VISADOS: LA LIBERTAD DE MOVIMIENTO NO ES PARA TODOS: EL CHOQUE ENTRE BRUSELAS Y WASHINGTON
“La UE condena "enérgicamente" la prohibición de visados de Estados Unidos a ciudadanos europeos”
La condena de la Unión Europea a la prohibición de visados impuesta por Estados Unidos ha sido presentada como un desencuentro puntual entre aliados históricos. Sin embargo, más allá del lenguaje diplomático, el episodio deja al descubierto una realidad incómoda: en el orden internacional actual, la movilidad humana no es un derecho, sino un privilegio regulado por intereses económicos y relaciones de poder desiguales.
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.ORG
La “enérgica” condena emitida hace unas horas por parte de Unión Europea a la prohibición de visados impuesta por Estados Unidos a ciudadanos europeos, difundida por Reuters el 24 de diciembre de 2025, puede parecer, a primera vista, un conflicto diplomático más.
Sin embargo, si se mira el tema con cierta atención, este episodio revela algo mucho más profundo: cómo funcionan las relaciones de poder en el capitalismo global y quién decide, en última instancia, quién se mueve libremente y quién no.
Durante décadas, la libre circulación entre Europa y Estados Unidos fue presentada como un símbolo de igualdad entre aliados. Pero, en realidad, esa igualdad siempre fue relativa. En la práctica, el centro real de decisión ha estado del lado estadounidense. La actual restricción de visados no rompe una relación simétrica; lo que hace es mostrar sin disfraces una jerarquía que ya existía.
LA MOVILIDAD COMO PRIVILEGIO, NO COMO DERECHO
Moverse por el mundo nunca ha sido un derecho universal. En el sistema actual, la movilidad funciona como un privilegio condicionado por la nacionalidad, el dinero y la utilidad económica. Un directivo de una gran empresa, un inversor o un alto cargo político rara vez tendrá problemas para cruzar fronteras. En cambio, estudiantes, trabajadores precarios o jóvenes que buscan oportunidades son los primeros en sufrir las barreras.
La decisión de Washington no afecta a “los europeos” en abstracto, sino a personas concretas cuya fuerza de trabajo, formación o tiempo vital quedan atrapados en una maraña burocrática. El mensaje implícito es claro: el tránsito internacional está al servicio de las necesidades del capital, no de las personas.
BRUSELAS Y LA DEFENSA DE SUS INTERESES
La respuesta de la UE, coordinada desde Bruselas, apela al principio de reciprocidad y a la no discriminación. Pero conviene no idealizar esta postura. La indignación europea no nace tanto de una defensa abstracta de la libertad de movimiento como del hecho de que la medida estadounidense afecta a su propia capacidad de gestionar flujos de trabajo cualificado, intercambios académicos y negocios.
En otras palabras, cuando la UE protesta, lo hace porque la decisión altera el equilibrio de intereses entre dos grandes bloques económicos. Si las restricciones se aplicaran solo a los sectores más empobrecidos del planeta, difícilmente veríamos comunicados tan contundentes.
ALIADOS, PERO NO IGUALES
El conflicto de los visados llega en un momento en el que las relaciones transatlánticas ya estaban tensas por cuestiones comerciales, tecnológicas y estratégicas. Este episodio confirma algo que suele quedar oculto bajo discursos amables: incluso entre aliados, la competencia por mantener posiciones dominantes es constante.
Estados Unidos actúa desde una posición de fuerza. Puede imponer restricciones sabiendo que el coste político será limitado. La UE, por su parte, responde con firmeza verbal, pero con un margen de maniobra más estrecho. Es una relación en la que ambos cooperan, sí, pero dentro de una estructura claramente desigual.
LA FRONTERA COMO HERRAMIENTA DE DISCIPLINA
Las fronteras no solo separan territorios; también ordenan el mercado mundial de trabajo. Permitir o impedir la entrada de personas sirve para regular salarios, controlar expectativas y disciplinar a quienes dependen de cruzar esas fronteras para vivir mejor. En este sentido, la política de visados es una herramienta económica tanto como política.
Un ejemplo sencillo: si estudiar o trabajar en Estados Unidos se vuelve más difícil, muchos europeos aceptarán peores condiciones en sus países de origen o en otros mercados. La restricción de movimiento acaba reforzando relaciones de dependencia y competencia entre trabajadores.
¿RESPUESTA O ESCALADA?
Desde Bruselas se habla de posibles medidas de respuesta si Washington no rectifica. Pero más allá de las represalias cruzadas, el episodio deja una enseñanza clara: la retórica de un “mundo abierto” choca constantemente con un sistema que necesita fronteras rígidas para seguir funcionando.
