¿POR QUÉ LA "GEOPOLÍTICA" SE HA COLADO EN EL DISCURSO DE LA IZQUIERDA?
¿Por qué determinados lideres de las "izquierdas" - Podemos, IU, PSOE, Sumar- han terminado adoptando un enfoque creado por los imperios?
La palabra “geopolítica” está intensamente "de moda". Se usa para explicar guerras, alianzas y conflictos globales. Donde antes se hablaba de "correlación de fuerzas sociales", "lucha de clases", "contradicciones interclasistas", ahora se ha pasado a elucubrar sobre “potencias”, "hinterlands", "áreas de legítima influencia" etc... Pero ¿qué es lo que ocurre cuando la izquierda adopta ese tipo de lenguaje sin cuestionarlo? Nuestro colaborador Manuel Medina nos da en este articulo su interpretación.
POR MANUEL MEDINA (*) PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Hay una anécdota que solía contar Fidel Castro y que hoy nos puede resultar reveladora para ilustrar el tema que vamos a tratar. Durante su visita a Chile, antes de que se produjera el golpe de Estado de 1973, Fidel se reunió brevemente con Augusto Pinochet, entonces comandante en jefe del Ejército de ese país.
La conversación que sostuvo con él fue corta, pero significativa: Pinochet trató de explicarle a Fidel el estado del mundo a través de la “geopolítica”. A Fidel lo puso sobreaviso el hecho de que nada menos que la autoridad suprema del Ejército de Chile usara esa disciplina para interpretar la realidad global. Años más tarde, cuando Pinochet encabezó el golpe que acabó con el Gobierno de la Unidad Popular e instauró una dictadura al servicio de intereses oligárquicos e imperialistas, esa breve charla cobró un sentido más profundo: la “geopolítica” no era, ni de lejos, una disciplina neutra.
Hoy, sorprendentemente, la geopolítica ha regresado con fuerza a los foros a través de los cuales se pretende explicar la realidad mundial. No solo se habla de ella en los medios o entre expertos militares; también en los espacios de izquierda, incluso entre quienes se reclaman marxistas, ese concepto ha logrado instalarse como una categoría “útil” a la hora de interpretar el mundo de nuestros días.
¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Tiene sentido adoptar el lenguaje de la geopolítica desde posiciones que supuestamente defienden a las clases trabajadoras y sus intereses? ¿O sucede que, en realidad, se están obviando herramientas más certeras y probadas a la hora de analizar la realidad que nos circunda?
¿QUÉ ES LA "GEOPOLÍTICA" Y DE DÓNDE VIENE?
Aunque hoy pueda sonar como un término de moda, la “geopolítica” tiene ya más de un siglo de historia: nace a finales del siglo XIX.
Surgió en Europa en un contexto marcado por el colonialismo, el expansionismo y las disputas entre grandes potencias. Fue creada para explicar cómo la ubicación geográfica de un país determina su poder e influencia en el mundo. Dicho de forma simple: según esa mirada, lo que un Estado hace en el escenario internacional puede quedar explicado por sus condiciones geográficas, estratégicas y territoriales.
"No hay interés nacional que no sea, en realidad, interés de clase"
En la práctica, la geopolítica sirvió como herramienta para justificar la expansión de los grandes imperios de los siglos XIX y XX. La Alemania nazi, por ejemplo, adoptó una visión geopolítica para legitimar su política de “espacio vital”: la supuesta necesidad de conquistar territorios en Europa del Este para garantizar la supervivencia de su pueblo.
Reino Unido y Francia también usaron ese mismo lenguaje para dar carta de naturaleza a su dominio sobre colonias en África o Asia.
Pero lo importante no es solo el mapa. Es también la mirada. La "geopolítica" ve el mundo como una disputa entre Estados, olvidando muchas veces lo más esencial: las personas que viven dentro de esos Estados y los intereses de clase que se ocultan detrás de las banderas.
POR QUÉ LA GEOPOLÍTICA SIEMPRE HA SIDO UNA HERRAMIENTA DE LAS CLASES DOMINANTES
Desde su origen, la geopolítica no fue nunca una ciencia inocente. Fue una herramienta ideológica, una forma de presentar como “necesarios” o “naturales” los movimientos de expansión del capital.
