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"SÍNDROME POST ABORTO" Y MENTIRAS: CUANDO LA RELIGIÓN Y LA EXTREMA DERECHA IRRUMPEN EN LOS LABORATORIOS DE LA CIENCIA

¿Por qué vuelven a enfrentarse ciencia y religión en pleno siglo XXI?

Una vez más, - y en España tenemos mucha experiencia sobre ello- la religión y la política se alían para fabricar un "enemigo común": la ciencia. El caso del llamado “síndrome post aborto” reaviva un conflicto tan antiguo como actual, donde la verdad científica se convierte en campo de batalla ideológico. Analizamos la sinuosa trayectoria del llamado “síndrome post aborto”

 

 

POR MARTÍN ÁLVAREZ PARA CANARIAS SEMANAL.ORG

 

     La reciente controversia sobre el supuesto "síndrome post [Img #87022]aborto" ha vuelto a encender un viejo conflicto: el de la religión contra la ciencia.

   Por un lado, tenemos a la Conferencia Episcopal Española y al partido ultraderechista Vox asegurando que las mujeres que abortan sufren un trauma psíquico inevitable, una suerte de castigo moral que disfrazan de diagnóstico médico.

 

    Por otro, están los estudios científicos, los datos empíricos, las universidades, los colegios profesionales de psicología y medicina que insisten, sin rodeos, en que ese "síndrome" simplemente no existe.

   De manera, que la confrontación deja de ser una simple discusión médica para convertirse en un campo de batalla ideológico, donde se cruzan religión, política, ciencia y control social.

 

     Pero este no es un caso aislado. Lo que estamos presenciando es solo una nueva versión de un viejo conflicto que atraviesa siglos. La historia está llena de momentos en los que la religión se ha enfrentado a la ciencia, intentando frenar o moldear sus avances cuando estos ponen en peligro sus dogmas o su autoridad.

 

RELIGIÓN Y CIENCIA: UNA VIEJA HISTORIA DE CHOQUES

     Desde la Edad Media, la Iglesia católica no solo organizó el pensamiento religioso, sino que también impuso sus reglas al pensamiento científico. El ejemplo más famoso es el de Galileo Galilei, condenado por afirmar que la Tierra gira alrededor del Sol, una verdad científica que contradecía la doctrina eclesiástica. La ciencia, en ese entonces, no era solo una forma de conocimiento, era también una amenaza al orden establecido.

 

     Y esta tensión no desapareció con el paso del tiempo. Cuando Charles Darwin propuso la teoría de la evolución, también chocó con las creencias religiosas que afirmaban que el ser humano había sido creado por Dios en su forma definitiva. No importaban los fósiles, ni los experimentos, ni las pruebas acumuladas durante décadas. Para muchos sectores religiosos, seguir afirmando una verdad  supuestamente revelada era más importante que aceptar una verdad comprobada.

 

    Este patrón se repite: cada vez que la ciencia avanza hacia una comprensión más profunda del mundo —ya sea en astronomía, biología, medicina o incluso psicología— y cuestiona los relatos o mandatos religiosos, la respuesta suele ser la resistencia, la negación o, como ocurre ahora, la invención de nuevos mitos que aparentan ser científicos.

 

EL SÍNDROME POST ABORTO: CUANDO LA POLÍTICA SE DISFRAZA DE PSIQUIATRÍA

 

   El caso del "síndrome postaborto" es un ejemplo clarísimo de este mecanismo. El término fue inventado en los años 80 por sectores provida en Estados Unidos, sin base científica alguna, como una herramienta para culpabilizar a las mujeres que interrumpen voluntariamente su embarazo. No aparece en ningún manual de diagnóstico oficial. No está reconocido por la Organización Mundial de la Salud. No tiene respaldo en estudios revisados por pares. Y, sin embargo, se repite una y otra vez como si fuera una verdad incuestionable.

 

      En el reciente cruce entre la ciencia y la extrema derecha española, el secretario general de la Conferencia Episcopal aseguró públicamente que tal síndrome existe, basándose en "casos cercanos" y en programas de apoyo organizados por la propia Iglesia. Vox, por su parte, ha impulsado mociones en parlamentos autonómicos pidiendo el reconocimiento oficial del síndrome. Pero lo hacen sin evidencias, sin datos, sin estadísticas. Solo con relatos personales, apelaciones emocionales y, sobre todo, con un interés político claro: reforzar la idea de que abortar es un acto condenable, traumático y destructivo.

 

     Frente a esto, la ciencia ha sido rotunda: los estudios muestran que no hay más incidencia de trastornos mentales en mujeres que abortan que en las que continúan un embarazo no deseado. Al contrario: muchas mujeres expresan alivio y mejor salud mental al haber podido decidir libremente sobre su cuerpo. La clave no está en el aborto, sino en el contexto: en la estigmatización, la presión social, la falta de apoyo o la culpabilización sistemática.

 

¿QUÉ SE JUEGA EN ESTE CONFLICTO?

     La pregunta es: ¿por qué la extrema derecha y sectores religiosos insisten en sostener algo que la ciencia desmiente de forma tan clara? La respuesta está en el poder. El cuerpo de las mujeres —su autonomía, su capacidad de decisión, su sexualidad— ha sido durante siglos un terreno de control ideológico. La religión, en especial el cristianismo más conservador, ha desarrollado todo un sistema de normas para definir lo que una mujer puede y no puede hacer. Y la ciencia, cuando defiende el derecho a decidir, amenaza ese control.

 

    Pero no es solo una cuestión religiosa. Lo que está en juego es la hegemonía cultural. En contextos de crisis —económica, política, ecológica—, los discursos conservadores tienden a radicalizarse, ofreciendo certezas, castigos, culpables. Y en ese marco, la ciencia, con su método lento, su respeto por la evidencia y su ética de la duda, se convierte en un obstáculo. Por eso se ataca, se niega o se sustituye por pseudociencias y relatos emocionales que encajan mejor con los valores del orden moral tradicional.

 

    En esta batalla cultural, la extrema derecha ha aprendido a instrumentalizar a la religión para legitimar su programa político. Lo hace en temas como el aborto, la educación sexual, los derechos LGTBI, la eutanasia o el cambio climático. Siempre con el mismo patrón: negar el consenso científico, inventar una amenaza y presentarse como los defensores de la "vida", la "familia" o "los valores cristianos".

 

  CIENCIA Y LIBERACIÓN HUMANA

     Frente a esto, no se trata solo de defender la ciencia como un saber neutral. La ciencia no lo es. Nace en un contexto social determinado y puede ser usada para fines muy distintos. Pero cuando se pone al servicio del bienestar humano, de la igualdad, del conocimiento libre, se convierte en una herramienta poderosa de liberación.

 

    Por eso, el conflicto entre ciencia y religión no es solo un conflicto entre saberes. Es una disputa sobre el mundo que queremos construir. Un mundo basado en la autonomía personal o en la obediencia dogmática. En la evidencia o en la fe ciega. En los derechos o en la culpa.

 

     Hoy, más que nunca, necesitamos una ciencia comprometida, crítica, feminista, capaz de desenmascarar los discursos que se disfrazan de medicina o psicología para imponer control y sufrimiento. Porque detrás del supuesto síndrome postaborto no hay salud, hay ideología. Y esa ideología, aunque se exprese con voz suave y vocabulario piadoso, sigue siendo una forma de violencia.

 

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