
EL DÍA QUE MURIÓ STALIN, EN LA PRENSA ESPAÑOLA
Cuando Stalin se reunía con el mismísimo demonio en una cueva de Azerbaiyán
¿Sabía usted que el antiguo ministro de información y turismo español, Gabriel Arias Salgado, estaba convencido de que el dirigente comunista Stalin se enclaustrada de vez en cuando, en una cueva de Azerbaiyán para mantener conversaciones secretas con el demonio para que éste le transmitiera las tácticas que debían seguir los comunistas del mundo? Eduardo Haro Tecglen, un conocido periodista español, muy vinculado al régimen de Franco en el 1953, año en el que falleció José Stalin, nos cuenta su testimonio de cómo se vivió aquel día en las redacciones de los periódicos españoles, así como las paradojas que ese fallecimiento suscitó en los medios de la "intelectualidad" fascista.
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL
Eduardo Haro Tecglen fue un célebre periodista español que dirigió publicaciones tan conocidas como "Tiempo de Historia" o el semanario "Triunfo". Sin embargo, con anterioridad, - Haro había nacido en 1924 - colaboró intensamente con la llamada Prensa del Movimiento durante la dictadura de Franco.
El contenido de sus artículos no difería en nada, o casi nada, de aquellos otros que en régimen de monopolio ocupaban los espacios de la prensa del Régimen franquista. Es decir, Eduardo Haro que con rigor histórico se puede afirmar que colaboró intelectualmente con la dictadura.
Posteriormente, Haro Tecglen evolucionó en sus posiciones políticas hacia posturas más progresistas, encabezando algunos proyectos editoriales de izquierdas, como fueron las revistas citadas.
![[Img #59798]](http://canarias-semanal.org/upload/images/10_2019/3524_stalin.jpg)
El hecho de que Haro Tecglen desempeñara puestos directivos en los principales periódicos españoles de las décadas de los 40 y 50, le facilitó conocer desde dentro y con profundidad los mecanismos de control y de censura ejercidos desde el Ministerio de Información y Turismo, con cuyos organismos tuvo una estrecha relación.
Esa "cotidianidad laboral" estrecha con la alta jerarquía de la propaganda franquista, le permitió a este excelente escritor y periodista recoger los aspectos más cómicos y paradójicos del estado de esquizofrenia política que se vivía en esas altas esferas del Régimen de Franco.
En marzo del año 1978, en la revista especializada en temas históricos, "Tiempo de Historia", Eduardo Haro Tecglen, escribió un artículo titulado "Stalin y sus fantasmas", que ahora después de cuatro décadas, hemos rescatado para delicia y disfrute de los lectores de Canarias semanal.
En él, Haro describe el clima de tensión y contradicciones que se vivió en el mundo de los medios españoles de comunicación escrita, a resultas de la repentina muerte del Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, José Stalin. El artículo no tiene desperdicios. Pone de manifiesto aspectos inverosímiles que se daban con toda naturalidad en las instancias políticas del régimen, que además de dramáticos pueden resultar hasta cómicos.
Dada la extensión del artículo de Haro Teglen, hemos procedido a resumirlo, dejando intactas las partes esenciales del mismo.
LOS FANTASMAS DE STALIN, POR DUARDO HARO TEGLEN
"El 5 de marzo de 1953 la Dirección General de Prensa hizo una llamada a los diarios madrileños. Daba una noticia y una orden: Stalin había muerto y los periódicos debían ser lacónicos en la información y en el comentario. Las instrucciones eran bastante concretas: el número de columnas a que debía titularse la información en primera página, la cantidad de fotografías con que podía ilustrarse. La cantidad de información no tenía porqué indicarse: procedía exclusivamente de la Agencia EFE, controlada por el Estado, y por lo tanto la fuente se dirigía y controlaba ya en su origen. La orden produjo consternación. Se consideraba, razonablemente, una noticia trascendental.
