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Miércoles, 01 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

EL FÚTBOL COMO CAMPO DE BATALLA CULTURAL EN LA ESPAÑA DE FRANCO

¿Cómo convirtió el franquismo al fútbol en una herramienta de control político?

Durante cuatro décadas, el franquismo convirtió al fútbol en una potente cortina de humo para silenciar la represión, anestesiar a la población y fabricar una imagen de unidad nacional. Lo que se jugaba en los estadios no era solo un partido: era una batalla simbólica entre poder, cultura y resistencia. Este artículo recorre cómo la dictadura manipuló el deporte rey para imponer su relato y cómo, tras la muerte de Franco, los fantasmas de ese uso político no desaparecieron del todo.

POR CARLOS SERNA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG

 

  Si hubo un Régimen que entendió a la perfección el poder [Img #88680]simbólico del fútbol, ese fue el franquismo.

 

   Durante los casi cuarenta años de dictadura en España (1939-1975), el fútbol fue uno de los instrumentos más eficaces para el control de las masas, la manipulación de la opinión pública y la construcción de una identidad nacional impuesta desde arriba. En otras palabras: el fútbol fue usado como una poderosa herramienta política.

 

    Después de la Guerra Civil, España quedó devastada económica, social y emocionalmente. El Régimen necesitaba construir una imagen de unidad, orden y normalidad. Y lo hizo, entre otras cosas, utilizando el fútbol como cortina de humo. No fue el único país que lo hizo: otras dictaduras también encontraron en el fútbol un aliado perfecto para desviar la atención de la miseria, el autoritarismo y la represión. Pero en España, la operación fue especialmente sofisticada.

 

PAN Y FÚTBOL: LA CONSIGNA DEL RÉGIMEN

    Mientras miles de opositores eran fusilados, encarcelados o exiliados, mientras el hambre y el miedo dominaban el día a día, el régimen promovía una idea muy simple: “al pueblo hay que darle pan y fútbol”. El primero escaseaba; el segundo, se convirtió en la gran válvula de escape.

 

    Los partidos se retransmitían por radio y luego por televisión; las entradas eran baratas, y los estadios se convertían en uno de los pocos lugares donde el pueblo podía "desahogarse" sin peligro. Pero claro, siempre que ese desahogo no se saliera del guión. Gritar contra el árbitro sí. Contra el dictador, jamás. Si alguna consigna política se colaba en las gradas, era rápidamente reprimida.

 

   El fútbol ayudó así a reforzar la desmovilización política. ¿Para qué organizarse, para qué protestar, si puedes olvidarte de todo durante 90 minutos? Era el circo romano versión siglo XX. La alegría del gol funcionaba como una anestesia temporal frente al dolor de vivir bajo una dictadura.

 

   EL REAL MADRID COMO SÍMBOLO DEL RÉGIMEN

   Uno de los símbolos más evidentes de esta instrumentalización fue el Real Madrid. A partir de los años 50, el club blanco se convirtió en el “embajador” del franquismo hacia el exterior. Mientras el país seguía aislado internacionalmente, el Madrid empezaba a ganar Copas de Europa, y su imagen era utilizada para mostrar una España “moderna”, “competitiva” y “ganadora”. La victoria en el campo se traducía en legitimidad para el Régimen.

 

    ¿Fue realmente el Madrid el “equipo del Régimen”? Más que eso: fue su escaparate internacional. El estadio Santiago Bernabéu se convirtió en un templo del nacionalismo español. Las victorias del club se asociaban a “la grandeza de España”, y su dominio continental se usaba como prueba de que el país “había vuelto” tras el aislamiento de la posguerra.

 

    Ahora bien, no se trató de una manipulación inocente. El Régimen cuidaba con celo su relación con el club: intervenía en sus elecciones internas, protegía sus intereses, y facilitaba fichajes millonarios mientras la mayoría del país vivía en la miseria. No era casualidad. Había que ganar, y había que ganar mucho, para mantener alto el orgullo nacional.

