LA ULTRADERECHA Y EL NIÑO MALCRIADO
Juventud frustrada, discursos simplistas: ¿por qué está calando la ultraderecha?
¿Qué tienen en común un niño malcriado y los partidos de ultraderecha? En este artículo, Eloy Cuadra traza un paralelismo entre las rabietas infantiles y los discursos políticos que niegan la ciencia, rechazan los derechos humanos y se aferran a privilegios heredados (...).
Entre las muchas metáforas que nos explican la realidad política de este país, hay una que sirve para entender lo que hoy es la ultraderecha en España, y por extensión en el mundo: la metáfora del niño malcriado. Ese niño de buena familia que a determinada edad, incapaz de aceptar que el mundo no gira a su antojo, patalea y chilla cuando se le quita un juguete, se le pide que comparta o se le exige responsabilidad. Estos niños malcriados no se distinguen por su edad, es su actitud, y esa negativa sistemática a reconocer la realidad, convencidos de que sus caprichos deben imponerse sobre cualquier norma común del comportamiento educado.
Lo crean o no, la ultraderecha funciona hoy del mismo modo, con la misma lógica de ese niño malcriado. Se enfrenta a los grandes retos del presente (el cambio climático, la igualdad entre mujeres y hombres, el fenómeno migratorio y el reconocimiento de los derechos de las personas migrantes, la lucha contra la violencia de género, o las desigualdades sociales) como un niño que no soporta que el mundo evolucione y le reclame cambios, diálogos y renuncias. Así, si el clima se calienta y se suceden los desastres naturales con datos científicos abrumadores, la ultraderecha prefiere negarlo, porque reconocerlo supondría dejar de jugar con sus juguetes favoritos: los combustibles fósiles, el consumo desmedido y un modelo económico depredador.
Si las mujeres denuncian desigualdades históricas, reclaman derechos y su lucha abre espacios de igualdad y libertad, la ultraderecha responde como el niño que no soporta perder privilegios, y grita que la igualdad es una "imposición ideológica", aferrada a un pasado cómodo donde el orden patriarcal le resultaba ventajoso. Con la violencia de género vuelve a ocurrir lo mismo, y frente al horror colectivo de tantos asesinatos, la ultraderecha prefiere negar el problema, esconderlo bajo la alfombra y culpar a la propia víctima, como hace el niño malcriado que, tras romper un jarrón, acusa al perro o al hermano pequeño para no afrontar su responsabilidad.
Con el fenómeno migratorio y las personas migrantes pobres o racializadas, de nuevo, la misma actitud. Y aunque la realidad nos demuestra que forman parte imprescindible de nuestras sociedades, porque sostienen sectores económicos enteros y la mayoría huyen del hambre o de la guerra, la ultraderecha reacciona como el niño celoso que no quiere compartir sus juguetes: "esto es mío y no te lo presto". Y así, alimentan el odio, fomentan el miedo y niegan las evidencias positivas que señalan al aporte económico y el enriquecimiento cultural. Y tanto o más de lo mismo con las desigualdades sociales, porque otra vez tenemos al niño mimado que ha recibido de sus padres todos los privilegios posibles (juguetes, comida, techo, ropa, seguridad, fiestas, vacaciones), pero es incapaz de reconocer que esos privilegios no son fruto de su esfuerzo sino de la posición de privilegio en la que nació. Y así tenemos a la ultraderecha defendiendo que cada uno tiene lo que se merece, olvidando que ellos mismos parten de ventajas heredadas (posición social, oportunidades, redes), y negando la existencia de desigualdades estructurales que merecen correcciones públicas.
El problema de llevar la lógica del niño malcriado a la política, es que el niño circunscribe sus berrinches en pataletas privadas, pero la ultraderecha las convierte en políticas públicas, discursos que intoxican la convivencia y decisiones que afectan a millones de personas. El "no quiero" del niño se convierte en un "no existe" del político, que se traduce irremediablemente en recorte de derechos, en violencias de todo tipo y en odio contra colectivos vulnerables.
Pero además hay una trampa en esta táctica del niño malcriado que se adopta desde la política, porque a diferencia del niño, en la rabieta de la ultraderecha no hay inocencia ni bisoñez, es pura estrategia. Cuando se niega el cambio climático, por ejemplo, no hay en esa negación inocencia o ignorancia alguna, se trata de proteger cueste lo que cueste los intereses de quienes contaminan y un modelo económico que les va bien. Cuando se niega la violencia de género, no es sólo por falta de empatía, es por el interés en mantener un orden patriarcal que les beneficia. Y así con todas las cuestiones importantes. La ultraderecha no se limita, por tanto, a comportarse como un niño malcriado, convierten el capricho del niño en bandera política, sabedores de que vivimos una realidad social que está abonada para que estos discursos calen.