Cuando un país invade otro o le impone sanciones, se dice que responde a “intereses geopolíticos”, no a intereses económicos de una clase dominante. Es un lenguaje que oculta, enmascara y engaña. Aunque, a la postre, lo que mueve a las clases hegemónicas a arrastrar a sus respectivos pueblos a la sangría de la guerra, termine siempre quedando en evidencia.
En nuestros días, por ejemplo, Estados Unidos ha recurrido a la excusa de la “lucha contra el narcotráfico” o a la “defensa de los derechos humanos” para justificar su injerencia en América Latina. Pero a nadie se le esconde que tras ese discurso hay parapetado algo mucho más pedestre y reconocible: el afán de controlar recursos estratégicos, como el petróleo venezolano o las rutas comerciales. La geopolítica, en ese caso, no sirve para explicar, sino para disfrazar una lógica de saqueo con palabras solemnes y mapas de colorines.
La clave se encuentra en el concepto del “interés nacional”. Esta idea, -frecuente en todo análisis geopolítico-, parte del principio erróneo de que un país tiene un único interés común para toda su población. Pero esto es falso. En cualquier país capitalista existen clases sociales, y lo que beneficia a las grandes empresas no necesariamente beneficia a los trabajadores o a los campesinos. Por ejemplo: cuando una potencia como EE.UU. invade cualquier área geográfica del Medio Oriente para “asegurar su influencia geopolítica”, o pretende quedarse con el petróleo venezolano, ¿de verdad lo hace pensando en sus ciudadanos comunes o en sus corporaciones petroleras?
La geopolítica, al centrar sus análisis en los Estados, borra del mapa a los pueblos, a las clases trabajadoras, a los sectores populares. Presenta el conflicto mundial como una suerte de partido de ajedrez entre gobiernos y no como lo que realmente es: una confrontación cainita entre los intereses de clases hegemónicas a escala global.
Ese tipo enfoque ha sido dura y reiteradamente criticado desde el propio marxismo, desde la concepción materialista de la historia. Lenin, por ejemplo, jamás usó el término “geopolítica” para hablar del imperialismo. Habló de concentración de capital, de exportación de capitales, de competencia entre monopolios, de alianzas entre burguesías nacionales. Para él, lo importante no era qué país luchaba contra qué otro, sino qué clase social se beneficiaba de esa lucha y a costa de quiénes.
CUANDO LA IZQUIERDA HABLA EN CLAVE GEOPOLÍTICA
Y sin embargo, en el curso de las últimas décadas —especialmente tras el colapso de la URSS y el auge del neoliberalismo—, determinados sectores de la izquierda han comenzado a utilizar la geopolítica como un marco de sus análisis. Algunos hablan de “bloques multipolares”, de “alianzas estratégicas” entre países del Sur o incluso defienden a potencias como China o Rusia solo por oponen a las políticas expansionistas de los Estados Unidos.
Este enfoque tiene varios problemas. El primero consiste en que sustituye el análisis materialista por un enfoque “realista” o nacionalista. Se pasa de hablar de "clases sociales" a hablar de “potencias”. Lo que antes era una crítica al capital global, ahora se ha convertido en una suerte de simpatía automática hacia cualquier país que dispute el liderazgo a EE.UU., aunque esta sea una potencia capitalista con sus propias oligarquías y con políticas también expansionistas.
Tomemos el caso de Rusia. No pocos de los análisis “geopolíticos” de izquierda defienden la política exterior de Moscú como una forma de frenar al imperialismo occidental. Pero ¿es que no existe concentración de la riqueza en ese país en manos de unos pocos oligarcas? ¿No usurparon las actuales clases dominantes rusas la propiedad colectiva del pueblo soviético? ¿Y el papel de sus propias corporaciones en África, Asia o América Latina? ¿No ha dispuesto ese país de Ejércitos privados en el continente africano para garantizar allí su presencia? ¿Debemos ignorar todas estas evidencias por el solo hecho de que están “enfrentados a la OTAN”?
"Apoyar a una potencia por oponerse a otra no es política. Es "campismo" de hinchas deportivos."
Algo similar sucede con China. ¿Es un país socialista o una potencia capitalista emergente? ¿Debemos apoyar su expansión extractivista en África y America Latina solo porque invierte en infraestructuras y, hasta ahora, no en bases militares? ¿O debemos analizar igualmente quién gana y quién pierde en ese tipo de relaciones?
