
TONY BLAIR, EL CRIMINAL DE GUERRA QUE SIGUE IMPUNE
"El Pais" blanquea generosamente la trayectoria de quien Trump propone como " asesor para la paz" en Oriente Medio
¿Puede un político responsable de una guerra devastadora ser rehabilitado como asesor de paz y gobernanza? ¿Qué dice de nuestras democracias que Tony Blair siga siendo una figura influyente en la política global?
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.ORG
En un artículo recientemente publicado por periódico madrileño "El País" bajo el título «Tony Blair, la estrella laborista que cayó por la invasión de Irak y busca ahora redención en Oriente Próximo», se traza el perfil de uno de los personajes políticos más controvertidos de las últimas décadas en la escena internacional.
El texto del rotativo, afín al PSOE, repasa su meteórica carrera, su estrepitosa caída por su papel protagónico en la guerra de Irak y sus intentos posteriores por recuperar relevancia como asesor político y empresario global.
No obstante, lo que resulta particularmente llamativo —y problemático— en este tipo de retratos periodísticos es la generosísima indulgencia con la que El País trata a un hombre cuya responsabilidad histórica está manchada con sangre.
Según afirma el autor del artículo, Blair busca "redención". Pero, ¿es siquiera legítimo hablar de redención cuando no ha existido ni reconocimiento real del daño ni asunción de responsabilidades concretas? La siniestra imagen de Blair asesorando a gobiernos de Oriente Próximo, después de haber jugado un papel decisivo en la destrucción de Irak bajo el pretexto de unas inexistentes armas de destrucción masiva, resulta no solo cínica por parte de periodico madrileño, sino también repugnantemente obscena.
De acuerdo a lo expresado por el propio Blair en numerosas ocasiones, su intención fue “democratizar” Oriente Medio. Sin embargo, lo que él, Aznar y Bush lograron fue sumir a Irak en un infierno de violencia sectaria, desintegración estatal y sufrimiento civil.
El artículo de "El País", hace, además, un repaso sobre los supuestos aciertos del líder laborista, a quien Margaret Thacher declarara con toda razón como un aventajado y dilecto alumno suyo en la aplicación de las políticas sociales y económicas neoliberales. Pasa, sin embargo, pasa casi de puntillas por el hecho de que Tony Blair fue uno de los principales arquitectos de una invasión ilegal, orquestada junto a George W. Bush, que violó el derecho internacional y dejó centenares de miles de muertos. Si la historia tuviera una mínima coherencia con los valores que dice defender, Blair debería estar enfrentando un tribunal internacional, no asesorando a gobiernos sobre “reformas”.
Es importante recordar que el "informe Chilcot", elaborado durante años por el gobierno británico, dejó claro que Blair llevó al Reino Unido a la guerra sin haber agotado las vías diplomáticas, exagerando la amenaza iraquí y tomando decisiones apresuradas e imprudentes.
Nada de eso ha significado, sin embargo, una verdadera sanción política ni penal para él. En lugar de eso, Blair ha logrado reinventarse como “estadista global”, acumulando riqueza gracias a sus contactos e influencia. Su "Blair Global Institute, su participación en foros internacionales y su cercanía con élites políticas y económicas demuestran que los crímenes de guerra, cuando se cometen desde ordenes emanadas de las alturas del poder occidental, raramente se pagan.
Mientras Blair habla hoy de estabilidad, gobernanza y progreso en Oriente Próximo, millones de personas viven las consecuencias directas del caos que él ayudó a desatar. El ascenso del Estado Islámico, el colapso de estructuras sociales enteras, el desplazamiento masivo de población, todo ello está íntimamente ligado a las consecuencias de la invasión de 2003. Resulta intolerable que se le brinde espacio y se le apoye mediáticamente para que siga influyendo en la política global como si su trayectoria estuviera marcada solo por errores de cálculo y no por auténticos y deliberados crímenes de guerra.
En última instancia, el caso de Tony Blair es el ejemplo paradigmático del doble rasero con el que se juzga la historia según el lugar que se ocupa en el tablero global.
Periodísticamente, "El País" lo presenta como una figura “compleja”, como alguien que “se equivocó” pero que mantiene “una visión de futuro”. Pero, ¿cómo puede hablarse de visión de futuro desde la impunidad? ¿Qué clase de futuro puede construir quien ha sido cómplice directo de una de las agresiones militares más devastadoras del siglo XXI?
