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LOS "PLANES DE PAZ" DE LOS PODEROSOS: UNA TREGUA ENTRE DEPREDADORES

¿Puede llamarse paz a un acuerdo donde los pueblos no tienen voz? ¿Qué se esconde detrás de las abstenciones de Rusia y China en la ONU? ¿Nos encontramos ante una pacificación real o una reconfiguración imperial?

Mientras los grandes medios hablan de paz, los grandes imperios negocian territorios, rutas comerciales y posiciones estratégicas como si fueran fichas de ajedrez. Este artículo desnuda la lógica de fondo del actual “reordenamiento mundial”: un pacto silencioso entre potencias para repartirse zonas de influencia sin cuestionar el modelo económico que genera guerras, desigualdad y sufrimiento. Lejos de los discursos humanitarios, lo que se impone es una “paz” pensada para el capital, no para los pueblos.

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POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG

 

 

  Mientras los informativos repiten frases como “progreso [Img #88196]diplomático” o “voluntad de paz”, en las alturas del poder se está fraguando una operación que tiene poco que ver con la paz y mucho con los intereses económicos y estratégicos de las grandes potencias.

 

   Estados Unidos, Rusia y China —los tres gigantes que, con diferentes arquitecturas capitalistas, se reparten el mundo en este siglo XXI — han empezado a mover sus fichas para estabilizar el tablero geopolítico, pero no en favor de los pueblos, sino del capital global que necesita orden para seguir proyectando su expansión.

 

     El conflicto en Ucrania, y las recientes abstenciones de Rusia y China en votaciones clave del Consejo de Seguridad de la ONU (sobre  Siria,  el Sáhara Occidental y Palestina, dejan entrever un fenómeno mucho más profundo: una reconfiguración silenciosa del orden mundial basada en el intercambio de zonas de influencia. En este reparto, principios tales como la autodeterminación de los pueblos o el derecho internacional se vuelven obstáculos incómodos que se esquivan o , simplemente, se sacrifican.

 

 

“El silencio de las potencias en Gaza, Siria o el Sáhara Occidental es una abstención cómplice.”

 

 

   Intentamos dejar claro en este artículo cómo el nuevo equilibrio, que algunos están queriendo disfrazar de “pacificación”, responde, en realidad, a las necesidades del sistema capitalista global y a la pugna de las tres grandes potencias hegemonicas por asegurarse materias primas, rutas comerciales y control financiero.

 

    Y cómo, una vez más, son los pueblos los que terminan pagando el precio de esa operación.

 

UN "PLAN DE PAZ" CON LETRA PEQUEÑA

   El punto de partida visible es el "Plan de 28 puntos" que representantes de EE.UU. y Rusia han negociado en Suiza, supuestamente para “poner fin” al conflicto en Ucrania. Este plan propone, entre otras cosas, que Ucrania ceda formalmente territorios del Este al control ruso, que se comprometa a la neutralidad militar y que reciba ciertas “garantías” de seguridad por parte de Occidente.

 

    En palabras simples: se plantea un canje territorial disfrazado de diplomacia. Un trueque donde lo que se negocia no es la paz de los pueblos, sino la estabilización de las inversiones y los intereses militares de las grandes potencias. Y no se negocia entre iguales. Washington ha presionado duramente al gobierno de Zelenski, insinuando que si no acepta perderá el respaldo económico y militar.

 

    Esta forma de imponer la “paz” no es nueva. Es parte del mecanismo con el que el sistema capitalista global administra los conflictos que ya no le resultan rentables. Las guerras no se resuelven cuando dejan de causar sufrimiento, sino cuando dejan de ser útiles para los intereses del capital transnacional.

 

 

TRUMP Y PUTIN: IMPERIOS EN MODO EMPRESARIAL

      En este escenario, Trump reaparece como el mediador que vende la imagen de “pacificador pragmático”. Habla de avances, de acabar con la guerra “en 24 horas” y de proteger los intereses de Estados Unidos. Pero su propuesta no tiene que ver con la defensa de vidas ucranianas, sino con reenfocar los recursos norteamericanos hacia la disputa principal: contener a China y recomponer el liderazgo económico de EE.UU.

 

      Putin, por su parte, ha sabido esperar el desgaste ucraniano y de los países de la UE. La crisis interna del gobierno de Zelenski, los abundantes casos de corrupción en todo el entorno de su gobierno, el cansancio de los países europeos y la pérdida de entusiasmo mediático por la guerra le han permitido mantener su ofensiva sin necesidad de avanzar militarmente. Con un coste contenido y el rublo estabilizado, el gobierno del Kremlin sabe que ya no necesita ganar en el campo de batalla, sino en la mesa de negociación.

 

    Ambos líderes no están negociando una paz: están negociando las condiciones que aseguren el control de sus respectivas esferas de acumulación de capital. Lo que está en juego es quién garantiza la explotación de los territorios, las rutas energéticas y las zonas estratégicas sin interferencias del rival. Es decir, una partición funcional del planeta.

