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Martes, 30 de Diciembre de 2025 Tiempo de lectura:

DINAMARCA CIERRA LOS SERVICIOS DE CORREOS TRADICIONALES: LA TECNOLOGÍA DEJA FUERA A LOS MÁS DÉBILES

¿Qué implica que un país elimine por completo el correo postal tradicional?

Dinamarca se convierte en el primer país europeo en eliminar completamente el envío de correo en papel. Mientras algunos celebran el avance digital, otros advierten que esta decisión puede dejar fuera a miles de personas que aún dependen de los canales tradicionales. ¿Qué nos dice este cambio sobre el rumbo que están tomando los servicios públicos?

 

 

REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.ORG

 

   A partir de 2026, Dinamarca pasará a la historia como el primer país europeo en eliminar completamente el correo en papel. La noticia, que podría parecer a primera vista un hito de eficiencia y modernidad, encierra también muchas otras claves que merecen una reflexión pausada. Porque cuando un país decide cerrar los buzones, no solo está hablando de tecnología: está tomando una decisión política, económica y social con profundas implicaciones.

 

 

¿UN LOGRO TECNOLÓGICO?

     Según informan las Agencias de prensa internacionales, la medida fue posible gracias a un proceso progresivo de digitalización que se aceleró durante las últimas dos décadas. Ya en el 2024, el volumen de cartas enviadas en Dinamarca se había reducido en más del 90% en comparación con los primeros años del siglo XXI. La mayor parte de la población –incluidas instituciones públicas y privadas– se había adaptado ya al uso de medios digitales para comunicarse. El papel, simplemente, fue desapareciendo.

 

"La digitalización deja de ser una herramienta al servicio de las personas para convertirse en una exigencia impuesta"

 

    Este cambio, sin duda, tiene aspectos positivos. Desde el punto de vista ecológico, podría interpretarse como una forma de reducir el uso de papel y, por tanto, de talas de árboles. Desde la óptica de la eficiencia estatal, también parece tener sentido: mantener la infraestructura de distribución postal cuesta millones que ahora podrán destinarse a otros fines.

 

     Pero reducir esta decisión únicamente a una cuestión técnica o ambiental sería un error.

 

¿QUIÉN QUEDA FUERA?

      El correo en papel no solo era una forma de enviar cartas. También era una herramienta de integración. Permitía que cualquier persona, incluso sin acceso a internet, pudiera recibir una cita médica, una notificación judicial o una comunicación de su banco. Al eliminarse esta vía, se genera una nueva barrera para muchas personas que, por edad, condición económica o situación social, no están completamente insertas en el mundo digital.

 

     Y esto no es un fenómeno marginal. Incluso en países con una  altísima conectividad como Dinamarca, existen sectores de la población –personas mayores, inmigrantes, trabajadores precarios– que no tienen un acceso real y permanente a medios digitales. Para ellos, este cambio implica algo más que adaptarse a una nueva herramienta: puede significar su desconexión del mundo institucional.

 

    Por poner un ejemplo más cercano, imaginemos a una persona de 80 años que vive sola en un pequeño pueblo y no usa correo electrónico. Si su única forma de recibir información oficial era a través del buzón, ¿quién se encargará ahora de asegurar que siga recibiendo lo que necesita?

 

UN CAMBIO QUE RESPONDE A UNA LÓGICA MAYOR

     Este tipo de transformaciones suelen presentarse como inevitables. “Es el progreso”, nos dicen. Pero, si rascamos un poco, veremos que en realidad responden a decisiones deliberadas insertas en un marco mucho más amplio: la transformación del Estado y de los servicios públicos bajo criterios de rentabilidad y eficiencia.

 

    En otras palabras, lo que se busca no es solo modernizar el sistema, sino reducir costes, recortar plantillas y transformar la relación entre ciudadanía e instituciones. La digitalización deja de ser una herramienta al servicio de las personas para convertirse en una exigencia impuesta. Quien no se adapte, queda al margen.

 

    Y esto no es exclusivo de Dinamarca. Desde hace años, en muchos países europeos se vienen eliminando oficinas bancarias, cerrando sucursales de correos y obligando a hacer trámites por internet, incluso a quienes no están preparados para ello. La consecuencia directa es que se amplía la brecha entre “incluidos” y “excluidos” digitales, una nueva forma de desigualdad que no aparece en las estadísticas, pero que pesa en la vida cotidiana.

 

MÁS QUE BUZONES VACÍOS

      Que un país elimine el correo en papel puede parecer un detalle menor, pero es en realidad un síntoma de un proceso más profundo: la redefinición del espacio público en clave empresarial. Un espacio donde los servicios dejan de ser un derecho garantizado para convertirse en prestaciones condicionadas por la lógica de mercado.

 

     Como tantas veces en la historia, los avances tecnológicos no son neutrales. Pueden abrir caminos de emancipación, pero también reforzar mecanismos de exclusión si no van acompañados de políticas públicas que piensen en las mayorías.

 

     En definitiva, Dinamarca no solo está cerrando sus buzones. Está inaugurando una etapa donde el acceso a los derechos puede depender de tener o no un smartphone, una conexión estable, o el conocimiento para navegar por interfaces administrativas cada vez más complejas. Y eso, más que un avance, podría ser el germen de una nueva forma de aislamiento social.   


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