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Domingo, 01 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

HISTORIA DE LA CENSURA FRANQUISTA: 40 AÑOS DE COMBATE DE LA DICTADURA CONTRA LAS TETAS, LOS BESOS Y LOS SAXOFONES

¿Qué tienen en común un saxofón, la revista Playboy una minifalda y Karl Marx? Pues aunque le resulte increible para la censura franquista lo tenía

¿Por qué el Tribunal Supremo terminó debatiendo sobre un bikini como si fuera un asunto de Estado?. La censura franquista fue tan obsesiva que acabó pareciendo un sketch de humor involuntario. Durante casi cuarenta años, los censores decidieron qué podían leer, ver o hasta bailar los españoles. Y lo hicieron con un celo digno de parodia: Mogambo reconvertido en incesto para salvar la moral, un poema corregido porque contenía la palabra “sobaco”, fotos de Ortega y Gasset autorizadas solo si estaba muerto, y un Tribunal Supremo dedicado a juzgar bikinis como si fueran armas de destrucción masiva.

 

POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG

 

       La censura franquista fue mucho más que un simple lápiz rojo: fue un estilo de gobierno, una forma de entender la moral y, sobre todo, un generador inagotable de disparates.

 

    Durante casi cuarenta años, España vivió bajo un sistema que vigilaba libros, películas, canciones, cartas privadas y hasta los bikinis de la playa. Nada escapaba al ojo inquisidor de los censores: desde la película "Mogambo", donde un adulterio se transformó en incesto para salvar la decencia, hasta un poema de Vázquez Montalbán mutilado porque contenía la palabra “sobaco”.

 

    El Régimen de Franco pretendía preservar el orden y lo que consiguió fue una tragicomedia nacional: fotos de Ortega solo muerto, enciclopedias sexuales confiscadas a pie de escaparates, revistas de peluquería mutiladas con rotulador negro.

 

   La censura fue, efectivamente, muy dura, sí, pero también gigantescamente ridícula. Y fue en esa mezcla de represión y esperpento donde la censura franquista dejó su huella más grotesca y, paradójicamente, más memorable y desternillante.

 

    En este artículo recopilamos, a modo de antología telegráfica, una selección de las anécdotas que nos han parecido más hilarantes, acaecidas todas ellas durante los casi cuarenta años que duró la dictadura del general Franco.

 

 
 El método rubor: ciencia conyugal al servicio del Estado

   La censura franquista fue un aparato solemne en el papel y grotesco en la práctica. Un ejemplo vivo de lo que decimos fue el caso de un censor-jefe del Servicio de Lectura que se atrevió a confesar a sus colegas cuál era su método infalible que él  utilizaba para detectar la inmoralidad.  ¿Revisar el contexto literario? ¡Ni de coña! ¿Consultar especialistas? Nada de eso: Aquel hombre le contaba a sus compañeros que él se limitaba a leer los textos sobre los que tenía dudas a su esposa, y observaba si ella, al leerlos, se ponía colorada. ¡Magistral!. El censor elevaba el pudor conyugal a la categoría de  criterio de Estado. España entera dependía de los sonrojos de una elegante señora en bata.

 

"Mogambo": el adulterio no, el incesto sí

    Pero hay que reconocer que los censores franquistas de cine también nos dejaron momentos de gloria. Un franciscano y un dominico presumían en tertulias de sus hazañas censoras: uno transformó el adulterio del film estadounidense "Mogambo" en incesto, porque para ellos la infidelidad era intolerable, pero, en cambio, un apañillo sexual entre hermanos podía pasar sin llegar a recurrir al fulminante corte de tijeras.

 

   El otro fraile censor, en el film "Las lluvias de Ranchipur", mató al marido en una cacería. Y con ello, el problema fue felizmente resuelto: viuda feliz, censores contentos y...  Hollywood convertido en zarzuela.

 

El sobaco ofensivo

    El escritor Manuel Vázquez Montalbán llegó a relatar un episodio realmente antológico: un director general exigió que en un poema suyo se sustituyera “sobaco” por “axila”. Según el censor, “axila” sonaba más elegante. De esa forma, el Régimen distinguía entre el obrero sudado con sobacos y la señorita con las axilas perfumadas. Franco podía fusilar a sus opositores, pero lo que jamás iba a tolerar era un “sobaco” en verso.

 

Berlanga: Franco canta zarzuela sin saberlo

    El director Luis García Berlanga, maestro del sarcasmo, coló en una película a un actor apellidado Franco, disfrazado de capitán de yate, que entonaba una romanza de zarzuela. La letra zarzuelera decía: “Dicen que me voy, dicen que me voy, pero yo me quedo…”  Un chiste tan descarado que solo un censor de la época podía no haberlo pillado. Como, en efecto, así sucedió: ¡no lo pillaron!..  El guiño al Azor, el famoso yate del Caudillo, era tan descarado que solo un censor podía no entenderlo. Quizá es que  estaban ocupados, contando con fruición, los centímetros de alguna falda.

