LA VIOLACIÓN COMO ARMA DE GUERRA
"El poder y la sumisión son dos caras de una misma moneda"
Aunque la violación afecta a toda la población mundial, las mujeres son -escriben Juana Mª Aguilera Tenorio y Elena Vélez - sus principales víctimas, y los números son aterradores. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual (...).
Por JUANA MARÍA AGUILERA TENORIO Y ELENA VÉLEZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Cuando la inocencia predomina, resulta inimaginable que algo así pueda suceder. La maldad humana, sin embargo, es capaz de superarse hasta lo infinito. Comprender qué es la violación provoca un estupor que, en muchos casos, nunca logra disiparse. Los seres humanos son capaces de amar y hacer daño hasta lo infinito.
Aunque la violación afecta a toda la población mundial, las mujeres son sus principales víctimas, y los números son aterradores. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual en su vida. En contextos de violencia extrema, algunas mujeres sobrevivientes son instrumentalizadas por el patriarcado: convertidas en cómplices involuntarias, se ven obligadas a entregar a otras mujeres y niñas como mercancía sexual para evitar que la violencia recaiga sobre ellas mismas. Saben que, si denuncian, la ley no las protegerá. Así, terminan facilitando, a menudo sin quererlo, la explotación del cuerpo y la vida de otras, entrando en una espiral de la que no pueden salir y arrastrando consigo a incontables niñas y mujeres al inframundo físico y mental de la violencia sexual.
La violación, como forma de agresión sexual, comprende toda actividad, contacto o experiencia sexual que ocurre sin consentimiento. Esto significa que la persona no tiene la posibilidad real de evitarlo. Con frecuencia, no se reconoce como violación cuando la víctima no ha dicho “no”, pero se ignora que, en muchos casos, ni siquiera podía hacerlo: el miedo a perder la vida o a sufrir una agresión brutal la silencia y paraliza. La brutalidad de la violación es, en sí misma, inenarrable.
El patriarcado impone la idea de que las mujeres deben defenderse “hasta morir”. Se culpa a las víctimas como si la violencia sufrida fuera consecuencia de su forma de vestir, de maquillarse, de mostrarse afectuosas o de “provocar” a los hombres. Esta narrativa culpabilizadora ha sido normalizada hasta el punto de repetirse sin cuestionamiento en amplios sectores de la sociedad.
Que ocurre en los contextos de guerra
En el Encuentro Internacional Feminista celebrado en Madrid en 2023, la activista y escritora Urvashi Butalia denunció que, en 2013, en la India, la violación se utilizó como arma de guerra “para enviar un mensaje al resto de la población sobre quién manda”. Se empleó no solo para humillar, sino para aterrorizar y forzar el desplazamiento de comunidades enteras. Además, las mujeres son secuestradas para la esclavitud sexual y la prostitución forzada; se les practican esterilizaciones involuntarias y se les infligen violencias atroces contra sus genitales. Las niñas raptadas son obligadas a convivir con grupos armados, sometidas a formas de abuso que difícilmente pueden imaginarse desde contextos de paz. Tras estos hechos, cargan con un estigma social que también recae sobre los hijos e hijas nacidos de esas violaciones.
El poder y la sumisión son dos caras de una misma moneda. En los conflictos bélicos, donde la esencia humana se destruye de mil maneras, primero se corrompe al verdugo: se lo entrena para matar, para arrebatar alimentos, para castigar al enemigo, para imponer la ley del “yo mando y tú obedeces hasta la muerte”. Pero también se destruye a la víctima: el ser humano que lucha por sobrevivir alcanza, tarde o temprano, los límites de su cuerpo y su mente. Y en medio de todo ello, la violación se convierte en una herramienta de dominación, de aniquilación colectiva y de control social.
¿Por qué la violación como arma de guerra es un crimen grave?
Desde los juicios de Núremberg hasta el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (1998), la violación sistemática en conflictos armados ha sido reconocida como crimen de guerra, crimen contra la humanidad e, incluso, acto de genocidio cuando se comete con la intención de destruir parcial o totalmente a un grupo. En 1998, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda sentenció por primera vez que la violación masiva podía constituir genocidio. Hoy, los actos documentados en Palestina están siendo examinados bajo este mismo marco jurídico.
