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FUSILADO POR CARICATURIZAR A FRANCO: LA TRÁGICA HISTORIA DE "BLUFF", EL CARICATURISTA SILENCIADO

Cuando una viñeta podia condenarte a la pena sw muerte: la represión que enterró el humor en la España franquista

Fue fusilado por hacer reír... de la manera equivocada. Carlos Gómez Carrera, alias Bluff, pagó con su vida el atrevimiento de caricaturizar al dictador Franco. Su historia —borrada durante décadas— revela el terror que el lápiz despertaba en la dictadura y la brutal represión que condenó al humor gráfico al exilio, al miedo y al olvido.

 

POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG

 

    En la memoria del humor gráfico en España figura la figura trágica de Carlos Gómez Carrera, más conocido por su seudónimo “Bluff”.

 

   Nacido en Madrid en 1903, su pluma satírica enfrentó el silencio forzado del régimen franquista —y le costó la vida. 

 

     Durante la Guerra Civil colaboró con publicaciones como La Traca, Adelante o La Correspondencia de Valencia, donde firmó caricaturas incisivas que ridiculizaban a Franco y a los generales del bando sublevado. La caricatura de Franco que lo llevó al pelotón de fusilamiento, sería hoy considerada como homófoba. Y sin duda, lo era.  En ella se ponía en duda la virilidad del Caudillo, algo que, por otra parte, sus mismos compañeros, los generales que participaron con él en la conspiración antirrepublicana, compartían la misma intención del caricaturista.

 

   Su voz atiplada, lo menudo de su figura y sus propios [Img #86909]ademanes, poco tenía que ver con la hechura de toda la cohorte de jefes militares africanistas brutales que participaron en el golpe fascista de Julio de 1936. Muchos de ellos, incluso, conocían a Franco con el sobrenombre de "Paca, la culona", siendo frecuentes en las salas de bandera ese tipo de comentarios burlones .

   De manera que el caricaturista "Bluff", que suponemos, compartía con la sociedad de su tiempo los prejuicios de entonces  hacia los homosexuales, utilizó aquella misma arma en contra del general fascista rebelde.

 

   Al término de la contienda, Carlos Gómez Carrera fue detenido, recluido en la prisión de Valencia, y sometido a un Consejo de Guerra sumarísimo. Se le imputó el delito de “rebelión” por sus viñetas —señalándose como principal argumento de la acusación, una de ellas en la que mostraba un puño cerrado junto a una estrella de cinco puntas— símbolos interpretados como propaganda comunista. La caricatura de Franco que hemos comentado, ni siquiera se mencionó, pero parecía evidente que tuvo que haber esa y no otra, la que lo llevó hasta el pelotón de fusilamiento que acabó con su vida.  

 

      Finalmente, el 28 de junio de 1940 fue fusilado en las [Img #86908]tapias del cementerio de Paterna, junto a otras aproximadamente 30 personas, entre ellas el editor Vicent Miguel Carceller.  

 

     La historia de "Bluff" no fue un caso aislado. Representó el tránsito brutal de una etapa de relativa libertad intelectual (la II República) a una dictadura que impuso el terror sobre cualquier forma de disidencia, incluso la gráfica.

 

   Sus caricaturas, que durante la guerra se permitían como acto de resistencia política, se volvieron, en la posguerra, un delito equiparable a la traición. Su ejecución simboliza la limpieza ideológica que el franquismo emprendió contra los intelectuales, periodistas y artistas que habían sido la voz del antifascismo.

[Img #86921]

 

 

 

 

LA POSGUERRA DEL CARICATURISMO: DEL OSTRACISMO AL EXILIO SILENCIADO

     Con el triunfo del franquismo, el caricaturismo político sufrió una mortífera regresión. La censura oficial, el control editorial, la autocensura y la persecución hicieron que la sátira mordaz quedara prácticamente extinguida en los diarios españoles. Solo sobrevivían formas muy domesticadas, sin crítica al poder.  