Usar la geopolítica como único lente de análisis nos conduce a una peligrosa trampa: la trampa del "campismo", donde todo se reduce a “apoyar a un bloque contra otro”, como si se tratara de una guerra irreflexiva de hinchadas deportivas. Esa forma de mirar el mundo del siglo XXI, nos impediría constatar que tanto en los países del Norte o del Sur, de Oriente u Occidente, existen clases sociales dominantes y dominadas, explotadores y explotados. En la sociedades capitalistas, la lucha de clases no desaparece por el mero hecho de que crucemos determinadas fronteras.
EL ENFOQUE MARXISTA: VOLVER A MIRAR DESDE ABAJO
Frente al análisis geopolítico, que pone el foco en los movimientos de los Estados como si se tratara de sujetos individuales, el marxismo propone otro punto de partida: las relaciones sociales, las clases, las formas de explotación y apropiación del trabajo.
Mientras la geopolítica dice “Estados Unidos hace esto, Rusia responde aquello o China se posiciona aquí”, el análisis marxista se pregunta: ¿qué clase social toma esa decisión? ¿A quién beneficia? ¿Quiénes son los que pagan los costes?
David Harvey, un geógrafo marxista británico, señala que lo que impulsa
muchas acciones militares o diplomáticas no es el interés nacional abstracto, sino la necesidad imperiosa del capital de seguir acumulando: robar tierras, recursos, trabajo. El lo llama “acumulación por desposesión”. Y esa lógica se impone tanto en guerras como en los tratados comerciales. Por eso, detrás de cada enfrentamiento “geopolítico” conviene mirar qué empresas son las que ganan contratos, qué bancos son los que mueven dinero y qué pueblos y clases son los despojados.
William Robinson, otro autor clave, dice algo similar pero
es aún más radical: en el mundo actual, la clase dominante ya no está “nacionalizada”. Es una clase capitalista transnacional, que usa a los Estados como meros instrumentos para imponer su agenda de intereses. En otras palabras: la geopolítica es la fachada de cartón piedra de una lucha entre capitales, donde los pueblos son siempre la carne de cañón.
¿HAY QUE DESECHAR ENTONCES LA GEOPOLÍTICA?
Para que no nos confundamos. No se trata de negar que la ubicación geográfica, los recursos naturales o las alianzas estatales influyan en los conflictos. Lo que está en discusión es el uso ideológico del análisis geopolítico cuando este se desconecta de la estructura social. La geopolítica puede ser un mapa útil, pero solo si somos capaces de leerlo desde abajo, desde la lucha de clases. De lo contrario, corremos el riesgo de perder la brújula en nuestros análisis políticos.
A la OTAN hay que combatirla frontalmente, pero sería políticamente incorrecto hacerlo desde el campismo, es decir, desde el apoyo acrítico a su rival. Es correcto luchar y movilizarnos contra el expansionismo imperialista estadounidense, pero no por ello convertir a China o Rusia, estados que abandonaron la construcción de socialismo en favor de sus respectivas y poderosas oligarquías nacionales, en héroes de una fantasía “antiimperialista” inexistente. Lo que debemos hacer es lo que siempre hizo el marxismo: mirar al mundo no con los ojos de los Estados, sino con los ojos de intereses de los pueblos.
Finalmente, y volviendo a la anécdota de Fidel y Pinochet con la que iniciamos este artículo, la historia es clara: la geopolítica no es un lenguaje neutral. Ha sido —y sigue siendo ahora más que nunca antes— una forma elegante de esconder las verdaderas relaciones de poder. Hoy, cuando tantos sectores de una izquierda desconcertada y equívoca usa ese mismo lenguaje para interpretar el mundo, corremos el riesgo de terminar pensando como Pinochet sin que lleguemos a apercibirnos de ello.
Lo que está en juego no es una disputa entre banderas. Lo que está en juego es quién domina y quién obedece, quién vive y quién muere, quién gana y quién pierde. Y eso no se define en los mapas, sino en la lucha social.
FUENTES CONSULTADAS
David Harvey, El nuevo imperialismo
Samir Amin, El imperialismo y la globalización
William I. Robinson, Una teoría del capitalismo global
Claudio Katz, Bajo el imperio del capital
Stefan Engel, Acerca de la formación de los países neoimperialistas
Documentos de IU, Podemos y PSOE sobre Ucrania (2022–2023), comunicados y ruedas de prensa.