Lo que ocurre en Palestina no es excepcional, sino ejemplar. Desde las violaciones masivas en el este de la República Democrática del Congo, donde más de 200,000 mujeres han sido violadas desde 1998, la violación sigue siendo una de las armas más baratas y eficaces de la guerra moderna. Su objetivo no es solo destruir cuerpos, sino borrar futuros.
La resistencia de las mujeres palestinas: no solo víctimas, sino sujetas políticas
Frente a esta violencia, las mujeres palestinas no han permanecido en silencio. Desde las parteras que atienden partos en ruinas, hasta las activistas que graban testimonios bajo bombardeo, pasando por las madres que entierran a sus hijos con dignidad en medio del horror, las mujeres palestinas ejercen una resistencia cotidiana y heroica. Su lucha no es solo por sobrevivir, sino por preservar la memoria, la identidad y el derecho a existir de su pueblo.
Borrar el futuro: violencia sexual y destrucción reproductiva en Palestina
Naciones Unidas ha denunciado el uso sistemático de la violencia sexual por parte de fuerzas israelíes en los territorios palestinos ocupados, describiéndolo como “más de lo que el ser humano puede soportar”. El 13 de marzo de 2025, la Comisión Internacional Independiente de Investigación de la ONU sobre el Territorio Palestino Ocupado (incluido Jerusalén Oriental) publicó un informe en el que documenta una amplia gama de violaciones cometidas contra mujeres, hombres, niñas y niños palestinos desde el 7 de octubre de 2023.
Según el informe, estas agresiones forman parte de un patrón generalizado y sistemático que afecta al pueblo palestino como grupo. Entre los actos descritos se incluyen:
-
desnudez pública forzada,
-
acoso sexual,
-
amenazas de violación,
-
violencia contra los genitales,
-
violencia sexual reproductiva,
-
ataques contra personal médico que atiende a las víctimas.
En algunos casos, estas prácticas han sido incorporadas como parte de los procedimientos operativos estándar de las fuerzas de seguridad israelíes.
La Comisión también señaló que Israel ha destruido más del 70 % de la infraestructura sanitaria en Gaza, incluidas clínicas de salud sexual y reproductiva, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta destrucción deliberada, advierte el informe, constituye un acto que socava el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y a la supervivencia biológica. Navi Pillay, expresidenta del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, afirmó al respecto:
“Es inevitable concluir que Israel ha utilizado la violencia sexual y de género contra los palestinos para intimidarlos y perpetuar un sistema de opresión”.
En realidad, no existe la “violencia de género”: lo que se ejerce es violencia machista, es violencia patriarcal perpetrada por hombres contra mujeres para someterlas y destruirlas como grupo.
Este uso sistemático de la violencia sexual no es un fenómeno aislado ni casual: responde a lógicas históricas de dominación que el feminismo socialista denunció desde sus orígenes. Alexandra Kollontai, una de las primeras teóricas marxistas en articular la conexión entre patriarcado, guerra y explotación sexual, escribió en 1918:
“En la guerra, la mujer no es vista como un ser humano, sino como un trofeo, como una posesión que el vencedor se arroga el derecho de tomar. La violación se convierte entonces en un símbolo de dominio, no solo sobre el cuerpo de una mujer, sino sobre toda una comunidad”. (La nueva moralidad y la clase obrera)
Aunque Kollontai escribía en el contexto de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, su análisis anticipa con claridad lo que hoy se reconoce en el derecho internacional: que la violencia sexual en los conflictos no es un crimen colateral, sino una estrategia deliberada de deshumanización colectiva. Esta visión fue compartida por otras socialistas de su tiempo. Clara Zetkin, organizadora de la primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas contra la Guerra en 1915, denunció cómo los Estados movilizan no solo a los hombres para matar, sino a las mujeres para ser violadas, humilladas y silenciadas, reforzando así una doble jerarquía: de nación sobre nación, y de hombre sobre mujer.
