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DEL INTELECTUAL CRÍTICO AL MELANCÓLICO: UNA DERROTA SILENCIOSA

¿Es posible reinventar el pensamiento crítico en estos tiempos de crisis?

Durante el siglo XX, el intelectual crítico fue una figura esencial para movilizar ideas emancipadoras. Pero hoy, esa voz parece haber sido sustituida por una figura melancólica, resignada y contemplativa. ¿Qué ha pasado con el pensamiento transformador? Este artículo analiza, desde una perspectiva histórica y política, las razones de este giro y el vacío que ha dejado en una sociedad cada vez más expuesta al avance de discursos autoritarios.

 

POR CARLOS SERNA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG

     

   Durante buena parte del pasado siglo XX, el intelectual [Img #86785]crítico fue una figura fundamental en la vida pública. No se limitaba a explicar el mundo: buscaba transformarlo.

 

   Desde las aulas, las prensas, las tribunas o las barricadas, su voz incomodaba al poder, agitaba conciencias y ayudaba a poner en palabras las aspiraciones colectivas de justicia, libertad y emancipación.

 

    Pero algo cambió. Hoy, esa figura parece haberse diluido. En su lugar ha emergido una nueva: el intelectual melancólico.

 

      Este personaje no ha dejado de pensar, pero ha dejado de intervenir. Parece no haber perdido la lucidez, pero sí la esperanza. Mira el presente con desconfianza y el futuro con resignación.

 

   En lugar de imaginar lo que podría ser, se refugia en lo que ya fue. La derrota de los grandes relatos transformadores del siglo XX lo ha dejado sin horizonte. Y en su lugar, ha levantado una suerte de  altar a la memoria.

 

“El pensamiento crítico se vuelve inofensivo cuando se limita a observar sin intervenir”.

 

    Sin embargo, este gesto, aunque comprensible, tiene consecuencias. Porque el silencio del intelectual crítico ha dejado vacío el espacio del sentido, del lenguaje, del conflicto. Y ese vacío ha sido ocupado arrolladoramente por otras voces, muchas veces peligrosas. Así, sin quererlo, la melancolía se ha terminado convirtiendo en una forma de complicidad. ¿Cómo pudo llegarse hasta aquí?  

 

DEL COMPROMISO A LA RETIRADA

    Con la implosión del socialismo en la URSS y otros países, como parte de un proyecto histórico, la figura del intelectual comprometido comenzó a tambalearse.

 

    Muchos de quienes habían apostado por transformar el mundo desde el pensamiento, se encontraron, de repente, sin un horizonte colectivo que los sostuviera. La utopía se disolvió, y con ella la energía transformadora que había caracterizado a generaciones enteras de pensadores críticos.

 

    En lugar de ese impulso, comenzó a instalarse una forma de tristeza política: la melancolía. Una melancolía que no significa simplemente nostalgia por el pasado, sino una sensación de haber llegado tarde, de vivir en un tiempo sin posibilidad de ruptura ni revolución.

 

    Así nació el intelectual melancólico: una figura que parece no haber dejado de pensar, pero que ya no cree en la acción; que parece no rendirse ante el poder, pero que ha perdido la energía para confrontarlo.

 

 

EL PESO DE LA MEMORIA Y LA PÉRDIDA DEL FUTURO

      En este nuevo paisaje, muchos intelectuales han encontrado un refugio en la memoria. Ante la imposibilidad de proyectar futuros alternativos, se han volcado a rescatar las experiencias del pasado, a reconstruir las derrotas, a mantener vivos los nombres, los libros y las luchas de otras épocas. Sin duda, esta tarea es ciertamente valiosa. Recordar es una forma de resistencia. Pero también puede volverse una trampa si la memoria reemplaza a la acción.

 

     Cuando recordar se convierte en la única forma de compromiso, se corre el riesgo de transformar el pensamiento en un mero ejercicio contemplativo. El intelectual melancólico quedó entonces atrapado en una especie de museo del pensamiento crítico, sin puentes hacia el presente ni hacia el futuro. Su crítica pierde fuerza, se vuelve susurro, eco lejano.

