
LOS DUEÑOS DEL AGRO Y LA ALIMENTACIÓN MUNDIAL
Un puñado de multinacionales dedice cómo se alimenta la población, cómo enferma y cómo empobrece
Un puñado de empresas de Estados Unidos, Europa y China decide qué produce el agro mundial, cómo se alimenta la población y, al mismo tiempo, cómo se enferma y empobrece. Son algunas de las definiciones del “Altas del agronegocio”,
Por DARÍO ARANDA / PÁGINA 12
Un puñado de empresas de Estados Unidos, Europa y China decide qué produce el agro mundial, cómo se alimenta la población y, al mismo tiempo, cómo se enferma y empobrece. Son algunas de las definiciones del “Altas del agronegocio”, una investigación de fundaciones alemanas que denuncia con nombres propios el accionar de las compañías y la complicidad de los gobiernos. El trabajo también derriba el mito de las multinacionales agrícolas: “El agronegocio (de transgénicos y agrotóxicos) no puede conservar al medio ambiente ni la subsistencia de productores, y tampoco puede alimentar al mundo”.
La investigación denuncian el accionar de las empresas del agro, cerealeras, multinacionales de la alimentación y supermercados. De Alemania apuntan al accionar de Bayer y Basf; de Estados Unidos a Bunge, Cargill, Coca Cola, Dow, DuPont, Kraft y Monsanto. De Gran Bretaña a la multinacional Unilever; de Franca a Danone y Carrefour; de China a ChemChina y Cofco; de Suiza a Glencore, Nestlé y Syngenta; de Países Bajos a Louis Dreyfus y Nidera. De Argentina aparecen las empresas Los Grobo, Don Mario, Biosidus y Cencosud (Vea, Jumbo y Disco), entre otras.
El trabajo fue realizado por las fundaciones Heinrich Böll, Rosa Luxemburgo, Amigos de la Tierra Alemania (BUND), Oxfam Alemania, Germanwatch y Le Monde Diplomatique. Sindica como “el moderno latifundio” al modelo de agronegocio, que desde finales del siglo XX avanzaron con la llamada agricultura industrial, de monocutltivos (principalmente palma aceitera, maíz y soja).
Apunta a cuatro empresas que dominan el mercado de semillas y agrotóxicos: Bayer (que en 2018 cerró la compra de Monsanto), ChemChina-Syngenta, Brevant (Dow y Dupont) y Basf. En 2015 facturaron 85.000 millones de dólares y, según proyecciones de Bayer, llegarán 120.000 millones en 2025.
Cuestiona que las empresas del sector hayan asumido poca responsabilidad por las consecuencias de su accionar, que repercutió en el “el hambre, el cambio climático, la sostenibilidad, la enfermedad y la injusticia”.
La investigación cuenta con un capítulo titulado “La república unida de la soja” (en base a una publicidad de la multinacional Syngenta, que así llamó a Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Brasil). “El papel de Argentina en la promoción del modelo agrícola industrial transgénico fue crucial. Representó la cabecera de playa de esta expansión para la industria semillera y agroquímica mundial”, afirma.
Explica que jugó un rol clave el eje gubernamental. Denuncia la complicidad de la Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia), el Servicio de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), la Secretaría de Agricultura y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). A más de 20 años aprobar la primera soja transgénica, los mismos organismos aún bendicen los transgénicos y agrotóxicos en base a estudios de las mismas empresas que los producen y venden.
El trabajo también denuncia el rol de “pseudo-organizaciones técnicas” que publicitan las bondades del modelo pero ocultan las consecuencias. Señala a la Asociación de Productores de Siembra Directa (Aapresid), Asociación de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea) y las fundaciones Fertilizar y Producir Conservando. Afirma que el modelo agropecuario actual es una “agricultura minera” que extrae nutrientes de los países sudamericanos y genera enormes impactos ambientales.