Como Redacción crítica y comprometida con la verdad, creemos que ningún análisis sobre Blair puede pasar por alto esta realidad: su legado no fue la modernización del laborismo ni su actual activismo diplomático, sino el haber sentado un precedente gravísimo de intervención ilegal y devastación en nombre de la "democracia".
Y eso no tiene redención posible.
REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.ORG
En un artículo recientemente publicado por periódico madrileño "El País" bajo el título «Tony Blair, la estrella laborista que cayó por la invasión de Irak y busca ahora redención en Oriente Próximo», se traza el perfil de uno de los personajes políticos más controvertidos de las últimas décadas en la escena internacional.
El texto del rotativo, afín al PSOE, repasa su meteórica carrera, su estrepitosa caída por su papel protagónico en la guerra de Irak y sus intentos posteriores por recuperar relevancia como asesor político y empresario global.
No obstante, lo que resulta particularmente llamativo —y problemático— en este tipo de retratos periodísticos es la generosísima indulgencia con la que El País trata a un hombre cuya responsabilidad histórica está manchada con sangre.
Según afirma el autor del artículo, Blair busca "redención". Pero, ¿es siquiera legítimo hablar de redención cuando no ha existido ni reconocimiento real del daño ni asunción de responsabilidades concretas? La siniestra imagen de Blair asesorando a gobiernos de Oriente Próximo, después de haber jugado un papel decisivo en la destrucción de Irak bajo el pretexto de unas inexistentes armas de destrucción masiva, resulta no solo cínica por parte de periodico madrileño, sino también repugnantemente obscena.
De acuerdo a lo expresado por el propio Blair en numerosas ocasiones, su intención fue “democratizar” Oriente Medio. Sin embargo, lo que él, Aznar y Bush lograron fue sumir a Irak en un infierno de violencia sectaria, desintegración estatal y sufrimiento civil.
El artículo de "El País", hace, además, un repaso sobre los supuestos aciertos del líder laborista, a quien Margaret Thacher declarara con toda razón como un aventajado y dilecto alumno suyo en la aplicación de las políticas sociales y económicas neoliberales. Pasa, sin embargo, pasa casi de puntillas por el hecho de que Tony Blair fue uno de los principales arquitectos de una invasión ilegal, orquestada junto a George W. Bush, que violó el derecho internacional y dejó centenares de miles de muertos. Si la historia tuviera una mínima coherencia con los valores que dice defender, Blair debería estar enfrentando un tribunal internacional, no asesorando a gobiernos sobre “reformas”.
Es importante recordar que el "informe Chilcot", elaborado durante años por el gobierno británico, dejó claro que Blair llevó al Reino Unido a la guerra sin haber agotado las vías diplomáticas, exagerando la amenaza iraquí y tomando decisiones apresuradas e imprudentes.
Nada de eso ha significado, sin embargo, una verdadera sanción política ni penal para él. En lugar de eso, Blair ha logrado reinventarse como “estadista global”, acumulando riqueza gracias a sus contactos e influencia. Su "Blair Global Institute, su participación en foros internacionales y su cercanía con élites políticas y económicas demuestran que los crímenes de guerra, cuando se cometen desde ordenes emanadas de las alturas del poder occidental, raramente se pagan.
Mientras Blair habla hoy de estabilidad, gobernanza y progreso en Oriente Próximo, millones de personas viven las consecuencias directas del caos que él ayudó a desatar. El ascenso del Estado Islámico, el colapso de estructuras sociales enteras, el desplazamiento masivo de población, todo ello está íntimamente ligado a las consecuencias de la invasión de 2003. Resulta intolerable que se le brinde espacio y se le apoye mediáticamente para que siga influyendo en la política global como si su trayectoria estuviera marcada solo por errores de cálculo y no por auténticos y deliberados crímenes de guerra.
En última instancia, el caso de Tony Blair es el ejemplo paradigmático del doble rasero con el que se juzga la historia según el lugar que se ocupa en el tablero global.
Periodísticamente, "El País" lo presenta como una figura “compleja”, como alguien que “se equivocó” pero que mantiene “una visión de futuro”. Pero, ¿cómo puede hablarse de visión de futuro desde la impunidad? ¿Qué clase de futuro puede construir quien ha sido cómplice directo de una de las agresiones militares más devastadoras del siglo XXI?
Como Redacción crítica y comprometida con la verdad, creemos que ningún análisis sobre Blair puede pasar por alto esta realidad: su legado no fue la modernización del laborismo ni su actual activismo diplomático, sino el haber sentado un precedente gravísimo de intervención ilegal y devastación en nombre de la "democracia".
Y eso no tiene redención posible.
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