Desde esta perspectiva histórica y crítica, resulta evidente que cuando se destruyen clínicas de maternidad, se viola a mujeres en presencia de sus familias o se impide el acceso a atención reproductiva, no se trata de “excesos” de la guerra, sino de tácticas calculadas para quebrar los lazos biológicos, sociales y culturales de un pueblo.
En el caso de muchas mujeres musulmanas, la violación genera un trauma profundamente arraigado en su cosmovisión religiosa, al sentir que su pureza, y con ella, su posibilidad de salvación, ha sido irremediablemente quebrantada. Un obstetra en Gaza describió la situación como “una guerra contra las mujeres”: más de 1.2 millones de mujeres y niñas en Gaza necesitan ayuda humanitaria urgente (ONU Mujeres, marzo 2025); 50,000 están embarazadas en condiciones extremas, y miles han dado a luz sin agua, sin anestesia y bajo bombardeo. Aún se desconoce el número exacto de fallecidas por complicaciones relacionadas con el embarazo y el parto, pero la OMS estima que la mortalidad materna ha aumentado en más del 300 % desde octubre de 2023.
El informe de la ONU también denuncia la impunidad generalizada. En Cisjordania, colonos israelíes cometen actos de violencia sexual con el objetivo explícito de infundir terror y forzar el desplazamiento de comunidades palestinas. Según la ONG israelí Yesh Din, menos del 2 % de las denuncias por abusos de soldados contra palestinos entre 2005 y 2024 han terminado en condenas. Navi Pillay subrayó que “las declaraciones y acciones de líderes israelíes, junto con la ineficacia del sistema de justicia militar para enjuiciar y condenar a los responsables, envían un mensaje claro: pueden cometer estos actos sin temor a rendir cuentas”.
Ante esta situación, la rendición de cuentas solo será posible mediante mecanismos internacionales, como la Corte Penal Internacional (CPI) —que ya abrió una investigación formal sobre crímenes de guerra en Palestina en 2021—, o a través de tribunales nacionales que ejerzan jurisdicción universal. Las consecuencias a largo plazo son devastadoras: daños psicológicos irreversibles (el 90 % de las mujeres en Gaza presenta síntomas de estrés postraumático severo, según la OMS), pérdida de la capacidad reproductiva y un trauma colectivo que afectará a generaciones.
El informe concluye que, en todo el territorio palestino ocupado, las agresiones sexuales se están utilizando como estrategia de guerra con el objetivo de controlar, humillar y destruir al pueblo palestino.
La inacción de la comunidad internacional frente a estos crímenes no es neutral: es cómplice. La violación, cuando se convierte en arma sistemática, no solo destruye cuerpos, sino la posibilidad misma de futuro. En un mundo que se dice comprometido con los derechos humanos, la pregunta es urgente: ¿se permite que la violencia sexual se convierta en la bomba nuclear de este siglo?
¿Qué puede hacer la ciudadanía?
Ante la impunidad, el silencio es complicidad. Pero la ciudadanía global no está desarmada. Exigir a los gobiernos que reconozcan la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, apoyar campañas de boicot, desinversión y sanciones (BDS) contra empresas que sostienen la ocupación, presionar para que se suspenda la venta de armas a Israel, y visibilizar los testimonios de las víctimas son formas concretas de resistir.
Hemos publicado en nuestra página web, partidofeminista.es la traducción completa y resúmenes del informe “De la economía de ocupación a la economía de genocidio”, elaborado por Francesca Albanese, Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967. Analiza cómo la economía israelí ha evolucionado de un modelo basado en la explotación y control de los recursos palestinos, característico de una ocupación prolongada, a uno que, desde octubre de 2023, facilita, sostiene y se beneficia directamente de actos que constituyen genocidio contra el pueblo palestino.
El documento denuncia que empresas israelíes y multinacionales participan en la destrucción sistemática de infraestructuras esenciales en Gaza (agua, alimentos, salud, vivienda), el desplazamiento forzado masivo y el bloqueo humanitario, todo ello en un contexto de impunidad. Albanese concluye que la economía israelí ya no solo sostiene la ocupación, sino que ha pasado a alimentar una maquinaria de aniquilación colectiva, en violación del derecho internacional.
