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Miércoles, 22 de Septiembre de 2021 Tiempo de lectura:

NAPOLEÓN: ¿REVOLUCIONARIO O CONTRAREVOLUCIONARIO?

Las grandes victorias napoleónicas terminaron generando el "orgullo patriótico" entre los propios sans-culottes, la clase social que había sido protagonista de los cambios revolucionarios

¿Fue realmente Napoleón Bonaparte un continuador de los valores y principios de la Revolución francesa? ¿O por el contrario se convirtió en el liquidador de la primera revolución de la historia que acabó con la sociedad feudal? En el artículo que les presentamos, el conocido historiador marxista Dr. Jacques R. Pauwels dilucida con un impecable razonamiento histórico, cuáles valores de la Revolución francesa se prestó a difundir por Europa, y cuáles otros trató de liquidar y de perseguir con saña, así como de clase social llegó a convertirse en baluarte .

 

POR EL DR. JACQUES R. PAUWELS

 Traducido, resumido y adaptado por  la Redacción de Canarias  Semanal de su trabajo "Historia: Napoleón: entre la guerra y la revolución"


 

   La Revolución Francesa no fue un simple evento histórico. Fue un proceso largo y complejo, en el que  podemos identificar varios estadios o fases bien diferenciadas. Algunos de estos estadios tuvieron, incluso, naturaleza contrarrevolucionaria, por ejemplo, la "revuelta aristocrática"  que se produjo en los principios  de aquel  evento histórico. Sin embargo, hubo dos fases que tuvieron un carácter indiscutiblemente revolucionario.

 
   La primera etapa, que denominaremos como la de “1789”, fue la fase de la revolución moderada. En ella se puso fin al “Ancien Régime” con su absolutismo real y feudalismo, el monopolio del poder del monarca y los privilegios de la nobleza y de la Iglesia.

 

    Los importantes logros de de esta "primera etapa de  1789” también incluyeron la "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano", la igualdad de todos los franceses ante la ley, la separación de la Iglesia y el Estado, un sistema parlamentario basado en un sufragio limitado y, por último y no menos importante, la creación de un Estado francés "indivisible", centralizado y moderno.

  

    Estos logros, que representaron un gran paso adelante en la historia de Francia, fueron consagrados en una nueva Constitución que se promulgó oficialmente en 1791.

 

     El llamado "Ancien Régime" de la  Francia anterior a 1789, había estado íntimamente asociado con la Monarquía absoluta. Bajo el sistema revolucionario de “1789”, se suponía, no obstante, que el rey iba a desempeñar un "papel cómodo" dentro de una Monarquía constitucional y parlamentaria.

 

    Pero ese proyecto se descalabró debido a las propias intrigas políticas y conspirativas protagonizadas por el rey Luis XVI. Como consecuencia de ello surgió un tipo radicalmente nuevo de Estado francés en 1792, una república.

 

  La etapa de "1789" fue posible gracias a las masivas y violentas  movilizaciones  de los "desarrapados" parisinos, conocidos con el nombre de los "sans-culottes". Pero su resultado fue esencialmente obra ideológica de un sector moderado de personas, casi exclusivamente miembros de la alta burguesía y de la clase media alta. Sus integrantes  decidieron eregir un Estado que suponían y deseaban iba  a estar al servicio de  la burguesía acomodada.

 

   Políticamente, estos distinguidos caballeros encontraron inicialmente su hogar político en un partido embrionario  conocido con el nombre de "los Feuillants". Posteriormente constituyeron  el club de los Girondinos. Este último nombre reflejaba el lugar de origen de su elemento principal, un contingente de miembros de la burguesía de Burdeos, el gran puerto a orillas del estuario de la Gironda, cuya riqueza se nutría no solo del comercio del vino, sino también, y principalmente,  en el comercio de esclavos.

 

   En París, en cambio, el núcleo que agrupaba a los  "desarrapados" revolucionarios, los sans-culottes y otros revolucionarios más respetables pero radicales,  era conocido con el nombre de los  jacobinos. Sin embargo, la verdad es que algunos de sus integrantes con origen provinciano, nunca  lograron sentirse como si  estuvieran en su propia casa.
 

 

LA 2ª ETAPA DE LA REVOLUCION: "1793"

 

    La segunda etapa revolucionaria fue  la de “1793”. En realidad, el proceso iniciado en “1793” fue una revolución "popular", radical, igualitaria, por la consecución de derechos sociales entre los que se encontraba el derecho al trabajo, así como otras reformas socioeconómicas relativamente profundas, reflejadas en una Constitución promulgada en el año revolucionario I (1793), pero que nunca llegó a entrar en vigor.