En los periódicos españoles se sabía ya que la forma oficial de tratar todas las informaciones procedentes de la URSS era la de minimizarlas, o incluso negarlas. Por ejemplo, cuando en septiembre de 1949 la URSS anunció que había hecho estallar su primera bomba atómica, rompiendo el monopolio de los Estados Unidos, el General Franco hizo unas declaraciones en las que emitía la posibilidad de que en realidad los rusos hubieran hecho una fortísima explosión de trilita para simular que estaban en posesión del arma atómica.
Años más tarde, el 4 de octubre de 1957, los soviéticos pusieron en órbita el primer satélite artificial de la historia de la humanidad, el Sputnik. El comentarista oficioso de la política internacional del régimen, don Pedro Gómez Aparicio, mantuvo que era una simulación.
Soy testigo e interlocutor de una conversación mantenida en el antedespacho del director general de prensa, don Juan Aparicio, en la que en espera de ser recibido don Pedro explicaba su tesis:
"-Bip, bip, bip... Esa es la señal que está oyendo todo el mundo y ellos dicen que viene del espacio exterior. Pero en realidad es una emisora de radio normal y corriente la que la trasmite, para dar esa sensación..."
La doctrina española en torno a la Unión Soviética estaba basada en estas ideas que procedían sin duda de un análisis concreto de la realidad, ajustado a unos datos: solamente que el punto de partida era enteramente erróneo y, por lo tanto, conducía hacia el desbarre. El punto de partida era el de que la URSS no era más que un inmenso territorio de nieve y barro, hundido en la pobreza, y que la doctrina comunista había acabado con toda posibilidad técnica, científica y cultural. Sobre todo, la comparación con los Estados Unidos era prácticamente imposible.
No se podía concebir que de una nación en ruinas—sobre todo, después de la devastación de la guerra— pudiera surgir el primer satélite artificial de la humanidad. La cuestión de la bomba atómica se había ido explicando por una cuestión de pillaje.
Los soviéticos habían capturado a los sabios alemanes que estaban a punto de crear el «arma absoluta» —como se consideraba entonces— y los habían obligado a trabajar para ellos. En realidad, esto era lo que habían hecho los Estados Unidos con Von Braun y su equipo humano y material.
Sin embargo, los propios propagadores de esta doctrina de las falsificaciones científicas soviéticas, en la que sin duda muchos de ellos creían de buena fe, se encontraban a sí mismos en contradicciones importantes.
¿Cómo era posible que este país atrasado y destruido, conducido por un personaje torvo y torpe, aniquilador del pensamiento, y con una doctrina enteramente negativa, pudiera obtener una serie de éxitos internacionales? ¿De dónde salía esa extraña capacidad? De un pozo de Bakú. La explicación se la escuché personalmente a don Gabriel Arias Salgado, Ministro de Información, en la sobremesa de un almuerzo en el club de prensa de la calle del Pinar.
"- Stalin viaja con frecuencia y no se dan explicaciones de dónde va. Pero nosotros lo sabemos. Se va a la República de Azerbeiján, y allí, en un pozo abandonado de las perforaciones petrolíferas, se le aparece el Diablo que surge de las profundidades de la tierra. Stalin recibe las instrucciones diabólicas sobre cuanto ha de hacer en política. Las sigue al pie de la letra y esto explica sus éxitos pasajeros."
Pasajeros, naturalmente. Las puertas del infierno - situadas circunstancialmente en un pozo petrolífero de Bakú - no prevalecerán. Por eso podía mantenerse un cierto optimismo. Dios, finalmente, no dejaría nunca triunfar al malo. A partir de unas ciertas creencias, esto es axiomático. Don Gabriel Arias Salgado fue el Ministro de Información que dio la orden de minimizar la noticia de la muerte de Stalin.
![[Img #59799]](http://canarias-semanal.org/upload/images/10_2019/1914_arias.jpg)
La censura, normalmente, no daba explicaciones de sus órdenes. Incluso parece que los censores que entraban en comunicación con los periódicos tenían instrucciones severas de no dar nunca la motivación. A veces se producían pequeñas indiscreciones, pero nada más. El enigma de la minimización de la noticia de la muerte de Stalin tuvo, sin embargo, que trascender. Tenía una lógica. Anunciar que la muerte de Stalin podía producir cambios históricos tenía numerosas contraindicaciones.
