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LA AGRICULTURA CANARIA ANTE SU HORA CRÍTICA: EL ABANDONO DE LA TIERRA CULTIVABLE

La tierra en venta, de la cosecha a la especulación

En Canarias, más del 60 % del suelo cultivable permanece sin uso. Esta cifra no solo refleja un dato estadístico alarmante, sino una verdadera radiografía del retroceso de un sector clave para la vida y la economía de las islas (...).

Por ERNESTO GUTIÉRREZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

 

     En Canarias, más del 60 % del suelo cultivable permanece sin uso. Esta cifra no solo refleja un dato estadístico alarmante, sino una verdadera radiografía del retroceso de un sector clave para la vida y la economía de las islas. Pero… ¿Por qué se abandona en las islas la tierra destinada a la actividad primordial para el sostenimiento de cualquier sociedad? ¿Hay quienes se benefician de este abandono? 

 

    En el caso de Canarias, más allá del cambio de modelo productivo introducido durante las últimas décadas del pasado siglo XX, hemos asistido a un verdadero proceso de desposesión. El campo ha ido perdiendo terreno, de forma inexorable, frente al capital inmobiliario, turístico y financiero.

 

LA CRISIS AGRARIA: UN FENÓMENO ESTRUCTURAL

 

  Las islas cuentan con unas 130.000 hectáreas aptas para el cultivo. Sin embargo, solo unas 40.000 se trabajan actualmente. Además, la tendencia continúa siendo descendente y, aunque los factores que la impulsan son múltiples, se encuentran profundamente interconectados: altos costes de producción, presión urbanística y una crisis hídrica cada vez más severa. 

 

    Uno de los elementos más inmediatos que explican el abandono de la agricultura es el incremento brutal de los costes de producción. Fertilizantes, fitosanitarios, agua, energía… todo cuesta más, y los precios pagados al agricultor no suben al mismo ritmo. En muchos casos, ni siquiera cubren los gastos.

 

   Esto responde a una lógica capitalista clara. Mientras los insumos están controlados por grandes empresas transnacionales, los pequeños y medianos productores locales quedan atrapados en una estructura de precios impuesta. La producción local se convierte en un negocio ruinoso, lo cual obliga a muchos de estos agricultores a abandonar la actividad, ante su incapacidad para competir en ese mercado diseñado para otros intereses.

 

LA TIERRA COMO MERCANCÍA: PRESIÓN URBANÍSTICA

 

  El segundo factor, profundamente vinculado al anterior, es la presión urbanística sobre el suelo agrario. El capital inmobiliario ve en el campo un espacio para la especulación, no para la vida. La tierra cultivable se convierte en potencial terreno edificable. En muchos municipios, los planes urbanísticos promueven la transformación de suelos agrícolas en zonas residenciales o industriales. 

 

 

  Aquí se manifiesta una contradicción central del capitalismo. La producción se socializa (es decir, depende del esfuerzo colectivo), pero la propiedad de los medios de producción —la tierra— sigue siendo privada y sujeta a intereses ajenos al bien común. Mientras no se resuelva esta contradicción, la agricultura seguirá retrocediendo.

 

EMERGENCIA HÍDRICA Y COMPETENCIA POR LOS RECURSOS

 

   El agua es otro frente de batalla, tal y como ha sucedido a lo largo de toda la historia del Archipiélago.  En Canarias, la sequía no es una novedad, pero su agravamiento sí lo es. A la falta estructural de precipitaciones se suma una pésima gestión del recurso, y una competencia feroz entre sectores. El turismo —con sus hoteles, piscinas y campos de golf— consume grandes cantidades de agua, muchas veces a precios más competitivos que los agricultores.

 

  El modelo turístico no solo consume más agua que el sector primario. Además, acapara el acceso a ella y contribuye a encarecerla. Las infraestructuras hidráulicas priorizan el abastecimiento a zonas turísticas, en detrimento de explotaciones agrarias. En este escenario, muchos pequeños productores, sobre todo aquellos que cultivan para autoconsumo, se ven obligados a abandonar sus parcelas.

 

  En algunos municipios, las restricciones horarias de riego impuestas por la emergencia hídrica impiden regar los fines de semana. Para miles de familias que solo pueden atender sus tierras esos días, esto supone una condena al abandono.

 

¿Y LA SOBERANÍA ALIMENTARIA?

 

  Una de las mayores consecuencias de este proceso es la creciente dependencia del exterior. Canarias importa buena parte de los alimentos que consume. Esta dependencia —como quedó claro durante la pandemia de la COVID— representa un riesgo enorme. Si el transporte se detiene o los mercados se desestabilizan, el Archipiélago se queda sin abastecimiento.

 

  La soberanía alimentaria no es una consigna vacía. Es la capacidad de un pueblo de decidir cómo y qué produce, de garantizar su subsistencia sin depender del vaivén de los mercados internacionales. Pero esto solo es posible si se protege, estimula y dignifica el trabajo agrícola.

 

EL CAMPO COMO ESPACIO DE RESISTENCIA

 

  A pesar del abandono, aún existe resistencia. Familias que cultivan sus parcelas, cooperativas que defienden lo local, asociaciones que reclaman políticas públicas para recuperar la tierra. Pero para que esta resistencia se transforme en alternativa real, se necesitan medidas estructurales. No bastan subvenciones parciales o discursos institucionales vacíos. Es imprescindible un cambio de modelo. Políticas que garanticen precios justos, acceso al agua, protección del suelo agrario y reconocimiento del valor social del trabajo campesino. En definitiva, una reforma agraria adaptada a la realidad canaria, que devuelva al campo su papel central.

 

   El abandono de la agricultura no es un destino inevitable, sino el resultado de decisiones políticas y económicas que pueden y deben revertirse. La tierra, el agua y el trabajo deben estar al servicio de la vida, no del beneficio privado.  Recuperar la agricultura no es una cuestión nostálgica, sino una urgencia histórica. Porque quien controla la producción, controla el futuro. Y hoy, más que nunca, necesitamos un futuro en manos de quienes alimentan, cuidan y hacen posible la vida.

 

 
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