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Domingo, 10 de Octubre de 2021 Tiempo de lectura:

DERROTAS DEL IMPERIALISMO SIN VICTORIAS PROGRESISTAS

"De la adversidad para la primacía estadounidense no se deduce la existencia de un triunfo antiimperialista"

Las derrotas afrontadas por Estados Unidos no implican victorias antiimperialistas. Los yihadistas son la contracara de ese anhelo. En Afganistán triunfaron los retrógrados talibanes, en Irak gobierna una represiva administración teocrática, en Libia prevalece el reparto del botín y en Siria aplastaron la esperanza democrática. Las batallas antiimperialistas han sido desviadas hacia confrontaciones de supuesto sesgo inter-religiosas y el proyecto progresista panárabe ha quedado sustituido por el ensueño fundamentalista del Califato. En Egipto se demostró que los avances democráticos exigen confrontar con la subordinación a Washington. La excepcionalidad de Túnez y la fractura de Libia confirmaron esa regla. La primavera árabe fue un hito de rebeldía, pero su divorcio de planteos antiimperialistas facilitó su aplastamiento. La nueva oleada plantea superar las fracturas confesionales. Las demandas nacionales pueden apuntalar luchas soberanas o servir a la balcanización. Los kurdos afrontan ese dilema. Las batallas por la democracia y la autodeterminación nacional enlazan con el antiimperialismo.

ARTÍCULO EXTRACTADO DEL ORIGINAL DE CLAUDIO KATZ.-

 

 

   Estados Unidos retiró sus tropas de Afganistán al cabo de dos décadas de guerras perdidas y observó cómo el ejército que había entrenado se pasó al campo opuesto. Esta derrota ha propinado un durísimo golpe a la dominación norteamericana.
 

 

    Pero de esta adversidad para la primacía estadounidense no se deduce la existencia de un triunfo antiimperialista. Son dos problemas de distinta naturaleza. El categórico fracaso de los marines no equivale a una victoria del proyecto de emancipación. Ese divorcio deriva del carácter reaccionario de los ganadores de la partida.

 

   La adscripción ultra-conservadora de los talibanes es ampliamente conocida. Actúan como señores de la guerra y manejan sus territorios con todos los códigos del fundamentalismo islámico. Su maltrato de las mujeres es la manifestación más chocante de esa conducta. En su nueva etapa difunden mensajes más razonables para contribuir a un lavado de cara, pero el correlato práctico de ese giro es por ahora desconocido.

 

    Frente a este escenario convendría ser más cuidadosos en la frecuente analogía que se establece entre la caída de Kabul y la huida de Saigón. Las fotos de ambas situaciones son muy parecidas y ganaron la primera plana por el patético papelón de Biden, que prometió no repetir lo ocurrido en 1975. Ciertamente en los dos casos se verificó un contundente el fracaso imperialista, pero como resultado de procesos radicalmente contrapuestos.

 

  En Vietnam triunfaron las fuerzas revolucionarias y en Afganistán las milicias reaccionarias. Los talibanes son la contracara absoluta del Vietcong y se ubican en el polo opuesto de un ejército liberador. Su política de sumergir a Afganistán en el pasado medieval ha sido la antítesis del proyecto emancipador del comunismo. La reciente derrota estadounidense es una gran noticia para todos los pueblos del mundo, pero guarda una distancia enorme con la victoria lograda por los vietnamitas.



UN RESULTADO CONTRADICTORIO

 

   En otros países del «Gran Oriente Medio» -que Estados Unidos intentó rediseñar a su favor- se registraron resultados análogos al desemboque de Afganistán. El Pentágono falló estrepitosamente en su incursión bélica contra Irak y ha recluido a sus tropas a un ramillete de fortalezas. La debilitada ocupación no pudo siquiera aprovechar a su favor la guerra sectaria entre las comunidades de ese país. Al final de la aventura el aislamiento de los marines es mayúsculo y Estados Unidos busca caminos para replegar sus fuerzas.
 