Por ejemplo, por comparación: el régimen español había sido creado por Franco pero trascendería después de Franco, porque los hombres fundamentales crean un régimen que les sobrevive después de muertos. Y por conveniencia: si España era un baluarte frente al comunismo soviético, y el comunismo soviético podía desaparecer tras la muerte de Stalin, España desaparecería también como baluarte —no sería necesario— lo cual podría ser perjudicial para los intereses nacionales. Podría influir, supongo, la idea madre del pozo de Bakú. Si el Diablo asomaba allí su cornamenta para dar instrucciones a los comunistas, es de suponer que igual le daría hacerlo personalmente con Stalin, a pesar del excelente satanismo receptivo de éste, o de cualquiera de sus sucesores. Todo ello suena hoy a ingenuidad, y en algunos de los ejemplos expuestos a profunda estulticia. Pero la realidad es que funcionaba así.
Y todo el mundo conoció las razones de por qué el Ministerio de Información obligaba a reducir el valor de la noticia de la muerte de Stalin. No todo el mundo, realmente. Una persona no se enteró nunca nunca: el General Franco. Poco tiempo después de estos hechos, Franco recibió en audiencia a una comisión de periodistas que, entre ritos de presentación y de tributo de homenajes y agradecimientos —era frecuente, entonces, agradecer al General Franco todos sus esfuerzos en pro de la dignificación de la profesión periodística, esfuerzos y resultados que no viene al caso comentar aquí— pretendían colocarle los problemas de la profesión, reducidos concretamente a uno: los periódicos se vendían poco, la industria periodística estaba en crisis. Parece ser que el General Franco tenía una habilidad extraordinaria en no escuchar quejas engorrosas, o en desviarlas y adelantarse a ellas. En aquel caso, según alguno de los testigos interlocutores, Franco revirtió la culpabilidad de la situación sobre los propios periodistas que no sabían fabricar buenos periódicos, interesantes periódicos. Trataba así de desviar el tema de la censura, que veía surgir. Y explicó:
- Recientemente, me ha asombrado ver el poco interés que han dado ustedes a la noticia de la muerte de Stalin. Era un acontecimiento de primera magnitud, hubiera hecho vender miles y miles de ejemplares de los periódicos, y sin embargo ninguno ha sabido sacarle punta. ¡Y no me dirán ustedes que se lo prohibió la censura!
Efectivamente, nadie se lo dijo, a pesar de que todos conocían la prohibición. Había dificultades en negar a Franco algo que él aseguraba vehemente. El General continuó su lección de periodismo explicando lo que sabía de Stalin: que era pequeño de estatura y llevaba plantillas y botas de alza para aparentar que era más alto, y otra serie de anécdotas que a él le parecían eminentemente periodísticas. El tema de la censura quedó olvidado en aquella conversación, y Franco quedó con la sensación de que los periodistas, en efecto, no sabían hacer periódicos. No puedo garantizar la exactitud de las palabras de Franco que transcribo. Las he oído en versiones muy parecidas, pero yo no estaba presente. Sí estaba presente, sin embargo, en otra ocasión en que el mismo tema de la escasa venta de los periódicos españoles se planteó ante el Ministro Arias Salgado.
Sin embargo, nadie parecía muy decidido a exponer la causa original. Se hablaba de la concurrencia de la radio y de sus boletines de información —entonces no había televisión—, de la escasez de papel... Alguien, finalmente, se atrevió a mencionar la censura. Don Gabriel Arias Salgado sonrió con su aire paternal, como si esperase la cuestión, y respondió:
- "La censura... Puede, sí, que haga algún daño a las empresas y a los periodistas. Pero, a cambio, ¡hace tanto bien! Tengo datos concretos. Por ejemplo, desde que se implantó en España ha descendido vertiginosamente la masturbación... Lo sabía, - aclaró- , por estadísticas de confesionario."