Y estos discursos calan, y la estrategia del niño malcriado se extiende, como ocurre con la juventud española. Y es que según estudios recientes, cerca del 40% de los jóvenes se identifica con posiciones de ultraderecha en España. ¿Cómo es esto posible? Quizá porque tenemos a muchos niños malcriados que ya se hicieron adultos, los de una generación que ha crecido en relativa comodidad y con mayores oportunidades materiales que las anteriores, que se siente ahora frustrada al comprobar que el futuro no era tan fácil ni estaba tan garantizado como les habían hecho creer. En esa frustración, sale el niño malcriado que aún llevan dentro, y muchos jóvenes se refugian en los discursos simplistas, violentos y negacionistas de la ultraderecha, incapaces de soportar la dureza de la realidad y buscar puntos de consenso integradores. Es sencillo: es más fácil echarle la culpa a otros, mejor aplicar la táctica del chivo expiatorio. Por cierto, ¿cabría pedir algo de responsabilidad también a los padres que hemos educado a tantos niños malcriados?
Y un último agravante añadido al asunto: el auge de la ideología ultraderechista en España, que hace que todo el arco político bascule y caiga aún más hacia la derecha. Así, hoy el PP en poco se diferencia de los ultras de Vox, preocupados por perder electorado, y se apuntan también a la política del niño malcriado -cómo hemos visto esta misma semana con las medidas sobre inmigración y los cupos a africanos-. Tanto o más de lo mismo con las derechas nacionalistas del estilo de Junts o Coalición Canaria, volcados deliberadamente a la derecha.
Podemos imaginar entonces el peligroso fenómeno al que nos enfrentamos, si hablamos de dos de los tres partidos más importantes y del 40% de la juventud -por no hablar de buena parte de la España rural-. No se trata, pues, de una corriente marginal, es una tendencia cultural y política que se ha dejado crecer y hoy es casi mayoritaria, y puede acabar marcando a toda una generación y muchos años de la historia futura de este país, que se presenta sin duda oscura, muy oscura.
La pregunta que en este punto nos queda es obligada, si entienden la realidad cómo yo la veo. ¿Cómo han podido convertirse en mayoritarios planteamientos tan burdos, anticientíficos, violentos y reaccionarios? La respuesta es evidente, pero la dejo para futuras entregas de esta serie de artículos, donde repasaremos al resto del arco político, con sus traiciones, sus cobardías, sus renuncias y sus desvaríos. Porque, casualmente, ahí está la respuesta.
(*) Eloy Cuadra es escritor y activista social.
Entre las muchas metáforas que nos explican la realidad política de este país, hay una que sirve para entender lo que hoy es la ultraderecha en España, y por extensión en el mundo: la metáfora del niño malcriado. Ese niño de buena familia que a determinada edad, incapaz de aceptar que el mundo no gira a su antojo, patalea y chilla cuando se le quita un juguete, se le pide que comparta o se le exige responsabilidad. Estos niños malcriados no se distinguen por su edad, es su actitud, y esa negativa sistemática a reconocer la realidad, convencidos de que sus caprichos deben imponerse sobre cualquier norma común del comportamiento educado.
Lo crean o no, la ultraderecha funciona hoy del mismo modo, con la misma lógica de ese niño malcriado. Se enfrenta a los grandes retos del presente (el cambio climático, la igualdad entre mujeres y hombres, el fenómeno migratorio y el reconocimiento de los derechos de las personas migrantes, la lucha contra la violencia de género, o las desigualdades sociales) como un niño que no soporta que el mundo evolucione y le reclame cambios, diálogos y renuncias. Así, si el clima se calienta y se suceden los desastres naturales con datos científicos abrumadores, la ultraderecha prefiere negarlo, porque reconocerlo supondría dejar de jugar con sus juguetes favoritos: los combustibles fósiles, el consumo desmedido y un modelo económico depredador.
Si las mujeres denuncian desigualdades históricas, reclaman derechos y su lucha abre espacios de igualdad y libertad, la ultraderecha responde como el niño que no soporta perder privilegios, y grita que la igualdad es una "imposición ideológica", aferrada a un pasado cómodo donde el orden patriarcal le resultaba ventajoso. Con la violencia de género vuelve a ocurrir lo mismo, y frente al horror colectivo de tantos asesinatos, la ultraderecha prefiere negar el problema, esconderlo bajo la alfombra y culpar a la propia víctima, como hace el niño malcriado que, tras romper un jarrón, acusa al perro o al hermano pequeño para no afrontar su responsabilidad.