Mientras el capital circula con relativa libertad, las personas lo hacen bajo condiciones cada vez más selectivas. El choque UE–Estados Unidos no cuestiona ese modelo; solo están discutiendo quién es el que controla el interruptor.
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.ORG
La “enérgica” condena emitida hace unas horas por parte de Unión Europea a la prohibición de visados impuesta por Estados Unidos a ciudadanos europeos, difundida por Reuters el 24 de diciembre de 2025, puede parecer, a primera vista, un conflicto diplomático más.
Sin embargo, si se mira el tema con cierta atención, este episodio revela algo mucho más profundo: cómo funcionan las relaciones de poder en el capitalismo global y quién decide, en última instancia, quién se mueve libremente y quién no.
Durante décadas, la libre circulación entre Europa y Estados Unidos fue presentada como un símbolo de igualdad entre aliados. Pero, en realidad, esa igualdad siempre fue relativa. En la práctica, el centro real de decisión ha estado del lado estadounidense. La actual restricción de visados no rompe una relación simétrica; lo que hace es mostrar sin disfraces una jerarquía que ya existía.
LA MOVILIDAD COMO PRIVILEGIO, NO COMO DERECHO
Moverse por el mundo nunca ha sido un derecho universal. En el sistema actual, la movilidad funciona como un privilegio condicionado por la nacionalidad, el dinero y la utilidad económica. Un directivo de una gran empresa, un inversor o un alto cargo político rara vez tendrá problemas para cruzar fronteras. En cambio, estudiantes, trabajadores precarios o jóvenes que buscan oportunidades son los primeros en sufrir las barreras.
La decisión de Washington no afecta a “los europeos” en abstracto, sino a personas concretas cuya fuerza de trabajo, formación o tiempo vital quedan atrapados en una maraña burocrática. El mensaje implícito es claro: el tránsito internacional está al servicio de las necesidades del capital, no de las personas.
BRUSELAS Y LA DEFENSA DE SUS INTERESES
La respuesta de la UE, coordinada desde Bruselas, apela al principio de reciprocidad y a la no discriminación. Pero conviene no idealizar esta postura. La indignación europea no nace tanto de una defensa abstracta de la libertad de movimiento como del hecho de que la medida estadounidense afecta a su propia capacidad de gestionar flujos de trabajo cualificado, intercambios académicos y negocios.
En otras palabras, cuando la UE protesta, lo hace porque la decisión altera el equilibrio de intereses entre dos grandes bloques económicos. Si las restricciones se aplicaran solo a los sectores más empobrecidos del planeta, difícilmente veríamos comunicados tan contundentes.
ALIADOS, PERO NO IGUALES
El conflicto de los visados llega en un momento en el que las relaciones transatlánticas ya estaban tensas por cuestiones comerciales, tecnológicas y estratégicas. Este episodio confirma algo que suele quedar oculto bajo discursos amables: incluso entre aliados, la competencia por mantener posiciones dominantes es constante.
Estados Unidos actúa desde una posición de fuerza. Puede imponer restricciones sabiendo que el coste político será limitado. La UE, por su parte, responde con firmeza verbal, pero con un margen de maniobra más estrecho. Es una relación en la que ambos cooperan, sí, pero dentro de una estructura claramente desigual.
LA FRONTERA COMO HERRAMIENTA DE DISCIPLINA
Las fronteras no solo separan territorios; también ordenan el mercado mundial de trabajo. Permitir o impedir la entrada de personas sirve para regular salarios, controlar expectativas y disciplinar a quienes dependen de cruzar esas fronteras para vivir mejor. En este sentido, la política de visados es una herramienta económica tanto como política.
Un ejemplo sencillo: si estudiar o trabajar en Estados Unidos se vuelve más difícil, muchos europeos aceptarán peores condiciones en sus países de origen o en otros mercados. La restricción de movimiento acaba reforzando relaciones de dependencia y competencia entre trabajadores.
¿RESPUESTA O ESCALADA?
Desde Bruselas se habla de posibles medidas de respuesta si Washington no rectifica. Pero más allá de las represalias cruzadas, el episodio deja una enseñanza clara: la retórica de un “mundo abierto” choca constantemente con un sistema que necesita fronteras rígidas para seguir funcionando.
Mientras el capital circula con relativa libertad, las personas lo hacen bajo condiciones cada vez más selectivas. El choque UE–Estados Unidos no cuestiona ese modelo; solo están discutiendo quién es el que controla el interruptor.































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