
EL ATAQUE A VENEZUELA Y LA REBELIÓN DE LOS ALMIRANTES
"La rebelión de los almirantes es el síntoma visible de una fractura histórica"
Hace tiempo - escribe Eduardo Luque - que Estados Unidos dejó de ser una “democracia liberal” y, escasamente hoy, puede considerarse una república. La fractura abierta en el seno de su ejército confirma lo que para muchos era una evidencia; el país atraviesa una crisis institucional sin precedentes. Lo que antes eran grietas internas y tensiones hoy parecen convertirse en algo mucho mayor (...).
Por EDUARDO LUQUE PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Hace tiempo que Estados Unidos dejó de ser una “democracia
liberal” y, escasamente hoy, puede considerarse una república. La fractura abierta en el seno de su ejército confirma lo que para muchos era una evidencia; el país atraviesa una crisis institucional sin precedentes. Lo que antes eran grietas internas y tensiones hoy parecen convertirse en algo mucho mayor, aún no se expresa como desafío abierto de las Fuerzas Armadas al poder presidencial, pero las dimisiones en las altas esferas militares se han cobrado las primeras víctimas.
En medio de un cierre prolongado del gobierno, los soldados no cobran, los funcionarios son despedidos en masa (entre ellos una parte importante de los veteranos de guerra, alrededor del 40% de los empleados públicos). El caos administrativo se adueña del país pero, lejos de ser un accidente, parece ser parte de una estrategia de Donald Trump: reducir el aparato estatal y controlar el aparato militar hasta someterlo por completo a su control político.
La orden de un telepredicador
La chispa que encendió la crisis fue la orden de ataque lanzada sin pruebas, ni autorización legal, contra un grupo de pescadores en el Caribe. La instrucción partió del Secretario de la Guerra, Pete Hegseth, un antiguo telepredicador reconvertido en halcón ideológico del trumpismo. Hegseth justificó el operativo bajo la excusa de “amenazas a la seguridad nacional”, pero los sobrevivientes declararon que eran simples pescadores cuyas embarcaciones carecían de combustible suficiente para alcanzar las aguas estadounidenses.
La presión del Secretario de la Guerra y del propio Trump sobre el alto mando ha desatado un terremoto dentro del ejército. El coronel Dog Fromant, condecorado tras 24 años de servicio, presentó su dimisión en protesta. Ese mismo día, el secretario Hegseth reunía en Quántico a los altos mandos militares para “recordarles sus deberes de obediencia”, en un encuentro que varios testigos describieron como una auténtica sesión de intimidación.
La renuncia del almirante Holsey
La crisis alcanzó su punto de ebullición cuando el almirante Alvin Holsey, jefe del Comando Sur de Estados Unidos —responsable de las operaciones militares en América del Sur y el Caribe—, presentó su renuncia. Holsey, general de cuatro estrellas y una de las figuras más respetadas del alto mando, abandonó el cargo tras menos de un año en funciones. En su carta de despedida, apeló a la obligación moral de “proteger la nación y sus valores, y defender la Constitución”. Su mensaje, que sonó más a advertencia que a despedida, denunciaba abiertamente la ilegalidad de las operaciones navales ordenadas en el Caribe, responsables —según informes internos— de más de una veintena de muertes civiles.
La dimisión de los altos mandos militares ha dejado al descubierto la intención de Donald Trump de imponerse al ejército y utilizarlo como una fuerza policial interna, dirigida contra la población civil. La sustitución de oficiales por fieles al trumpismo se ha vuelto una práctica sistemática. Su objetivo es claro: someter la estructura del Estado —desde el Pentágono hasta los tribunales— a una lógica personalista y autoritaria.
Un Congreso a oscuras
El Congreso, por su parte, ha denunciado que no ha recibido información alguna sobre estas operaciones. El congresista Jeans Hans calificó los ataques de “asesinatos ilegales” y sostuvo que “no existe base legal alguna, ni justificación moral” para una intervención de este tipo. La opacidad institucional se ha vuelto la norma en Washington: decisiones militares tomadas por funcionarios no electos, operaciones encubiertas y un Congreso marginado del control civil sobre las Fuerzas Armadas.