 

   Pero el triunfador de esa contienda ha sido Irán, que ejerce un nítido control del régimen imperante en Bagdad. Esa administración no presenta ningún ingrediente de antiimperialismo progresista. Gobierna con normas sectarias y hostiliza a los sunitas y a los kurdos. Favorece a los nuevos grupos dominantes que lucran con el continuado despojo del petróleo y la espeluznante pobreza del país. Monitorea, además, el aplastamiento de las protestas contra el deterioro de las condiciones de vida. Irán brindó al frágil gobierno de Irak todo el sostén requerido para reprimir las movilizaciones populares de octubre del 2019.
 

 

     Estados Unidos también falló en Siria en su intento inicial de crear una fuerza bélica bajo su control. Esas milicias desertaron al campo islamista y el gobierno liberal en el exilio que manejaba Washington se desplomó en forma vertiginosa. En cambio el denostado Assad sobrevivió con el auxilio ruso. Pero el gobierno que salió airoso del cerco tendido por Washington no conserva ningún resabio del viejo antiimperialismo. Ha pactado con distintas fuerzas extranjeras , para asegurar la continuidad de la dominación local de los sectores privilegiados. Consumó una involución neoliberal que dejó muy atrás su lejano origen nacionalista.


EL ROL DEL YIHADISMO


 

   El balance gris de lo ocurrido en Medio Oriente, Asia Central y África del Norte se refleja en la centralidad lograda por las corrientes clericales, que usufructúan del repliegue norteamericano.
 

   Ninguna de las redes yihadistas que actuaron en todos los conflictos de la región en tensión con Estados Unidos incluye componentes antiimperialistas. Esas organizaciones no aglutinan expresiones «antisistémicas» de «rebeldes» o «insurgentes». Todas conforman agrupamientos invariablemente derechistas .
 

 

    En algunas vertientes transnacionales actúan como milicias transfronterizas, al servicio de las potencias globales y regionales que disputan primacía. En otros casos apuntalan proyectos propios de regresión al Califato. En sus variantes locales cumplen ese mismo rol para los sectores dominantes de cada zona mediante la imposición del terror.


 

   Frecuentemente se destaca que han atraído jóvenes excluidos que se alistan para rehuir de la miseria imperante. Pero todos los batallones regresivos de la historia se nutrieron de sectores marginados o desesperados. Ese origen no justifica la nefasta labor que cumplen esas formaciones.
 

 

   Los milicianos árabes-europeos integrados a esos grupos -criados en el medio hostil de los suburbios del Viejo Continente- conforman segmentos minúsculos de esas milicias. Más corriente es su reclutamiento entre desocupados o sectores que se alistan a cambio de una pensión para sus familias . En cualquier caso no son víctimas, sino partícipes directos de la tragedia que afronta la región.
 

 

   Los paramilitares chiitas de Irak, los talibanes de Afganistán y los yihadistas trashumantes no conforman brigadas antiimperialistas. Se ubican en el campo opuesto de los luchadores por esa causa, que por ejemplo nutren las filas de las organizaciones palestinas o sahauríes. En ningún caso la adscripción religiosa de los milicianos define su comportamiento. Lo determinante es el tipo de acción que emprenden.
 

 

   El yihadismo ha contribuido a la restauración del poder clerical que históricamente obstruyó la modernización de la región. La simbiosis de las instituciones religiosas con el estado impidió ese avance.

 

DEL PANARABISMO AL CALIFATO

 

   El antiimperialismo ha quedado también afectado a escala regional por la sustitución del proyecto progresista panárabe por el ensueño fundamentalista del Califato. Ese cambio ilustra la regresión política que ha padecido la zona, en un dramático contexto de remodelación de los estados.
 

   El pan-arabismo afloró en el cenit de los proyectos del nacionalismo. Tomó en cuenta que el mundo árabe no conforma estrictamente una nación, pero sí una comunidad con sentimientos de pertenencia común. Posee hoy una identidad colectiva de lengua, tradiciones, religión y acervos culturales .
 