La realidad es que la identificación de Stalin y el comunismo, soviético o no, con el Mal absoluto, y concretamente con el Demonio, no era una cuestión de la niñería política española. Era un tema de Occidente. Lo había proclamado el propio Churchill al sellar su alianza de guerra con Stalin:
«Nos aliamos con el demonio...»."
VÍDEO: EL IMPACTO DE LA MUERTE DE STALIN EN LA UNIÓN SOVIÉTICA
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL
Eduardo Haro Tecglen fue un célebre periodista español que dirigió publicaciones tan conocidas como "Tiempo de Historia" o el semanario "Triunfo". Sin embargo, con anterioridad, - Haro había nacido en 1924 - colaboró intensamente con la llamada Prensa del Movimiento durante la dictadura de Franco.
El contenido de sus artículos no difería en nada, o casi nada, de aquellos otros que en régimen de monopolio ocupaban los espacios de la prensa del Régimen franquista. Es decir, Eduardo Haro que con rigor histórico se puede afirmar que colaboró intelectualmente con la dictadura.
Posteriormente, Haro Tecglen evolucionó en sus posiciones políticas hacia posturas más progresistas, encabezando algunos proyectos editoriales de izquierdas, como fueron las revistas citadas.
El hecho de que Haro Tecglen desempeñara puestos directivos en los principales periódicos españoles de las décadas de los 40 y 50, le facilitó conocer desde dentro y con profundidad los mecanismos de control y de censura ejercidos desde el Ministerio de Información y Turismo, con cuyos organismos tuvo una estrecha relación.
Esa "cotidianidad laboral" estrecha con la alta jerarquía de la propaganda franquista, le permitió a este excelente escritor y periodista recoger los aspectos más cómicos y paradójicos del estado de esquizofrenia política que se vivía en esas altas esferas del Régimen de Franco.
En marzo del año 1978, en la revista especializada en temas históricos, "Tiempo de Historia", Eduardo Haro Tecglen, escribió un artículo titulado "Stalin y sus fantasmas", que ahora después de cuatro décadas, hemos rescatado para delicia y disfrute de los lectores de Canarias semanal.
En él, Haro describe el clima de tensión y contradicciones que se vivió en el mundo de los medios españoles de comunicación escrita, a resultas de la repentina muerte del Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, José Stalin. El artículo no tiene desperdicios. Pone de manifiesto aspectos inverosímiles que se daban con toda naturalidad en las instancias políticas del régimen, que además de dramáticos pueden resultar hasta cómicos.
Dada la extensión del artículo de Haro Teglen, hemos procedido a resumirlo, dejando intactas las partes esenciales del mismo.
LOS FANTASMAS DE STALIN, POR DUARDO HARO TEGLEN
"El 5 de marzo de 1953 la Dirección General de Prensa hizo una llamada a los diarios madrileños. Daba una noticia y una orden: Stalin había muerto y los periódicos debían ser lacónicos en la información y en el comentario. Las instrucciones eran bastante concretas: el número de columnas a que debía titularse la información en primera página, la cantidad de fotografías con que podía ilustrarse. La cantidad de información no tenía porqué indicarse: procedía exclusivamente de la Agencia EFE, controlada por el Estado, y por lo tanto la fuente se dirigía y controlaba ya en su origen. La orden produjo consternación. Se consideraba, razonablemente, una noticia trascendental.
En los periódicos españoles se sabía ya que la forma oficial de tratar todas las informaciones procedentes de la URSS era la de minimizarlas, o incluso negarlas. Por ejemplo, cuando en septiembre de 1949 la URSS anunció que había hecho estallar su primera bomba atómica, rompiendo el monopolio de los Estados Unidos, el General Franco hizo unas declaraciones en las que emitía la posibilidad de que en realidad los rusos hubieran hecho una fortísima explosión de trilita para simular que estaban en posesión del arma atómica.