(*) Juana María Aguilera Tenorio y Elena Vélez Miembras de la Comisión Política del Partido Feminista de España
Por JUANA MARÍA AGUILERA TENORIO Y ELENA VÉLEZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Cuando la inocencia predomina, resulta inimaginable que algo así pueda suceder. La maldad humana, sin embargo, es capaz de superarse hasta lo infinito. Comprender qué es la violación provoca un estupor que, en muchos casos, nunca logra disiparse. Los seres humanos son capaces de amar y hacer daño hasta lo infinito.
Aunque la violación afecta a toda la población mundial, las mujeres son sus principales víctimas, y los números son aterradores. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual en su vida. En contextos de violencia extrema, algunas mujeres sobrevivientes son instrumentalizadas por el patriarcado: convertidas en cómplices involuntarias, se ven obligadas a entregar a otras mujeres y niñas como mercancía sexual para evitar que la violencia recaiga sobre ellas mismas. Saben que, si denuncian, la ley no las protegerá. Así, terminan facilitando, a menudo sin quererlo, la explotación del cuerpo y la vida de otras, entrando en una espiral de la que no pueden salir y arrastrando consigo a incontables niñas y mujeres al inframundo físico y mental de la violencia sexual.
La violación, como forma de agresión sexual, comprende toda actividad, contacto o experiencia sexual que ocurre sin consentimiento. Esto significa que la persona no tiene la posibilidad real de evitarlo. Con frecuencia, no se reconoce como violación cuando la víctima no ha dicho “no”, pero se ignora que, en muchos casos, ni siquiera podía hacerlo: el miedo a perder la vida o a sufrir una agresión brutal la silencia y paraliza. La brutalidad de la violación es, en sí misma, inenarrable.
El patriarcado impone la idea de que las mujeres deben defenderse “hasta morir”. Se culpa a las víctimas como si la violencia sufrida fuera consecuencia de su forma de vestir, de maquillarse, de mostrarse afectuosas o de “provocar” a los hombres. Esta narrativa culpabilizadora ha sido normalizada hasta el punto de repetirse sin cuestionamiento en amplios sectores de la sociedad.
Que ocurre en los contextos de guerra
En el Encuentro Internacional Feminista celebrado en Madrid en 2023, la activista y escritora Urvashi Butalia denunció que, en 2013, en la India, la violación se utilizó como arma de guerra “para enviar un mensaje al resto de la población sobre quién manda”. Se empleó no solo para humillar, sino para aterrorizar y forzar el desplazamiento de comunidades enteras. Además, las mujeres son secuestradas para la esclavitud sexual y la prostitución forzada; se les practican esterilizaciones involuntarias y se les infligen violencias atroces contra sus genitales. Las niñas raptadas son obligadas a convivir con grupos armados, sometidas a formas de abuso que difícilmente pueden imaginarse desde contextos de paz. Tras estos hechos, cargan con un estigma social que también recae sobre los hijos e hijas nacidos de esas violaciones.
El poder y la sumisión son dos caras de una misma moneda. En los conflictos bélicos, donde la esencia humana se destruye de mil maneras, primero se corrompe al verdugo: se lo entrena para matar, para arrebatar alimentos, para castigar al enemigo, para imponer la ley del “yo mando y tú obedeces hasta la muerte”. Pero también se destruye a la víctima: el ser humano que lucha por sobrevivir alcanza, tarde o temprano, los límites de su cuerpo y su mente. Y en medio de todo ello, la violación se convierte en una herramienta de dominación, de aniquilación colectiva y de control social.
¿Por qué la violación como arma de guerra es un crimen grave?
Desde los juicios de Núremberg hasta el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (1998), la violación sistemática en conflictos armados ha sido reconocida como crimen de guerra, crimen contra la humanidad e, incluso, acto de genocidio cuando se comete con la intención de destruir parcial o totalmente a un grupo. En 1998, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda sentenció por primera vez que la violación masiva podía constituir genocidio. Hoy, los actos documentados en Palestina están siendo examinados bajo este mismo marco jurídico.