Precisa el rol de empresas que suelen pasar desapercibidas en el debate del agro mundial: las exportadoras o, como llamó el periodista Dan Morgan, “traficantes de granos”. Cuatro transnacionales dominan el sector: Archer Daniels Midland (ADM), Bunge, Cargill y Louis Dreyfus. Juntas son conocidas como el “Grupo ABCD”. Su participación en el mercado mundial es del 70 por ciento. En los últimos años se sumó al grupo la china Cofco.
El mercado de alimentos también está en muy pocas manos: 50 grupos empresariales facturan la mitad de las ventas mundiales. Las diez principales (sin incluir el sector bebidas) son Nestlé (Suiza), JBS (primer proveedor de carne mundial, de Brasil). Del tercero al sexto lugar son empresas de Estados Unidos: Tyson Foods, Mars, Kraft Heinz, Mondelez. Le siguen Danone (Francia), Unilever (Gran bretaña) y las estadounidenses General Mills y Smithfield.
“Con la expansión de los consorcios multinacionales se modifican los hábitos alimenticios. Los alimentos poco procesados son sustituidos por los ultraprocesados. El sobrepeso, la diabetes y las enfermedades crónicas son sólo algunas de las consecuencias”, alerta la investigación, que se presentó en Europa, Brasil y Argentina, y contó con la participación local del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (Gepama) de la UBA.
También destaca la urgente necesidad de fortalecer mediante políticas públicas la agroecología (un modelo sin transgénicos ni agrotóxicos, con rol protagónico de campesinos, indígenas y pequeños productores) y resalta dos acciones históricos contra las multinacionales: el boicot mundial contra Nestlé (entre 1977 y 1984) por su engañosa publicidad de leche en polvo para bebés y la lucha de los pueblos fumigados de Argentina, que son la prueba viva de los impactos de los agrotóxicos en la salud y al mismo tiempo impulsan modelos de producción sin venenos. Recuerda la epopeya de la localidad de Malvinas Argentinas (Córdoba), que luego de cuatro años de resistencia echó a Monsanto de su territorio.
Por DARÍO ARANDA / PÁGINA 12
Un puñado de empresas de Estados Unidos, Europa y China decide qué produce el agro mundial, cómo se alimenta la población y, al mismo tiempo, cómo se enferma y empobrece. Son algunas de las definiciones del “Altas del agronegocio”, una investigación de fundaciones alemanas que denuncia con nombres propios el accionar de las compañías y la complicidad de los gobiernos. El trabajo también derriba el mito de las multinacionales agrícolas: “El agronegocio (de transgénicos y agrotóxicos) no puede conservar al medio ambiente ni la subsistencia de productores, y tampoco puede alimentar al mundo”.
La investigación denuncian el accionar de las empresas del agro, cerealeras, multinacionales de la alimentación y supermercados. De Alemania apuntan al accionar de Bayer y Basf; de Estados Unidos a Bunge, Cargill, Coca Cola, Dow, DuPont, Kraft y Monsanto. De Gran Bretaña a la multinacional Unilever; de Franca a Danone y Carrefour; de China a ChemChina y Cofco; de Suiza a Glencore, Nestlé y Syngenta; de Países Bajos a Louis Dreyfus y Nidera. De Argentina aparecen las empresas Los Grobo, Don Mario, Biosidus y Cencosud (Vea, Jumbo y Disco), entre otras.
El trabajo fue realizado por las fundaciones Heinrich Böll, Rosa Luxemburgo, Amigos de la Tierra Alemania (BUND), Oxfam Alemania, Germanwatch y Le Monde Diplomatique. Sindica como “el moderno latifundio” al modelo de agronegocio, que desde finales del siglo XX avanzaron con la llamada agricultura industrial, de monocutltivos (principalmente palma aceitera, maíz y soja).