Años más tarde, el 4 de octubre de 1957, los soviéticos pusieron en órbita el primer satélite artificial de la historia de la humanidad, el Sputnik. El comentarista oficioso de la política internacional del régimen, don Pedro Gómez Aparicio, mantuvo que era una simulación.
Soy testigo e interlocutor de una conversación mantenida en el antedespacho del director general de prensa, don Juan Aparicio, en la que en espera de ser recibido don Pedro explicaba su tesis:
"-Bip, bip, bip... Esa es la señal que está oyendo todo el mundo y ellos dicen que viene del espacio exterior. Pero en realidad es una emisora de radio normal y corriente la que la trasmite, para dar esa sensación..."
La doctrina española en torno a la Unión Soviética estaba basada en estas ideas que procedían sin duda de un análisis concreto de la realidad, ajustado a unos datos: solamente que el punto de partida era enteramente erróneo y, por lo tanto, conducía hacia el desbarre. El punto de partida era el de que la URSS no era más que un inmenso territorio de nieve y barro, hundido en la pobreza, y que la doctrina comunista había acabado con toda posibilidad técnica, científica y cultural. Sobre todo, la comparación con los Estados Unidos era prácticamente imposible.
No se podía concebir que de una nación en ruinas—sobre todo, después de la devastación de la guerra— pudiera surgir el primer satélite artificial de la humanidad. La cuestión de la bomba atómica se había ido explicando por una cuestión de pillaje.
Los soviéticos habían capturado a los sabios alemanes que estaban a punto de crear el «arma absoluta» —como se consideraba entonces— y los habían obligado a trabajar para ellos. En realidad, esto era lo que habían hecho los Estados Unidos con Von Braun y su equipo humano y material.
Sin embargo, los propios propagadores de esta doctrina de las falsificaciones científicas soviéticas, en la que sin duda muchos de ellos creían de buena fe, se encontraban a sí mismos en contradicciones importantes.
¿Cómo era posible que este país atrasado y destruido, conducido por un personaje torvo y torpe, aniquilador del pensamiento, y con una doctrina enteramente negativa, pudiera obtener una serie de éxitos internacionales? ¿De dónde salía esa extraña capacidad? De un pozo de Bakú. La explicación se la escuché personalmente a don Gabriel Arias Salgado, Ministro de Información, en la sobremesa de un almuerzo en el club de prensa de la calle del Pinar.
"- Stalin viaja con frecuencia y no se dan explicaciones de dónde va. Pero nosotros lo sabemos. Se va a la República de Azerbeiján, y allí, en un pozo abandonado de las perforaciones petrolíferas, se le aparece el Diablo que surge de las profundidades de la tierra. Stalin recibe las instrucciones diabólicas sobre cuanto ha de hacer en política. Las sigue al pie de la letra y esto explica sus éxitos pasajeros."
Pasajeros, naturalmente. Las puertas del infierno - situadas circunstancialmente en un pozo petrolífero de Bakú - no prevalecerán. Por eso podía mantenerse un cierto optimismo. Dios, finalmente, no dejaría nunca triunfar al malo. A partir de unas ciertas creencias, esto es axiomático. Don Gabriel Arias Salgado fue el Ministro de Información que dio la orden de minimizar la noticia de la muerte de Stalin.
La censura, normalmente, no daba explicaciones de sus órdenes. Incluso parece que los censores que entraban en comunicación con los periódicos tenían instrucciones severas de no dar nunca la motivación. A veces se producían pequeñas indiscreciones, pero nada más. El enigma de la minimización de la noticia de la muerte de Stalin tuvo, sin embargo, que trascender. Tenía una lógica. Anunciar que la muerte de Stalin podía producir cambios históricos tenía numerosas contraindicaciones.