 

    En esta nueva etapa popular de la Revolución francesa destacó el papel que desempeñó el célebre Maximilien Robespierre. La revolución se orientó socialmente y se preparó para regular la economía nacional, limitando en cierta medida la libertad individual, “pour le bonheur commun”, es decir,  por el bien común de toda la nación. Dado que se mantuvo el "sagrado" derecho a la propiedad,  se podría decir que la etapa revolucionaria de "1793", utilizando la terminología actual, no pasó de ser puramente "socialdemócrata" sin acercarse, ni de lejos, a convertirse en "socialista".


     La verdad es que la etapa de “1793” fue obra de Robespierre y de los jacobinos, especialmente de los jacobinos más ardientes, un grupo conocido como la Montagne, la “Montaña”, porque se daba la circunstancia de que ocupaban las filas más altas de los escaños del Parlamento.

 

     Eran revolucionarios radicales, tenían mayoritariamente origen pequeño burgués, o de lo que  hoy podríamos  denominar como "clase media baja". Sus principios ideológicos eran tan liberales como los de la alta burguesía. Pero también buscaban satisfacer las necesidades elementales de los plebeyos parisinos, especialmente de los artesanos, que constituían una mayoría entre los "sans-culottes".

 

     Hay que precisar que los sans-culottes eran personas "normales", que usaban pantalones largos en lugar de  las bragas (culottes) con medias de seda que usaban los aristócratas y los prósperos burgueses franceses.

 

   Los "sans-culottes" constituyeron realmente  la vanguardia de la Revolución francesa: el asalto a la Bastilla fue  una de sus gestas. Robespierre y sus jacobinos radicales los necesitaban como aliados en su lucha contra los girondinos, es decir, los revolucionarios moderados de la burguesía, pero también necesitaban  su apoyo contra los contrarrevolucionarios de la aristocracia y el clero, que conspiraban por el retorno de la vieja monarquía absoluta.

 

    La contrarrevolución estaba  mandatada por la aristocracia derrocada que había huido del país, por los emigrados,  los sacerdotes y los campesinos sediciosos de Vendée y otras provincias, que deseaban  el regreso al Antiguo Régimen. Traduciendo estas circunstancias históricas al esquema político conceptual de nuestros días, podríamos decir que la contrarrevolución francesa de entonces  se puede comparar con la que hoy  es posible localizar  en la ciudad de  Miami en la que el "exilio" cubano-venezolano  ha encontrado  su refugio, como la aristocracia francesa de aquellos años  lo encontró en su vecina Inglaterra.

 

     A diferencia de los sans-culottes parisinos, la burguesía francesa no tenía nada que ganar sino mucho que perder,  en el proceso revolucionario radical de los jacobinos y su Constitución de 1793, que promovían el igualitarismo y el estatismo, es decir, la intervención estatal en la economía.  Sin embargo, la burguesía también se oponía  a la vuelta al "Antiguo Régimen", que de sucumbir la revolución habría  puesto nuevamente  el Estado al servicio de la nobleza y de la Iglesia.

 

    Lo que realmente deseaba en aquellos momentos la burguesía moderada   era  una República en lugar de  la vieja Monarquía, aunque esta fuera constitucional. Por esa razón el "golpe de Estado" que tuvo lugar en el año 1794  puso fin a la gobierno revolucionario y la vida  de Robespierre. La llamada “reacción termidoriana” que siguió a los jacobinos, se aseguró de garantizar la continuidad de la propiedad privada y del pensamiento liberal, aboliendo todo aquello que tratara de deslizar a la revolución burguesa hacia una suerte de "socialismo". La actualización  termidoriana de “1789”  dio lugar un Estado que ha sido correctamente descrito como una “república burguesa” o, también, como una “república de los propietarios”.

   
   Así fue como se configuró el Gobierno del Directorio, un régimen extremadamente autoritario, con una fina capa de barniz democrático en forma de legislaturas, cuyos miembros  eran elegidos sobre la base de un sufragio extremadamente limitado.  Como era esperable, en contestación a la política del Directorio pronto estallaron varias rebeliones sociales de distinto signo. Unas realistas y otras neojacobinas. En cada una de ellas  el Directorio  recurrió a la intervención del Ejército para evitar sucumbir por los disturbios. Uno de estos levantamientos sociales fue sofocado a sangre y fuego por un general ambicioso y popular llamado Napoleón Bonaparte.