Apunta a cuatro empresas que dominan el mercado de semillas y agrotóxicos: Bayer (que en 2018 cerró la compra de Monsanto), ChemChina-Syngenta, Brevant (Dow y Dupont) y Basf. En 2015 facturaron 85.000 millones de dólares y, según proyecciones de Bayer, llegarán 120.000 millones en 2025.
Cuestiona que las empresas del sector hayan asumido poca responsabilidad por las consecuencias de su accionar, que repercutió en el “el hambre, el cambio climático, la sostenibilidad, la enfermedad y la injusticia”.
La investigación cuenta con un capítulo titulado “La república unida de la soja” (en base a una publicidad de la multinacional Syngenta, que así llamó a Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Brasil). “El papel de Argentina en la promoción del modelo agrícola industrial transgénico fue crucial. Representó la cabecera de playa de esta expansión para la industria semillera y agroquímica mundial”, afirma.
Explica que jugó un rol clave el eje gubernamental. Denuncia la complicidad de la Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia), el Servicio de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), la Secretaría de Agricultura y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). A más de 20 años aprobar la primera soja transgénica, los mismos organismos aún bendicen los transgénicos y agrotóxicos en base a estudios de las mismas empresas que los producen y venden.
El trabajo también denuncia el rol de “pseudo-organizaciones técnicas” que publicitan las bondades del modelo pero ocultan las consecuencias. Señala a la Asociación de Productores de Siembra Directa (Aapresid), Asociación de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea) y las fundaciones Fertilizar y Producir Conservando. Afirma que el modelo agropecuario actual es una “agricultura minera” que extrae nutrientes de los países sudamericanos y genera enormes impactos ambientales.
Precisa el rol de empresas que suelen pasar desapercibidas en el debate del agro mundial: las exportadoras o, como llamó el periodista Dan Morgan, “traficantes de granos”. Cuatro transnacionales dominan el sector: Archer Daniels Midland (ADM), Bunge, Cargill y Louis Dreyfus. Juntas son conocidas como el “Grupo ABCD”. Su participación en el mercado mundial es del 70 por ciento. En los últimos años se sumó al grupo la china Cofco.
El mercado de alimentos también está en muy pocas manos: 50 grupos empresariales facturan la mitad de las ventas mundiales. Las diez principales (sin incluir el sector bebidas) son Nestlé (Suiza), JBS (primer proveedor de carne mundial, de Brasil). Del tercero al sexto lugar son empresas de Estados Unidos: Tyson Foods, Mars, Kraft Heinz, Mondelez. Le siguen Danone (Francia), Unilever (Gran bretaña) y las estadounidenses General Mills y Smithfield.
“Con la expansión de los consorcios multinacionales se modifican los hábitos alimenticios. Los alimentos poco procesados son sustituidos por los ultraprocesados. El sobrepeso, la diabetes y las enfermedades crónicas son sólo algunas de las consecuencias”, alerta la investigación, que se presentó en Europa, Brasil y Argentina, y contó con la participación local del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (Gepama) de la UBA.
También destaca la urgente necesidad de fortalecer mediante políticas públicas la agroecología (un modelo sin transgénicos ni agrotóxicos, con rol protagónico de campesinos, indígenas y pequeños productores) y resalta dos acciones históricos contra las multinacionales: el boicot mundial contra Nestlé (entre 1977 y 1984) por su engañosa publicidad de leche en polvo para bebés y la lucha de los pueblos fumigados de Argentina, que son la prueba viva de los impactos de los agrotóxicos en la salud y al mismo tiempo impulsan modelos de producción sin venenos. Recuerda la epopeya de la localidad de Malvinas Argentinas (Córdoba), que luego de cuatro años de resistencia echó a Monsanto de su territorio.
Rafael Domínguez Losada | Miércoles, 06 de Marzo de 2019 a las 21:12:47 horas
Acabo de hacer el siguiente comentario a otra página vuestra:
Una forma de acabar con la esclavitud que supone ir de compras, almacenarlas, elaborar las comidas y volver a recoger los utensilios sería vivir en régimen de alta hostelería, lo que además sería mucho más señorial.
