PREMIOS PELIGROSOS: LA DOBLE MORAL EN LA OPOSICIÓN ULTRADERECHISTA VENEZOLANA
¿Qué cosas revela el doble discurso de paz y guerra en la oposición venezolana?
Las recientes declaraciones de la venezolana María Corina Machado en defensa del uso de la “fuerza” para alcanzar la libertad en Venezuela ponen en evidencia la instrumentalización de ciertos discursos democráticos. Este artículo examina las implicaciones de premiar internacionalmente a figuras que, lejos de promover la paz, justifican la violencia como vía legítima de cambio.
POR CARLOS SERNA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Hay declaraciones que no necesitan mayor análisis técnico
para revelar su verdadero rostro. Basta, simplemente, con leer con atención.
Este es el caso de María Corina Machado, una de las figuras más visibles de la derechísima venezolana, que recientemente afirmó en una entrevista concedida a la cadena estadounidense CBS que “para mantener la libertad y alcanzarla, se necesita fuerza, porque lo contrario sería la paz de los muertos”.
Machado, quien ha sido presentada como una voz de la democracia e incluso premiada internacionalmente como símbolo de la lucha pacífica por los derechos humanos, deja caer aquí el barniz de la diplomacia. Bajo la envoltura de un discurso que se pretende moralmente elevado, se encuentra una idea central inquietante:
La libertad —según ella— solo se logrará mediante el ejercicio de la “fuerza”.
Ahora bien, ¿qué tipo de fuerza está invocando? Aunque evita referirse directamente a una intervención militar estadounidense, sus palabras se producen en el marco de las amenazas del expresidente Donald Trump, quien ha insinuado operaciones terrestres en Venezuela bajo el pretexto del combate al narcotráfico.
Machado, lejos de rechazar esta posibilidad, guarda un silencio cómplice, al tiempo que llama a “multiplicar la presión” sobre el gobierno venezolano y reitera que “el tiempo de Maduro se ha acabado”.
La pregunta es inevitable: ¿cómo se puede sostener un discurso de paz mientras se agita la bandera de la intervención y la violencia? ¿Qué tipo de "libertad" se construye desde la imposición armada o el tutelaje extranjero? Y, sobre todo, ¿qué significa que alguien que defiende este tipo de estrategias reciba premios internacionales como si fuera una activista de la no violencia?
Este es el núcleo del problema. Premios como los que ha recibido María Corina no son inocentes. No son homenajes neutrales a individuos comprometidos con los derechos humanos. Son herramientas geopolíticas cuidadosamente calculadas. En el lenguaje de las relaciones internacionales, se llaman “premios de legitimación simbólica”: reconocimientos que apuntalan actores funcionales a determinados intereses imperiales y desestabilizadores.
En el caso de Venezuela, esta estrategia es clara. Se crea una narrativa maniquea en la que el gobierno representa el “autoritarismo” y ciertos actores de la oposición (los más alineados con los poderes extranjeros) son convertidos en “héroes democráticos”. Si además estas figuras están dispuestas a promover salidas por la vía de la fuerza, mejor aún: son útiles, rentables y premiables.
Este fenómeno no es nuevo. Durante la Guerra Fría, por ejemplo, también se entregaron premios de “paz” a figuras que promovían golpes de Estado o sabotajes económicos en países del Tercer Mundo, siempre que estos países se resistieran a la lógica del capital transnacional. El premio se convierte así en una coartada moral: la guerra se disfraza de cruzada ética.
Volvamos entonces a la frase de Machado. Su afirmación de que sin fuerza solo queda “la paz de los muertos” no es solo una metáfora desafortunada. Es una confesión ideológica. Una que acepta sin rubor que la libertad, para algunos, es sinónimo de victoria militar. Y que la democracia, si no se pliega a los dictados de Washington, puede ser barrida por las armas.
