaparecido vinculado a documentos secretos, a operaciones internacionales encubiertas, a nuevas formas de intervención bajo ropajes tecnológicos y a la pervivencia de una lógica de poder que hoy sigue activa, disfrazada de innovación.
Mientras muchos creían que su legado era cosa del pasado, Tony Blair ha regresado, no como político, sino como arquitecto de un nuevo orden global, más opaco, más tecnocrático y más funcional a los intereses de las élites. Y por eso urge recordarlo. Porque el olvido, en política, no siempre es inocente.
EL ARQUITECTO DEL CAMBIO: UN ASCENSO DISEÑADO PARA EL PODER
Nacido en 1953 en Edimburgo, Blair no tardó en hacer de la ambición su religión. No venía de las élites tradicionales del Reino Unido, pero aprendió rápido cómo hablar su idioma. Fue educado en Fettes College (una suerte de el “Eton escocés”) y se formó en Derecho en Oxford, donde comenzó a tallar esa máscara que tan bien sabría usar: la del político amable, moderno, dinámico… y perfectamente adaptado a los mecanismos del poder capitalista global.
En 1983 se convirtió en diputado laborista y su ascenso dentro del partido fue meteórico. En 1994, tras la muerte de John Smith, logró hacerse con el liderazgo del Labour Party tras una jugada pactada en un restaurante con Gordon Brown: el infame acuerdo de Granita, un pacto a puerta cerrada que definió el poder del partido durante más de una década.
Era un primer síntoma de lo que vendría después: un hombre de pasillos y de operaciones silenciosas, más que de principios públicos.
EL NACIMIENTO DE “NEW LABOUR”: TRAICIÓN COMO MODERNIZACIÓN
Blair entendió pronto que para llegar al poder había que traicionar al partido, sin que el partido lo notara. Eliminó la cláusula IV, el corazón simbólico del socialismo laborista, y lo hizo no desde el debate colectivo, sino desde una maniobra de marketing. Así nació el “New Labour”. Un término que tenía más de marca que de ideología.
Ganó las elecciones de 1997 con mayoría histórica y comenzó la transformación. Su gobierno privatizó infraestructuras clave, entregó la gestión de servicios públicos al capital financiero y transformó el Partido Laborista en una suerte de oficina de relaciones públicas del neoliberalismo con rostro humano. El salario mínimo y algunas medidas sociales no alcanzaron a ocultar la orientación de fondo: una rendición estructural ante los mercados.
LA GUERRA COMO DESTINO: DE KOSOVO A IRAK
Para Blair, la política internacional fue el escenario donde pudo ejercer sin restricciones su verdadera vocación: la del reformador mesiánico con complejo de emperador ilustrado.
En Kosovo, en 1999, impulsó junto a la OTAN la intervención sin mandato de la ONU. Documentos revelados el pasado año del 2024, muestran cómo presionó a EE.UU. para ocupar Yugoslavia, convencido de que el “intervencionismo humanitario” era el nuevo rostro del poder occidental. No era moral, era simplemente un cálculo geopolítico.
Ese mismo guion lo llevó a su obra maestra del desastre: la guerra de Irak en 2003. Blair no fue arrastrado por Bush. Fue, lisa y llanamente, su socio. Al menos en 2002 ya se había acordado el derrocamiento de Saddam Hussein, según revela el "Informe Chilcot". Y mientras en público hablaba de armas de destrucción masiva, en privado sabía que las pruebas eran endebles. Pero la guerra se hizo igual.
El resultado: más de un millón de muertos, un país destruido, el auge de Al Qaeda y luego el nacimiento del Estado Islámico. Y mientras tanto, contratos multimillonarios para empresas británicas en la reconstrucción de Irak.
EL GOBIERNO DEL SOFÁ Y LOS AMIGOS CON TÍTULOS
En la gestión interna, Blair convirtió el gabinete en un decorado. Su estilo de “sofa government” consistía en decidir con su círculo íntimo —asesores no electos— y luego comunicar la decisión como si fuera colectiva. La democracia reducida a escenografía.
Al mismo tiempo, premiaba a sus leales con títulos nobiliarios, cargos y acceso a contratos públicos. El escándalo "Cash for Honours" reveló cómo donantes del Labour Party obtenían títulos de lords a cambio de préstamos secretos al Partido. Fue el colmo del clientelismo británico. Vino a ser como una suerte de prácticas de feudalismo en pleno siglo XXI.
DESPUÉS DEL PODER: LA VERSIÓN PRIVADA DEL IMPERIO
Tras salir del Ejecutivo británico, Blair no se retiró. Tan solo cambió de traje. Fundó el “Tony Blair Institute for Global Change” y comenzó una carrera de consultor, emisario, estratega y lobista a nivel mundial. Una rentable afición que, como ha quedado probado en casos recientes acaecidos en España, ha tentado a personajes como el mismísimo Alberto Garzón, Coordinador General de la formación política IU, quien estuvo a punto de fichar por el lobby "Acento Public Affairs" —dirigido por el ex dirigente del PSOE José “Pepiño” Blanco—, aunque finalmente se viera obligado a recular ante el escándalo público que desató la noticia.
Por si fuera poco, y sin sentir el más leve prejuicio, Blair se dedicó también al asesoramiento de sátrapas coronados del Golfo, empresas energéticas occidentales dedicadas al expolio de África o a regímenes autoritarios en Asia Central.