En vez de construir edificios para viviendas familiares, cabría reformar estos mediante los proyectos más adecuados por arquitectos para la reconversión y, en adelante, construir hoteles con apartamentos insonorizados con su respectivo dormitorio ¿matrimonial?, sanitarios, ropero y vestidor, y estudio (conectado a la Internet por cable para evitar las radiaciones wifi); apartamentos que se podrían comunicar por la parte exterior o balcones a fin de mantener unidas las familias y posibilitar que la gente más joven y sana pueda cuidar de sus niños y mayores, ya que así se podrían aislar apartamentos o grupos de estos como mejor proceda mediante mamparas móviles.
Por otra parte decir que sería innecesaria la fabricación de tantos electrodomésticos ˗frigoríficos, cocinas, lavadoras, etc.-, implementando en dichos hoteles lavandería industrial y comiendo en bufé autoservicio abastecido por restauradores gastronómicos de alta escuela mediante preferentemente productos locales de época, en amplios restaurantes con mamparas móviles (a efectos de crear reservados no claustrofóbicos porque fuesen opacos en su parte inferior y traslúcidos en la superior, a fin de proporcionar así suficiente intimidad a individuos, familias, o grupos por ejemplo con motivo de banquetes).
Pero es que además mediante sanitarios con váter seco se podría reciclar toda materia orgánica en lombricomposteras para la obtención de humus y lixiviados con los que abonar de forma orgánica, así como enorme cantidad de lombrices para saneamiento del suelo y alimento sumamente indicado para las aves (pollos, ponedoras etc.) y en consecuencia evitar la pestilencia de las depuradoras.
Pero en esa señorial economía de tiempo y medios habría que tener en consideración que los supermercados dejarían de ser en enorme medida o totalmente innecesarios y que incluso si alguno fuese necesario se podría sustituir por plazas de abasto igualmente surtidas por productos locales de época y ecológicos, en vez de tanta porquería con la que surten los actuales supermercados e inherentes transportes innecesarios. En vez de vivir en una economía de la deuda (al BM, FMI, BCE, etc.), deberíamos vivir en una economía productiva debidamente planificada con la que superar esta falsa libertad tan antieconómica y esclavista.
Me paro en breve sin llegar a exponer en detalle cómo debería de ser la producción agropecuaria que nos permitiera comer sano y equilibrado, al tiempo de recuperar incluso áreas desérticas o en proceso de desertificación, sin más que vivir como preconizo: servirse en el bufé, etc. y como mucho acercar las bandejas a los carritos que las llevarían al office para su nueva puesta en servicio.
Esto otro que vivimos supone demasiada esclavitud, de la que nos deberíamos liberar para un ocio educativo y divertente (mejor incluso que el que ya existió en los buenos tiempos antiguos); un ocio que nos posibilitase ver en el estadio un poco todos los días a nuestro jóvenes en bellas confrontaciones artísticas y deportivas de todo tipo; y en el teatro las comedias, dramas y tragedias con las que educar a la humanidad futura (las comedias para estigmatizar con sus risas aquellos comportamientos ridículos en lo que no deba de incurrir el ser humano a fin de no convertirse de cara a los demás en un ser irrisible, los dramas para no fracasar en nuestras vidas sentimentales en tan alto porcentaje, y las tragedias para volver a ser aquellos leones que fuimos en los buenos tiempos antiguos educados por la buena ética antigua que enseñaba que hay que respetar o en su defecto atenerse a las consecuencias: sin necesidad de delegar excesivamente en poderes corruptos: Y ello debería de ser así, en vez de moralizados por milenios mediante las religiones o más actualmente por el poder mediático al uso con que se nos amansa a fin de poder trasquilarnos impunemente como a ovejas y a borregos.
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