 

 

NAPOLEÓN BONAPARTE, PALADÍN DE LA ALTA BURGUESÍA FRANCESA 

 


   Los problemas sociales  concluyeron finalmente, "resolviéndose" mediante un "golpe de Estado" que se produjo  el 18 de Brumario del año VIII, es decir, 9 de noviembre de 1799.

 

 

     Para no perder su poder frente a las conspiraciones de los realistas o  las movilizaciones de los jacobinos, la burguesía acomodada  francesa depositó el poder en Napoleón, un dictador militar que era a la vez confiable y popular. Se esperaba que este general corso pusiera al Estado francés a plena disposición de la alta burguesía. Y eso fue exactamente lo que hizo.

  

 

    Su tarea primodial consistió en eliminar la doble amenaza que le había estado quitando el sueño a la burguesía gala. El peligro realista y, por tanto, contrarrevolucionario, fue neutralizado con el "garrote" de la represión, pero  también con la "zanahoria" de la reconciliación. Napoleón permitió que los aristócratas emigrados  retornaran a Francia para recuperar sus propiedades y disfrutar de los privilegios que derramaría  su régimen no sólo sobre los ricos burgueses, sino también sobre todos los propietarios. También reconcilió a Francia con la Iglesia, mediante la firma de un Concordato con el Papa.
 

 
  Para liquidar  la permanente amenaza jacobina y evitar una nueva radicalización de la revolución, Napoleón  utilizó  un instrumento que ya había sido  usado  tanto por los girondinos como por el Directorio. A saber, la guerra. De hecho, cuando se recuerda la dictadura de Napoleón, no se piensa tanto en los acontecimientos revolucionarios que se produjeron en la capital durante las diferentes fases de la Revolución, como en una serie interminable de guerras libradas lejos de París y, en muchos casos,  más allá de las fronteras de Francia. Eso no es una mera "coincidencia". Las llamadas "guerras revolucionarias" de Napoleón Bonaparte fueron deliberadamente funcionales para que los revolucionarios moderados, incluido el propio Bonaparte, pudieran  consolidar los logros de "1789" e impedir tanto el regreso al Antiguo Régimen como las "aventuras revolucionarias"  que se habían producido en 1793.

 

     La verdad es que la guerra, el conflicto internacional, sirvió para liquidar la revolución, el conflicto interno y también el conflicto de clases. La guerra  posibilitó que los "revolucionarios más ardientes" desaparecieran de la cuna de la revolución, París. Inicialmente  fueron a la guerra como voluntarios. Pero muy pronto lo hicieron como reclutas obligados.

 

    Innumerables jóvenes sans-culottes desaparecieron de la capital para luchar en tierras extranjeras,  muriendo con harta frecuencia en los campos de batalla napoleónicos. Como resultado de esa hábil operación, en París sólo quedaron un puñado  de combatientes masculinos, incapaces por su número de repetir los éxitos  que habían protagonizado los sans-culottes entre 1789 y 1793.

 

    Que las cosas iban a transcurrir por  esos derroteros quedó claramente demostrado con el fracaso de las insurrecciones jacobinas bajo el Directorio. Bonaparte se encargó de perpetuar el sistema del servicio militar obligatorio, así como también  las guerras perpetuas. “Fue él”, -escribió el historiador Henri Guillemin-,“el que se encargó de desplazar a los jóvenes plebeyos  potencialmente peligrosos, muy  lejos de París,  incluso hasta Moscú, para  alivio de  la burguesía acomodada"

 


    Las noticias de las grandes victorias napoleónicas terminaron generando el orgullo patriótico entre los sans-culottes que se habían quedado en casa. Un "orgullo" que  ayudaría a compensar sus menguantes entusiasmos revolucionarios. Con un poco de ayuda de Marte, el dios de la guerra,  la energía revolucionaria de los sans-culottes y del pueblo francés en general podría a partir de entonces ser redirigida hacia otros cauces menos radicales en términos revolucionarios.

 

 

     Como resultado de estas circunstancias, tan sabiamente manejadas por el Emperador, el pueblo francés, incluidos los sans-culottes parisinos, fue perdiendo gradualmente su entusiasmo por la revolución y por los ideales de libertad, igualdad y solidaridad,  cambiándolos por el "becerro de oro" del chovinismo. Ese fenómeno no sólo se produjo en Francia, sino  igualmente en otros pueblos y naciones, que a la postre perdieron el aliento liberador que se había encargado de difundir la Revolución Francesa  por toda Europa.

