EL GOLFO DE GUINEA: LA NUEVA FRONTERA DEL CAOS IMPERIAL
Canarias ante el riesgo de ser arrastrada a una guerra que no es suya ni justa
Los recientes bombardeos estadounidenses sobre el norte de Nigeria no son una simple operación antiterrorista l. Son la expresión desesperada de un imperialismo que, tras sus fracasos en Ucrania y Venezuela, busca abrir una nueva guerra en África Occidental. En ese contexto, Canarias se enfrenta a una disyuntiva vital: ser arrastrada como base militar al servicio de esta aventura bélica.
POR JOSÉ MANUEL RIVERO (*) PARA CANARIAS SEMANAL.COM
La maquinaria de propaganda occidental trabaja a destajo para vender los recientes bombardeos estadounidenses, con decenas de misiles, en el norte de Nigeria —los cínicamente apodados "misiles de Navidad" de Trump— como una simple operación antiterrorista en Sokoto.
Sin embargo, un análisis riguroso y dialéctico de la realidad nos obliga a rasgar ese velo. No estamos ante una acción de seguridad, sino ante la apertura desesperada de una nueva zona de guerra en el África Occidental. El imperialismo estadounidense, herido en su hegemonía unipolar, traslada el conflicto al Golfo de Guinea y al Sahel, convirtiéndolos en el teatro de operaciones de una disputa que es, en última instancia, energética y existencial.
Es imperativo conectar los puntos que la prensa burguesa aísla deliberadamente. Esta agresión no es fortuita; es la respuesta rabiosa de una Administración que necesita ocultar ante su opinión pública el fracaso estrepitoso de la OTAN en Ucrania frente a la Federación Rusa y la derrota diplomática en la ONU respecto a Venezuela.
El asedio naval y las sanciones contra Caracas han fracasado; la República Bolivariana ha logrado constituir vías alternativas de suministro al margen del control de Washington, garantizando el flujo energético a China y otros países con el apoyo decisivo de Rusia e Irán. Ante la imposibilidad de doblegar al bloque emergente en el Caribe o en el Este de Europa, EE. UU. gira su punto de mira hacia el flanco más vulnerable y donde no hay apenas resistencias gubernamentales y populares en armas contra la intervención imperialista: África, buscando, incluso, a través del manejo por servicios de inteligencia atlantistas del régimen corrupto ucraniano, estrangular las rutas del crudo ruso, como evidencia el reciente ataque bélico al petrolero turco Mersin en las costas del Senegal.
Para Canarias, este escenario no es ajeno ni lejano. La historia nos convoca a la memoria y a la dignidad: Canarias dijo NO a la OTAN en el referéndum del 12 de marzo de 1986. Aquel mandato popular, sistemáticamente traicionado por los gobiernos de turno, cobra hoy una vigencia de vida o muerte. Como hemos defendido reiteradamente, nuestro Archipiélago no puede ser convertido en la plataforma logística de un imperio en decadencia ni en el portaaviones del atlantismo en su aventura africana de saqueo y neocolonialismo por la fuerza militar. La militarización del Golfo de Guinea, sumada a la agresividad de la satrapía sionista marroquí —gendarme regional que, con el beneplácito yanqui, mantiene su ocupación ilícita y criminal sobre el Sáhara Occidental— nos coloca en el ojo del huracán.
La geografía es obstinada. Si el imperialismo incendia el Sahel y bloquea el Atlántico africano, Canarias corre el riesgo inminente de ser arrastrada al conflicto, no solo como base de retaguardia y de proyección bélica, sino como objetivo legítimo de represalia militar por potencias hostiles a la OTAN. La seguridad de nuestras islas no pasa por una mayor integración en estructuras belicistas que nuestro pueblo ya rechazó en las urnas, sino por todo lo contrario.
La única salida jurídica y política viable para nuestra supervivencia es la proclamación de un Estatuto de Neutralidad Internacional. No se trata de una posición pasiva, sino de un blindaje activo amparado en el Derecho Internacional Público, que garantice a Canarias como una Zona de Paz, libre de bases extranjeras y ajena a las rapiñas por los recursos naturales del continente vecino.