Se están dando las condiciones para implantar una dictadura, disfrazada de la necesidad de proteger al país, inmerso según Trump, en una crisis de “Seguridad Nacional”, la misma excusa que utilizaría cualquier presidente bananero. La crisis interna en el ejército norteamericano se ve amplificada cuando Donald Trump permite la intervención militar contra Venezuela. Un conflicto que de salir bien para EEUU, sería el primero de otros muchos. Es el sueño húmedo de las clases altas norteamericanas: recrear un Imperio continental que abarque desde Alaska hasta Tierra de Fuego gobernado desde Washington.
Los grupos financieros norteamericanos necesitan para preservar ese Imperio soñado y mantenerse como superpotencia durante otro siglo, las riquezas naturales del resto del continente, dado que la guerra en Ucrania no ha conseguido derrotar a sus grandes adversarios Moscú y Pekín.
La sombra del autoritarismo
Trump, sabiéndolo o no, coquetea con la posibilidad de una guerra civil. Los agentes enviados a detener migrantes del Servicio de Inmigración y control de Aduanas de EEUU (ICE) están empleando métodos brutales, decididos a crear el mayor malestar posible entre la población que justifique la intervención del ejército como policía represiva contra la ciudadanía. El nuevo Memorándum de Seguridad Nacional (NSPM-7) introducido por Trump define cuales son los enemigos internos a combatir. Por ejemplo: las opiniones “anticristianas” y “antiamericanas” son indicadores de la violencia de “izquierda radical”.
Para combatir el antiamericanismo, Donald Trump pretende utilizar un vasto ejército compuesto por agentes federales, estatales y locales como dijo el asesor de Trump, Stephen Miller serán: “el eje central de ese esfuerzo”.
No sólo se trataría de perseguir organizaciones supuestamente “radicales” sino de individuos concretos que tengan indicios de ser “anticapitalistas”, “anticristianos”, extremistas raciales de género, aquellos que se opongan a la familia tradicional, la moralidad y que se opongan a las tradiciones religiosas de los EEUU.
Se busca un efecto de “purificación racial” donde la clase alta blanca wasp (el propio presidente se ha autodefinido como supremacista blanco) sea nuevamente el sector político dominante, no tanto por su número, sino porque ejerzan el poder político sobre las instituciones. Para ello no renunciará a utilizar la manipulación mediática, la utilización de leyes de excepción como la Ley de insurrección de 1807 que le permitiría la expulsión de unos 17 millones de inmigrantes latinoamericanos y la militarización de la política interna. Todo son síntomas de un proceso más profundo: la transformación de la primera potencia mundial en un régimen de excepción permanente.
El objetivo: Venezuela
EEUU está concentrando tropas y recursos en la costa Caribeña. Las maniobras navales que se realizan y el desplazamiento de más de 10000 efectivos para reforzar las centenares de desplegados en torno a Venezuela no son un hecho aislado. Desde hace meses, el Pentágono prepara una intervención bajo el pretexto de “proteger los intereses energéticos y la seguridad del hemisferio”, se han desplegado unidades militares en Puerto Rico y se han intensificado las operaciones de inteligencia sobre Caracas. Se especula con una intervención militar específica contra Madura y los líderes militares en el país.
Pero…..Venezuela no está sola.
Venezuela se prepara para el conflicto que parece inevitable. ¿Podrá EEUU con un Congreso paralizado enfrentar una crisis en Irán y otra al mismo tiempo en Venezuela, manteniendo el esfuerzo militar en Ucrania? Desde el punto de vista político y militar es un desatino, aunque todas las opciones siguen abiertas.
En estos días los rumores que se habían ido manifestando se confirman. Los medios chinos, en una acción aparentemente concertada con las fuentes rusas e iraníes, han filtrado información sobre ensayos con misiles antibuque C-802A —con alcance de hasta 180 kilómetros y guiado combinado de precisión—, así como tecnología de guerra electrónica. Hace apenas un mes, se realizaron las maniobras conjuntas Caribe Soberano 200, entre las armadas venezolana y china.
