
COLECTIVOS CANARIOS RECHAZAN LAS PAPAS MANCHADAS DE SANGRE DE LA OCUPACIÓN ISRAELÍ
"Cada saco de papas israelíes que entra en Canarias es una piedra más en el muro del apartheid"
Colectivos canarios denuncian la venta de papas israelíes con pesticidas prohibidos y origen en tierras ocupadas, defendiendo el campo, la salud y la soberanía alimentaria. Su consumo - advierten - supone complicidad con el despojo al pueblo palestino (...).
Por ERNESTO GUTIÉRREZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
En los estantes de muchos supermercados canarios, un producto aparentemente cotidiano —la papa— se ha convertido en el centro de una denuncia que va mucho más allá del consumo. La entrada masiva de papas importadas desde Israel ha generado una oleada de rechazo popular y ha desatado una campaña que articula temas de salud pública, soberanía alimentaria, justicia social y solidaridad internacional. Para entender la profundidad del conflicto no basta con mirar al tubérculo: hay que mirar al sistema que lo produce y lo distribuye.
Un campo ahogado por el mercado
Canarias, como muchas otras regiones periféricas del capitalismo europeo, ha visto cómo su agricultura es estrangulada por un modelo económico que prioriza las grandes cadenas de distribución y la importación barata, sin reparar en los impactos sociales ni ecológicos. El caso de las papas israelíes es paradigmático: mientras las cosechas locales se pudren sin poder ser vendidas, los supermercados inundan sus góndolas con productos importados a bajo costo.
Detrás de ese bajo costo hay una dura verdad: las condiciones de producción de esas papas en Israel no solo son ventajosas por cuestiones tecnológicas o climáticas. Según las denuncias presentadas por más de veinte asociaciones canarias, esas papas llegan con residuos de fitosanitarios prohibidos en la Unión Europea, lo que supone un grave riesgo para la salud de la población. Esta situación no es un fallo del sistema, sino parte estructural del modelo agroalimentario neoliberal, que desprecia la seguridad sanitaria y la soberanía de los pueblos en favor del lucro empresarial.
Dumping, desigualdad y subordinación
Este conflicto no puede entenderse sin analizar la dinámica del mercado global. La entrada de papas israelíes con precios imposibles de igualar para los agricultores locales constituye una forma de dumping: una estrategia de sobreproducción y exportación que rompe el equilibrio local y desmantela las economías campesinas.
No se trata de una “libre competencia” entre iguales. Las reglas están hechas para favorecer a quienes controlan los medios de producción, los recursos naturales, el transporte y los canales de distribución. La economía canaria, subordinada a los intereses del capital europeo y dependiente de las importaciones, está impedida estructuralmente de proteger su producción local sin enfrentarse a represalias comerciales o sanciones impuestas por la propia Unión Europea.
La lucha por la soberanía alimentaria no es una consigna vacía. Es la lucha por recuperar el control sobre qué producimos, cómo lo hacemos y a quién alimentamos. Y esa lucha choca frontalmente con las políticas neoliberales que subordinan la alimentación a las reglas del comercio internacional.
Salud pública y despojo ético
Más allá de lo económico, el tema sanitario es clave. El consejero de Agricultura del Gobierno de Canarias ha reconocido que esas papas israelíes contienen residuos de productos fitosanitarios prohibidos en la Unión Europea. ¿Cómo es posible que se permita su entrada? ¿Qué intereses están por encima de la salud colectiva? El mercado global impone una lógica de impunidad: si la mercancía es barata, la vigilancia se relaja; si la denuncia crece, se gestiona políticamente para que nada cambie.
Pero esta vez la denuncia ha trascendido lo estrictamente económico o sanitario. Porque esas papas no brotan de una tierra cualquiera: brotan de suelos palestinos ocupados, regados con agua usurpada, cultivadas por empresas que se benefician directamente del despojo y la colonización. El producto llega a las islas con una doble carga: la del veneno físico y la del veneno ético.
Cada saco de papas israelíes que entra en Canarias es, simbólicamente, una piedra más en el muro del apartheid. Alimentarse con productos de la ocupación es aceptar como normal la violencia, la expulsión, el genocidio. Por eso, muchas voces han unido la denuncia sanitaria con la solidaridad internacionalista, proclamando que Canarias no quiere papas manchadas de sangre.
Resistencia popular y dignidad campesina
La respuesta no se ha hecho esperar. Asociaciones vecinales, colectivos rurales, organizaciones políticas y ciudadanas han exigido medidas claras: la inmovilización inmediata de las partidas importadas, una investigación rigurosa sobre su composición química, y una política activa de protección a la agricultura local. Pero, sobre todo, reclaman respeto y dignidad para quienes siguen cultivando la tierra en condiciones adversas.
La lucha por la papa canaria no es una nostalgia rural: es un acto de resistencia frente al colonialismo económico que margina a los pequeños productores, frente al modelo extractivo que transforma la alimentación en mercancía, frente a un sistema global que considera normal lo inaceptable.
Palestina y Canarias: la solidaridad como necesidad
Este conflicto pone en evidencia la conexión profunda entre las luchas y resistencias locales y globales. La papa importada de Israel no es solo un producto: es el símbolo de un modelo que desprecia la vida humana, que prioriza los beneficios sobre las necesidades, que convierte la alimentación en un campo de batalla geopolítico.