Mientras tanto, el hombre juraba y perjuraba estar trabajando por la paz en Medio Oriente como enviado del Cuarteto, a la vez que se dedicaba a facilitar contratos en Gaza para empresas británicas durante la reconstrucción de los territorios palestinos ocupados.
EL ÚLTIMO INVENTO: INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y NEOGOBERNANZA
En los últimos años, Blair se ha convertido en uno de los grandes promotores de la Inteligencia Artificial aplicada a la gobernanza. No porque tenga algún tipo de convicción tecnológica, sino simplemente por intuición de poder. Para él, la IA no es solo un algoritmo: es, en realidad, el mejor instrumento para configurar un nuevo orden mundial donde las decisiones políticas se deleguen en sistemas automatizados, opacos e inapelables. Una especie de "Estado sin pueblo".
Es por ello que, desde su Instituto, promueve reformas para adaptar los estados a la IA. Las presenta, ufano, como si se tratara de una simple modernización. En realidad, es una nueva fase de su mismo proyecto de siempre: despolitizar lo público y tecnocratizar el poder.
EL LEGADO DE BLAIR: CUANDO LA "IZQUIERDA" CAMBIÓ EL ESPEJO POR UN TELEPROMPTER
Decir que Tony Blair destruyó al Partido Laborista podría resultar, quizá, un tanto exagerado. Pero afirmar que lo vació por dentro para llenarlo de marketing, consultores y encuestas, sí podría ser exacto. Blair no fue una anomalía en la historia de la socialdemocracia europea. Fue su resultado lógico bajo la presión del capital global.
Desde que Blair tomó el control del Labour Party, instaló en él una nueva gramática política. La que hablaba de justicia social sin molestar a los banqueros, la que prometía equidad sin tocar la estructura de poder y reemplazó la lucha por los derechos , por la gestión “eficiente” de los recortes. Hoy, ese tipo de prácticas son comunes en los pocos países europeos que han sido gobernados por la socialdemocracia. Pero lo peor parece estar por venir, pues la pandemia reformista ha comenzado también a atravesar océanos, convirtiendo lo que antes se nos habían presentado como "procesos revolucionarios", en remedos de meras sociedades capitalistas atenuadas por ligerísimas reformas.
El “blairismo” no fue solo una estrategia electoral. Fue también un modelo exportado. Con Blair el conjunto la "izquierda" europea, como si de un dominó ideológico se tratara, abandonó la confrontación con el sistema para convertirse en su versión progresista de oficina. En Francia, Alemania, España o Italia, los partidos socialistas y eurocomunistas siguieron su estela, adaptándose al consenso neoliberal con un entusiasmo suicida.
Así, Blair se convirtió en el gran simulador contemporáneo: mientras hablaba de cambio, pactaba con los amos del mundo. Mientras proponía renovación, ofrecía continuidad. Y mientras decía escuchar al pueblo, cerraba el círculo del poder entre su puño, sus asesores y su beatífica sonrisa.
EL NUEVO LABORISMO: ¿HERENCIA O RUINA?
Cuando Blair dejó el poder, el Partido Laborista era irreconocible. No es que antes hubiera sido algo excepcional. Pero ya entonces había perdido su vínculo con los sindicatos, había diluido su base ideológica, y se sostenía más por el carisma del líder que por cualquier tipo de proyecto político colectivo. Era una maquinaria electoral efectiva, sí. Pero hueca. El precio que tuvo que pagar fue alto.
Con los años, esa herencia pasó de ser un activo a una carga. El nombre de Blair, que antes abría puertas, se volvió un tabú impronunciable dentro del laborismo. Incluso sus herederos políticos preferían no nombrarlo. Porque Blair representaba no solo una etapa, sino una traición a fondo: la conversión del laborismo en una gestoría del capitalismo con sensibilidad social.
Cuando llegó Jeremy Corbyn, este pretendió cuestionar ese modelo. El proyecto de Corbyn, de re-politización, re-sindicalización y ruptura con el legado blairista despertó tanto entusiasmo como odio. Las élites del partido, aún impregnadas del ADN de Tony Blair, hicieron lo posible por desactivarlo desde dentro. Y, naturalmente, lo lograron. Particularmente porque al mismo Corbyn le faltaba claridad y coherencia en no pocos de sus fundamentos ideológicos.
En cualquier caso, Blair se había dedicado a sembrar requetebién entre una generación entera de cuadros del Partido Laborista, formados para evitar el conflicto, para obedecer al FMI, para hablar de democracia sin tocar el poder económico.
UNA BIOGRAFÍA QUE NO TERMINA: BLAIR COMO SISTEMA
Quizá el mayor triunfo de Blair haya sido transformar su nombre en una fórmula. Ya no importa si él está activo o no. El “blairismo” sigue operando cada vez que una supuesta "izquierda" habla como la derecha, pero con un tono suave y amable. Cada vez que se evitan los conflictos por temor al mercado. Cada vez que se entierra la memoria de lucha y se reemplaza por la “gestión eficiente”
Blair ya no necesita aparecer. Su programa lo ejecutan otros: en Davos, en Bruselas, en Silicon Valley. Él puso las bases para un poder sin rostro y sin pueblo.
Si su memoria regresa hoy, no es por nostalgia, ni por justicia histórica. Es porque su sombra sigue operando. Y mientras no se la enfrente, esa sombra seguirá robando el nombre de la izquierda para legitimar lo que en el fondo no es más que una sofisticada restauración de los más destacados valores de la derecha.
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