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¿QUIÉN MATÓ AL MOVIMIENTO OBRERO EN EE.UU.? ¡LAS PISTAS APUNTAN A SU INTERIOR!

¿Por qué los sindicatos estadounidenses ya no representan a los trabajadores?

El movimiento obrero en Estados Unidos está en caída libre. Sindicatos estancados, dirigentes ausentes y una clase trabajadora sin herramientas reales de lucha. ¿Queda algo por salvar? ¿O estamos viendo el funeral del sindicalismo en la cuna del capitalismo? Duras verdades sobre el movimiento obrero estadounidense: análisis desde dentro

 

REDACCIÓN CANARIAS SEMANAL.ORG

 

     A través de una aguda entrevista publicada por el digital estadounidense MLToday, el veterano organizador sindical Chris Townsend expuso con toda crudeza la situación actual del Movimiento Obrero norteamericano.

 

    Con décadas de militancia en las bases y en estructuras organizativas de peso como los United Electrical Workers (UE) o el sindicato SEIU,  Townsend puede ofrecer una visión privilegiada y sin adornos del declive sindical en uno de los  países más poderosos del mundo capitalista. Su diagnóstico, sin embargo, no se queda en la denuncia: apunta también a las causas estructurales, a los errores internos y a los caminos posibles de reconstrucción.

 

    Para Townsend, el movimiento obrero estadounidense atraviesa una crisis profunda que va más allá de los índices de afiliación o la disminución del poder de negociación. El sindicalismo, -mantiene Chris Townsend-, está ideológicamente desarmado, políticamente aislado y estratégicamente paralizado.

 

    “El estado general de nuestro movimiento es de debilidad alarmante”, señala sin ambages.

 

    Una de las ideas centrales de su análisis es la pérdida de conexión entre las organizaciones sindicales y la clase trabajadora. Esto no solo se debe a la ofensiva neoliberal de las últimas décadas, sino también al papel de las propias cúpulas sindicales, que —según Townsend— han optado por la pasividad, la adaptación institucional y el distanciamiento de la política. El resultado es un sindicalismo sin contenido de clase, incapaz de movilizar, organizar y defender a los trabajadores frente a una patronal agresiva y un Estado crecientemente antiobrero.

 

    El sindicalismo, denuncia Townsend, ha sido domesticado. Gran parte de los dirigentes se limitan a “gestionar la decadencia” en lugar de combatirla. Han abandonado cualquier perspectiva transformadora y no forman a las nuevas generaciones de activistas. Esta falta de ideología y de estrategia a largo plazo ha convertido a los sindicatos

    en estructuras inertes, desconectadas de los sectores más precarizados y vulnerables.

 

    En ese sentido, Townsend destaca una paradoja significativa: mientras el malestar social, la desigualdad y el descontento aumentan en Estados Unidos,

  los sindicatos no logran canalizar esa indignación ni traducirla en organización real.

   El descrédito de las instituciones políticas tradicionales ha abierto una grieta de oportunidad que, sin embargo, es ocupada más eficazmente por discursos de extrema derecha que por proyectos de izquierda. La ausencia de una articulación entre sindicalismo y socialismo es, para Townsend, una de las grandes debilidades del actual momento histórico.

 

     Otro factor que explica el estancamiento del movimiento obrero es su extrema fragmentación. En EE.UU. existen miles de sindicatos locales, regionales o sectoriales que operan sin coordinación efectiva. Esta atomización impide construir una fuerza común capaz de imponer agendas sociales o laborales en el plano nacional.

 

    Además, el marco legal estadounidense —con leyes laborales hostiles como la Taft-Hartley Act— ha obstaculizado sistemáticamente los intentos de sindicalización, especialmente en sectores emergentes como los servicios o las plataformas digitales.

 

   A pesar de este panorama sombrío, Townsend no se resigna. Para él,

  la reconstrucción del sindicalismo pasa por una renovación ideológica profunda, un retorno a los fundamentos de clase y una alianza explícita con fuerzas socialistas.

   Reivindica la figura de los organizadores sindicales de base, con conciencia política y compromiso con la lucha colectiva. Solo una nueva generación de cuadros obreros, formados y conectados con las luchas reales, puede revertir la tendencia al declive.

 

    También plantea la necesidad de establecer una izquierda política independiente que actúe en paralelo al movimiento sindical, empujándolo a recuperar su papel histórico de defensa y organización de la clase trabajadora. Sin esa convergencia entre militancia sindical y proyecto político emancipador, el movimiento obrero seguirá siendo un actor marginal en la batalla por el futuro.

 

  El diagnóstico de Chris Townsend no es nada complaciente, aunque tampoco es fatalista. Es un llamado a la autocrítica y a la acción, un recordatorio de que la historia no está escrita de antemano y que, incluso en el corazón del capitalismo global, existen posibilidades para reconstruir un sindicalismo combativo, solidario y transformador.

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