Lo que ocurre en Palestina no es excepcional, sino ejemplar. Desde las violaciones masivas en el este de la República Democrática del Congo, donde más de 200,000 mujeres han sido violadas desde 1998, la violación sigue siendo una de las armas más baratas y eficaces de la guerra moderna. Su objetivo no es solo destruir cuerpos, sino borrar futuros.
La resistencia de las mujeres palestinas: no solo víctimas, sino sujetas políticas
Frente a esta violencia, las mujeres palestinas no han permanecido en silencio. Desde las parteras que atienden partos en ruinas, hasta las activistas que graban testimonios bajo bombardeo, pasando por las madres que entierran a sus hijos con dignidad en medio del horror, las mujeres palestinas ejercen una resistencia cotidiana y heroica. Su lucha no es solo por sobrevivir, sino por preservar la memoria, la identidad y el derecho a existir de su pueblo.
Borrar el futuro: violencia sexual y destrucción reproductiva en Palestina
Naciones Unidas ha denunciado el uso sistemático de la violencia sexual por parte de fuerzas israelíes en los territorios palestinos ocupados, describiéndolo como “más de lo que el ser humano puede soportar”. El 13 de marzo de 2025, la Comisión Internacional Independiente de Investigación de la ONU sobre el Territorio Palestino Ocupado (incluido Jerusalén Oriental) publicó un informe en el que documenta una amplia gama de violaciones cometidas contra mujeres, hombres, niñas y niños palestinos desde el 7 de octubre de 2023.
Según el informe, estas agresiones forman parte de un patrón generalizado y sistemático que afecta al pueblo palestino como grupo. Entre los actos descritos se incluyen:
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desnudez pública forzada,
-
acoso sexual,
-
amenazas de violación,
-
violencia contra los genitales,
-
violencia sexual reproductiva,
-
ataques contra personal médico que atiende a las víctimas.
En algunos casos, estas prácticas han sido incorporadas como parte de los procedimientos operativos estándar de las fuerzas de seguridad israelíes.
La Comisión también señaló que Israel ha destruido más del 70 % de la infraestructura sanitaria en Gaza, incluidas clínicas de salud sexual y reproductiva, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta destrucción deliberada, advierte el informe, constituye un acto que socava el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y a la supervivencia biológica. Navi Pillay, expresidenta del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, afirmó al respecto:
“Es inevitable concluir que Israel ha utilizado la violencia sexual y de género contra los palestinos para intimidarlos y perpetuar un sistema de opresión”.
En realidad, no existe la “violencia de género”: lo que se ejerce es violencia machista, es violencia patriarcal perpetrada por hombres contra mujeres para someterlas y destruirlas como grupo.
Este uso sistemático de la violencia sexual no es un fenómeno aislado ni casual: responde a lógicas históricas de dominación que el feminismo socialista denunció desde sus orígenes. Alexandra Kollontai, una de las primeras teóricas marxistas en articular la conexión entre patriarcado, guerra y explotación sexual, escribió en 1918:
“En la guerra, la mujer no es vista como un ser humano, sino como un trofeo, como una posesión que el vencedor se arroga el derecho de tomar. La violación se convierte entonces en un símbolo de dominio, no solo sobre el cuerpo de una mujer, sino sobre toda una comunidad”. (La nueva moralidad y la clase obrera)
Aunque Kollontai escribía en el contexto de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, su análisis anticipa con claridad lo que hoy se reconoce en el derecho internacional: que la violencia sexual en los conflictos no es un crimen colateral, sino una estrategia deliberada de deshumanización colectiva. Esta visión fue compartida por otras socialistas de su tiempo. Clara Zetkin, organizadora de la primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas contra la Guerra en 1915, denunció cómo los Estados movilizan no solo a los hombres para matar, sino a las mujeres para ser violadas, humilladas y silenciadas, reforzando así una doble jerarquía: de nación sobre nación, y de hombre sobre mujer.
Desde esta perspectiva histórica y crítica, resulta evidente que cuando se destruyen clínicas de maternidad, se viola a mujeres en presencia de sus familias o se impide el acceso a atención reproductiva, no se trata de “excesos” de la guerra, sino de tácticas calculadas para quebrar los lazos biológicos, sociales y culturales de un pueblo.