    En ese ideal de forjar una nación árabe potencialmente común se sustentaron los intentos de enlazar el nacionalismo antiimperialista con la integración política estatal. La formación de la República Árabe Unida fue el mayor hito de ese ensayo, pero sucumbió frente a la derrota ante Israel en la guerra de 1967. El naufragio del proyecto integrador fue también consecuencia de los límites exhibidos por movimientos nacionalistas muy asentados en figuras carismáticas, distantes de la izquierda y reacios a la politización de la población .
 

   El panarabismo también heredó algunos vestigios de su antigua conexión con el colonialismo franco-británico, que inicialmente buscaba debilitar la influencia del rival otomano.
 


CRISIS IMPERIAL CON FRUSTRACIONES DEMOCRÁTICAS

 

   El dramático resultado de la primavera árabe es otro indicador de los claro-oscuros de la región. El imperialismo afronta múltiples crisis y dificultades, pero junto a sus aliados derechistas logró frustrar los anhelos de cambio que irrumpieron en la década pasada.
 

   Las protestas lograron inicialmente la caída de los desprestigiados presidentes Ben Alí y Mubarak , pero los frutos posteriores fueron amargos. La tentativa democratizadora se extendió a otras zonas, pero mayoritariamente devino en una sucesión de masacres que agravaron los padecimientos económico-sociales.
 

   Toda la dinámica de las rebeliones quedó anulada por esa violenta contrarrevolución, que recompuso el viejo orden de privilegios para los capitalistas acaudalados, los militares represores y los clérigos totalitarios. La virulencia de ese contragolpe persiste hasta hoy en día.
 

   En el caso de Egipto el papel regresivo del imperialismo fue cristalino. Estados Unidos propició y sostuvo el golpe militar de Sisi, luego de restar apoyo al experimento de Morsi. El líder de los Hermanos Musulmanes intentó ciertas reformas del sistema político, junto a una mayor escala de islamización que provocó la resistencia de las capas laicas.
 

   Washington no rechazó esas modalidades confesionales que avala en incontables países de la región. Lo que irritó al Departamento de Estado fue la reactivación de las inversiones de las empresas rusas Lukoil y Avatec en la actividad petrolera y gasífera y el viaje a Moscú que realizó Morsi. Esa excursión anticipaba un intento de aflojar la agobiante dependencia con el mandante norteamericano. Aunque Sisi tampoco es plenamente confiable, la embajada estadounidense dio el visto bueno a un golpe, que asegura el sometimiento del país a su continuada supervisión.
 

   La obstrucción a la democracia en Egipto es una pieza central de la política yanqui en Medio Oriente. Desde el giro pro-occidental que Sadat inició hace 40 años, todos los presidentes norteamericanos han priorizado el control sobre el Canal de Suez. Impiden cualquier atisbo de independencia, en un país clave para contener la expansión comercial de China y la presencia geopolítica de Rusia. Por esa razón Washington sostiene la feroz represión actual de un régimen que en poco tiempo encarceló y torturó a 60.000 personas
 

  Esa experiencia confirma que la batalla por la democracia empalma categóricamente en Egipto con la lucha antiimperialista. Los gobiernos pro-yanquis han abandonado a los palestinos, son cómplices del cerco israelí a Gaza y cumplen un rol policial en el Sinaí. Túnez siguió otra trayectoria y exhibe la única excepción a la regla de la virulencia imperial en el mundo árabe.
 


ANTICIPOS DE NUEVAS PRIMAVERAS

 

  La primavera árabe fue el principal acontecimiento en la última década en Medio Oriente. Incluyó intensas movilizaciones populares que impactaron sobre el tablero regional. Pero esa mayúscula irrupción no logró converger con reivindicaciones antiimperialistas y ese divorcio facilitó su aplastamiento por las fuerzas reaccionarias.
 

   La chispa se encendió a fines del 2010 en una localidad tunecina y el derrame de las protestas se extendió a numerosos lugares. La identificación de esa oleada con una primavera es ilustrativa de la esperanza que despertó entre sus protagonistas. Los jóvenes imaginaron en las calles el comienzo de una salida a la penuria económica, al autoritarismo político y a las restricciones religiosas.
 