 

 CENSURA, REPRESIÓN Y CONTROL DE LOS CLUBES

    Durante el franquismo, los clubes no eran entidades autónomas, sino que estaban bajo una estricta vigilancia política. Sus presidentes eran elegidos por el régimen, las asambleas estaban prohibidas, y cualquier tipo de expresión política —especialmente aquellas relacionadas con las identidades regionales— era duramente castigada.

 

   Los clubes vascos, catalanes o gallegos fueron especialmente reprimidos. Se les obligó a castellanizar sus nombres: el Futbol Club Barcelona pasó a llamarse Club de Fútbol Barcelona. Lo mismo ocurrió con la Real Sociedad o el Athletic Club, que tuvo que rebautizarse como Atlético de Bilbao. Banderas, himnos o camisetas con símbolos regionales fueron vetados durante años.

 

   El fútbol era visto como un potencial espacio de desobediencia cultural. Y en efecto, en muchos casos lo fue. En las gradas del Camp Nou, del viejo San Mamés o de Balaídos, los cánticos y los gestos identitarios fueron una forma de resistencia simbólica frente a la imposición centralista del franquismo.

 

EL CASO DEL BARÇA: DE LA REPRESIÓN A LA RESISTENCIA

   Uno de los ejemplos más significativos fue el del FC Barcelona, convertido —pese a sus contradicciones internas— en un símbolo de resistencia cultural catalana. En plena dictadura, el Barça representaba algo más que un club: era la expresión de una identidad reprimida. Las victorias contra el Real Madrid eran vividas como victorias políticas. Y no era solo una percepción popular: el Régimen era consciente de ello, y por eso los partidos entre ambos equipos se jugaban con la tensión de un clásico no solo deportivo, sino ideológico.

 

   El episodio más recordado es la semifinal de Copa del Generalísimo de 1943, en la que el Barça perdió 11-1 contra el Madrid, tras una visita de la policía franquista al vestuario catalán. Un aviso contundente: ganar tiene límites.

 

EL FÚTBOL EN LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA: CONTINUIDADES, CAMBIOS Y FANTASMAS DEL PASADO

   Cuando murió Franco en 1975, muchos pensaron que el país cambiaría de arriba abajo. Se acababa la dictadura, llegaba la democracia, y con ella se suponía que debía renovarse todo: las instituciones, las leyes, los partidos… ¿y el fútbol? También. O al menos eso se esperaba. Sin embargo, el fútbol —como otras muchas esferas de la vida española— no vivió una ruptura radical. Lo que hubo fue una continuidad pactada, una transición controlada, también en los estadios.

 

DEL CONTROL FRANQUISTA A LA “NORMALIDAD” DEMOCRÁTICA

    Durante años, el franquismo se había infiltrado hasta el fondo en las estructuras del deporte. Las federaciones, los comités, los medios públicos, las presidencias de los clubes más importantes… todo respondía a la lógica autoritaria del régimen. Y muchas de esas piezas clave no se movieron ni con la muerte del dictador. Siguiendo la línea de lo que ocurrió con la monarquía, con el ejército o con la judicatura, el fútbol mantuvo a buena parte de sus viejos actores, aunque ahora vestidos con traje democrático.

 

“El Mundial 82 fue presentado como símbolo de modernidad, pero tuvo más de escaparate que de transformación real”

 

 

   El Mundial de 1982 es un ejemplo paradigmático. Organizado ya en plena democracia formal, con la Constitución del 78 en vigor, fue presentado como la gran carta internacional de la nueva España. Pero en realidad, muchas de las formas de hacer seguían ancladas en el pasado. El evento fue preparado por las mismas élites que habían estado al frente durante la dictadura. La “modernización” fue más estética que estructural.

 

   En ese sentido, puede decirse que el fútbol ayudó a dar una sensación de continuidad controlada. Los estadios llenos, la organización impecable, las banderas ondeando, los himnos sonando… todo transmitía la imagen de un país “normal”, “europeo”, que ya había superado sus traumas. Pero debajo de esa escenografía seguían latiendo muchas tensiones.