Medios militares rusos han advertido que una intervención “no será un paseo por el campo”. Venezuela no está sola: mantiene un acuerdo de defensa mutua con Rusia, firmado el mes de septiembre pasado, y cuenta, desde hace muchos meses, con la asistencia técnica de militares rusos y bielorrusos en el mantenimiento de radares y sistemas antiaéreos. Por otra parte, fuentes de inteligencia norteamericana han confirmado la instalación de fábricas de drones iraníes en territorio venezolano. En paralelo Caracas habría recibido también lanchas rápidas iraníes armadas de misiles, la experiencia iraní y las enseñanzas hutíes sobre la guerra irregular equilibran en cierta medida el balance militar entre la superpotencia del norte y el país caribeño.
El petróleo, trasfondo permanente
Nada de esto puede entenderse sin tener en cuenta que Washington ansía controlar el petróleo venezolano. Según la EIA se estima que el país tiene en reservas comprobadas unos 304.000 millones de barriles. Desde la nacionalización del petróleo en 1976, Washington ha considerado a Venezuela un enclave estratégico bajo vigilancia extrema. Las riquezas petrolíferas y la existencia de otros muchos recursos minerales, entre ellos tierras raras, convierten al país en un punto neurálgico en la geopolítica mundial. Las operaciones encubiertas de la CIA, los sabotajes económicos y las incursiones fronterizas forman parte de un guion ya conocido.
Epílogo: la fractura del imperio
La rebelión de los almirantes no es solo un episodio de desobediencia militar. Es el síntoma visible de una fractura histórica: la descomposición del aparato imperial estadounidense. Mientras la Casa Blanca intenta imponer su autoridad por la fuerza, el mundo observa el declive de una potencia que ya no puede sostener su hegemonía ni hacia fuera ni hacia dentro.
El ejército, antaño columna vertebral del proyecto imperial, se rebela ahora contra un presidente que pretende convertirlo en instrumento de represión interna. Si algo simboliza esta crisis, es la confirmación de que el imperio estadounidense se desmorona desde su propio centro, arrastrado por la arrogancia, la corrupción y el mesianismo de quienes aún creen que pueden gobernar el mundo a base de miedo.
Por EDUARDO LUQUE PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Hace tiempo que Estados Unidos dejó de ser una “democracia liberal” y, escasamente hoy, puede considerarse una república. La fractura abierta en el seno de su ejército confirma lo que para muchos era una evidencia; el país atraviesa una crisis institucional sin precedentes. Lo que antes eran grietas internas y tensiones hoy parecen convertirse en algo mucho mayor, aún no se expresa como desafío abierto de las Fuerzas Armadas al poder presidencial, pero las dimisiones en las altas esferas militares se han cobrado las primeras víctimas.
En medio de un cierre prolongado del gobierno, los soldados no cobran, los funcionarios son despedidos en masa (entre ellos una parte importante de los veteranos de guerra, alrededor del 40% de los empleados públicos). El caos administrativo se adueña del país pero, lejos de ser un accidente, parece ser parte de una estrategia de Donald Trump: reducir el aparato estatal y controlar el aparato militar hasta someterlo por completo a su control político.
La orden de un telepredicador
La chispa que encendió la crisis fue la orden de ataque lanzada sin pruebas, ni autorización legal, contra un grupo de pescadores en el Caribe. La instrucción partió del Secretario de la Guerra, Pete Hegseth, un antiguo telepredicador reconvertido en halcón ideológico del trumpismo. Hegseth justificó el operativo bajo la excusa de “amenazas a la seguridad nacional”, pero los sobrevivientes declararon que eran simples pescadores cuyas embarcaciones carecían de combustible suficiente para alcanzar las aguas estadounidenses.