   Con ese levantamiento el curso habitual de guerras, ocupaciones extranjeras y sangrientas disputas internas de Medio Oriente quedó alterado por un nuevo ingrediente de protagonismo popular. Fue descollante la preeminencia juvenil, la variada incidencia de sindicatos y la significativa participación de la clase media.
 

  La primavera dejó un legado de experiencias perdurables en la memoria popular. Refutó todos los clichés islamofóbicos de Occidente, que presentan al mundo árabe como un universo de individuos resignados y pasivos. Los reclamos sociales y el anhelo de conquistar una democracia genuina, motorizaron las sublevaciones en países agobiados por regímenes despóticos.
 

  Esas revueltas tienden a resurgir por la simple persistencia de los mismos problemas. Durante el 2019 esa tendencia al reinicio de la rebelión despuntó con llamativa simultaneidad en varios países. Una concatenada secuencia de manifestaciones repitió los contagios de la primera ola.


SUPERACIÓN DE LAS FRACTURAS CONFESIONALES

 

   En los despuntes callejeros del 2019 convergieron demandas económicas, sociales y políticas, sin preeminencia de las filiaciones religiosas. Este carácter no sectario y secular constituyó la cualidad más promisoria de esa incipiente oleada.
 

   En el Líbano las principales demandas de los manifestantes apuntaron contra la carestía y el aumento de los impuestos. La crisis fiscal, el déficit de ingresos, la merma de divisas y el incremento del desempleo desencadenaron grandes protestas, que también incluyeron el rechazo de la corrupción y el nepotismo.
La masividad de esas movilizaciones forzó la dimisión del primer ministro y derivó en el otorgamiento de varias concesiones . Por primera vez en mucho tiempo, una significativa protesta motivada por demandas sociales cuestionó el sistema político confesional y exigió su democratización. Esa tónica quedó confirmada en las posteriores marchas de conmemoración de la trágica explosión en el puerto de Beirut.

 

   Esta tónica de exigencia de cambios políticos fue también el dato dominante en Argelia, en las protestas contra el continuismo presidencial. En las marchas se cuestionó el enriquecimiento de grupos económicos entrelazados con un gobierno de origen nacionalista, que mantiene un alineamiento internacional afín a Rusia y autónomo de Estados Unidos .
 

   En el 2003 ese régimen salió airoso de una cruenta guerra con el fundamentalismo islámico, que se cobró la vida de 200.000 personas. Al cabo de esa traumática experiencia, la lucha democrática es encarada por una nueva generación más distanciada del fanatismo religioso.

 


AVANCES NACIONALES SIN ANTIIMPERIALISMO

 

   El rediseño imperial que intentó Estados Unidos en Medio Oriente y África del Norte ha recreado viejos problemas de autodeterminación nacional. Algunas de esas tensiones se remontan a la cirugía que consumaron Gran Bretaña y Francia a principio del siglo XX sobre los restos del Imperio Otomano. En ese trazado de países, los deseos y las identidades de las distintas poblaciones fueron totalmente ignorados. De esas imposiciones surgieron demandas nacionales de colectividades afectadas por la intervención extranjera.
 

 

   Al cabo de cruentas guerras recientes, ciertos grupos nacionales han quedado nuevamente aprisionados en fronteras, idiomas y banderas ajenas a sus aspiraciones. Otras comunidades han reforzado sus luchas de larga data. Es el caso de los kurdos, que fueron desmembrados una y otra vez en los últimos siglos frustrando su anhelo de un estado unificado . A principios del siglo XX, el colapso del imperio otomano diseminó a esa minoría en los forzados límites establecidos para Turquía, Irak, Siria e Irán.
 