Por ejemplo, por comparación: el régimen español había sido creado por Franco pero trascendería después de Franco, porque los hombres fundamentales crean un régimen que les sobrevive después de muertos. Y por conveniencia: si España era un baluarte frente al comunismo soviético, y el comunismo soviético podía desaparecer tras la muerte de Stalin, España desaparecería también como baluarte —no sería necesario— lo cual podría ser perjudicial para los intereses nacionales. Podría influir, supongo, la idea madre del pozo de Bakú. Si el Diablo asomaba allí su cornamenta para dar instrucciones a los comunistas, es de suponer que igual le daría hacerlo personalmente con Stalin, a pesar del excelente satanismo receptivo de éste, o de cualquiera de sus sucesores. Todo ello suena hoy a ingenuidad, y en algunos de los ejemplos expuestos a profunda estulticia. Pero la realidad es que funcionaba así.
Y todo el mundo conoció las razones de por qué el Ministerio de Información obligaba a reducir el valor de la noticia de la muerte de Stalin. No todo el mundo, realmente. Una persona no se enteró nunca nunca: el General Franco. Poco tiempo después de estos hechos, Franco recibió en audiencia a una comisión de periodistas que, entre ritos de presentación y de tributo de homenajes y agradecimientos —era frecuente, entonces, agradecer al General Franco todos sus esfuerzos en pro de la dignificación de la profesión periodística, esfuerzos y resultados que no viene al caso comentar aquí— pretendían colocarle los problemas de la profesión, reducidos concretamente a uno: los periódicos se vendían poco, la industria periodística estaba en crisis. Parece ser que el General Franco tenía una habilidad extraordinaria en no escuchar quejas engorrosas, o en desviarlas y adelantarse a ellas. En aquel caso, según alguno de los testigos interlocutores, Franco revirtió la culpabilidad de la situación sobre los propios periodistas que no sabían fabricar buenos periódicos, interesantes periódicos. Trataba así de desviar el tema de la censura, que veía surgir. Y explicó:
- Recientemente, me ha asombrado ver el poco interés que han dado ustedes a la noticia de la muerte de Stalin. Era un acontecimiento de primera magnitud, hubiera hecho vender miles y miles de ejemplares de los periódicos, y sin embargo ninguno ha sabido sacarle punta. ¡Y no me dirán ustedes que se lo prohibió la censura!
Efectivamente, nadie se lo dijo, a pesar de que todos conocían la prohibición. Había dificultades en negar a Franco algo que él aseguraba vehemente. El General continuó su lección de periodismo explicando lo que sabía de Stalin: que era pequeño de estatura y llevaba plantillas y botas de alza para aparentar que era más alto, y otra serie de anécdotas que a él le parecían eminentemente periodísticas. El tema de la censura quedó olvidado en aquella conversación, y Franco quedó con la sensación de que los periodistas, en efecto, no sabían hacer periódicos. No puedo garantizar la exactitud de las palabras de Franco que transcribo. Las he oído en versiones muy parecidas, pero yo no estaba presente. Sí estaba presente, sin embargo, en otra ocasión en que el mismo tema de la escasa venta de los periódicos españoles se planteó ante el Ministro Arias Salgado.
Sin embargo, nadie parecía muy decidido a exponer la causa original. Se hablaba de la concurrencia de la radio y de sus boletines de información —entonces no había televisión—, de la escasez de papel... Alguien, finalmente, se atrevió a mencionar la censura. Don Gabriel Arias Salgado sonrió con su aire paternal, como si esperase la cuestión, y respondió:
- "La censura... Puede, sí, que haga algún daño a las empresas y a los periodistas. Pero, a cambio, ¡hace tanto bien! Tengo datos concretos. Por ejemplo, desde que se implantó en España ha descendido vertiginosamente la masturbación... Lo sabía, - aclaró- , por estadísticas de confesionario."
La realidad es que la identificación de Stalin y el comunismo, soviético o no, con el Mal absoluto, y concretamente con el Demonio, no era una cuestión de la niñería política española. Era un tema de Occidente. Lo había proclamado el propio Churchill al sellar su alianza de guerra con Stalin:
«Nos aliamos con el demonio...»."
VÍDEO: EL IMPACTO DE LA MUERTE DE STALIN EN LA UNIÓN SOVIÉTICA
maribel santana | Lunes, 14 de Octubre de 2019 a las 02:07:05 horas
VIVA STALIN....
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