 

El bikini como asunto de Estado

    En 1970, el Tribunal Supremo debatió sobre la licitud del bikini en revistas. La sentencia fue de manual franquista:

“en principio es inmoral, pero ya está tolerado en playas y cines, ergo publicable”.

   Con esta sentencia, el Supremo avalaba el bikini con la misma solemnidad con la que avalaba a la dictadura. España pasaba a ser un país donde enseñar barriga ya no era delito, siempre que ello fuera con resignación cristiana.

 

Escaparates obscenos

    Otro clásico: un fiscal ordenó secuestrar la gazmoña "Enciclopedia de la vida sexual", de López Ibor, porque en el escaparate de una librería la exhibían abierta, justo en la página donde aparecía anatómicamente  reproducida una vagina. La denuncia fue inmediata: ¡el escaparate incitaba al vicio! Medio siglo después, esa misma imagen figuraba en miles de manuales escolares. Pero por entonces, era poco menos que considerado como un atentado contra la patria.

 

Ortega y Gasset: fotos sí, pero del cadáver

     En 1955, al morir Ortega y Gasset, el Régimen dictó instrucciones breves pero tajantes: máximo tres artículos, dos fotos y ninguna imagen en vida. Eso sí, podían publicarse fotos del cadáver. Y es que al Régimen parecía horrorizarle la reproducción de la foto del filósofo vivo, pero el cadáver, sin embargo, les parecía perfectamente publicable. O sea, algo así como la necrofilia condimentada con la política cultural.

 

Unamuno: ni muertos se libraban

Unamuno tampoco escaparon de la quema. Varias de sus obras fueron retiradas o prohibidas décadas después de haber sido publicadas. Unamuno fue condenado por obispos en los años 40, 50 y 60, incluso tras su muerte.   El Obispo de Canarias, Pildain se declaró públicamente su enemigo ideológico número 1 .   

 

Jazz y prostitutas: el pecado en clave de saxofón

    El filósofo francés Jean Paul Sartre escribió una reseña sobre jazz, en la que mencionaba la prostitución en Nueva Orleans. Resultado: tachado.   Jazz y pecado formaban una pareja indisoluble para los censores. En su lógica, Miles Davis era tan peligroso como lo podía ser Lenin redivivo, y una trompeta equivalía a pura dinamita ideológica.

 

Cela: juez y reo

     La censura llegó a  alcanzar un nivel de tal surrealismo que, incluso, el escritor Camilo José Cela, censor oficial de revistas, terminó siendo censurado. "La colmena", su novela más célebre, fue prohibida por sus propios colegas de la oficina de Censura. Cela fue verdugo y víctima, censor y censurado. España era un país donde hasta los censores necesitaban censores.

 

La censura como cruzada espiritual

    El ministro Arias Salgado llegó a declarar que, tras sus oraciones matinales, se sentía feliz porque la censura “salvaba a miles de españoles del pecado y del infierno”. No hablaba en broma. Creía firmemente que prohibir un escote era una suerte de exorcismo colectivo. El lápiz rojo como una especie de rosario patriótico.

 

Ángeles tapados

     La obsesión por los desnudos llegó a prohibir la reproducción de cuadros religiosos con ángeles sin ropa. El Régimen prefería arcángeles vestidos que, al menos, inspiraran decoro. Ni el mismo Miguel Ángel llegó a librarse de los tijeretazos.

 

El censor piadoso y Playboy en la misma lista

       Los informes provinciales incluían diligentes advertencias sobre la llegada de la revista erótica estadounidense Playboy, junto a ensayos marxistas. Para el censor, una chica en bikini y un texto de Karl Marx eran amenazas  mas que equivalentes.

 

Tijeretazos insólitos

       En ocasiones, la censura alcanzaba cotas de esperpento gráfico. En revistas ilustradas, por ejemplo, se retocaban fotos de actrices para añadirles mangas largas o faldas más pudorosas.

       En los cines, el proyeccionista recibía instrucciones de cortar escenas en las que Marilyn Monroe mostraba demasiada pierna, aunque eso dejara a la película coja y carente de sentido. Hubo incluso quien aseguró que un manual de veterinaria fue revisado con lupa por si el apareamiento de caballos podía “incitar pensamientos impuros”. El censor, al parecer, veía riesgo de que se produjera una revolución sexual en las mismísimas cuadras.

 

El  Lazarillo de Tormes subversivo

     El franquismo también llegó a atreverse con los clásicos. El "Lazarillo de Tormes", joya de la literatura española del siglo XVI, fue incluido en listas negras por “irreverente” y “anticlerical”. Que Lázaro criticara a clérigos avaros y corruptos tenía demasiado parecido con la España real de aquellos momentos.  Así que mejor guardarlo en lo más profundo del cajón. Nada como censurar al Siglo de Oro para blindar al “glorioso presente”.

