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TRUMP REAVIVA EL FANTASMA IMPERIAL EN EL CARIBE CON BOMBARDEOS Y AMENAZAS

¿Nos encontramos ante una nueva forma de intervención militar disfrazada de lucha antidrogas? ¿Por qué Trump ha convertido el mar Caribe en un tablero de confrontación geopolítica?

Lo que comenzó como una operación supuesta "operación contra el narcotráfico", se ha transformado en una grave crisis diplomática y militar. Donald Trump ha desatado una ofensiva en el Caribe que vulnera soberanías, provoca asesinatos extrajudiciales y pone en jaque la estabilidad regional. Detrás de los misiles y las acusaciones, se perfila una estrategia de poder que amenaza con reinstalar el viejo orden imperial en América Latina.

 

MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-

 

      La más reciente crisis diplomática y militar en el Caribe no se ha desatado por accidente. Tiene nombre propio: Donald Trump.

 

    Desde su reciente regreso a la presidencia de Estados Unidos, las aguas caribeñas han dejado de ser un corredor comercial y pesquero para convertirse en escenario de operaciones militares encubiertas. A través de una cadena de ataques contra embarcaciones, presuntamente vinculadas al narcotráfico, Washington ha desplegado una política de fuerza que ha reactivado viejos fantasmas coloniales y ha desatado una tormenta política en la región.

 

“Lo que comenzó como una operación antidrogas terminó en asesinatos extrajudiciales y violaciones de soberanía.”

 

 

     En solo pocas semanas, el gobierno estadounidense ha llevado a cabo al menos seis ataques letales en el Caribe. Aunque las autoridades del norte insisten en que se trata de “operaciones de interdicción contra el narcotráfico”, los datos hablan por sí solos: más de una veintena de personas asesinadas, la mayoría sin juicio previo ni identificación pública, y entre ellas civiles sin relación comprobada con actividades criminales.

 

   Uno de los casos más graves fue el asesinato del pescador colombiano Alejandro Carranza en aguas territoriales de Colombia. El gobierno de Gustavo Petro no tardó en calificar el hecho como lo que fue: un crimen, una violación de soberanía, un acto unilateral que no puede pasar como accidente.

 

   “La militarización del Caribe no es un accidente: es parte de una estrategia de poder.”

 

 

    La reacción de Trump a las críticas no se hizo esperar. Lejos de moderar el tono o mostrar disposición al diálogo, arremetió directamente contra el presidente Petro, acusándolo de ser “un líder del narcotráfico”. En paralelo, su gobierno canceló la visa del mandatario colombiano y amenazó con suspender cualquier tipo de cooperación o ayuda a Bogotá. En el mismo paquete, Trump incluyó a Venezuela, donde Estados Unidos ha intensificado su presencia naval y donde las embarcaciones interceptadas han sido atacadas incluso en zonas que Caracas considera dentro de su soberanía.

 

 

LAS CONSECUENCIAS REGIONALES DE LA ESTRATEGIA TRUMP

      Lo que empezó con un par de ataques a lanchas sospechosas ha terminado por sacudir el equilibrio político de todo el Caribe. La escalada militar ha generado tensiones entre gobiernos, ha puesto en riesgo tratados de cooperación, y ha sembrado miedo en poblaciones costeras que ahora temen que cualquier barca pesquera pueda convertirse en blanco militar.

 

    La militarización del mar Caribe no es un asunto aislado: responde a una lógica más profunda, de control territorial y político sobre una región históricamente subordinada al poder de Washington.

 


    “El verdadero objetivo no es combatir el narcotráfico, sino disciplinar o eliminar a los gobiernos incómodos para Washington.”

 

     En lo inmediato, las consecuencias más visibles han sido la ruptura del diálogo diplomático entre Colombia y Estados Unidos, la condena de Venezuela en el Consejo de Seguridad de la ONU, y el creciente malestar de otros gobiernos de la región que observan con preocupación cómo la política antidrogas se convierte en justificación para violar fronteras, asesinar civiles y poner en marcha un dispositivo militar sin supervisión internacional.

 

    A largo plazo, los efectos pueden ser aún más graves. El Caribe, por su posición geográfica, por sus rutas comerciales, por sus recursos naturales y por su proximidad a América Central y del Sur, es un espacio clave en el ajedrez de poder mundial.