  Los kurdos han demandado un hogar nacional que nunca logró reconocimiento internacional. La ONU avaló en un rápido expediente la existencia de Sudan del Sur, pero no acepta la inscripción de un estado kurdo. Las potencias siempre definen en ese organismo los trazados fronterizos omitiendo la voluntad de los involucrados. El Kurdistán independiente es frontalmente rechazado por los principales actores de Medio Oriente.
 

   Turquía es el enemigo más declarado de esa soberanía. En la década pasada mantuvo negociaciones con el encarcelado líder de ese movimiento , pero Erdogan cortó abruptamente esas tratativas para erigir un gobierno autoritario. Mediante una brutal campaña represiva intenta quebrantar la alianza forjada por los kurdos con fuerzas progresistas de su país.
 

   Irán exhibe la misma hostilidad hacia esa minoría y ni siquiera evalúa la concesión de alguna autonomía administrativa. Los gobernantes de Teherán recuerdan con pavor el efímero ensayo federativo que intentó la izquierda en 1944. Esa breve experiencia de un Kurdistán rojo -emparentado con los éxitos militares de la URSS- fue aplastada en sangre por el ejército del Shah. En Irak, Sadam respondió con el mismo salvajismo a las demandas autonómicas de esa minoría .
 

   Pero en la última secuencia de guerras, los kurdos obtuvieron impactantes credenciales de efectividad militar al derrotar al yihadismo en Siria e Irak. Los fulminantes éxitos de sus milicias en Rojava y Başur recrearon las expectativas de erigir un Kurdistán unificado. En Siria lograron construir su propio enclave autónomo bajo la dirección de un partido de izquierda . Allí pusieron en práctica la ponderada experiencia de la comuna de Rojava, al cabo de una valerosa lucha contra las milicias pro-sauditas y las arremetidas del ejército turco.
 


 

LOS DILEMAS DEL KURDISTÁN

 

    En el durísimo combate por conquistar un estado propio contra sus enemigos regionales, los kurdos han establecido compromisos con el principal dominador del planeta. Algunas miradas realzan la lucha de esa minoría, sin exhibir gran preocupación por esos enlaces con Washington. Reivindican enfáticamente la experiencia de Rojava y ponderan el igualitarismo comunitario de ese proyecto. Las controvertidas relaciones con Estados Unidos son omitidas u observadas como un hecho menor .
 

 

   La visión opuesta cuestiona en forma virulenta el sometimiento kurdo al imperialismo norteamericano. Denuncia que sintonizan con los planes de forjar un archipiélago de pequeños estados subordinados a la primera potencia . También objeta el nacionalismo insolidario y la idealización comunalista de Rojava . Los críticos más extremos estiman que ese enclave se ha transformado en una base del Pentágono.

 


    Una tercera postura cuestiona el alineamiento kurdo con Estados Unidos, sin desconocer su legítima batalla por un estado nacional . Destaca que en defensa de ese objetivo han ido más allá de un compromiso circunstancial y se han colocado de hecho bajo la protección del principal enemigo de Medio Oriente.  En este complejo mosaico es indiscutible el derecho de los kurdos a contar con su estado propio, cuya modalidad debería surgir de consultas entre su población. Pero también son altamente cuestionables los nexos establecidos con el mandante norteamericano, que no disimula su intención de forzar secesiones para consolidar su dominación.
 



TRES BATALLAS CONJUNTAS

 

   En el vasto mapa de Medio Oriente, Asia Central y África del Norte se ha creado un escenario muy contradictorio. Hay una larga lista de derrotas del imperialismo sin victorias progresistas. También se verifica una importante secuencia de crisis de la dominación externa, pero asentadas en la enorme frustración de la lucha democrática. Los acotados logros de ciertas metas nacionales están, a su vez, acordonados por compromisos con el dominador estadounidense.
 

 

  Toda la región quedó sacudida en las últimas décadas por batallas antiimperialistas, democráticas y nacionales. El primer tipo de resistencia recobró centralidad frente a las invasiones y ocupaciones de los gendarmes foráneos. La segunda modalidad de lucha alcanzó intensidad con la impactante oleada de la primavera árabe.

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