 

LOS CLUBES COMO ESPACIOS DE MEMORIA Y RECLAMO

   Mientras en la superficie parecía que nada pasaba, en el fondo se estaban produciendo cambios. Y en algunos clubes, especialmente en los más vinculados a identidades regionales, la transición sí fue vivida como un momento de reapropiación.

 

  El FC Barcelona, por ejemplo, recuperó su nombre en catalán. Se volvió a usar la senyera en el estadio. Volvieron los cánticos en catalán. Y poco a poco, el Camp Nou se convirtió en un lugar donde la gente no solo iba a ver fútbol, sino a afirmar una identidad negada durante décadas. Lo mismo ocurrió en San Mamés, donde el Athletic recuperó su nombre original, y sus hinchas hicieron del estadio un espacio de reivindicación cultural vasca.

 

“La "transición" trajo una democracia sin ruptura, y el fútbol siguió siendo gestionado por las mismas élites de siempre”

 

   A diferencia de lo que ocurría bajo la dictadura, ahora las manifestaciones simbólicas regionales ya no eran perseguidas con la misma violencia, aunque seguían siendo vigiladas de cerca por el Estado. Se abría un espacio para la expresión, pero dentro de unos límites marcados. Se podía cantar, pero sin agitar demasiado. Se podía mostrar una bandera, pero sin provocar. Así funcionaba la lógica de la transición: libertad sí, pero vigilada.

 

DEPORTE, MERCADO Y DESMOVILIZACIÓN

   Un elemento clave que comenzó a consolidarse en esta etapa fue la mercantilización del fútbol. Ya en los años 80, los clubes empezaron a funcionar más como empresas que como asociaciones populares. Las estrellas cobraban cada vez más, los derechos de televisión se volvían centrales, y los estadios comenzaban a cambiar su fisonomía.

 

   El fútbol, que había servido como instrumento de control social en la dictadura, pasó a serlo también en democracia, pero con otra cara: ahora ya no hacía falta la represión para desactivar la crítica social; bastaba con seducir con espectáculo. La desmovilización política ya no se lograba con porras, sino con goles.

 

   Esto se hizo especialmente evidente con la aparición de los programas deportivos masivos, como Estudio Estadio, que dedicaban horas a hablar de tácticas, polémicas arbitrales y fichajes… mientras en la calle estallaban huelgas, manifestaciones o tensiones sociales propias de un país que todavía tenía heridas abiertas.

 

   El fútbol actuaba así como anestesia, como distracción. No porque la gente fuera “tonta” o “manipulable”, sino porque el nuevo Régimen del 78 entendió que la pasión por el fútbol podía ser una forma de gobernar sin tener que recurrir al miedo.

 

VIOLENCIA EN LAS GRADAS: UNA HERENCIA TÓXICA

   Otro fenómeno que emergió con fuerza en la transición fue el de la violencia en los estadios. La aparición de grupos ultras, como los Boixos Nois en Barcelona o los Ultras Sur en Madrid, reflejó un malestar social que no encontraba otras formas de canalización. En muchas ocasiones, estas hinchadas extremas recuperaron discursos abiertamente franquistas, racistas o xenófobos. Eran la cara sucia del fútbol de masas: jóvenes desarraigados, enfadados, que usaban la tribuna como trinchera.

 

    El nuevo Régimen de libertades formales fue muy lento para enfrentar este problema. Durante años, miró hacia otro lado. Solo cuando los episodios de violencia empezaron a ser demasiado visibles —como el asesinato de Aitor Zabaleta en 1998 por un ultra del Atlético de Madrid— se tomaron medidas más firmes.

 

    Pero la raíz seguía ahí: un sistema que había incentivado la despolitización y la mercantilización del fútbol, sin ofrecer verdaderos espacios de participación democrática ni en los clubes ni en las instituciones deportivas.

 

 

 


 


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