Declaraciones públicas de Vladímir Putin sobre el orden multipolar (2022–2023).
(*) MANUEL MEDINA ES PROFESOR DE HISTORIA Y DIVULGADOR DE TEMAS RELACIONADOS CON ESA MATERIA.
POR MANUEL MEDINA (*) PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Hay una anécdota que solía contar Fidel Castro y que hoy nos puede resultar reveladora para ilustrar el tema que vamos a tratar. Durante su visita a Chile, antes de que se produjera el golpe de Estado de 1973, Fidel se reunió brevemente con Augusto Pinochet, entonces comandante en jefe del Ejército de ese país.
La conversación que sostuvo con él fue corta, pero significativa: Pinochet trató de explicarle a Fidel el estado del mundo a través de la “geopolítica”. A Fidel lo puso sobreaviso el hecho de que nada menos que la autoridad suprema del Ejército de Chile usara esa disciplina para interpretar la realidad global. Años más tarde, cuando Pinochet encabezó el golpe que acabó con el Gobierno de la Unidad Popular e instauró una dictadura al servicio de intereses oligárquicos e imperialistas, esa breve charla cobró un sentido más profundo: la “geopolítica” no era, ni de lejos, una disciplina neutra.
Hoy, sorprendentemente, la geopolítica ha regresado con fuerza a los foros a través de los cuales se pretende explicar la realidad mundial. No solo se habla de ella en los medios o entre expertos militares; también en los espacios de izquierda, incluso entre quienes se reclaman marxistas, ese concepto ha logrado instalarse como una categoría “útil” a la hora de interpretar el mundo de nuestros días.
¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Tiene sentido adoptar el lenguaje de la geopolítica desde posiciones que supuestamente defienden a las clases trabajadoras y sus intereses? ¿O sucede que, en realidad, se están obviando herramientas más certeras y probadas a la hora de analizar la realidad que nos circunda?
¿QUÉ ES LA "GEOPOLÍTICA" Y DE DÓNDE VIENE?
Aunque hoy pueda sonar como un término de moda, la “geopolítica” tiene ya más de un siglo de historia: nace a finales del siglo XIX.
Surgió en Europa en un contexto marcado por el colonialismo, el expansionismo y las disputas entre grandes potencias. Fue creada para explicar cómo la ubicación geográfica de un país determina su poder e influencia en el mundo. Dicho de forma simple: según esa mirada, lo que un Estado hace en el escenario internacional puede quedar explicado por sus condiciones geográficas, estratégicas y territoriales.
"No hay interés nacional que no sea, en realidad, interés de clase"
En la práctica, la geopolítica sirvió como herramienta para justificar la expansión de los grandes imperios de los siglos XIX y XX. La Alemania nazi, por ejemplo, adoptó una visión geopolítica para legitimar su política de “espacio vital”: la supuesta necesidad de conquistar territorios en Europa del Este para garantizar la supervivencia de su pueblo.
Reino Unido y Francia también usaron ese mismo lenguaje para dar carta de naturaleza a su dominio sobre colonias en África o Asia.
Pero lo importante no es solo el mapa. Es también la mirada. La "geopolítica" ve el mundo como una disputa entre Estados, olvidando muchas veces lo más esencial: las personas que viven dentro de esos Estados y los intereses de clase que se ocultan detrás de las banderas.
POR QUÉ LA GEOPOLÍTICA SIEMPRE HA SIDO UNA HERRAMIENTA DE LAS CLASES DOMINANTES
Desde su origen, la geopolítica no fue nunca una ciencia inocente. Fue una herramienta ideológica, una forma de presentar como “necesarios” o “naturales” los movimientos de expansión del capital.
Cuando un país invade otro o le impone sanciones, se dice que responde a “intereses geopolíticos”, no a intereses económicos de una clase dominante. Es un lenguaje que oculta, enmascara y engaña. Aunque, a la postre, lo que mueve a las clases hegemónicas a arrastrar a sus respectivos pueblos a la sangría de la guerra, termine siempre quedando en evidencia.