En el caso de muchas mujeres musulmanas, la violación genera un trauma profundamente arraigado en su cosmovisión religiosa, al sentir que su pureza, y con ella, su posibilidad de salvación, ha sido irremediablemente quebrantada. Un obstetra en Gaza describió la situación como “una guerra contra las mujeres”: más de 1.2 millones de mujeres y niñas en Gaza necesitan ayuda humanitaria urgente (ONU Mujeres, marzo 2025); 50,000 están embarazadas en condiciones extremas, y miles han dado a luz sin agua, sin anestesia y bajo bombardeo. Aún se desconoce el número exacto de fallecidas por complicaciones relacionadas con el embarazo y el parto, pero la OMS estima que la mortalidad materna ha aumentado en más del 300 % desde octubre de 2023.
El informe de la ONU también denuncia la impunidad generalizada. En Cisjordania, colonos israelíes cometen actos de violencia sexual con el objetivo explícito de infundir terror y forzar el desplazamiento de comunidades palestinas. Según la ONG israelí Yesh Din, menos del 2 % de las denuncias por abusos de soldados contra palestinos entre 2005 y 2024 han terminado en condenas. Navi Pillay subrayó que “las declaraciones y acciones de líderes israelíes, junto con la ineficacia del sistema de justicia militar para enjuiciar y condenar a los responsables, envían un mensaje claro: pueden cometer estos actos sin temor a rendir cuentas”.
Ante esta situación, la rendición de cuentas solo será posible mediante mecanismos internacionales, como la Corte Penal Internacional (CPI) —que ya abrió una investigación formal sobre crímenes de guerra en Palestina en 2021—, o a través de tribunales nacionales que ejerzan jurisdicción universal. Las consecuencias a largo plazo son devastadoras: daños psicológicos irreversibles (el 90 % de las mujeres en Gaza presenta síntomas de estrés postraumático severo, según la OMS), pérdida de la capacidad reproductiva y un trauma colectivo que afectará a generaciones.
El informe concluye que, en todo el territorio palestino ocupado, las agresiones sexuales se están utilizando como estrategia de guerra con el objetivo de controlar, humillar y destruir al pueblo palestino.
La inacción de la comunidad internacional frente a estos crímenes no es neutral: es cómplice. La violación, cuando se convierte en arma sistemática, no solo destruye cuerpos, sino la posibilidad misma de futuro. En un mundo que se dice comprometido con los derechos humanos, la pregunta es urgente: ¿se permite que la violencia sexual se convierta en la bomba nuclear de este siglo?
¿Qué puede hacer la ciudadanía?
Ante la impunidad, el silencio es complicidad. Pero la ciudadanía global no está desarmada. Exigir a los gobiernos que reconozcan la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, apoyar campañas de boicot, desinversión y sanciones (BDS) contra empresas que sostienen la ocupación, presionar para que se suspenda la venta de armas a Israel, y visibilizar los testimonios de las víctimas son formas concretas de resistir.
Hemos publicado en nuestra página web, partidofeminista.es la traducción completa y resúmenes del informe “De la economía de ocupación a la economía de genocidio”, elaborado por Francesca Albanese, Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967. Analiza cómo la economía israelí ha evolucionado de un modelo basado en la explotación y control de los recursos palestinos, característico de una ocupación prolongada, a uno que, desde octubre de 2023, facilita, sostiene y se beneficia directamente de actos que constituyen genocidio contra el pueblo palestino.
El documento denuncia que empresas israelíes y multinacionales participan en la destrucción sistemática de infraestructuras esenciales en Gaza (agua, alimentos, salud, vivienda), el desplazamiento forzado masivo y el bloqueo humanitario, todo ello en un contexto de impunidad. Albanese concluye que la economía israelí ya no solo sostiene la ocupación, sino que ha pasado a alimentar una maquinaria de aniquilación colectiva, en violación del derecho internacional.
(*) Juana María Aguilera Tenorio y Elena Vélez Miembras de la Comisión Política del Partido Feminista de España





























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