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Domingo, 01 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

"NARCO" RUBIO: UNA BIOGRAFÍA INÉDITA DEL POLÍTICO QUE CONVIRTIÓ SU ODIO ANTICOMUNISTA EN POLÍTICA DE ESTADO

¿Qué intereses se esconden detrás del supuesto “defensor de la libertad” que promueve bloqueos y hambre en Cuba, Nicaragua y Venezuela?

Marco Rubio se ha convertido en uno de los rostros más agresivos del intervencionismo estadounidense en América Latina. Desde el Congreso, ha impulsado sanciones, bloqueos y campañas mediáticas contra todo gobierno que se atreva a defender su soberanía. Esta biografía política desnuda su obsesión anticomunista, sus vínculos con el poder imperial y las sombras que se ocultan tras su cruzada ideológica. Porque no hay mayor peligro que un operador del imperio disfrazado de “héroe latino”.

 

 

POR MÁXIMO RELTI PARA CANARIAS SEMANAL.ORG

 

     Si hay un político norteamericano que ha hecho de la persecución sistemática de los gobiernos soberanistas de América Latina su principal bandera, ese es Marco Rubio.

 

    Senador por Florida, es mucho más que un legislador conservador: Rubio se ha convertido en el rostro visible de una ofensiva imperial que intenta aplastar toda tentativa de autodeterminación popular en el continente.

 

    Su nombre aparece una y otra vez detrás de las sanciones, los bloqueos, las listas negras y las campañas internacionales de difamación contra Cuba, Nicaragua, Venezuela y cualquier otro país que se atreva a salirse del guion impuesto por Washington.

 

    Rubio tiene el valor de que no disimula ni un solo momento sus intenciones. Sus intervenciones en el Senado y sus declaraciones públicas están atravesadas por una retórica beligerante que raya en lo fanático. Su cruzada contra lo que denomina el “comunismo latinoamericano”,  no se limita a diferencias políticas: es un odio visceral, ideológico, absoluto. Para él, toda experiencia que apunte a construir un modelo social distinto al del libre mercado es un enemigo a destruir.

   Y para lograrlo, ha utilizado todas las herramientas a su alcance: lobby, presión mediática, sanciones económicas, operaciones encubiertas y hasta alianzas con sectores oscuros de la política regional.

 

 

LA GUERRA CONTRA CUBA: EL BLANCO CENTRAL DE SU OBSESIÓN

   El caso cubano es, sin dudas, el epicentro de su campaña de odio. Rubio no ha dejado de exigir medidas cada vez más duras contra la isla. En 2025, con la vuelta de Trump a la presidencia, jugó un papel clave en lograr que Estados Unidos reincorporara a Cuba a la lista de “países que apoyan el terrorismo” —una acusación sin fundamento jurídico internacional, pero con efectos devastadores. Bancos, empresas e inversores se retiraron del país, profundizando la crisis que ya provocaban el bloqueo y la pandemia.

 

    Rubio justificó esta inclusión con una teoría propia, absolutamente insostenible: según él, Cuba es responsable de facilitar el narcotráfico entre Venezuela y Centroamérica, simplemente porque “apoya al régimen de Maduro”, al que acusa de ser un “Estado criminal”. Sin mostrar pruebas, afirmó que eso bastaba como evidencia de complicidad. Fue una operación propagandística: conectar terrorismo y drogas con Cuba para justificar más sanciones, más asfixia económica, más cerco diplomático.

 

    Esta estrategia —hacerle la vida imposible al pueblo cubano para forzar un colapso del gobiernono es nueva, pero Rubio la ha llevado a extremos inéditos. En el Congreso, ha bloqueado toda iniciativa de acercamiento, ha promovido restricciones a las remesas familiares, ha presionado a empresas tecnológicas para que limiten servicios en la isla, y ha sido la voz principal que exige que cualquier país que dialogue con Cuba sea también castigado. Es decir, no solo quiere aislar a Cuba: quiere que nadie más se atreva a tocarla.

 

 

NICARAGUA EN LA MIRA: EL MISMO GUION, LA MISMA VIOLENCIA

    Nicaragua es el segundo gran objetivo de su cruzada. Desde que el sandinismo volvió al poder en 2007, Rubio ha encabezado las campañas para deslegitimarlo, acusándolo de dictadura y promoviendo un paquete de sanciones económicas que ha golpeado directamente al pueblo nicaragüense.

 

    Pero, una vez más, el objetivo no es el bienestar de nadie, sino acabar con una experiencia política que —con todos sus límites— ha buscado mantener cierto control nacional sobre los recursos, y que se niega a someterse al FMI o al Departamento de Estado.

 

    Rubio ha sido artífice de la ley NICA Act y de su ampliación en los últimos años, lo que ha implicado bloqueos a créditos internacionales, prohibiciones de asistencia técnica y vetos diplomáticos. Todo bajo la excusa de “restaurar la democracia”. Pero lo que busca es exactamente lo contrario: provocar una crisis institucional que devuelva al país a la órbita del capital internacional.