Frente a la barbarie planificada desde Washington y ejecutada por sus lacayos, debemos hacer respetar nuestro derecho a decidir y a ser zona de Paz, reafirmando que nuestra tierra no será cómplice ni víctima de sus guerras. Neutralidad es, hoy más que nunca, sinónimo de supervivencia.
(*) José Manuel Rivero es abogado y analista político.
POR JOSÉ MANUEL RIVERO (*) PARA CANARIAS SEMANAL.COM
La maquinaria de propaganda occidental trabaja a destajo para vender los recientes bombardeos estadounidenses, con decenas de misiles, en el norte de Nigeria —los cínicamente apodados "misiles de Navidad" de Trump— como una simple operación antiterrorista en Sokoto.
Sin embargo, un análisis riguroso y dialéctico de la realidad nos obliga a rasgar ese velo. No estamos ante una acción de seguridad, sino ante la apertura desesperada de una nueva zona de guerra en el África Occidental. El imperialismo estadounidense, herido en su hegemonía unipolar, traslada el conflicto al Golfo de Guinea y al Sahel, convirtiéndolos en el teatro de operaciones de una disputa que es, en última instancia, energética y existencial.
Es imperativo conectar los puntos que la prensa burguesa aísla deliberadamente. Esta agresión no es fortuita; es la respuesta rabiosa de una Administración que necesita ocultar ante su opinión pública el fracaso estrepitoso de la OTAN en Ucrania frente a la Federación Rusa y la derrota diplomática en la ONU respecto a Venezuela.
El asedio naval y las sanciones contra Caracas han fracasado; la República Bolivariana ha logrado constituir vías alternativas de suministro al margen del control de Washington, garantizando el flujo energético a China y otros países con el apoyo decisivo de Rusia e Irán. Ante la imposibilidad de doblegar al bloque emergente en el Caribe o en el Este de Europa, EE. UU. gira su punto de mira hacia el flanco más vulnerable y donde no hay apenas resistencias gubernamentales y populares en armas contra la intervención imperialista: África, buscando, incluso, a través del manejo por servicios de inteligencia atlantistas del régimen corrupto ucraniano, estrangular las rutas del crudo ruso, como evidencia el reciente ataque bélico al petrolero turco Mersin en las costas del Senegal.
Para Canarias, este escenario no es ajeno ni lejano. La historia nos convoca a la memoria y a la dignidad: Canarias dijo NO a la OTAN en el referéndum del 12 de marzo de 1986. Aquel mandato popular, sistemáticamente traicionado por los gobiernos de turno, cobra hoy una vigencia de vida o muerte. Como hemos defendido reiteradamente, nuestro Archipiélago no puede ser convertido en la plataforma logística de un imperio en decadencia ni en el portaaviones del atlantismo en su aventura africana de saqueo y neocolonialismo por la fuerza militar. La militarización del Golfo de Guinea, sumada a la agresividad de la satrapía sionista marroquí —gendarme regional que, con el beneplácito yanqui, mantiene su ocupación ilícita y criminal sobre el Sáhara Occidental— nos coloca en el ojo del huracán.
La geografía es obstinada. Si el imperialismo incendia el Sahel y bloquea el Atlántico africano, Canarias corre el riesgo inminente de ser arrastrada al conflicto, no solo como base de retaguardia y de proyección bélica, sino como objetivo legítimo de represalia militar por potencias hostiles a la OTAN. La seguridad de nuestras islas no pasa por una mayor integración en estructuras belicistas que nuestro pueblo ya rechazó en las urnas, sino por todo lo contrario.
La única salida jurídica y política viable para nuestra supervivencia es la proclamación de un Estatuto de Neutralidad Internacional. No se trata de una posición pasiva, sino de un blindaje activo amparado en el Derecho Internacional Público, que garantice a Canarias como una Zona de Paz, libre de bases extranjeras y ajena a las rapiñas por los recursos naturales del continente vecino.
Frente a la barbarie planificada desde Washington y ejecutada por sus lacayos, debemos hacer respetar nuestro derecho a decidir y a ser zona de Paz, reafirmando que nuestra tierra no será cómplice ni víctima de sus guerras. Neutralidad es, hoy más que nunca, sinónimo de supervivencia.
(*) José Manuel Rivero es abogado y analista político.





























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