Viernes, 14 de Noviembre de 2025

Actualizada

Viernes, 14 de Noviembre de 2025 a las 02:05:00 horas

| 56
Viernes, 14 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:

DEL VOTO A LA DECEPCIÓN: CRÓNICA DE UNA TRAICIÓN IMPERDONABLE

El Estado ha recaudado la friolera de 1.114.639 millones de euros en multas impuestas a través de la aplicación de la "Ley Mordaza" ¿Por qué han callado quienes juraron desmontarla si llegaban al gobierno?

Prometieron que acabarían con la "Ley Mordaza" que nos asfixiaba. Prometieron que la calle sería escuchada. Nos dijeron que la derogación era cuestión de tiempo. Que la Ley Mordaza caería en cuanto ellos gobernaran. Pero cuando llegaron al gobierno, se olvidaron de nosotros. Y de sus palabras. Este es el relato personal de una traición amarga: la que viene de quienes un día marcharon a tu lado.

 

POR ANDRÉS VILLANUEVA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG


     ¿Dónde queda la dignidad cuando cada protesta te puede costar meses de salario? ¿Cómo se sostiene la voz cuando el miedo te aprieta la garganta cada vez que sales a la calle? ¿Qué se rompe por dentro cuando quienes prometieron liberarte terminan gobernando y dejándote solo?

 

     Han pasado nueve años desde que la Ley mordaza entró en vigor, y cada uno de ellos ha dejado una marca en mí. No hablo desde la teoría ni desde los informes; hablo desde las calles donde aprendí a mirar por encima del hombro antes de alzar una pancarta.

 

   En 2015, cuando la reforma de la Ley se aprobó, ya sabíamos que algo importante iba a cambiar, pero no imaginábamos lo profundo que sería el daño. La protesta dejó de ser un derecho; pasó a ser una apuesta peligrosa. Antes de cada manifestación ya no pensaba en lo que íbamos a reivindicar, sino en cómo evitar que una simple interacción con la policía terminara en una multa. Empezamos a vivir con estrategias, no con consignas.

 

[Img #87912]    La primera vez que me sancionaron me temblaron las manos. Grabé una actuación policial abusiva, porque creía —y sigo creyendo— que es indispensable registrar lo que ocurre en la calle. A pesar de que es legal grabar, me acusaron de desobediencia. Aquella palabra resonó dentro de mí como una condena que no merecía. Desde ese día, cada vez que sacaba el móvil para grabar, notaba el nudo en la garganta. Sentía el miedo como un peso físico. No era un miedo espectacular ni dramático; era un miedo silencioso, cotidiano, que se te pega a la piel y no se va.

 

    No era solo yo. Vi cómo colectivos enteros acumulaban sanciones imposibles de asumir: estudiantes que defendían su universidad, jóvenes que simplemente estaban presentes, vecinos que protestaban por la tala de árboles, familias que intentaban frenar un desahucio mientras su vida se derrumbaba.

 

    La policía imponía multas que luego otro funcionario ratificaba sin pestañear. Una maquinaria perfecta para desgastar. Lo que más dolía no era la sanción en sí, sino la sensación constante de arbitrariedad: hoy te puede tocar a ti, mañana a cualquiera de los que están a tu lado.

 

    Las organizaciones de derechos humanos hablaban de retrocesos, de abuso de poder, de limitaciones a la libertad de expresión, de una sociedad desmovilizada por miedo. Y yo asentía, porque lo había visto con mis propios ojos. Vi cómo la gente dejaba de ir a las manifestaciones porque “no me puedo permitir otra multa”. La ley mordaza no necesitaba cárceles: funcionaba a la perfección con el bolsillo y con el miedo. Funcionaba porque te hacía pensar dos veces antes de protestar.

 

    Pero lo que nunca imaginé —y todavía me duele admitirlo— vino después. La herida más profunda no la causó la derecha. La herida más profunda vino de la izquierda. De aquellos que marcharon a mi lado. De aquellos que hablaron de democracia, de derechos, de dignidad. De aquellos que nos pidieron el voto asegurando que derogarían esta ley. Pedro Sánchez lo prometió. Pablo Iglesias lo prometió. Alberto Garzón lo prometió también. "Unidas Podemos" lo gritó con nosotros en la calle. Dijeron que acabarían con la ley mordaza. Dijeron que la justicia estaba de nuestra parte. Dijeron que no dejarían a nadie atrás.

 

    Y nosotros les creímos. Les dimos nuestros votos, nuestra confianza, nuestra esperanza. Creíamos que, por una vez, la calle y el gobierno caminarían juntos. Pero cuando tuvieron la oportunidad —incluso la mayoría necesariano hicieron nada.

 

   La derogación quedó enterrada en negociaciones, en excusas técnicas, en silencios cada vez más incómodos. Lo peor no fue que no la eliminaran: lo peor fue que jamás dieron una explicación. Nada. Ni un gesto. Ni una palabra para quienes llevábamos años pagando el precio en multas, en miedo, en desgaste emocional.

 

    Ese silencio fue una traición. Una traición política, sí, pero también personal. Una traición moral. Porque no vino de quienes siempre estuvieron enfrente, sino de quienes se llamaban compañeros de lucha.

 

  Verlos llegar al poder, verlos instalarse en sus despachos, verlos hablar de derechos mientras mantenían intacta la ley que  a tantos había machacado… eso fue lo que más me dolió. No nos fallaron como políticos: nos fallaron como seres humanos. Nos fallaron porque sabían lo que significaba esta ley. Porque habían sentido en sus cuerpos la represión. Y aun así la dejaron viva.

 

    Hoy, nueve años después, sigo saliendo a la calle, pero ya no soy el mismo. Camino con rabia, con memoria y con una convicción que no lograron quitarme: no pienso callarme. La mordaza podrá seguir ahí, pero también sigue ahí mi voz. Mi voz y la de tantos que no olvidamos. Ni olvidaremos.

 

 

 

 

 
 
Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.9

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.