 

     No se trata de una defensa de la democracia: se trata de castigar todo intento de gobierno que no acepte ser un títere de Washington.

 

 

VENEZUELA: ESCENARIO DE UNA OPERACIÓN DE GUERRA FRÍA

     En el caso venezolano, Rubio ha jugado un rol aún más peligroso. Fue uno de los principales impulsores del apoyo estadounidense al intento de golpe de Estado en 2019, cuando se intentó imponer a Juan Guaidó como presidente sin elecciones. La operación fracasó, pero Rubio no detuvo su campaña. Por el contrario, ha exigido más sanciones, más congelamiento de activos, más bloqueo de medicamentos, más aislamiento financiero.

 

    Bajo su influencia, Venezuela ha sido sometida a un cerco que ha producido escasez, hiperinflación, migraciones masivas y deterioro de los servicios públicos. Él lo sabe. Y lo ha celebrado abiertamente.

 

    Para Rubio, Venezuela representa una amenaza no por su situación interna —sobre la cual Estados Unidos nunca ha demostrado interés real—, sino por su capacidad simbólica: es un país que intentó utilizar su riqueza petrolera para financiar programas sociales, para promover integración regional sin tutela estadounidense, y para mostrar que el Sur puede pensar con cabeza propia. Ese desafío simbólico es imperdonable para Rubio.

 

     A día de hoy, Marco Rubio continúa ejerciendo su papel como uno de los principales operadores políticos del intervencionismo estadounidense en Venezuela. En particular, ha tenido un rol protagónico en la narrativa que pretende justificar la intensificación del despliegue naval estadounidense en el Caribe y las costas venezolanas.

 

    Amparado en un discurso de “lucha contra el narcotráfico”, Rubio ha promovido una nueva escalada militar bajo el pretexto de interceptar supuestas “narcolanchas” que —según sus declaraciones— transportan drogas desde puertos venezolanos hacia Centroamérica y el sur de Estados Unidos.

 

     Sin aportar la más mínima evidencia verificable, ha insistido en que el gobierno de Nicolás Maduro es cómplice directo de estas redes, lo que ha servido de base para reactivar operativos de la IV Flota estadounidense y justificar ejercicios militares conjuntos en la región.

 

    Detrás de esta fachada, se esconde una operación de guerra híbrida: un intento de presionar territorial y simbólicamente a un país que ha resistido múltiples intentos de desestabilización. El verdadero objetivo no es interrumpir ninguna ruta de narcotráfico —que en su mayoría opera desde Colombia—, sino ensayar una forma de intervención indirecta, rodear geopolíticamente a Venezuela y mantener la amenaza militar latente como parte del chantaje permanente al gobierno bolivariano.


 

BAJO LAS SOMBRAS: REDES DE PODER, FAMILIA Y NARCOTRÁFICO

    Detrás del discurso ético con el que Marco Rubio justifica sus campañas contra gobiernos latinoamericanos hay una red de intereses oscuros que lo sostienen. Aunque ha construido su imagen pública como un cruzado moralista contra la corrupción y el crimen organizado, lo cierto es que su entorno más íntimo no está libre de sospechas.

 

     Uno de los casos más sonados fue el de su cuñado, Orlando Cicilia, condenado a prisión en los años 80 por tráfico de drogas en uno de los mayores operativos federales de la época.

 

    Según registros judiciales, Cicilia fue hallado culpable de formar parte de una red que introducía cocaína en Estados Unidos a gran escala. Rubio tenía entonces solo 16 años, pero el caso no desapareció de su entorno familiar: Cicilia se casó con su hermana y, tras salir de prisión, regresó a la vida familiar con normalidad.

 

    En 2015, cuando Rubio ya era senador, el asunto volvió al centro del debate. No por el delito en sí —el cual obviamente no le era imputable— sino por las señales que daban sus decisiones. Cicilia recibió un indulto presidencial por parte de Donald Trump durante su primer mandato, y múltiples medios revelaron que Rubio había presionado informalmente para facilitar esa decisión. Es decir: el mismo hombre que clama contra la “corrupción comunista” en América Latina, usó sus influencias para liberar a un narcotraficante confeso de su propia familia.

 

    No se trata de un dato menor. Porque esta contradicción moral desnuda el verdadero mecanismo de poder en juego: mientras se acusa sin pruebas a gobiernos soberanos de complicidad con el narcotráfico, se protege o encubre a los verdaderos responsables dentro del propio sistema estadounidense.

 

    El narcotráfico, en este escenario, se convierte en una herramienta retórica: se acusa a otros de lo que se practica en casa. Y se usa esa acusación como excusa para agredir países enteros.