La presión del Secretario de la Guerra y del propio Trump sobre el alto mando ha desatado un terremoto dentro del ejército. El coronel Dog Fromant, condecorado tras 24 años de servicio, presentó su dimisión en protesta. Ese mismo día, el secretario Hegseth reunía en Quántico a los altos mandos militares para “recordarles sus deberes de obediencia”, en un encuentro que varios testigos describieron como una auténtica sesión de intimidación.
La renuncia del almirante Holsey
La crisis alcanzó su punto de ebullición cuando el almirante Alvin Holsey, jefe del Comando Sur de Estados Unidos —responsable de las operaciones militares en América del Sur y el Caribe—, presentó su renuncia. Holsey, general de cuatro estrellas y una de las figuras más respetadas del alto mando, abandonó el cargo tras menos de un año en funciones. En su carta de despedida, apeló a la obligación moral de “proteger la nación y sus valores, y defender la Constitución”. Su mensaje, que sonó más a advertencia que a despedida, denunciaba abiertamente la ilegalidad de las operaciones navales ordenadas en el Caribe, responsables —según informes internos— de más de una veintena de muertes civiles.
La dimisión de los altos mandos militares ha dejado al descubierto la intención de Donald Trump de imponerse al ejército y utilizarlo como una fuerza policial interna, dirigida contra la población civil. La sustitución de oficiales por fieles al trumpismo se ha vuelto una práctica sistemática. Su objetivo es claro: someter la estructura del Estado —desde el Pentágono hasta los tribunales— a una lógica personalista y autoritaria.
Un Congreso a oscuras
El Congreso, por su parte, ha denunciado que no ha recibido información alguna sobre estas operaciones. El congresista Jeans Hans calificó los ataques de “asesinatos ilegales” y sostuvo que “no existe base legal alguna, ni justificación moral” para una intervención de este tipo. La opacidad institucional se ha vuelto la norma en Washington: decisiones militares tomadas por funcionarios no electos, operaciones encubiertas y un Congreso marginado del control civil sobre las Fuerzas Armadas.
Se están dando las condiciones para implantar una dictadura, disfrazada de la necesidad de proteger al país, inmerso según Trump, en una crisis de “Seguridad Nacional”, la misma excusa que utilizaría cualquier presidente bananero. La crisis interna en el ejército norteamericano se ve amplificada cuando Donald Trump permite la intervención militar contra Venezuela. Un conflicto que de salir bien para EEUU, sería el primero de otros muchos. Es el sueño húmedo de las clases altas norteamericanas: recrear un Imperio continental que abarque desde Alaska hasta Tierra de Fuego gobernado desde Washington.
Los grupos financieros norteamericanos necesitan para preservar ese Imperio soñado y mantenerse como superpotencia durante otro siglo, las riquezas naturales del resto del continente, dado que la guerra en Ucrania no ha conseguido derrotar a sus grandes adversarios Moscú y Pekín.
La sombra del autoritarismo
Trump, sabiéndolo o no, coquetea con la posibilidad de una guerra civil. Los agentes enviados a detener migrantes del Servicio de Inmigración y control de Aduanas de EEUU (ICE) están empleando métodos brutales, decididos a crear el mayor malestar posible entre la población que justifique la intervención del ejército como policía represiva contra la ciudadanía. El nuevo Memorándum de Seguridad Nacional (NSPM-7) introducido por Trump define cuales son los enemigos internos a combatir. Por ejemplo: las opiniones “anticristianas” y “antiamericanas” son indicadores de la violencia de “izquierda radical”.
Para combatir el antiamericanismo, Donald Trump pretende utilizar un vasto ejército compuesto por agentes federales, estatales y locales como dijo el asesor de Trump, Stephen Miller serán: “el eje central de ese esfuerzo”.
No sólo se trataría de perseguir organizaciones supuestamente “radicales” sino de individuos concretos que tengan indicios de ser “anticapitalistas”, “anticristianos”, extremistas raciales de género, aquellos que se opongan a la familia tradicional, la moralidad y que se opongan a las tradiciones religiosas de los EEUU.