 

CHINA: EL ESPECTADOR ESTRATÉGICO

     Mientras tanto, China observa y actúa con cautela. No participa abiertamente en la negociación sobre Ucrania, pero sí en el reacomodo global que esta desencadena. Pekín ha comenzado a abstenerse en votaciones donde antes se habría alineado con Moscú, especialmente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Esta actitud no significa neutralidad, sino cálculo: China busca preservar sus intereses en África, Asia y América Latina sin abrir frentes innecesarios con EE.UU. o la UE.

 

    “Una paz que no nace desde abajo siempre termina siendo una tregua entre depredadores.”

 

     Lo esencial es entender que el silencio o la abstención no son sinónimos de pasividad. En la lógica del sistema capitalista internacional, son una forma de asegurar que nada altere el flujo del comercio, las inversiones, el extractivismo y el control financiero. Es un silencio cómplice, negociado, que deja fuera de juego a los pueblos que sufriran directamente las consecuencias de todos  estos apaños.

 

EL "CONSEJO DE SEGURIDAD" DE LA ONU COMO BOLSA DE INTERCAMBIO

 

      Y aquí es donde aparece el dato más revelador: las abstenciones coordinadas de Rusia y China en conflictos clave como el de Gaza, Siria y el Sáhara Occidental. La ONU, que nació como una vaga promesa de orden y justicia internacional, es en realidad un espacio donde las grandes potencias intercambian favores. Donde se abstienen en unos conflictos para no entorpecer sus planes en otras áreas del planeta. Donde las tragedias ajenas se aceptan como “coste colateral” de un nuevo equilibrio.

 

     En el caso de la guerra de Siria, ha ocurrido algo que nadie ha  logrado explicar minimamente: el Gobierno de Assad, que hasta el momento de su esperpéntica caida mantenía el control militar en el país, repentinamente desaparece de la escena, sin resistencia alguna, como si por arte de ensalmo se esfumara del territorio sirio.

 

    En cuestión de apenas unas pocas semanas, los enemigos yihadistas cortacabezasque hasta anteayer eran tratados por los medios orientales y occidentales como fanáticos sanguinarios, fueron repentinamente convertidos por los mass medias en impolutos héroes vencedores de un abracadabrante e inexplicable desenlace bélico.

 

    La transición entre un regimen y otro, ha sido tan abrupta como desconcertante. Y lo más revelador: la victoria de estos grupos es recibida con alborozo  tanto en Moscú  como Washington,  pudiendose interpretar que la derrota del Estado soberano sirio fuera, en el fondo, una solución conveniente para ambos bloques. A este coro de los misterios se ha agregado igualmente el silencio (¿cómplice?) de los incondicionales exégetas del desaparecido Ejecutivo sirio, que ni siquiera han sido capaces de reclamar explicaciones públicas sobre esta enigmatica derrota bélica.

 

     El resultado no ha podido ser más caótico: miles de desplazados, un país enormemente fragmentado y controlado por bloques militares que, cada uno en su zona, garantizan la seguridad de oleoductos, de bases aéreas y de rutas estratégicas. En términos políticos, hay que interpretar estos acontecimientos como una rotunda derrota de la autodeterminación. En términos económicos, una victoria de la estabilidad… pero solo para el capital.

 

    Con el Sáhara Occidental ha ocurrido algo aún más cínico: en el Consejo de Seguridad de la ONU, cuando EEUU propone para el Sahara occidental un Plan fundamentado en la propuesta marroquí de ocupacion del territorio,   Rusia y China no intervienen, no denuncian, no vetan. Prefieren abstenerse a molestar a Francia y EE.UU. en su “patio trasero” africano.

   

    El pueblo saharaui, sometido a una ocupación que ya dura casi medio siglo, sigue esperando un referéndum que nunca llega. Pero ni Moscú ni Pekín alzan la voz, porque nada tienen que ganar ahí. Y porque son conscientes de que, a cambio, podrán mover ficha en otras regiones sin resistencia. Como así demuestran los hechos que está ocurriendo.

  

GAZA: LA ABSTENCIÓN COMO AVAL A LA BARBARIE

    Pero si hay un ejemplo especialmente trágico de esta diplomacia por omisión es el de Gaza. Desde el estallido de los últimos bombardeos israelíes, el Consejo de Seguridad ha sido incapaz de emitir una resolución clara y vinculante que detenga el asedio. Y lo más alarmante no es solo el veto de Estados Unidos, habitual en este tipo de situaciones, sino también la postura de Rusia y China, que se han limitado a abstenerse.

 

    Gaza no es una cuestión lateral. Es un símbolo. Allí se concentra, de forma brutal, lo que significa que los derechos humanos estén supeditados a los intereses de las grandes potencias. Cuando Rusia y China callan o se abstienen, están eligiendo no confrontar a Estados Unidos en un territorio considerado estratégico para Occidente. ¿Por qué? Porque el verdadero objetivo no es proteger vidas, sino conservar posiciones.

