
COLOMBIA, EL REINO DE LA VIOLENCIA
A propósito de las recientes masacres de civiles
¿De qué manera podrían abordarse las matanzas perpetradas la pasada semana en Colombia, sin caer en la psicologización del acontecimiento, como habitualmente se hace desde el discurso político y los medios de comunicación?
Por CARLOS RAFAEL RODRÍGUEZ PARA CANARIAS SEMANAL. ORG.-
La pasada semana tres masacres tuvieron lugar en Colombia. La primera de ellas el 11 de agosto, cuando fueron asesinados cinco niños en la ciudad de Cali. La segunda, dos indígenas que resultaron muertos durante un desalojo de tierras en Corinto, Cauca a manos de la Fuerza Armada; y la tercera, el 15 de agosto, cuando fueron ejecutadas nueve jóvenes en el estado Nariño.
El absurdo asesinato de estas personas ha conmocionado a la sociedad colombiana. Muchas han sido las muestras de condena ante tan abominables crímenes. Desde los familiares de las víctimas exigiendo justicia hasta las manifestaciones de conocidos representantes políticos.
Entre ellas, destaca el pronunciamiento del expresidente de Colombia Ernesto Samper, quien se preguntó si su país había regresado a la guerra tras valorar las tres masacres de la pasada semana.
Sin embargo, más allá de las lógicas manifestaciones de conmoción y los cuestionamientos a la gestión de actual presidente, Iván Duque, las expresiones predominantes se han desarrollado en el plano convencional.
En su mayoría, los análisis acerca de la violencia se quedan despolitizados, cuando se reduce este complejo fenómeno al ámbito privado de los individuos perpetradores. Una perspectiva proveniente de la psicología institucional, donde la violencia queda subsumida en lo conductual y en los perfiles de personalidad, ajenos por completo a lo extra psicológico. Es decir, que pese a que la violencia exista en los planos económico, social, cultural y político, los profesionales de la psicología institucionalizada la circunscriben al plano psicológico.
Sin embargo, existen vínculos esenciales, y no simples casualidades, en estas matanzas. Factores que, como apunta el psicólogo y filósofo marxista David Pavón Cuellar, pasan por alto estas pretendidas explicaciones reduccionistas y que, no obstante, dan verdadero sentido a fenómenos de esta naturaleza:
“Es muy probable - apunta Pavón Cuellar - que el padre ausente sea uno que no cumple con su responsabilidad paterna y que la madre no pueda educar a su hijo de la mejor manera porque debe trabajar dos turnos. Todo esto se explica por el patriarcado, por el capitalismo, que es el lugar en el que en serio se origina la violencia”.
Pero hay algo todavía más complejo, y es que la violencia tiene que ver también con las formas simbólicas con la que los sujetos se representan al otro en las sociedades de clase: normalmente, desvalorizado, excluido, inexistente, deshumanizado.
Existe este tipo de violencia extrema porque los asesinos han sido producidos por ciertos “valores culturales, normas, actitudes deseables, sistemas educativos, que favorecen el egoísmo y la competitividad, reproducen un perfil de personalidad individualizado y suponen que los fines justifican los medios”.
Sin embargo, la psicología institucional, al intentar responder sobre las causas que llevan a estos sujetos a valerse de la violencia y asesinar fríamente apunta siempre a "problemas" de índole individual.
Como destaca Pavón Cuellar, para esta psicología el "problema" está en mi propia "trayectoria" y no en la educación. En "mi hiperactividad" y no en la incapacidad de la sociedad para canalizar, sin explotar, mi fuerza vital. Se encuentra en "mi aprendizaje" y no en lo aprendido.
En mi depresión y no en el desempleo, en mi resentimiento autodestructivo y no en los destructivos abusos de nuestros patrones y gobernantes, en mi timidez y no en mis años de miseria, en mi envidia y no en la desigualdad, en mi soledad y no en los embates neoliberales contra la comunidad, en mis fracasos y no en todo lo que me ha indicado que debo fracasar”.
Esta corriente teórica ofrece, en definitiva, interpretaciones marcadamente psicologistas que, precisamente por ignorar el ambiente y los factores sociales en los que se conforma cualquier subjetividad, contribuyen a mantener ocultos los orígenes y las causas de la violencia que dice querer explicar.