En nuestros días, por ejemplo, Estados Unidos ha recurrido a la excusa de la “lucha contra el narcotráfico” o a la “defensa de los derechos humanos” para justificar su injerencia en América Latina. Pero a nadie se le esconde que tras ese discurso hay parapetado algo mucho más pedestre y reconocible: el afán de controlar recursos estratégicos, como el petróleo venezolano o las rutas comerciales. La geopolítica, en ese caso, no sirve para explicar, sino para disfrazar una lógica de saqueo con palabras solemnes y mapas de colorines.
La clave se encuentra en el concepto del “interés nacional”. Esta idea, -frecuente en todo análisis geopolítico-, parte del principio erróneo de que un país tiene un único interés común para toda su población. Pero esto es falso. En cualquier país capitalista existen clases sociales, y lo que beneficia a las grandes empresas no necesariamente beneficia a los trabajadores o a los campesinos. Por ejemplo: cuando una potencia como EE.UU. invade cualquier área geográfica del Medio Oriente para “asegurar su influencia geopolítica”, o pretende quedarse con el petróleo venezolano, ¿de verdad lo hace pensando en sus ciudadanos comunes o en sus corporaciones petroleras?
La geopolítica, al centrar sus análisis en los Estados, borra del mapa a los pueblos, a las clases trabajadoras, a los sectores populares. Presenta el conflicto mundial como una suerte de partido de ajedrez entre gobiernos y no como lo que realmente es: una confrontación cainita entre los intereses de clases hegemónicas a escala global.
Ese tipo enfoque ha sido dura y reiteradamente criticado desde el propio marxismo, desde la concepción materialista de la historia. Lenin, por ejemplo, jamás usó el término “geopolítica” para hablar del imperialismo. Habló de concentración de capital, de exportación de capitales, de competencia entre monopolios, de alianzas entre burguesías nacionales. Para él, lo importante no era qué país luchaba contra qué otro, sino qué clase social se beneficiaba de esa lucha y a costa de quiénes.
CUANDO LA IZQUIERDA HABLA EN CLAVE GEOPOLÍTICA
Y sin embargo, en el curso de las últimas décadas —especialmente tras el colapso de la URSS y el auge del neoliberalismo—, determinados sectores de la izquierda han comenzado a utilizar la geopolítica como un marco de sus análisis. Algunos hablan de “bloques multipolares”, de “alianzas estratégicas” entre países del Sur o incluso defienden a potencias como China o Rusia solo por oponen a las políticas expansionistas de los Estados Unidos.
Este enfoque tiene varios problemas. El primero consiste en que sustituye el análisis materialista por un enfoque “realista” o nacionalista. Se pasa de hablar de "clases sociales" a hablar de “potencias”. Lo que antes era una crítica al capital global, ahora se ha convertido en una suerte de simpatía automática hacia cualquier país que dispute el liderazgo a EE.UU., aunque esta sea una potencia capitalista con sus propias oligarquías y con políticas también expansionistas.
Tomemos el caso de Rusia. No pocos de los análisis “geopolíticos” de izquierda defienden la política exterior de Moscú como una forma de frenar al imperialismo occidental. Pero ¿es que no existe concentración de la riqueza en ese país en manos de unos pocos oligarcas? ¿No usurparon las actuales clases dominantes rusas la propiedad colectiva del pueblo soviético? ¿Y el papel de sus propias corporaciones en África, Asia o América Latina? ¿No ha dispuesto ese país de Ejércitos privados en el continente africano para garantizar allí su presencia? ¿Debemos ignorar todas estas evidencias por el solo hecho de que están “enfrentados a la OTAN”?
"Apoyar a una potencia por oponerse a otra no es política. Es "campismo" de hinchas deportivos."
Algo similar sucede con China. ¿Es un país socialista o una potencia capitalista emergente? ¿Debemos apoyar su expansión extractivista en África y America Latina solo porque invierte en infraestructuras y, hasta ahora, no en bases militares? ¿O debemos analizar igualmente quién gana y quién pierde en ese tipo de relaciones?
Usar la geopolítica como único lente de análisis nos conduce a una peligrosa trampa: la trampa del "campismo", donde todo se reduce a “apoyar a un bloque contra otro”, como si se tratara de una guerra irreflexiva de hinchadas deportivas. Esa forma de mirar el mundo del siglo XXI, nos impediría constatar que tanto en los países del Norte o del Sur, de Oriente u Occidente, existen clases sociales dominantes y dominadas, explotadores y explotados. En la sociedades capitalistas, la lucha de clases no desaparece por el mero hecho de que crucemos determinadas fronteras.