 

   Muchos caricaturistas republicanos escaparon al exilio, donde continuaron su labor en medios extranjeros. Un ejemplo es José Cabrero Arnal, que huyó de España y acabó colaborando en Francia con campañas de cómics e historietas. Wikipedia Otros, menos afortunados, fueron represaliados con cárcel o muerte, como fue el caso del ilustrador David Álvarez Flores, fusilado en 1940 en Madrid por su pasada militancia y su actividad intelectual.  

 

  Dentro de España se crearon mecanismos simbólicos de “normalización” del humor gráfico: los Salones de Humoristas, que en la posguerra (1940‑1953) pretendían recuperar una apariencia cultural del humor, pero sin margen para la crítica política. Estos salones actuaron como espacios controlados para caricaturistas “aceptados”, homologados al discurso oficial. 

  Por ejemplo, José Delgado Úbeda (seudónimo ZAS) participó en esos salones, siendo una de las figuras más reconocidas del humor gráfico “aceptable” de la época. 

 

    El humor gráfico que sobrevivió fue sustituido por lo que podría llamarse “humor decorativo”: viñetas ligeras, sin contenido político, espacios de distracción más que de reflexión. La crítica social real estaba prohibida. La caricatura de poder desapareció de los periódicos nacionales (o quedó escondida detrás de metáforas tan veladas que carecían de mordiente).

 

   Una resistencia paralela y silenciosa se gestó en la clandestinidad gráfica: caricaturistas que subsistían con pequeños dibujos, en publicaciones locales mínimas o clandestinas, o colaborando en revistas exiliadas. Pero su capacidad de difusión dentro de España fue casi nula.

 

  Ya en décadas posteriores, algunos ilustradores siguieron subvirtiendo límites. Andrés Vázquez de Sola, por ejemplo, trabajó bajo seudónimos y colaboró desde el extranjero con publicaciones antifranquistas, combinando el humor con la denuncia. 

 

  Además, otros dibujantes en España lograron volver a la caricatura política con el debilitamiento del franquismo, pero en condiciones muy restringidas. Miguel Gila, aunque más conocido como humorista y cuentista, sobrevivió a la dictadura y arrastró su tono burlón hacia proyectos que, si bien no eran caricaturas audaces contra el Régimen, contenían una cierta ironía sobre la condición humana bajo la opresión. 

 

  ENTRE MEMORIA Y SILENCIO: LECCIONES DEL SILENCIO GRÁFICO

      El caso de "Bluff" es una advertencia histórica sobre el peligro que corre el humor político cuando el poder gobierna sin controles. Su fusilamiento no sólo fue castigo personal, sino un mensaje terrorífico a cualquier cerebro que se atreviera a dibujar contra el régimen. La “pluma convertida en delito” fue quizá una de las formas más simbólicas del autoritarismo franquista: un dibujante ejecutado por dibujar.

 

   La suerte del caricaturismo en la posguerra española puede entenderse como un proceso de suicidio gráfico forzado, donde la sátira mordaz fue extirpada. Los espacios gráficos se volvieron invisibles, y los nombres de muchos caricaturistas fueron borrados del registro cultural dominante. La cultura oficial impuso una estética inofensiva, censurada y obediente.

 

    Sin embargo, el humor no desaparece del todo: reaparece con el paso del tiempo, cuando las heridas se abren y la memoria busca desenterrar voces silenciadas. En los últimos años, la recuperación de figuras como Bluff, la denuncia de los fusilamientos de intelectuales y la reapertura de debates sobre la represión cultural han permitido que parte de esa historia recobrara visibilidad.

 

     Para el caricaturismo español, esa posguerra fue un tiempo de sombras. Pero en esas sombras persistieron pequeñas grietas de resistencia: bocetos escondidos, mociones de memoria, homenajes tardíos. Al recordar a Bluff, a Álvarez Flores y a otros, no celebramos solo el pasado perdido: reivindicamos la capacidad de la caricatura para incomodar, desafiar y aportar luz.

 

 
 
 
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