 

UN SILENCIO QUE NO ES NEUTRO

       Este retiro del pensamiento crítico no ha pasado desapercibido. Mientras el intelectual melancólico se encierra en archivos y homenajes, otros actores han ocupado el espacio vacante. En primer lugar, los llamados expertos: figuras que dominan el debate público con cifras, estadísticas y un lenguaje técnico que pretende neutralidad.

 

    Estos personajes no cuestionan el sistema, sino que lo explican, lo gestionan, lo optimizan. Frente a ellos, el pensamiento crítico ha quedado desplazado. Y junto a los expertos han aparecido los opinólogos, los influencers políticos, los agitadores de redes sociales que reducen el debate a frases vacías o discursos de odio.

 

   Sin pensamiento emancipador que dispute el sentido, estos discursos ganan terreno. La cultura se llena de gritos, pero sin ideas. Y el silencio del intelectual melancólico, aunque elegante y erudito, termina reforzando esa ausencia.

 

LA ULTRADERECHA Y EL VACÍO DE LA CRÍTICA

    Uno de los efectos más graves de esta retirada es el avance de la ultraderecha en muchas partes del mundo. Esta nueva derecha no teme ser ideológica. Al contrario: se presenta como portadora de certezas, de identidades claras, de enemigos comunes. Promete orden, pertenencia, seguridad.

      Y en tiempos de incertidumbre, eso resulta muy atractivo. Frente a ella, el humanitarismo bienpensante y la crítica nostálgica resultan insuficientes. Porque mientras unos lloran el pasado, otros construyen el futuro, aunque sea un futuro autoritario.

 

    El pensamiento crítico, si no se atreve a disputar ese espacio, queda reducido a un gesto simbólico. Y ese gesto, por noble que sea, no detiene el avance de quienes quieren barrer con los derechos, la diversidad, la justicia social.

 

 

REINVENTAR EL INTELECTUAL CRÍTICO

     Pero este no tiene por qué ser el único destino posible. El intelectual melancólico puede ser también el punto de partida para una nueva forma de pensar el compromiso. Una forma menos heroica, pero más colectiva. Menos iluminada, pero más cercana. No se trata de volver a idealizar la figura del sabio que lo sabe todo, sino de recuperar el pensamiento como herramienta para actuar.

 

   Eso implicaría salir del encierro académico, abandonar los lenguajes inaccesibles, y volver a encontrarse con quienes están en las calles, en las aulas, en los barrios, construyendo alternativas desde abajo.

 

     Pensar, en este contexto, no es un lujo. Es una necesidad. Y si el pensamiento no sirve para imaginar otro mundo, entonces no está cumpliendo su función. Recuperar el coraje de intervenir, de tomar partido, de ensuciarse en el conflicto. Ese es el desafío. No para repetir lo que ya fracasó, sino para abrir caminos nuevos. Para volver a creer, no ingenuamente, sino con lucidez, que la historia no está cerrada. Que el futuro no está escrito. Y que pensar es todavía una forma de actuar.

 

      El intelectual melancólico, en definitiva,  es una figura que refleja el espíritu de una época marcada por la derrota, el desencanto y la pérdida del horizonte. Pero también puede ser una figura en transición. Si logra salir de la nostalgia, si se atreve a pensar de nuevo con otros, si se vuelve a vincular con la lucha, podrá recuperar su fuerza.

 

     Porque la cuestión consiste en que este mundo que nos ha tocado vivir, sigue siendo injusto. Tanto o, incluso, mucho más que de lo que ya era hace medio siglo. Pero lo que a día de hoy sí podemos decir con total certeza, es que también resulta inaplazablemente transformable, si deseáramos continuar sobreviviendo como especie.  

 

    La melancolía puede ser comprensible, pero no puede ser el destino final. Pensar, hoy más que nunca, es una forma de resistir. Pero solo si pensáramos para planear y organizar la acción.

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 FUENTE: 

Glosa de *¿Qué fue de los intelectuales?* de Enzo Traverso, edición digital en español, Titivillus, 2015.

 

 
 
 
 
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