Por eso, defender la papa canaria es defender algo más que un cultivo. Es defender el derecho a decidir sobre nuestra alimentación, proteger la salud colectiva, apoyar al campesinado que resiste. Y también, rechazar la ocupación y la impunidad con la que Israel saquea al pueblo palestino.
Por ERNESTO GUTIÉRREZ PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
En los estantes de muchos supermercados canarios, un producto aparentemente cotidiano —la papa— se ha convertido en el centro de una denuncia que va mucho más allá del consumo. La entrada masiva de papas importadas desde Israel ha generado una oleada de rechazo popular y ha desatado una campaña que articula temas de salud pública, soberanía alimentaria, justicia social y solidaridad internacional. Para entender la profundidad del conflicto no basta con mirar al tubérculo: hay que mirar al sistema que lo produce y lo distribuye.
Un campo ahogado por el mercado
Canarias, como muchas otras regiones periféricas del capitalismo europeo, ha visto cómo su agricultura es estrangulada por un modelo económico que prioriza las grandes cadenas de distribución y la importación barata, sin reparar en los impactos sociales ni ecológicos. El caso de las papas israelíes es paradigmático: mientras las cosechas locales se pudren sin poder ser vendidas, los supermercados inundan sus góndolas con productos importados a bajo costo.
Detrás de ese bajo costo hay una dura verdad: las condiciones de producción de esas papas en Israel no solo son ventajosas por cuestiones tecnológicas o climáticas. Según las denuncias presentadas por más de veinte asociaciones canarias, esas papas llegan con residuos de fitosanitarios prohibidos en la Unión Europea, lo que supone un grave riesgo para la salud de la población. Esta situación no es un fallo del sistema, sino parte estructural del modelo agroalimentario neoliberal, que desprecia la seguridad sanitaria y la soberanía de los pueblos en favor del lucro empresarial.
Dumping, desigualdad y subordinación
Este conflicto no puede entenderse sin analizar la dinámica del mercado global. La entrada de papas israelíes con precios imposibles de igualar para los agricultores locales constituye una forma de dumping: una estrategia de sobreproducción y exportación que rompe el equilibrio local y desmantela las economías campesinas.
No se trata de una “libre competencia” entre iguales. Las reglas están hechas para favorecer a quienes controlan los medios de producción, los recursos naturales, el transporte y los canales de distribución. La economía canaria, subordinada a los intereses del capital europeo y dependiente de las importaciones, está impedida estructuralmente de proteger su producción local sin enfrentarse a represalias comerciales o sanciones impuestas por la propia Unión Europea.
La lucha por la soberanía alimentaria no es una consigna vacía. Es la lucha por recuperar el control sobre qué producimos, cómo lo hacemos y a quién alimentamos. Y esa lucha choca frontalmente con las políticas neoliberales que subordinan la alimentación a las reglas del comercio internacional.
Salud pública y despojo ético
Más allá de lo económico, el tema sanitario es clave. El consejero de Agricultura del Gobierno de Canarias ha reconocido que esas papas israelíes contienen residuos de productos fitosanitarios prohibidos en la Unión Europea. ¿Cómo es posible que se permita su entrada? ¿Qué intereses están por encima de la salud colectiva? El mercado global impone una lógica de impunidad: si la mercancía es barata, la vigilancia se relaja; si la denuncia crece, se gestiona políticamente para que nada cambie.
Pero esta vez la denuncia ha trascendido lo estrictamente económico o sanitario. Porque esas papas no brotan de una tierra cualquiera: brotan de suelos palestinos ocupados, regados con agua usurpada, cultivadas por empresas que se benefician directamente del despojo y la colonización. El producto llega a las islas con una doble carga: la del veneno físico y la del veneno ético.
Cada saco de papas israelíes que entra en Canarias es, simbólicamente, una piedra más en el muro del apartheid. Alimentarse con productos de la ocupación es aceptar como normal la violencia, la expulsión, el genocidio. Por eso, muchas voces han unido la denuncia sanitaria con la solidaridad internacionalista, proclamando que Canarias no quiere papas manchadas de sangre.
Resistencia popular y dignidad campesina
La respuesta no se ha hecho esperar. Asociaciones vecinales, colectivos rurales, organizaciones políticas y ciudadanas han exigido medidas claras: la inmovilización inmediata de las partidas importadas, una investigación rigurosa sobre su composición química, y una política activa de protección a la agricultura local. Pero, sobre todo, reclaman respeto y dignidad para quienes siguen cultivando la tierra en condiciones adversas.
La lucha por la papa canaria no es una nostalgia rural: es un acto de resistencia frente al colonialismo económico que margina a los pequeños productores, frente al modelo extractivo que transforma la alimentación en mercancía, frente a un sistema global que considera normal lo inaceptable.
Palestina y Canarias: la solidaridad como necesidad
Este conflicto pone en evidencia la conexión profunda entre las luchas y resistencias locales y globales. La papa importada de Israel no es solo un producto: es el símbolo de un modelo que desprecia la vida humana, que prioriza los beneficios sobre las necesidades, que convierte la alimentación en un campo de batalla geopolítico.
Por eso, defender la papa canaria es defender algo más que un cultivo. Es defender el derecho a decidir sobre nuestra alimentación, proteger la salud colectiva, apoyar al campesinado que resiste. Y también, rechazar la ocupación y la impunidad con la que Israel saquea al pueblo palestino.
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