EL ENFOQUE MARXISTA: VOLVER A MIRAR DESDE ABAJO
Frente al análisis geopolítico, que pone el foco en los movimientos de los Estados como si se tratara de sujetos individuales, el marxismo propone otro punto de partida: las relaciones sociales, las clases, las formas de explotación y apropiación del trabajo.
Mientras la geopolítica dice “Estados Unidos hace esto, Rusia responde aquello o China se posiciona aquí”, el análisis marxista se pregunta: ¿qué clase social toma esa decisión? ¿A quién beneficia? ¿Quiénes son los que pagan los costes?
David Harvey, un geógrafo marxista británico, señala que lo que impulsa
muchas acciones militares o diplomáticas no es el interés nacional abstracto, sino la necesidad imperiosa del capital de seguir acumulando: robar tierras, recursos, trabajo. El lo llama “acumulación por desposesión”. Y esa lógica se impone tanto en guerras como en los tratados comerciales. Por eso, detrás de cada enfrentamiento “geopolítico” conviene mirar qué empresas son las que ganan contratos, qué bancos son los que mueven dinero y qué pueblos y clases son los despojados.
William Robinson, otro autor clave, dice algo similar pero
es aún más radical: en el mundo actual, la clase dominante ya no está “nacionalizada”. Es una clase capitalista transnacional, que usa a los Estados como meros instrumentos para imponer su agenda de intereses. En otras palabras: la geopolítica es la fachada de cartón piedra de una lucha entre capitales, donde los pueblos son siempre la carne de cañón.
¿HAY QUE DESECHAR ENTONCES LA GEOPOLÍTICA?
Para que no nos confundamos. No se trata de negar que la ubicación geográfica, los recursos naturales o las alianzas estatales influyan en los conflictos. Lo que está en discusión es el uso ideológico del análisis geopolítico cuando este se desconecta de la estructura social. La geopolítica puede ser un mapa útil, pero solo si somos capaces de leerlo desde abajo, desde la lucha de clases. De lo contrario, corremos el riesgo de perder la brújula en nuestros análisis políticos.
A la OTAN hay que combatirla frontalmente, pero sería políticamente incorrecto hacerlo desde el campismo, es decir, desde el apoyo acrítico a su rival. Es correcto luchar y movilizarnos contra el expansionismo imperialista estadounidense, pero no por ello convertir a China o Rusia, estados que abandonaron la construcción de socialismo en favor de sus respectivas y poderosas oligarquías nacionales, en héroes de una fantasía “antiimperialista” inexistente. Lo que debemos hacer es lo que siempre hizo el marxismo: mirar al mundo no con los ojos de los Estados, sino con los ojos de intereses de los pueblos.
Finalmente, y volviendo a la anécdota de Fidel y Pinochet con la que iniciamos este artículo, la historia es clara: la geopolítica no es un lenguaje neutral. Ha sido —y sigue siendo ahora más que nunca antes— una forma elegante de esconder las verdaderas relaciones de poder. Hoy, cuando tantos sectores de una izquierda desconcertada y equívoca usa ese mismo lenguaje para interpretar el mundo, corremos el riesgo de terminar pensando como Pinochet sin que lleguemos a apercibirnos de ello.
Lo que está en juego no es una disputa entre banderas. Lo que está en juego es quién domina y quién obedece, quién vive y quién muere, quién gana y quién pierde. Y eso no se define en los mapas, sino en la lucha social.
FUENTES CONSULTADAS
David Harvey, El nuevo imperialismo
Samir Amin, El imperialismo y la globalización
William I. Robinson, Una teoría del capitalismo global
Claudio Katz, Bajo el imperio del capital
Stefan Engel, Acerca de la formación de los países neoimperialistas
Documentos de IU, Podemos y PSOE sobre Ucrania (2022–2023), comunicados y ruedas de prensa.
Declaraciones públicas de Vladímir Putin sobre el orden multipolar (2022–2023).
(*) MANUEL MEDINA ES PROFESOR DE HISTORIA Y DIVULGADOR DE TEMAS RELACIONADOS CON ESA MATERIA.































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