POR JOSÉ ARCONES PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
Desde que éramos muy pequeños nos han venido inculcado perseverantemente que trabajar sin descanso era la clave para ser buenos ciudadanos y poder triunfar en la vida. Añadían la coletilla, además, de que el esfuerzo constante era lo que dignificaba a las personas.
Sin embargo, ¿era esto realmente cierto o, simplemente, formaba parte de una narrativa deliberadamente diseñada para mantenernos atrapados en el engranaje del sistema?
Invirtamos ahora la cuestión. Tratemos de reflexionar el asunto desde otra perspectiva distinta: el derecho a la pereza no solo es válido, sino esencial para liberarnos del yugo del trabajo alienante que domina nuestras vidas.
"El sistema castiga a quienes
no pueden encontrar trabajo,
pero también agota a aquellos
que lo tienen"
En la sociedad capitalista, el trabajo ha sido glorificado hasta el punto de que parece ser la única vía para el progreso. Nos dicen que sin trabajo no hay recompensa, que solo quienes sacrifican su tiempo y su salud tienen derecho a disfrutar de ciertos beneficios. Pero la verdad es que esta premisa tiene toda la pinta de estar diseñada para servir a los intereses de unos pocos: los dueños del capital. El hecho cierto es que mientras ellos disfrutan de las riquezas producidas por el trabajo de otros, los asalariados ven sus vidas consumidas por largas jornadas que no les permiten disfrutar de lo que realmente importa: vivir.
Aquí es donde surge la contradicción más evidente de nuestra era: los avances tecnológicos. La tecnología ha sido uno de los motores más poderosos de la humanidad para la reducción del esfuerzo humano, pero en lugar de permitirnos trabajar menos, seguimos atrapados en jornadas iguales o incluso más largas.
Es más, con la llegada de la automatización durante las sucesivas revoluciones industriales y ahora con aplicación de la inteligencia artificial a los procesos productivos, no solo no hemos visto una reducción en las horas de trabajo, sino que también está provocando una pérdida masiva de empleos. Según acreditadas estimaciones, se espera que la inteligencia artificial elimine entre 75 y 85 millones de empleos en todo el mundo en el curso de los próximos años.
"Si el desempleo masivo
causado por la automatización
no viene acompañado de una
redistribución justa del
tiempo y los recursos,
el resultado será devastador".
Este será un golpe durísimo para aquellos que dependen de su trabajo para sobrevivir. Y aquí es donde la paradoja se hace más evidente: la tecnología, que debería liberar al ser humano del trabajo pesado y rutinario, lo está reemplazando. Lo que se avecina, pues, con esta ola de desempleo no es tiempo libre para disfrutar, sino angustia. Porque el ocio solo será disfrutadle cuando tienes las necesidades básicas cubiertas. El ocio con hambre no es ocio; es desesperación.
El derecho a la pereza no es una justificación para el abandono, sino una reivindicación del uso racional del tiempo y los avances. Si las máquinas pueden hacer el trabajo que antes hacían las personas, en lugar de crear desempleo y precariedad, deberíamos estar reduciendo la jornada laboral para que todos tengamos más tiempo libre. Pero esto no sucede porque el sistema capitalista no está diseñado para el bienestar humano, sino para maximizar las ganancias. Desde la óptica de los intereses del capitalista, su deseo no es que trabajemos menos; desea que trabajemos más y más barato.
"El derecho a la pereza es, pues,
más necesario que nunca.
No se trata de ser vagos,
sino de reconocer que
la vida es mucho más que
trabajar".
Si el desempleo masivo causado por la automatización no viene acompañado de una redistribución justa del tiempo y los recursos, el resultado será devastador. Las personas sin empleo no disfrutan de más tiempo libre para dedicarse a sus aficiones, pasiones o a sus familias. En su lugar, viven la angustia diaria de no saber cómo van a pagar sus cuentas. Esto no es ocio, es una forma de esclavitud moderna. El sistema castiga a quienes no pueden encontrar trabajo, pero también agota a aquellos que lo tienen, manteniéndolos en un ciclo interminable de jornadas laborales largas y mal remuneradas.
Pensemos en cómo ha cambiado el mundo del trabajo en las últimas décadas. Con la llegada de la automatización, la promesa era que trabajaríamos menos porque las máquinas se encargarían de muchas de nuestras tareas. Sin embargo, esta promesa se ha incumplido. En lugar de reducirse, las jornadas de trabajo se mantienen largas, o incluso aumentan, en especial en ciertos sectores. Los avances tecnológicos, en lugar de traer más tiempo libre, han sido utilizados para exigir mayor productividad. Esto no beneficia a los trabajadores, sino que alimenta el bolsillo del capital.
Y aquí es donde se ve con claridad la naturaleza perversa del sistema. Mientras más avanzamos tecnológicamente, más marginamos a los seres humanos de los procesos productivos, sin garantizar que este avance beneficie a todos. En lugar de usar la tecnología para liberar al ser humano del trabajo alienante, la hemos usado para aumentar la explotación de unos y expulsar a otros del mercado laboral.
Pero, como decíamos, el ocio con hambre no es ocio. No podemos hablar de disfrute ni de tiempo libre si una persona no tiene asegurado lo básico para vivir. El verdadero derecho a la pereza solo se puede alcanzar en una sociedad que garantice las condiciones materiales para que todos disfruten de su tiempo sin la constante preocupación de cómo van a sobrevivir. Es decir, no se trata solo de que tengamos menos trabajo; se trata de que la riqueza generada por ese trabajo y por las máquinas sea distribuida equitativamente para que todos tengamos cubiertas nuestras necesidades y, así, podamos disfrutar de nuestro tiempo libre de manera plena.
El capitalismo ha convertido el trabajo en una especie de religión. Quien no trabaja, no tiene derecho a nada. Pero esta es una lógica que debemos desafiar. No tiene sentido en un mundo donde la tecnología puede producir más con menos esfuerzo. En realidad, deberíamos estar hablando de cómo repartir ese tiempo liberado por la tecnología, no de cómo sobrevivir a las olas de desempleo que se avecinan. Si no lo hacemos, lo que se aproxima es un futuro donde millones de personas quedarán fuera del sistema productivo, mientras una pequeña élite sigue disfrutando de los beneficios de la automatización.
El derecho a la pereza es, pues, más necesario que nunca. No se trata de ser vagos, sino de reconocer que la vida es mucho más que trabajar. Que el tiempo libre es un derecho, pero un derecho que solo puede disfrutarse si se garantizan las condiciones materiales para ello.
En lugar de aceptar las largas jornadas y el desempleo masivo que trae la tecnología, debemos luchar por un mundo donde los avances tecnológicos nos permitan a todos disfrutar más de la vida, no solo a unos pocos. Porque si continuamos atrapados en la lógica endiablada del trabajo interminable, la tecnología solo servirá para profundizar aún más las desigualdades.
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