 

    Israel es un enclave fundamental para la presencia occidental en Medio Oriente. Su poderío militar, su papel como brazo armado de los intereses de Washington y su función de laboratorio para tecnologías de vigilancia y control, lo convierten en un actor protegido. Rusia y China lo saben. Y si no lo afrontan es porque esperan que tampoco se les enfrente cuando llegue su turno de reclamar sus propios intereses.

 

    El resultado de esta lógica es monstruoso: niños asesinados, hospitales bombardeados, y un pueblo que resiste en condiciones de exterminio mientras el mundo —o mejor dicho, los que mandan en él— elige no mirar.

 

    UN MUNDO DIVIDIDO POR INTERESES, NO POR IDEALES

     La escena internacional actual ya no se estructura en bloques ideológicos como en la Guerra Fría. Hoy no se enfrentan el capitalismo contra el socialismo. Lo que tenemos es una disputa entre distintas potencias capitalistas que compiten salvajemente por cuotas de mercado, por zonas de influencia, por reservas estratégicas y por el control de rutas comerciales. Y lo hacen, como siempre hicieron, usando a los pueblos como peones. Esa es la realidad, aunque no pocos continúen evitando tenerla en cuenta en sus retorcidos análisis.

 

    Estados Unidos busca contener su declive, replegando fuerzas de los frentes que considera secundarios —como Ucrania— para centrarse en su competencia con China. Rusia, menos poderosa económicamente pero firme militarmente, intenta consolidar un “orden multipolar” en el que disponga de carta blanca en su vecindario geográfico. Y China, con una estrategia más sutil, intenta no exponerse, mientras avanza su proyecto de dominación comercial global.

 

  En esta disputa no hay “malos” y “buenos” al estilo de los cuentos de hadas. Hay bloques capitalistas con distintas tácticas. Unos son más agresivos, otros más prudentes. Pero todos tienen el mismo objetivo: garantizar las condiciones de explotación de recursos, mano de obra y territorios que les aseguren acumulación, crecimiento y poder.

 

EL PRECIO HUMANO DE LA “PAZ DE LOS PODEROSOS”

      La pregunta que debemos hacernos entonces es: ¿qué tipo de paz se está negociando? Porque si la paz consiste en conceder territorios sin consulta popular, en reconocer ocupaciones militares a cambio de acuerdos comerciales, y en abstenerse ante crímenes de guerra por no romper equilibrios diplomáticos, entonces eso no es paz. Es orden imperial. Es gestión del dolor para que no moleste a los negocios.

 

 

UN REPARTO GLOBAL QUE HUELE A SIGLO XX

     Lo que estamos presenciando no es una serie de hechos aislados, ni un esfuerzo sincero por pacificar el planeta. Es la preparación de una nueva arquitectura global basada en pactos inestables entre potencias que necesitan un mínimo orden para sostener su dominio económico, militar y financiero. Ucrania, Gaza, Siria, el Sáhara Occidental y tantos otros territorios, son los tableros donde se juega esta reconfiguración, pero no en nombre de la justicia ni de los pueblos, sino en nombre de la estabilidad para el capital.

 

   Las negociaciones entre Trump y Putin, las abstenciones calculadas de China y Rusia, y la pasividad de los organismos internacionales como la ONU, no responden a principios, sino a intereses. Y en ese esquema, los derechos de los pueblos quedan relegados o directamente ignorados.

 

   Como ya han venido advirtiendo diferentes articulistas desde Canarias Semanal y otros medios críticos, esto no es un proceso de distensión global, sino una reordenación pactada entre élites estatales y económicas. Se trata, en esencia, de un reparto encubierto de “esferas de influencia”, donde cada potencia controla y explota los territorios que considera propios y se abstiene de intervenir allí donde no le conviene.

 

   Nunca antes, como ahora, los esquemas de la política internacional habían reproducido con tanta fidelidad los que precedieron a la Primera Guerra Mundial en 1914. Es más, algunos de los análisis que se elaboraron en el curso de aquellos años encuentran hoy una inquietante actualidad. No pocos de los/as que han terminado enredándose en concepciones geopoliticas para tratar de explicarse el mundo y las relaciones entre los países, harían muy bien en retomar las viejas lecturas que sobre el imperialismo hicieron en sus años mozos.

 

    Estamos, pues, ante una fase nueva del capitalismo global: aquella en la que las potencias de hoy no necesitan justificar sus acciones con relatos ideológicos. Les basta con intercambiar silencios, abstenciones o concesiones, en nombre de una paz que no es más que el reflejo de una correlación de fuerzas temporal.

 

    Una paz, por cierto, que si no es construida desde abajo y por los pueblos  termina invariablemente convirtiéndose siempre en una simple tregua entre depredadores.

 

 
 
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