 

Cuando el amor duraba demasiado

     En el teatro, inspectores de moral se plantaban en la platea con cronómetro mental. Hubo funciones interrumpidas porque un beso entre actores “duraba demasiado” y podía escandalizar al público. Si el beso pasaba de casto saludo a un roce apasionado, el censor cultural levantaba inmediatamente acta. El amor medido en segundos: más de tres, pecado; más de cinco, delito.

 

La señora ministra como censor paralelo.

     No solo los burócratas revisaban textos: también las esposas de ministros tenían voz y voto en el asunto. Hubo casos documentados de libros o revistas, prohibidos porque a “la señora” le  habían parecido indecorosos. Una suerte de mezcla entre la moral doméstica y poder político que convertía la alcoba en un tribunal cultural.


Las tijeras contra Shakespeare

     No solo se prohibieron libros españoles. En algunas funciones teatrales se recortaban diálogos del mismísimo Willian Shakespeare, porque contenían insinuaciones sexuales o dobles sentidos. El pobre Hamlet, por ejemplo, que ya tenía bastante con sus dilemas existenciales, fue podado en nombre de la moral. Y Romeo y Julieta, condenados a la castidad: beso rápido y telón bajado.

 

El mapa del pecado

    Hubo censores que hasta corrigieron los mapas escolares. En algunos se tachó la palabra “URSS” o se borraron fronteras incómodas, como si de esa forma la Unión Soviética pudiera dejar de existir. Un niño español podía aprender que el mundo terminaba en Francia y que más allá estaba el misterio, poblado de herejes y comunistas.

 

Censura sobre ruedas

     Un caso delirante: en una novela traducida del inglés, un censor ordenó cambiar la frase “se subieron juntos al coche” por “se encontraron en la iglesia”. Dos jóvenes compartiendo un automóvil podían resultar demasiado insinuante. Compartir misa, en cambio, era toda una garantía de decoro y contención.

 

El censor poeta

    Algunos censores se permitían “corregir” los textos con vocación literaria. En un manuscrito, un funcionario censor tachó la palabra “beso ardiente” y escribió al margen: “mejor: beso puro”. Otro se indignó con la expresión “caricia apasionada”, y propuso “apretón fraternal”. Eran censores, pero también estilistas de manual de catecismo.
 

 

La censura en la playa

    En los años 50, las delegaciones provinciales del Ministerio de Información enviaban informes sobre la “moralidad” en las playas. Un censor anotó con alarma que en Benidorm se habían visto mujeres en bañador de dos piezas… aunque “la parte superior cubría lo necesario”.

   Al Obispo de Canarias, Antonio Pildain Zapiain, se le ocurrió la brillantísima idea de dividir la playa capitalina de "Las Canteras" en dos partes sexualmente infranqueables: una para las mujeres y otra para los hombres. Afortunadamente, pese a los perseverantes intentos del Obispo, la iniciativa purificadora no pudo prosperar.  

 

Los curas contra el can-can

    Las revistas ilustradas extranjeras que mostraban bailes franceses como el can-can eran sistemáticamente mutiladas. No por las coristas, sino porque enseñar las enaguas al saltar era considerado “ataque frontal a la moral católica”. España era así: el jazz era comunista y el can-can, satánico.

 

La censura musical

   Canciones de copla y flamenco fueron retocadas. Letras que hablaban de “quereres prohibidos” o “amores malditos” eran consideradas “inmorales” y se exigía cambiarlas. Una saeta podía pasar sin problema, pero un fandango demasiado pícaro era considerado subversivo.
 

 El censor del diccionario

     En una edición del Diccionario de la RAE, un funcionario subrayó la definición de “fornicar” y anotó que “era mejor suprimirla”. Al parecer, si se borraba del diccionario, el pecado desaparecería del mundo.  Pura magia lingüística made in Franco.

 

El beso de película

    En un cine de provincias, un inspector obligó a cortar una escena porque los actores se besaban “con los ojos cerrados”. Abiertos, todavía podía pasar por cordialidad. Cerrados, en cambio, era sospechoso de lujuria. Así nació el “beso franquista”: breve, rígido y en modo estatua.

 

La Biblia retocada

      Aunque parezca una peligrosa herejía, algunas ediciones ilustradas de la Biblia fueron cuestionadas. Especialmente el Cantar de los Cantares, considerado “demasiado sensual”. El amor poético entre los esposos se convirtió en problema teológico para un censor armado con afiladas tijeras.