 

    La intervención de Trump podría arrastrar a los países de la zona a nuevas formas de dependencia y subalternidad, forzándolos a alinearse con la política exterior de Estados Unidos o a enfrentar represalias económicas, diplomáticas e incluso militares.

 

 

   UNA ESTRATEGIA DE PODER MILITAR QUE SE ESCONDE TRAS EL ANTINARCOTRÁFICO

     Detrás de la retórica del combate al narcotráfico, lo que se observa es una estrategia calculada. Una que no busca tanto erradicar el crimen,  como reinstalar la lógica imperial del “gran hermano” que impone su ley sobre un territorio que considera parte de su órbita natural.

    No estamos, pues,  ante un error táctico ni ante un presidente impulsivo. Estamos ante una doctrina de fuerza que, con base en el uso selectivo del poder militar, pretende disciplinar a los gobiernos que se atrevan a actuar de forma autónoma.

 

      Esta estrategia se ha desplegado, obviamente, sin consentimiento de los organismos multilaterales y violando, sistemáticamente, los marcos jurídicos del derecho internacional. Se basa en el principio de que Estados Unidos puede atacar donde quiera, cuando quiera y contra quien quiera, siempre que pueda justificar sus acciones con palabras como “terrorismo” o “narcotráfico”.

 

    Pero estas palabras, en la práctica, han funcionado como excusas para castigar a gobiernos incómodos, reordenar alianzas, neutralizar resistencias y fortalecer el control sobre los flujos de mercancías, personas y recursos.

 

     En el fondo, lo que ocurre en el Caribe no es una simple operación militar. Es una advertencia. Un mensaje dirigido no solo a Petro o a Maduro, sino a cualquier gobierno que se atreva a proponer una política exterior no alineada, que cuestione las jerarquías globales, o que pretenda reforzar su soberanía en lugar de subordinarse al guión de Washington.

 

 EL PELIGRO DE UNA MILITARIZACIÓN SIN FRENOS

      Uno de los aspectos más peligrosos de esta crisis es la naturalización plena del uso de la violencia como herramienta política. No es que antes no sucediera así, Pero ahora de lo que se trata es de "naturalizar" ese tipo de relacion El hecho de que una potencia lance ataques sin previa declaración de guerra, que los ejecute con drones o submarinos nucleares, y que trade de defenderlos y justificarlos ante la opinión pública con comunicados vagos y acusaciones sin pruebas, revela hasta qué punto   ha la degradacion  del concepto de legalidad internacional. 

 

   Para las poblaciones del Caribe, esto se traduce en miedo, incertidumbre, y pérdida de derechos. En muchas zonas costeras de Venezuela y Colombia, comunidades enteras han abandonado sus actividades de pesca por temor a ser confundidas con traficantes. Las cadenas de suministro regionales se han visto alteradas, y la posibilidad de que una operación militar se salga de control —con consecuencias humanitarias imprevisibles— está siempre presente.

 

   Este clima de guerra permanente, sin reglas claras, sin fronteras definidas y con un enemigo difuso, forma parte de una lógica de dominación que no admite resistencias. Pero también puede convertirse en el motor de una reacción política y social que reivindique la soberanía, la autodeterminación y la paz como ejes de una política internacional alternativa.

 

 UNA RESPUESTA PENDIENTE EN CLAVE LATINOAMERICANA

     Frente a esta crisis, la región enfrenta un dilema profundo. O se resigna a ser parte del tablero de juego de las potencias, o construye una respuesta común que supere la fragmentación actual. Esta respuesta no pasa por declaraciones diplomáticas ni por tímidos comunicados. Pasa por la articulación de un proyecto soberano, que recupere el control sobre los recursos, los territorios y las decisiones estratégicas. Pasa por fortalecer alianzas entre los pueblos y los gobiernos que  reivindiquen el derecho a la autonomía sin interferencias.

 

    Porque lo que está en juego no es solo el destino de unos países insulares o de algunos líderes políticos. Lo que está en juego es la posibilidad misma de que América Latina y el Caribe construyan su futuro sin estar condenados a repetir el pasado de intervenciones, invasiones y dictados imperiales.

 

   La historia demuestra que las crisis también pueden ser oportunidades. El desafío es saber estar a la altura.

 

 

 
 
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