 

 

    Con respecto a la Revolución, el papel  desempeñado por la dictadura de Napoleón Bonaparte fue ambivalente. Con su llegada al poder, la Revolución resultó liquidada, al menos en el sentido de que a partir de ese momento no se iban a producir más "experimentos igualitarios" como los de “1793”, y tampoco se producirían más esfuerzos por tratar de mantener una fachada republicano-democrática como en “1789”. Por otro lado, sin embargo, los logros esenciales de “1789”  fueron mantenidos e, incluso, consagrados legalmente.

 

 

     Pero de igual forma se puede decir que Napoleón estaba  en contra de la Revolución: favorecía la revolución burguesa moderada de 1789, asociada a los Feuillants, Girondinos y Thermidorians, pero también estaba en contra de la revolución radical de 1793, obra de los jacobinos y sans-culottes.

 


     Bonaparte  nunca fue otra cosa que la personificación de una de las diferentes etapas  por las que había transcurrido la revolución. Esa etapa fue la de revolución burguesa moderada de 1789. Napoleón no sólo trató de consolidarse  dentro de Francia, sino que intentó también exportar  esos valores al  resto de Europa.

 

 

     Bonaparte  acabó con las  amenazas tanto realistas como jacobinas pero, además, prestó otro importante servicio a la burguesía. Dispuso que el derecho a la propiedad, piedra angular de la ideología liberal tan querida por los corazones burgueses,  fuera  legalmente consagrado. Y mostró su devoción por este principio cuando  reintrodujo la esclavitud,  que era  considerada entonces como una forma legítima de propiedad.   Sin embargo, Francia había sido, de hecho, el primer país del mundo que  había abolido la esclavitud, durante revolución radical, bajo los auspicios de Robespierre,  lográndolo a pesar de la  dura oposición de sus antagonistas, los girondinos, que supuestamente se consideraban "caballeros moderados" que glorificaban la libertad, pero no para los esclavos.

 


     “Con Napoleón - escribió el historiador Georges Dupeux - la burguesía  francesa había encontrado  tanto un protector como un maestro”. En efecto, el corso fue  un indudable protector, e incluso, un gran defensor de la causa de los burgueses acomodados, pero nunca llegó a ser su amo. En realidad, desde el principio hasta el final de su carrera como dictador, se comportó como un leal subordinado de los capitanes de la industria y de las finanzas de Francia.

 

     Financieramente, no solo Napoleón, sino todo el Estado francés se hizo dependiente de una institución,  el banco nacional francés, que era, y ha permanecido siéndolo hasta hoy, propiedad de la élite del país, a pesar de que se intentara ocultar esa realidad, presentándola  como si se tratara de una empresa estatal. Sus banqueros recaudaron dinero de la burguesía adinerada y lo pusieron a disposición de Napoleón, que lo usó para gobernar y armar Francia, librando una guerra interminable, mientras jugueteaba a ser Emperador de los franceses rodeado de una pompa propia de los mismísimos Borbones.

 

    En síntesis. Napoleón no  pasó de ser  sino el obediente testaferro de una dictadura de la alta burguesía, que  se rodeó tras una fastuosa coreografía al estilo de la antigua Roma, evocando primero un Consulado, para  terminar convirtiéndolo en un  Imperio jactancioso.

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  • jose antonio

    jose antonio | Miércoles, 22 de Septiembre de 2021 a las 12:36:29 horas

    un militar proviniente de las clases medias tirando ala clase alta, lo normal y logico, es apoyar ala alta burguesia, como asi lo hizo, y como gratitud de los mas ricos, le dieron todo el poder militar, y la anbicion de invadir a otras naciones, como lo hizo en españa, intento el reino unido, se atrevio a llegar los mas lejos del este de europa. incluso, adentrarse, en el nuevo mexico ex colonia española. tanto quiso abarcar, que tras la no llegada de sus tropas a moscu. le obligaron, aparar sus ofensivas militares. francia y su burguesia y altos mandos militares, le dieron otra oportunidad, en tal guerra de Waterloo, entre el imperio austro hungaro y los britanicos. le hicieron doblar la rodilla. donde fue humillado miltarmente, por potencias militares. ademas gran bretaña, era ya quien dominaba los mares por todos los continentes, francia vovio a ser republica, tras el ultimo emperador de la dinastia de napoleon. era tan contrarevolucionario, como las altas clases sociales de la francia de entonces.

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