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NEW YORK TIMES: "TRUMP QUIERE UNA NUEVA GUERRA CIVILIZATORIA"

Trump no está centrado en las tensiones globales con Rusia o China, sino en promover un proyecto ideológico-cultural"

¿Y si el mayor riesgo para la seguridad global no fuese China ni Rusia, sino una cruzada identitaria dentro de EE.UU.? se pregunta el periodista y premio Pulitzer, Thomas L. Friedman ¿Y si las nuevas guerras no fuesen militares, sino culturales? El artículo de Thomas Friedman lanza estas incómodas preguntas a sus lectores estadounidenses.

     

REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.ORG

 

   En un artículo publicado por Thomas L. Friedman en The New York Times con el título "Trump quiere una nueva guerra civilizatoria", el veterano periodista y analista político afín a sectores del Partido Demócrata lanza una advertencia que va más allá del terreno convencional de la geopolítica.

 

   Según plantea  Friedman, el presidente Donald Trump, en su retorno al escenario político estadounidense, no estaría centrado en las tensiones globales con potencias como Rusia o China, sino en promover un proyecto ideológico-cultural que redefine la noción misma de “seguridad nacional” en Estados Unidos. Y es ahí donde, de acuerdo a lo expresa el autor, se vislumbra un peligroso cambio de paradigma que

   pone en jaque no solo la democracia estadounidense, sino el orden internacional que durante décadas ha girado en torno a determinados valores compartidos entre Estados Unidos y sus aliados europeos.

 

    La tesis central  sostenida por Friedman en su artículo gira en torno a la reciente publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional del gobierno de Trump, un documento que, según indica el autor,

 

    apenas menciona a los dos principales rivales geoestratégicos de EE.UU., China y Rusia, y en cambio lanza una diatriba contra Europa Occidental, acusándola de socavar su propia identidad cultural y nacional a través de políticas migratorias y sociales supuestamente disolventes.

 

 

    Según Friedman, lo que se oculta tras este documento es una mutación del concepto de “seguridad nacional” hacia una noción civilizatoria y culturalista, profundamente reaccionaria. Ya no se trata de proteger al país de amenazas militares o tecnológicas, sino de “defender” una supuesta civilización occidental en la que se mezclan los mitos del nacionalismo blanco, el cristianismo identitario y un rechazo visceral a la inmigración —especialmente la procedente del mundo musulmán.

 

     El autor contextualiza esta visión en el marco de lo que denomina “la tercera guerra civil estadounidense”, un conflicto no armado, pero latente, en el que millones de personas luchan simbólicamente por definir a quién pertenece el país y qué significa ser estadounidense.

 

     A diferencia de los conflictos del pasado, esta guerra cultural se libra en múltiples frentes: el racial, el religioso, el tecnológico, el generacional y el económico. La pérdida del “hogar” —una idea que Friedman explora desde un punto de vista psicológico y antropológico— se convierte así en el eje de una ansiedad colectiva que busca desesperadamente un anclaje, una identidad firme ante los vendavales del cambio global.

 

    Según sostiene el autor, el fenómeno Trump se alimenta precisamente de esa sensación de desarraigo. De ahí que la metáfora del muro, más allá de su dimensión física en la frontera con México, haya calado tan profundamente: representa un freno simbólico al cambio acelerado y una muralla contra la transformación de la identidad nacional.

 

    Desde esa perspectiva, el documento estratégico del gobierno de Trump revela no tanto una visión del mundo basada en alianzas y amenazas clásicas, sino una reinterpretación del orden internacional basada en afinidades ideológicas: quien no comparta la visión ultraconservadora del “hogar” occidental es visto más como enemigo que como aliado.

 

     De acuerdo a lo expresado por Friedman, esta visión ha provocado un inquietante giro de simpatías: la administración Trump y su base política comienzan a sentirse más identificadas con regímenes autoritarios como el de Vladimir Putin —a quien ven como defensor de la cristiandad y el nacionalismo blanco— que con las democracias liberales de Europa Occidental, a las que acusan de haber traicionado los valores de la “civilización occidental”. Este cambio de paradigma geoestratégico no es casual ni circunstancial, sino parte de una guerra cultural global en la que la identidad se antepone a los valores democráticos.

 

    En este sentido, Friedman cita al economista Noah Smith, quien señala que el movimiento MAGA (Make America Great Again) ha dejado de lado preocupaciones sobre la democracia o las alianzas históricas, para centrarse exclusivamente en proteger lo que consideran su “herencia cultural”, aunque eso implique romper con tradiciones diplomáticas y alianzas estratégicas de décadas. Es esta lógica, advierte el periodista, la que convierte al documento de Trump en una “piedra de Rosetta” para comprender la orientación del posible nuevo mandato republicano.

 

     La advertencia que Friedman lanza es clara:

        si esta visión de la seguridad nacional prevalece, el futuro de las relaciones internacionales podría girar hacia un eje identitario, dejando de lado principios como la cooperación, la democracia o los derechos humanos. El riesgo, afirma el autor, es que Estados Unidos deje de ser un referente democrático para convertirse en el adalid de una cruzada civilizatoria profundamente excluyente.

 

   Con una perspectiva crítica, Friedman nos invita a no subestimar estas señales. En sus palabras, cuando se ven “elefantes volando”, no hay que reírse, sino tomar nota. El ascenso de una visión del mundo basada en la exclusión cultural, el repliegue identitario y la renuncia a los valores democráticos universales es, sin duda, un fenómeno que merece una atención seria y un debate amplio. Porque, como sugiere el artículo, lo que está en juego no es solo el futuro político de Estados Unidos, sino el tipo de mundo en el que queremos vivir.

 

¿Quién es Thomas Friedman?
[Img #88543]Thomas Loren Friedman (St. Louis Park, Minnesota, 20 de julio de 1953 ) es un periodista y escritor estadounidense, tres veces ganador del Premio Pulitzer. Es columnista de The New York Times, en el que comenzó a trabajar como reportero en 1981, tras haber estudiado en El Cairo, Oxford, Boston y Beirut.
 
 
 
 
 
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