La paradoja es brutal: se nombra la paz para justificar la guerra; se alaba la libertad para justificar la subordinación. Pero detrás del juego retórico está el mapa real del poder. Y en ese mapa, los premios a la “resistencia democrática” son muchas veces simples medallas colgadas al cuello de quienes aceptan ser peones en la estrategia de recolonización de América Latina.
POR CARLOS SERNA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG
Hay declaraciones que no necesitan mayor análisis técnico
para revelar su verdadero rostro. Basta, simplemente, con leer con atención.
Este es el caso de María Corina Machado, una de las figuras más visibles de la derechísima venezolana, que recientemente afirmó en una entrevista concedida a la cadena estadounidense CBS que “para mantener la libertad y alcanzarla, se necesita fuerza, porque lo contrario sería la paz de los muertos”.
Machado, quien ha sido presentada como una voz de la democracia e incluso premiada internacionalmente como símbolo de la lucha pacífica por los derechos humanos, deja caer aquí el barniz de la diplomacia. Bajo la envoltura de un discurso que se pretende moralmente elevado, se encuentra una idea central inquietante:
La libertad —según ella— solo se logrará mediante el ejercicio de la “fuerza”.
Ahora bien, ¿qué tipo de fuerza está invocando? Aunque evita referirse directamente a una intervención militar estadounidense, sus palabras se producen en el marco de las amenazas del expresidente Donald Trump, quien ha insinuado operaciones terrestres en Venezuela bajo el pretexto del combate al narcotráfico.
Machado, lejos de rechazar esta posibilidad, guarda un silencio cómplice, al tiempo que llama a “multiplicar la presión” sobre el gobierno venezolano y reitera que “el tiempo de Maduro se ha acabado”.
La pregunta es inevitable: ¿cómo se puede sostener un discurso de paz mientras se agita la bandera de la intervención y la violencia? ¿Qué tipo de "libertad" se construye desde la imposición armada o el tutelaje extranjero? Y, sobre todo, ¿qué significa que alguien que defiende este tipo de estrategias reciba premios internacionales como si fuera una activista de la no violencia?
Este es el núcleo del problema. Premios como los que ha recibido María Corina no son inocentes. No son homenajes neutrales a individuos comprometidos con los derechos humanos. Son herramientas geopolíticas cuidadosamente calculadas. En el lenguaje de las relaciones internacionales, se llaman “premios de legitimación simbólica”: reconocimientos que apuntalan actores funcionales a determinados intereses imperiales y desestabilizadores.
En el caso de Venezuela, esta estrategia es clara. Se crea una narrativa maniquea en la que el gobierno representa el “autoritarismo” y ciertos actores de la oposición (los más alineados con los poderes extranjeros) son convertidos en “héroes democráticos”. Si además estas figuras están dispuestas a promover salidas por la vía de la fuerza, mejor aún: son útiles, rentables y premiables.
Este fenómeno no es nuevo. Durante la Guerra Fría, por ejemplo, también se entregaron premios de “paz” a figuras que promovían golpes de Estado o sabotajes económicos en países del Tercer Mundo, siempre que estos países se resistieran a la lógica del capital transnacional. El premio se convierte así en una coartada moral: la guerra se disfraza de cruzada ética.
Volvamos entonces a la frase de Machado. Su afirmación de que sin fuerza solo queda “la paz de los muertos” no es solo una metáfora desafortunada. Es una confesión ideológica. Una que acepta sin rubor que la libertad, para algunos, es sinónimo de victoria militar. Y que la democracia, si no se pliega a los dictados de Washington, puede ser barrida por las armas.
La paradoja es brutal: se nombra la paz para justificar la guerra; se alaba la libertad para justificar la subordinación. Pero detrás del juego retórico está el mapa real del poder. Y en ese mapa, los premios a la “resistencia democrática” son muchas veces simples medallas colgadas al cuello de quienes aceptan ser peones en la estrategia de recolonización de América Latina.
































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