 

LA GUERRA PSICOLÓGICA: MIEDO, FAKE NEWS Y CONSTRUCCIÓN DEL ENEMIGO

     Rubio no solo ha impulsado sanciones, bloqueos y medidas coercitivas. También ha sido uno de los principales diseñadores de una estrategia de guerra ideológica y mediática que pretende vincular a toda experiencia soberanista con el crimen, la miseria y la amenaza global.

 

    Cada intervención suya —ya sea en redes sociales, discursos parlamentarios o entrevistas televisivas— reproduce un libreto estudiado: Cuba, Venezuela y Nicaragua son presentados como “estados criminales”, “exportadores de drogas”, “centros de operaciones terroristas”, “refugios de dictadores”, “nidos de espionaje chino e iraní”. Todo esto, sin más base que su palabra. Pero en la lógica imperial, eso basta.

 

    Las campañas de Rubio están estructuradas como una verdadera guerra psicológica. Apelan al miedo, al odio ideológico y a la manipulación emocional de las comunidades latinas en Estados Unidos. Les habla en su idioma, se presenta como uno de ellos, pero trabaja para perpetuar el sometimiento de sus países de origen.

 

   Se sirve de la nostalgia, del trauma del exilio y de las frustraciones económicas para construir un enemigo imaginario que justifique la injerencia permanente.

 

    No es casual que sus campañas más agresivas se enfoquen en los gobiernos que han intentado redistribuir riqueza, ampliar derechos sociales o limitar el poder de las corporaciones. Lo que Rubio combate no es la pobreza ni la violencia: lo que combate es la posibilidad de que el pueblo mande.

 

UNA PIEZA EN LA ESTRUCTURA IMPERIAL: RUBIO COMO OPERADOR ESTRATÉGICO

    Marco Rubio no actúa solo. Es parte de un entramado mucho más amplio que articula think tanks, agencias de inteligencia, fundaciones de lobby, corporaciones mediáticas y sectores militares. Su función es la de un operador regional: legitima ante la opinión pública lo que el capital necesita que parezca moral.

 

    Desde esa posición, ha impulsado leyes que impiden a organismos multilaterales otorgar préstamos a países “sancionados”. Ha exigido que las empresas tecnológicas bloqueen plataformas digitales en Cuba. Ha promovido listas negras para académicos y periodistas que defienden posturas soberanistas. Incluso ha trabajado con fundaciones evangélicas para infiltrar discursos religiosos que justifiquen el neoliberalismo como “orden natural”.

 

    En suma, no es simplemente un senador conservador. Es un actor estratégico en la ofensiva imperial que busca impedir el surgimiento de una América Latina libre, integrada y autónoma.

 

    Su objetivo, por tanto, no es solo castigar gobiernos. Es sembrar el miedo. Es disciplinar a los pueblos.

 

UN PROYECTO DE SUMISIÓN REGIONAL, CON ROSTRO LATINO

      Marco Rubio representa una de las figuras más peligrosas del presente político continental. Porque no actúa desde el margen, sino desde el centro mismo del poder; y no con uniforme militar, sino con corbata, sonrisa y apellido latino.

 

    Su papel como verdugo político de Cuba, Nicaragua y Venezuela responde a una estrategia de largo aliento: impedir que América Latina recupere la soberanía que le arrebataron siglos de colonialismo. Y lo hace con una particularidad siniestra: presentándose como portavoz de la libertad, mientras siembra miseria, hambre y guerra.

 

    No es un accidente que sea latino el que cumple este rol. Es parte del dispositivo ideológico: domesticar al dominado y convertirlo en arma contra los suyos. Que sea un Rubio el que bloquea las remesas a su propia comunidad. Que sea un Rubio el que promueve sanciones que multiplican el hambre en Cuba.   Que sea un Rubio el que celebra las operaciones de guerra híbrida contra Venezuela. Eso tiene un valor simbólico para el imperio.

 

   Pero eso también tiene un límite.

     La historia de América Latina es una historia de resistencias. Y personajes como Narco Rubio solo serán una nota al pie cuando los pueblos vuelvan a tomar la palabra.

 

 Fuentes   externas consultadas:

- Marco Rubio – Wikipedia
- Miller Center: Marco Rubio Biography
- New York Times – Cuba y la Lista de Terrorismo
- ABC News – Rubio and Narcotrafficking Allegations
- Miami Herald – Rubio and Trump’s Pardon of Orlando Cicilia

 

 

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  • Almirante Chuminov

    Almirante Chuminov | Jueves, 25 de Septiembre de 2025 a las 00:59:53 horas

    Suban el periscopio:
    Demoledor artículo. Parece un santo, pero es un hijo de la gran... Florida. Un sujeto muy mediocre, no es "un hombre hecho a si mismo" ni por asomo, como suelen presumir. Con Marco Rubio haciendo estas grandes y siniestras porquerías "se echa de menos" a John Bolton, otro personaje muy dañino también contra Venezuela en el primer mandato de Trump. Bolton si es "un santo" comparado con Marco Rubio.

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