 

La censura postal

    En la España de los 40 y los 50  se aplicó la censura hasta en las cartas privadas. El correo era revisado, y si pillaban a alguien hablando de política o que mencionara la palabra “hambre” o “paro”, podía recibir la misiva con tachones o qu,e simplemente, no fuera enviada . Mire usted por dónde, Correos fue convertido en un censor improvisado.
 

  La censura en la peluquería

     Se cuenta que algunas revistas extranjeras enviadas a peluquerías femeninas llegaban con las páginas arrancadas. Donde debía estar la foto de Brigitte Bardot o de una modelo en bikini, solo quedaba un hueco en blanco. El peinado se realizaba igual, pero sin distracciones “indecorosas”.

 

Canciones retocadas en la radio


     Coplas y boleros sufrían cambios ridículos. Versos como “te quiero en la cama” eran sustituidos por “te quiero con calma”. La radio emitía versiones limpias y purgadas, donde los amantes parecían seminaristas con guitarra.

 

Cine al aire libre


    En los pueblos, el cine de verano tenía un censor improvisado: el cura. Había sacerdotes que se plantaban en la primera fila con linterna. Si la película enseñaba demasiado, paraba la proyección. A veces se quedaba media plaza a oscuras mientras el cura discutía agitadamente con el operador.


 

La falda peligrosa


     En institutos y colegios, las profesoras podían ser reprendidas si su falda quedaba “por encima de la rodilla”. Hubo casos de directoras escolares que enviaban circulares a las familias, recordando que las alumnas debían vestir “faldas decentes y sin vuelo”, no fuera que la moda parisina pudiera sembrar el caos moral en la clase de matemáticas.

 

 El baile lento bajo vigilancia


     En bailes de pueblo, las parejas eran separadas si se abrazaban demasiado. Algunos ayuntamientos contrataban a policías locales cuya única misión era caminar entre los jóvenes y asegurarse de que las manos masculinas no se “despistaran”. El reguetón todavía no existía, pero el merengue ya parecía entonces una verdadera revolución sexual.

 

 La censura en el confesonario


    Hay testimonios de curas que reprendían a jóvenes por leer novelas “inmorales” como las de Corín Tellado. Sí, también la reina de la novela rosa se convirtió en sospechosa. Confesarse podía convertirse en una sesión de censura doméstica: el cura tachaba lecturas, novios y hasta películas vistas.

 

      La censura franquista quiso ser, en definitiva, un muro infranqueable contra el pecado y el comunismo. Pero lo que realmente levantó fue un museo del ridículo. Entre bikinis juzgados en el Supremo, ángeles tapados con mangas largas y adulterios convertidos en incestos “moralmente aceptables”, la dictadura construyó un esperpento cultural que hoy provoca más carcajadas que miedo.

 

   Claro que, detrás de la risa, estaba la represión real: autores silenciados, libros secuestrados, películas destrozadas y generaciones enteras educadas en el miedo a las palabras. La paradoja es que la censura terminó produciendo lo contrario de lo que buscaba: dejó testimonio de su propia debilidad, de su incapacidad para controlar lo humano. Porque, a pesar de los tachones, la literatura sobrevivió, el cine pudo resistir y el pueblo siguió riéndose en silencio.

 

    Y esa risa, callada, pero persistente, fue quizás la primera grieta en el muro del franquismo.

 

 

FUENTES CONSULTADAS:

Un listado de fuentes documentales  consultadas donde salen muchas de las anécdotas que hemos usado en el presente  reportaje. 

-Sentencia del Tribunal Supremo sobre el bikini (1970) – La justicia reconocía que ya era una prenda de uso común y que no podía considerarse inmoral.

-Mogambo y el incesto – Dos censores religiosos transformaron adulterio en incesto y mataron maridos en otras películas para salvar la moral.

-“Sobaco” vs. “axila” – Caso contado por Manuel Vázquez Montalbán, presionado para cambiar su lenguaje poético.

-Libro secuestrado por vagina ilustrada en escaparate – Fiscal de provincias ordenó la retirada inmediata.

-Método del rubor – Censor que leía manuscritos a su mujer y si se ponía colorada, se prohibía.

-Pío Baroja censurado tras muerto (1954) – Número de la revista Índice dedicado a él fue secuestrado.

-Ortega y Gasset – Solo permitidas fotos de su cadáver o capilla ardiente, no de él vivo.

-Cela, La familia de Pascual Duarte – Primera edición autorizada, segunda prohibida y retirada.

-Max Aub, “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco” – Citada de forma ridícula con iniciales en la censura.

- Mogambo convertido en incesto y maridos muertos en películas
Censores religiosos modificaban guiones: en Mogambo se cambió adulterio por incesto; en Las lluvias de Ranchipur se eliminó al marido en una cacería.

 - Revistas mutiladas

Ejemplo: Diez Minutos fue reprendido por fotos de Conchita Velasco consideradas “demasiado ligeras”.
 

 
 
 
 
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