Una falencia teórica que, obviamente, no es fruto de la mera casualidad.
Por CARLOS RAFAEL RODRÍGUEZ PARA CANARIAS SEMANAL. ORG.-
La pasada semana tres masacres tuvieron lugar en Colombia. La primera de ellas el 11 de agosto, cuando fueron asesinados cinco niños en la ciudad de Cali. La segunda, dos indígenas que resultaron muertos durante un desalojo de tierras en Corinto, Cauca a manos de la Fuerza Armada; y la tercera, el 15 de agosto, cuando fueron ejecutadas nueve jóvenes en el estado Nariño.
El absurdo asesinato de estas personas ha conmocionado a la sociedad colombiana. Muchas han sido las muestras de condena ante tan abominables crímenes. Desde los familiares de las víctimas exigiendo justicia hasta las manifestaciones de conocidos representantes políticos.
Entre ellas, destaca el pronunciamiento del expresidente de Colombia Ernesto Samper, quien se preguntó si su país había regresado a la guerra tras valorar las tres masacres de la pasada semana.
Sin embargo, más allá de las lógicas manifestaciones de conmoción y los cuestionamientos a la gestión de actual presidente, Iván Duque, las expresiones predominantes se han desarrollado en el plano convencional.
En su mayoría, los análisis acerca de la violencia se quedan despolitizados, cuando se reduce este complejo fenómeno al ámbito privado de los individuos perpetradores. Una perspectiva proveniente de la psicología institucional, donde la violencia queda subsumida en lo conductual y en los perfiles de personalidad, ajenos por completo a lo extra psicológico. Es decir, que pese a que la violencia exista en los planos económico, social, cultural y político, los profesionales de la psicología institucionalizada la circunscriben al plano psicológico.
Sin embargo, existen vínculos esenciales, y no simples casualidades, en estas matanzas. Factores que, como apunta el psicólogo y filósofo marxista David Pavón Cuellar, pasan por alto estas pretendidas explicaciones reduccionistas y que, no obstante, dan verdadero sentido a fenómenos de esta naturaleza:
“Es muy probable - apunta Pavón Cuellar - que el padre ausente sea uno que no cumple con su responsabilidad paterna y que la madre no pueda educar a su hijo de la mejor manera porque debe trabajar dos turnos. Todo esto se explica por el patriarcado, por el capitalismo, que es el lugar en el que en serio se origina la violencia”.
Pero hay algo todavía más complejo, y es que la violencia tiene que ver también con las formas simbólicas con la que los sujetos se representan al otro en las sociedades de clase: normalmente, desvalorizado, excluido, inexistente, deshumanizado.
Existe este tipo de violencia extrema porque los asesinos han sido producidos por ciertos “valores culturales, normas, actitudes deseables, sistemas educativos, que favorecen el egoísmo y la competitividad, reproducen un perfil de personalidad individualizado y suponen que los fines justifican los medios”.
Sin embargo, la psicología institucional, al intentar responder sobre las causas que llevan a estos sujetos a valerse de la violencia y asesinar fríamente apunta siempre a "problemas" de índole individual.
Como destaca Pavón Cuellar, para esta psicología el "problema" está en mi propia "trayectoria" y no en la educación. En "mi hiperactividad" y no en la incapacidad de la sociedad para canalizar, sin explotar, mi fuerza vital. Se encuentra en "mi aprendizaje" y no en lo aprendido.
En mi depresión y no en el desempleo, en mi resentimiento autodestructivo y no en los destructivos abusos de nuestros patrones y gobernantes, en mi timidez y no en mis años de miseria, en mi envidia y no en la desigualdad, en mi soledad y no en los embates neoliberales contra la comunidad, en mis fracasos y no en todo lo que me ha indicado que debo fracasar”.
Esta corriente teórica ofrece, en definitiva, interpretaciones marcadamente psicologistas que, precisamente por ignorar el ambiente y los factores sociales en los que se conforma cualquier subjetividad, contribuyen a mantener ocultos los orígenes y las causas de la violencia que dice querer explicar.
Una falencia teórica que, obviamente, no es fruto de la mera casualidad.
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