Se busca un efecto de “purificación racial” donde la clase alta blanca wasp (el propio presidente se ha autodefinido como supremacista blanco) sea nuevamente el sector político dominante, no tanto por su número, sino porque ejerzan el poder político sobre las instituciones. Para ello no renunciará a utilizar la manipulación mediática, la utilización de leyes de excepción como la Ley de insurrección de 1807 que le permitiría la expulsión de unos 17 millones de inmigrantes latinoamericanos y la militarización de la política interna. Todo son síntomas de un proceso más profundo: la transformación de la primera potencia mundial en un régimen de excepción permanente.
El objetivo: Venezuela
EEUU está concentrando tropas y recursos en la costa Caribeña. Las maniobras navales que se realizan y el desplazamiento de más de 10000 efectivos para reforzar las centenares de desplegados en torno a Venezuela no son un hecho aislado. Desde hace meses, el Pentágono prepara una intervención bajo el pretexto de “proteger los intereses energéticos y la seguridad del hemisferio”, se han desplegado unidades militares en Puerto Rico y se han intensificado las operaciones de inteligencia sobre Caracas. Se especula con una intervención militar específica contra Madura y los líderes militares en el país.
Pero…..Venezuela no está sola.
Venezuela se prepara para el conflicto que parece inevitable. ¿Podrá EEUU con un Congreso paralizado enfrentar una crisis en Irán y otra al mismo tiempo en Venezuela, manteniendo el esfuerzo militar en Ucrania? Desde el punto de vista político y militar es un desatino, aunque todas las opciones siguen abiertas.
En estos días los rumores que se habían ido manifestando se confirman. Los medios chinos, en una acción aparentemente concertada con las fuentes rusas e iraníes, han filtrado información sobre ensayos con misiles antibuque C-802A —con alcance de hasta 180 kilómetros y guiado combinado de precisión—, así como tecnología de guerra electrónica. Hace apenas un mes, se realizaron las maniobras conjuntas Caribe Soberano 200, entre las armadas venezolana y china.
Medios militares rusos han advertido que una intervención “no será un paseo por el campo”. Venezuela no está sola: mantiene un acuerdo de defensa mutua con Rusia, firmado el mes de septiembre pasado, y cuenta, desde hace muchos meses, con la asistencia técnica de militares rusos y bielorrusos en el mantenimiento de radares y sistemas antiaéreos. Por otra parte, fuentes de inteligencia norteamericana han confirmado la instalación de fábricas de drones iraníes en territorio venezolano. En paralelo Caracas habría recibido también lanchas rápidas iraníes armadas de misiles, la experiencia iraní y las enseñanzas hutíes sobre la guerra irregular equilibran en cierta medida el balance militar entre la superpotencia del norte y el país caribeño.
El petróleo, trasfondo permanente
Nada de esto puede entenderse sin tener en cuenta que Washington ansía controlar el petróleo venezolano. Según la EIA se estima que el país tiene en reservas comprobadas unos 304.000 millones de barriles. Desde la nacionalización del petróleo en 1976, Washington ha considerado a Venezuela un enclave estratégico bajo vigilancia extrema. Las riquezas petrolíferas y la existencia de otros muchos recursos minerales, entre ellos tierras raras, convierten al país en un punto neurálgico en la geopolítica mundial. Las operaciones encubiertas de la CIA, los sabotajes económicos y las incursiones fronterizas forman parte de un guion ya conocido.
Epílogo: la fractura del imperio
La rebelión de los almirantes no es solo un episodio de desobediencia militar. Es el síntoma visible de una fractura histórica: la descomposición del aparato imperial estadounidense. Mientras la Casa Blanca intenta imponer su autoridad por la fuerza, el mundo observa el declive de una potencia que ya no puede sostener su hegemonía ni hacia fuera ni hacia dentro.
El ejército, antaño columna vertebral del proyecto imperial, se rebela ahora contra un presidente que pretende convertirlo en instrumento de represión interna. Si algo simboliza esta crisis, es la confirmación de que el imperio estadounidense se desmorona desde su propio centro, arrastrado por la arrogancia, la corrupción y el mesianismo de quienes aún creen que pueden gobernar el mundo a base de miedo.
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