Con el fenómeno migratorio y las personas migrantes pobres o racializadas, de nuevo, la misma actitud. Y aunque la realidad nos demuestra que forman parte imprescindible de nuestras sociedades, porque sostienen sectores económicos enteros y la mayoría huyen del hambre o de la guerra, la ultraderecha reacciona como el niño celoso que no quiere compartir sus juguetes: "esto es mío y no te lo presto". Y así, alimentan el odio, fomentan el miedo y niegan las evidencias positivas que señalan al aporte económico y el enriquecimiento cultural. Y tanto o más de lo mismo con las desigualdades sociales, porque otra vez tenemos al niño mimado que ha recibido de sus padres todos los privilegios posibles (juguetes, comida, techo, ropa, seguridad, fiestas, vacaciones), pero es incapaz de reconocer que esos privilegios no son fruto de su esfuerzo sino de la posición de privilegio en la que nació. Y así tenemos a la ultraderecha defendiendo que cada uno tiene lo que se merece, olvidando que ellos mismos parten de ventajas heredadas (posición social, oportunidades, redes), y negando la existencia de desigualdades estructurales que merecen correcciones públicas.
El problema de llevar la lógica del niño malcriado a la política, es que el niño circunscribe sus berrinches en pataletas privadas, pero la ultraderecha las convierte en políticas públicas, discursos que intoxican la convivencia y decisiones que afectan a millones de personas. El "no quiero" del niño se convierte en un "no existe" del político, que se traduce irremediablemente en recorte de derechos, en violencias de todo tipo y en odio contra colectivos vulnerables.
Pero además hay una trampa en esta táctica del niño malcriado que se adopta desde la política, porque a diferencia del niño, en la rabieta de la ultraderecha no hay inocencia ni bisoñez, es pura estrategia. Cuando se niega el cambio climático, por ejemplo, no hay en esa negación inocencia o ignorancia alguna, se trata de proteger cueste lo que cueste los intereses de quienes contaminan y un modelo económico que les va bien. Cuando se niega la violencia de género, no es sólo por falta de empatía, es por el interés en mantener un orden patriarcal que les beneficia. Y así con todas las cuestiones importantes. La ultraderecha no se limita, por tanto, a comportarse como un niño malcriado, convierten el capricho del niño en bandera política, sabedores de que vivimos una realidad social que está abonada para que estos discursos calen.
Y estos discursos calan, y la estrategia del niño malcriado se extiende, como ocurre con la juventud española. Y es que según estudios recientes, cerca del 40% de los jóvenes se identifica con posiciones de ultraderecha en España. ¿Cómo es esto posible? Quizá porque tenemos a muchos niños malcriados que ya se hicieron adultos, los de una generación que ha crecido en relativa comodidad y con mayores oportunidades materiales que las anteriores, que se siente ahora frustrada al comprobar que el futuro no era tan fácil ni estaba tan garantizado como les habían hecho creer. En esa frustración, sale el niño malcriado que aún llevan dentro, y muchos jóvenes se refugian en los discursos simplistas, violentos y negacionistas de la ultraderecha, incapaces de soportar la dureza de la realidad y buscar puntos de consenso integradores. Es sencillo: es más fácil echarle la culpa a otros, mejor aplicar la táctica del chivo expiatorio. Por cierto, ¿cabría pedir algo de responsabilidad también a los padres que hemos educado a tantos niños malcriados?
Y un último agravante añadido al asunto: el auge de la ideología ultraderechista en España, que hace que todo el arco político bascule y caiga aún más hacia la derecha. Así, hoy el PP en poco se diferencia de los ultras de Vox, preocupados por perder electorado, y se apuntan también a la política del niño malcriado -cómo hemos visto esta misma semana con las medidas sobre inmigración y los cupos a africanos-. Tanto o más de lo mismo con las derechas nacionalistas del estilo de Junts o Coalición Canaria, volcados deliberadamente a la derecha.
Podemos imaginar entonces el peligroso fenómeno al que nos enfrentamos, si hablamos de dos de los tres partidos más importantes y del 40% de la juventud -por no hablar de buena parte de la España rural-. No se trata, pues, de una corriente marginal, es una tendencia cultural y política que se ha dejado crecer y hoy es casi mayoritaria, y puede acabar marcando a toda una generación y muchos años de la historia futura de este país, que se presenta sin duda oscura, muy oscura.
La pregunta que en este punto nos queda es obligada, si entienden la realidad cómo yo la veo. ¿Cómo han podido convertirse en mayoritarios planteamientos tan burdos, anticientíficos, violentos y reaccionarios? La respuesta es evidente, pero la dejo para futuras entregas de esta serie de artículos, donde repasaremos al resto del arco político, con sus traiciones, sus cobardías, sus renuncias y sus desvaríos. Porque, casualmente, ahí está la respuesta.
(*) Eloy Cuadra es escritor y activista social.
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